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El surgimiento del cristianismo
El Nuevo Testamento expresa la promesa de una felicidad eterna a quienes sigan una sencilla doctrina
La Razón (Edición Impresa) / Ramiro Prudencio Lizón
00:01 / 17 de diciembre de 2014
Faltan pocos días para que se celebre la Navidad de Jesucristo, lo cual obliga a todo cristiano a efectuar un examen de su vida, de su comportamiento y, sobre todo, de su creencia en la palabra de Cristo recogida en los cuatro evangelios canónigos y en los demás libros que conforman el Nuevo Testamento, es decir, el nuevo pacto con Dios.
¿Cuándo surgió esta maravillosa obra que revolucionó la filosofía, la moral y la posición del hombre frente al mundo, provocando el brote de la llamada “Cultura Occidental” por el célebre filósofo alemán, Oswald Spengler? Es evidente que las primeras referencias procedentes de los primitivos cristianos fueron transmitidas por vía oral, y solo cuando se necesitó precisar algún punto de ese “nuevo testamento” se usó el idioma griego en su forma más sencilla, pero una sencillez incrementada por un estilo concreto, lleno de imágenes realistas de la vida y pasión de Jesús.
Respecto a los cuatro evangelios, parece que el de Marcos se escribió primero. Su texto es el más breve. Se cree que apareció entre los años 64 y 70 (d.C.). Mientras que los de Marcos y Mateo habrían sido escritos por hombres de Palestina; y el evangelio de Lucas, por un sirio, originario de Antioquía, médico y compañero de Pablo en sus viajes. Al contrario de los dos anteriores, la obra de Lucas no estaba destinada a los hombres de Palestina, sino a los gentiles conversos al cristianismo. Cabe señalar que fue en Antioquía donde surgieron los nombres de Cristo y de cristianos. Nombres que seguramente Jesús nunca conoció.
En cuanto al evangelio de Juan, éste es diferente de los otros tres que son muy parecidos y se los conoce como sinópticos. Es además el más tardío. Se lo sitúa en torno al año 100. Habría sido escrito por un filósofo platónico. Del platonismo se introdujo el concepto del “logos” en el mundo cristiano. Y así dice el inicio de este evangelio: “En un principio era el ‘Logos’, y el ‘Logos’ estaba con Dios y, y el ‘Logos’ era Dios (...) Y aquel ‘Logos’ fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Aparte de los evangelios, el Nuevo Testamento contiene a las Epístolas, a los Hechos de los Apóstoles y el llamado Apocalipsis. Se considera que los Hechos de los Apóstoles habría sido escrito por el evangelista Lucas, ya que, como en su primera obra, también ella está dirigida a Teófilo, quizás un ilustre personaje de la época, pero desconocido por nosotros. Mientras que las Epístolas, o cartas, fueron redactadas por varios apóstoles, principalmente por Pablo, quien no conoció a Jesús.
Lo importante de las cartas de Pablo es que se considera que son anteriores a los propios evangelios. Es decir que Pablo sería el primero en difundir por escrito la vida y obra de Jesús. Y evidentemente, después de Cristo, Mesías y Salvador, y columna vertebral de la nueva doctrina, se debe destacar a este personaje extraordinario, llamado Saulo, el cual tomó el nombre de Pablo, y quien fuera el principal propagador del cristianismo en el mundo. El último libro del Nuevo Testamento se lo conoce como Apocalipsis y habría sido escrito por un hombre extraño llamado Juan, y que tradicionalmente se considera que sería el evangelista Juan. Pero estos dos no tienen ninguna similitud. Como se dijo anteriormente, el evangelista Juan fue un filósofo platónico, mientras que el del Apocalipsis es un personaje perturbado por la guerra entre el bien y el mal, es decir, fuertemente influenciado por la secta maniquea, condenada por la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo.
Lo importante es destacar que los libros del Nuevo Testamento tienen un destino fundamental, el de propagar la paz y el amor. Y asimismo, la igualdad de los hombres ante Dios, la solidaridad entre ellos, el perdón de los pecados, y la promesa de una felicidad eterna a quienes sigan una doctrina sencilla y maravillosa, condensada en un solo mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo.
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