Afterword: ‘Los otros fútbol’
Hay, por suerte, fútbol más allá de la Liga; a ese ‘Otro fútbol’ está dedicado el libro compilado por Mario Murillo y Juliane Müller. Éste es un fragmento del Epílogo. Antezana también juega su propio partido
Recordando que los ingleses inventaron el fútbol y que el Oruro Royal fue el primer club boliviano de fútbol, como encabezamiento, recojo el término Afterword que, aunque solo traduce “Epílogo”, creo que tiene un tono menos solemne que el de su original académico. En lo que sigue, acompañando la vena de esta compilación, invitado por Mario Murillo, voy a intentar multiplicar, un poco, los juegos que se juegan en el fútbol. Mi intento tiene algo de lúdico, quizá, porque, al fin y al cabo, se trata de juegos y, por ahí, quizá, sugiera que este asunto es, en el fondo, también una cosa seria. Para evitar susceptibilidades, como quien anda a medio camino, podemos aprovechar una propuesta de Christian Bromberger, “etnólogo”, quien titula Fútbol: La baratija más seria del mundo (Football: La bagatelle la plus séuriese du monde, 1998) uno de sus libros dedicados a estudiar este macro y vagabundo fenómeno.
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LOS ESPECTADORES. Trayendo más agua a este molino, ahora que hemos mencionado —vía la radio y sus restos— algunas dimensiones verbales afines a los juegos de fútbol, quisiera mencionar brevemente otro tipo de juegos, notablemente, los que juegan los espectadores.
Salvo en algunos posibles idiolectos de ensoñación, es decir, en posibles “dialectos” (jergas) ultrapersonales, no hay fútbol sin espectadores y, por lo tanto, sin una red de intercomunicación social. Hasta en la pichanga callejera, nunca faltan mirones, si no el padre o la madre u otros niños (hermanos) más pequeños, nunca faltan algunos pasantes ociosos que se detienen a ver la pichanga.
Hoy en día, hasta hay especialistas (“scouts”) observando ese tipo de juegos, a ver si encuentran una posible futura “estrella”. El fútbol rara vez —¿nunca?— sucede, reitero, sin espectadores. Ni qué hablar en todo tipo de fútbol más o menos competitivo, desde escuelas hasta universidades, desde barriadas hasta mundiales, desde sindicatos y comunidades hasta la organización de la COB y, luego, la de la CSUTCB hasta (posiblemente) parte de la actual articulación del Estado boliviano y, claro, aunque a distancia, en todos los códigos mediáticos (radio, prensa, Tv, internet) habidos y por haber, por todo el ancho y ajeno mundo, siempre hay espectadores (receptores) y, pese a las apariencias, también, a su manera, estos juegan fútbol, juegan otros fútbol. Unos juegos de fútbol fundamentalmente verbales.
Un amigo decía que un verdadero hincha no va a la cancha a ver un partido, va a gritar, a cantar y, sobre todo, a putear al árbitro. La participación de los espectadores es fundamentalmente verbal, reitero, pues, pese a las apariencias, ningún espectador es un sujeto pasivo. Lo impide la naturaleza neurológica (biológica) de las especies y, más aún, en la del homo sapiens que posee las capacidades del lenguaje hablado. Está en el ADN. Con los espectadores sucede lo mismo que con los lectores: sin un lector —la observación es de Borges— un libro es un objeto más, no menos objeto que una lámpara, que solo adquiere sentido en su uso, es decir, cuando alguien lo lee, cuando alguien “lo enciende”.
Sin espectadores, los partidos podrían tener (quizá) significado (para los jugadores, por ejemplo), pero, en el fondo, carecen de sentido: necesitan que alguien los “lea”. “Sentido = Significado + Interpretación” (Ch. S. Pierce), reza la fórmula al respecto, donde la interpretación (de los receptores) transforma el significado de la información en sentido.
NARRATIVAS. En los fútbol, los espectadores se la pasan armando narrativas y, además, hasta radicalmente distintas aún ante un mismo partido (subrayo): el penal justo y perfectamente cobrado para un bando es la decisión de un árbitro vendido para el otro, un gol legítimo para unos es un fuera de juego más grande que una casa para otros, las “manos” son intencionales (¡penal!) para unos y meras casualidades para otros, etcétera. En breve: ni en un mismo partido, las narrativas y sus respectivos sentidos, producidas irremediablemente por los espectadores, son iguales, cada perspectiva produce su propio sentido. (Hasta los árbitros tendrían su propia narrativa respecto al partido que dirigen; una narrativa, dicho sea de paso, en la que prácticamente nadie estaría de acuerdo).
Y, todo ello no se limita a los hinchas jurados, aun los espectadores supuestamente “neutros y objetivos” no pueden evitar solidarse con uno u otro rival en liza, sobre todo, por aquello del “Complejo de David” que todos llevamos dentro, es decir, la tendencia a identificarnos con el más débil. (David vs. Goliat). Por ello, en el Mundial 2014, más de medio mundo se alegró con la notable campaña de Costa Rica, aunque ni idea tenían del fútbol tico. Cada quien juega (verbalmente) su propio juego.
Y, hay más, pero, para acortar caminos, recomiendo una novela del ya aludido Nick Hornby (Fever pitch, 1992; Fiebre en las gradas, 1996), en la que se narra la vida de un hincha del Arsenal inglés y donde se detalla la múltiple vida verbal de un tifoso que de domingo a martes —en Inglaterra los partidos se juegan generalmente los sábados— repasa, valora, pesa el resultado del último encuentro y, de miércoles a viernes, especula lo que puede pasar el próximo fin de semana. (La literatura, música y cine, entre otras artes, dedicadas a los fútbol son, dicho sea de paso, otros tantos y distintos juegos de fútbol).
En la misma vena, según el también mencionado Bromberger, para discernir lo que pasa en el (los) fútbol, hay que —entre otros, pero, sobre todo— preguntarse: “¿Por qué un encuentro motiva tantos comentarios y discusiones durante, pero, también, antes y después del desarrollo de un partido?”. Antes de seguir, ahí habría que añadir todos los juegos verbales que convergentemente juegan en los programas deportivos (reportajes, noticiarios, tertulias, análisis, entrevistas, etcétera, hasta payasadas o cenas compartidas) dedicados al fútbol en los medios de comunicación.
Es por ahí, en rigor, que se arma el universo social del fútbol y sus múltiples juegos, por ahí, en la inevitable interacción verbal de los espectadores ante los juegos que persiguen… tifosi, mirones y, también, periodistas. Bien visto, dada su amplia, diversa y compleja articulación multi-verbal —en vivo o mediáticamente— el fútbol no es un hecho social, es toda una sociedad —una “sociedad abigarrada” habría que precisar, aprovechando el concepto de Zavaleta Mercado.
Notas sobre ‘otro fútbol’ boliviano
Juliane Müller y Mario Murillo – investigadores
Dicen que, de joven, don Juan Lechín fue a trabajar en Siglo XX-Catavi porque jugaba muy bien al fútbol. En El katarismo de Hurtado se lee que don Genaro Flores reunía a las comunidades del altiplano con encuentros de fútbol y que, por ahí, se habría ido conformando la CSUTCB.
Luis H. Antezana,
Un pajarillo llamado “Mané”
El relato convencional que cuenta la historia del fútbol boliviano vincula la llegada de ingleses para la construcción de ferrocarriles y la fundación del Oruro Royal, el primer club en el país, el 26 de mayo de 1896. En la ciudad de Oruro, el juego, entretenido y accesible, llegado a Bolivia y a los demás países latinoamericanos desde otro hemisferio fue seduciendo a los vecinos y desde ahí se diseminó hasta otras capitales departamentales.
Esa versión dirige su mirada al devenir de las asociaciones deportivas urbanas: los clubes de fútbol que se formaron en las ciudades y las entidades bajo las cuales se afiliaron. La historia narra las etapas que estas entidades vivieron: primero el amateurismo, después el “profesionalismo” hasta la Liga del Fútbol Profesional Boliviano. Y relata tanto la evolución de los equipos locales como de la selección nacional, con un énfasis en las transiciones que estas organizaciones han ido atravesando hasta llegar al actual sistema federado.
Sin embargo, la diseminación del fútbol en Bolivia ha sido más diversa de lo que tal versión pone de relieve. En algunos lugares empezó a practicarse tempranamente, en otros relativamente tarde. Las condiciones que posibilitaron esta recepción fueron diferentes. Mientras que en Oruro el ferrocarril, la minería y el personal inglés y chileno de ambos sectores resultaron determinantes, en La Paz el fútbol ganó jugadores gracias a marineros e ingenieros ingleses, estudiantes bolivianos retornados de Inglaterra y misiones religiosas. En Tarija y en áreas rurales fronterizas de Oruro y de La Paz, parece clave la migración circular a Argentina y Chile, donde los migrantes partieron para trabajar en la agricultura del norte argentino y como vendedores de carnes y verduras de la economía salitrera chilena.
La historia de la popularización del fútbol ha de tomar en cuenta dimensiones aún más particulares: incontables historias sobre la llegada del fútbol a comunidades y escuelas mediante una persona concreta y en una situación singular. Müller comparte la historia que narra Toribio Claure en un libro de recuerdos sobre la escuela rural de Vacas (Cochabamba) en la década de 1930, mientras Quisbert cuenta qué tejemanejes se urdieron en 1953 alrededor del Primer Campeonato Obrero de Fútbol. En esta trama, el fútbol fue extendiéndose también entre 1910 y 1940 a través de las escuelas indigenales.
WARISATA. Una de las expresiones más interesantes de este proceso es el caso de Warisata, que Müller analiza en este volumen. Paralelamente al fútbol boliviano oficial, el balompié con pelota de trapo (tejeta) ha existido al menos desde la década de 1920 en el departamento de La Paz, seguido por el fútbol jugado en los sectores populares e indígena-campesinos, ya más institucionalizado. El artículo histórico de Quisbert reconstruye cómo la práctica del fútbol poco a poco fue arraigándose en Bolivia hasta la Revolución de 1952, que aceleró su popularización. El autor arroja luz, también, sobre otro aspecto de esa historia: en las áreas rurales, el fútbol se ha visto íntimamente ligado al surgimiento de los sindicatos campesinos, cuyas directivas incluían secretarías de deporte dedicadas, casi en exclusividad, a la organización de campeonatos de fútbol.
Estas historias demuestran que la institucionalidad, creada para organizar la competición, no fue desde el principio un atributo solamente del fútbol federado. De hecho, pensamos que uno de los rasgos significativos en esas otras narrativas es la intención por normar y regular la práctica futbolística y de esta manera ritualizarla en términos competitivos.
El fútbol como juego que opone y contrapone, en diversos niveles, a personas y comunidades, a equipos y facciones, no tiene rival en Bolivia. Es la actividad que cuenta con más seguidores y practicantes. Mueve más recursos que todos los deportes en su conjunto. A través de la selección boliviana, el fútbol expresa la implicación social colectiva en el “Espíritu Nacional” y se hace presente en las calles y en las escuelas. Es más, a lo largo del tiempo, una minuciosa labor de creación de instituciones ha ido expresando una organización en colectivos, estructurada pero disruptiva de las obligaciones cotidianas.
LIBRO. En este libro nos hemos propuesto estudiar diversas facetas del fútbol boliviano, por fuera de las federaciones mayores: cómo en Bolivia el fútbol ha devenido una herramienta de organización social y una importante fuente de sentido, donde juegan lo suyo la competitividad y la ritualidad. Los textos aquí reunidos transitan los caminos del balón, lo siguen por campeonatos, ligas y asociaciones sociales y deportivas en barrios periurbanos, en comunidades rurales, y en países donde ha llegado una fuerte migración boliviana. Ninguno de estos procesos pertenece al sistema federado. Sin embargo, como veremos más adelante, eso no implica que sean espontáneos y privados de toda formalidad; antes bien, todos los partidos y eventos que se tratan en este volumen son actos públicos, que requieren cooperación y promueven compromisos.
La organización, la competencia, los espectadores, el entrenamiento y la dedicación como practicante se asocian generalmente con el fútbol federado. Queremos demostrar que el fútbol no federado también presenta esas características. En Bolivia, por fuera de las federaciones, se organizan competencias con un alto nivel futbolístico, que congregan a muchas personas alrededor de las canchas y promueven una variedad de procesos sociales.