Uno de los cuentos más sugerentes de la historia de la literatura, Alicia en el país de las maravillas, del británico Lewis Carroll, ha cumplido 150 años esta semana. La biblioteca Morgan Library de Nueva York lo ha celebrado reuniendo el manuscrito original y los diarios del autor, entre otros recuerdos de una obra que ha marcado a muchas generaciones, que parece un cuento de niños, y que lo es, pero que también da pie a miles de interpretaciones que van mucho más allá.
Una tarde de verano de 1864, Carroll y otro profesor de Oxford se llevaron a Alice (Alicia) Liddell y a sus dos hermanas de pícnic. “Las niñas le pidieron que les contara una historia. Carroll recordó años más tarde que, sin saber por qué, se inventó sobre la marcha al personaje, lo envió a la madriguera del conejo y así nació el país de las maravillas”, dice Carolyn Vega, comisaria de la exposición.
Las niñas quedaron hechizadas por el cuento, querían que se lo contasen una y otra vez, y al final del verano Alice pidió al autor que lo pusiera negro sobre blanco. Así, ese “descontrol atravesado por la lógica”, como lo define la exposición, acabó conociéndose en todos los rincones del mundo y fascinando a todas las generaciones, que han encontrado en él mucho más que una obra maestra de la literatura infantil, una reflexión sobre la vida mucho menos inocente y alocada de lo que parece a primera vista y a la que se ha dado todo tipo de lecturas: desde políticas a matemáticas, a parte de la meramente literaria.
En la exposición se puede contemplar el manuscrito original de la obra, redactado en septiembre de 1864 e iluminado con los dibujos del propio Carroll: “Da el sentido de esta muestra, que es enseñar la historia detrás la historia, la biografía de este libro increíble, dice Vega. Además, se exponen varios cuadernos de reflexiones y apuntes del autor.
ILUSTRACIONES. Alicia en el país de las maravillas se publicó por primera vez en 1865, con una historia más amplia y más cuidada que la del manuscrito original. El libro estaba iluminado con las ahora legendarias ilustraciones de John Tenniel, que ayudaron a darle un perfil diferente al personaje. Carroll había pintado a una Alicia cabizbaja y pensativa y Tenniel creó una heroína bien decidida.
La exposición se ciñe a lo literario y no entra en las especulaciones sobre si las drogas animaron o no la creatividad de Carroll, y tampoco toca la ambigua y controvertida relación que el escritor tenía con la niña. Pero sí muestra algunas fotos de la verdadera Alicia y sus hermanas, aunque sobre todo recupera bosquejos o las ilustraciones originales de Tenniel, que impuso en el imaginario colectivo la forma definitiva —hasta la llegada de Disney— de ese conejo que siempre iba con prisa y vestía de manera impecable, del sombrerero loco que tomaba el té para celebrar los no-cumpleaños, del gato de Cheshire que tenía una sonrisa hipnótica, o de la despótica y malhumorada reina de corazones y su grito de “¡que le corten la cabeza!”.
INFLUENCIA. El sumo cuidado con el que Carroll supervisó la edición para que texto e imágenes se complementaran, así como “la aguda imaginación del escritor”, consiguieron, según Vega, “el milagro” de que Alicia en el país de las maravillas siga sonando a vanguardia siglo y medio después. “Este libro ha calado en nuestra cultura de manera muy interesante, es difícil cruzarse con un adulto que no lo recuerde desde su infancia, en cualquier lugar del mundo”.
La muestra de Nueva York recupera la primera versión cinematográfica del cuento, rodada en Gran Bretaña en 1903 y las más famosas de Walt Disney (1951) y de Tim Burton —quien en 2010 acertó al filtrar la obra a través su excéntrica imaginación—, que quizás sea la que más se acerque al espíritu original del cuento. Fuera de las pantallas, la historia ha sido adaptada y reinterpretada miles de veces. Millones de personas han llegado a ella sin leer nunca a Carroll, a través de una obra de teatro, unos títeres, de un ballet o un cómic. Por eso es muy probable que Alicia y su mundo maravilloso e inverosímil, pero muy lógico, sigan siendo una referencia cultural inevitable dentro de otros 150 años.
Un viaje iniciático femenino
Camila Urioste – escritora
La palabra “wonder” en inglés se puede traducir al castellano de dos maneras: una es “maravilla” como en Las Siete Maravillas del Mundo (“Seven Wonders of the World”); la otra forma es “asombro”. Así, la novela clásica de Lewis Carroll publicada en 1865 puede leerse como Alicia en el país de las maravillas, o Alicia en el país del asombro. Yo hubiera elegido la segunda opción.
El libro de Lewis Carrol ha sido traducido a más de 50 idiomas y fue adaptado al cine, dibujos animados, manga, musicales, teatro, cómic y series de televisión. Tiene versiones infantiles, versiones triple X para adultos y versiones futuristas. En Bolivia, la película Alicia en el país, estrenada en 2008, cuenta la historia de una niña quechua que hace un viaje de iniciación a través del altiplano hasta llegar a Chile. Así, el personaje y sus aventuras han inspirado a autores de todo el mundo, desde James Joyce hasta Alejandra Pizarnik. Alicia sirvió incluso para dar nombre a una condición neurológica, el Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, que provoca en la persona una percepción alterada de los objetos y de su propio cuerpo.
Pero, ¿por qué la historia de una niña que sueña un sueño extraño ha calado de manera tan profunda en personas de distintos países a lo largo del tiempo? A ciento cincuenta años de su publicación, la novela se lee como una historia fantástica poblada de personajes excéntricos y misteriosamente sabios en su locura, un despliegue espectacular de imaginación de juegos de palabra, de humor satírico que se burla de las normas y la lógica de los adultos, de la justicia, de las prioridades, de la cordura, del statu quo. Es una joya literaria. Sin embargo, no creo que la influencia de la historia de Alicia se pueda explicar por los fantásticos personajes, el uso lúdico de la palabra, la genialidad del autor o la exquisitez del personaje central. Alicia trasciende las páginas y las palabras, y los lectores la reconocen como un arquetipo femenino. Sus aventuras subterráneas en el país del asombro son más que un sueño fantástico: son un viaje de iniciación femenina.
En su libro Las mujeres que corren con los lobos, la escritora estadounidense Clarissa Pínkola Estés cuenta que, a menudo, los cuentos de hadas son mapas o manuales de instrucciones para la iniciación femenina, y describe la iniciación como un viaje por una selva subterránea. La novela de Carrol es un viaje con retos y tareas que una niña arquetípica enfrenta para convertirse en mujer. Y el título original de la obra es Las aventuras subterráneas de Alicia en el país de las maravillas. O del Asombro. La capacidad de asombro es un elemento constitutivo tanto de la inocencia como de la inteligencia. Que algo sea o no maravilloso depende de la capacidad de asombro de quién lo percibe.
No es necesario haber leído la novela para reconocernos en el arquetipo; una niña de cualquier nacionalidad, de cualquier tribu, de cualquier ciudad a lo largo del tiempo, que se sumerge en la profundidad o se interna en el bosque para salir transformada. Como todo viaje de iniciación, el de Alicia comienza con la curiosidad seguida de un impulso que lleva a una caída. Hay muchas formas de caer.
La iniciación es un pasaje, un tránsito o un viaje a la profundidad de uno mismo, un enfrentamiento a los misterios de la vida que hace que nos convirtamos en alguien nuevo. El asombro y la duda son parte del viaje. El miedo también lo es. Las tareas y las pruebas son la esencia del viaje. Y todos estos elementos aparecen en el tránsito de Alicia por el país del conejo blanco, del sombrerero loco, del gato y su sonrisa, de la malvada reina de corazones. La iniciación es enfrentarte al ejército que quiere destruirte y darte cuenta de que los soldados no son nada más que naipes.
La iniciación de Alicia parte de la duda. En el país del asombro nada puede darse por hecho; todo lo que Alicia sabe o cree saber del mundo se pone en tela de juicio. Incluso no está segura de quién es ella, si es la misma que despertó en la mañana o si la cambiaron por otra persona. Porque dudar de la propia identidad es el tercer paso hacia la transformación.
El libro original tiene un final doble. Quienes lo han leído o han visto alguna de sus versiones en cine o teatro saben que Alicia despierta, por fin, y se encuentra al lado de su hermana. La hermana entonces le dice que ha dormido mucho y que vaya a tomar una taza de té. Agitada, Alicia le cuenta todos los detalles del sueño extraño antes de que se desvanezcan, como suele ocurrir con los sueños. La hermana comenta que de verdad es algo raro y Alicia se va a tomar el té. El cuento podría terminar ahí, pero entonces viene el segundo final: la hermana queda dormitando recostada en el pasto y revive el sueño de la pequeña Alicia: imagina que ella misma es quien ve al conejo blanco, quien cae por el pozo, quien se hace grande y pequeña y toma el té con el sombrerero loco y se enfrenta a la reina de corazones y su ejército de naipes. Sueña con los ojos cerrados, pero sin perder la conciencia de sus alrededores, del pasto en el que está recostada, la brisa de verano y la granja a lo lejos. Sueña, pero está consciente. Se imagina cómo su hermanita crecerá y se volverá una mujer, pero mantendrá en su corazón la maravilla de la infancia. Un final un poco cursi, pero que no es lo importante de la obra. Sí lo es cómo el sueño inconsciente de Alicia se vuelve el sueño consciente de su hermana, como de una mujer a otra, de una generación a otra, se transmite un conocimiento profundo, un viaje de iniciación que va más allá de la maravilla.