El transgénico nuestro de todos los días
Desde hace años estamos consumiendo alimentos transgénicos, la mayor parte, sin siquiera saberlo
Un simposio de productores de oleaginosas de Santa Cruz, realizado en La Paz hace pocos días, reveló que desde hace años consumimos, masivamente, transgénicos. Los productores de soya recordaron que desde 1994 está autorizado el uso de transgénicos en ese cultivo que sirve de materia prima para elaborar alimento balanceado para el ganado vacuno y porcino y para la crianza de pollos; por tanto, las personas que se alimentan con esos alimentos más huevos, aceites y peces, en realidad están consumiendo transgénicos. Adicionalmente, uno de los expositores espetó: “Y que sepamos, la gente no se anda rascando”, en referencia a que los ambientalistas afirman que una de las consecuencias del consumo de transgénicos es la alergia.
Por otra parte, a raíz de los buenos resultados que han obtenido gracias al uso de transgénicos, los productores de oleaginosas (soya) reclaman al Gobierno el cumplimiento de un acuerdo del año pasado para que se autorice mayor uso de semillas genéticamente modificadas. En concreto, piden incluir otras variedades, pues, según señalan, en países vecinos se usan hasta 21 variedades y en Santa Cruz apenas una, facilitada por la tristemente célebre Monsanto.
Otro de los asuntos que salió a la luz en el simposio fue la intención de aumentar el área cultivada actual de 3,5 millones de hectáreas a 10 millones de ha hasta 2025 (bicentenario de la creación de la República).
De las actuales 3,5 millones de hectáreas cultivadas, 1,3 millones corresponde a soya transgénica; y se pretende que de las 10 millones de hectáreas previstas para 2025, la mitad correspondan a soya transgénica. Con estos planes, la polémica servida, principalmente por la gran cantidad de área forestal que se tendrá que desmontar para poder habilitar las nuevas áreas de cultivos proyectadas, tipos de cultivos y un sinfín de etcéteras.
Más allá de esta polémica, el humilde objetivo de estas líneas es apenas subrayar que desde hace años estamos consumiendo alimentos transgénicos, prácticamente la mayor parte de nuestra dieta, sin saberlo. La pregunta es si los consumidores no tenemos derecho a saber qué es lo que nos llevamos a la boca y les estamos dando a nuestros hijos. La respuesta obvia es que sí tenemos derecho. Entonces surge otra pregunta, ¿cómo nos enteramos de que es transgénico o no lo que comemos? Finalmente, si no todos somos expertos en estas cuestiones, ¿quién tiene la responsabilidad de informarnos?
Que yo sepa, en el Ministerio de Salud y en las alcaldías hay departamentos íntegros encargados de estos asuntos. De manera más específica, unidades responsables de autorizar que tal o cual producto esté a la venta y tenga cierto grado de calidad, que sea nutritivo, que no nos haga daño y que al menos sea inocuo. Que no nos mate ni de inmediato ni en cómodas cuotas. No obstante esas oficinas, con sus expertos y funcionarios de paga sagrada a fin de mes, guardan un silencio aterrador sobre los transgénicos y cuántas otras menudencias que no sabemos.
Por lo menos los supermercados y los mercados y las tiendas de barrio deberían tener un área con un gran letrero que nos advierta: “Transgénicos”, y ya en la etiqueta del producto enterarnos qué componente transgénico, es decir soya, tiene ese alimento. Allí deberían estar los huevos, los pollos, la carne de res, los pescados, la leche (de soya o de vaca), los aceites de soya y los cerdos, solo por citar algunos de los alimentos que consumimos a diario. Y advertido, cada quien decida. Asimismo, los médicos podrían incluir en sus análisis el consumo de transgénico como posible causa de alergias y otros desórdenes.
¡Cómo cambian los tiempos y a lo que hemos llegado! Pedir, o desear, nada más que el derecho a saber. Y parece que es pedir demasiado.