Las imágenes de Debussy
Nacido hace 150 años, el músico francés, sin estridencias, cambió la música del siglo XX
Hace poco menos de 150 años (22 de agosto de 1862) nació Claude Debussy, un hombre que a pesar de la pobreza que siempre lo rodeó dio muestras de un gusto delicado por todo lo que estuviera al alcance de sus sentidos. Amaba los tabacos escogidos, los objetos de gran belleza y gustaba incluso de la calidad en la impresión de todo escrito, en especial de las partituras. A propósito de una edición especial de sus Preludios para piano (1909-1913), criticó acremente a su impresor por no haber editado su música en papel de lujo, “como si éste fuera consagrado exclusivamente a la literatura, cuando, en rigor, la música adquiere un aspecto de estampa bien hecha y bella si logra regocijar el corazón y los ojos”.
Pero es en los objetos donde más se expresaba su especial concepción de la belleza. Los percibía como figuras en movimiento o impresiones visuales a través de las cuales podía atrapar todas sus líneas emblemáticas para transformarlas en inspiración pura; de tal suerte que recogía sutilmente todas las cosas posibles como un pintor de imágenes que establecía conexiones entre ellas y las formas melódicas; las mismas que fusionadas en perfecta cadencia alcanzaban total resonancia (no han sido pocos quienes han dicho que tenía una vista que oía, o una oreja visionaria). Así, ligado a esa peculiar alegoría de los objetos, Debussy, a la sazón activo seguidor del “japonismo” poseía en su estudio un biombo de laca que lo inspiró para componer su pieza para piano Peces de oro. Un claro ejemplo, sin duda, de su simbología.
Todavía joven y pensionado en la Villa Médicis de Roma, frecuentaba anticuarios en busca de objetos japoneses que ejercían en él aquella íntima conversión de la imagen en sonido. A partir de ahí, y del desarrollo de sus visiones sonoras, entró en estrecho contacto con la pintura, cuyo mayor ejemplo de apropiación es el tríptico orquestal El mar, cuyos bocetos Del alba al mediodía en el mar, Juego de olas y Diálogo del mar y del viento no se inspiraron en la tormenta gris y espumosa del óleo Tempestad, costas de Belle-Ille de Claude Monet, como han sugerido los críticos en su propósito de asociar a Debussy con los impresionistas (Monet un ejemplo, o con Cézanne, postimpresionista), sino en los trazos netos y deshidratados de la famosa pintura La gran ola de Kanagawa del pintor japonés Katsushika Hokusai, por quien el músico francés sentía gran admiración. A raíz de ello, de un arte que se reduce a una “música de cosas”, tal vez fría e inhumana, pero exquisitamente refinada y descriptiva, es que ciertos musicólogos opinan que Debussy es el músico del instinto y la disolución de la materia (la transformación del objeto en imagen y luego en sonido).
Y así como Claude Debussy vivió seducido por las líneas puras de Palestrina, compositor emblemático del Renacimiento, del mismo modo prendieron en su corazón aquellas formas, imágenes y simbolismo propios para dar vuelo a un fascinante arte de genial y reservado misterio.