El cine boliviano aún es emprendimiento personal
Análisis. Público y Estado no apoyan al sector, según cineastas
El abandono por parte del Estado y del público, haciendo del cine un emprendimiento individual destaca en el análisis de ocho profesionales del gremio cinematográfico en el país. Se trató sin éxito de hablar con Conacine. En los últimos años han aparecido propuestas cinematográficas muy interesantes de cineastas bolivianos jóvenes.
Son cintas, que, por su carácter experimental, no encuentran su lugar en las salas tradicionales. Si bien en Bolivia estas películas (en su mayoría cortometrajes) han pasado desapercibidas, han logrado premios en importantes festivales de todo el mundo.
A pesar de este buen momento, que a su vez augura un futuro promisorio, hay en el público boliviano una sistemática desconfianza hacia las producciones nacionales. Este prejuicio, que termina vaciando las salas, tiene alguna razón de ser, ya que las películas bolivianas que se ven en los principales cines del país tienden a tener un nivel muy bajo. Hay, pues, una brecha entre cineastas de vanguardia, que experimentan con el cine en cuanto lenguaje y que no acceden a las salas tradicionales, y un cine mediocre, casi amateur que copa los principales cines (y que se vuelve el representante del cine boliviano para el gran público). La tarea debe consistir en acercar al público boliviano hacia nuestro cine de calidad. Sebastián Morales es crítico cinematográfico
El cine boliviano tiene una crisis de producción, pero no en cantidad, sino en calidad. La crisis no es técnica, sino que se debe a la falta de formación sistemática y a la falta de apoyo del Estado. Aunque podemos hablar de un cine boliviano, éste no es un emprendimiento nacional. Es resultado de emprendimientos personales, muchas veces destinados al fracaso comercial puesto que no hay garantía de retorno, el público es mínimo; incluso el modo de ver cine cambió.
Hay muchos problemas, pero, pese a todo, hay diamantes que surgen y brillan por sí solos, como Miguel Hilari, Juan Carlos Valdivia, Marcos Loayza y otros, pero ellos surgen de forma solitaria, sin ayuda. Mela Márquez dirige la Cinemateca Boliviana
El panorama es muy alentador. Está surgiendo una nueva generación de realizadores con ganas de contar, ya sea en la ficción o en los documentales, que gracias al avance de la tecnología, pueden llegar a estrenar en salas. Pero es una aventura personal. El Estado no da apoyo a las iniciativas y, por eso nuestro cine es más de corte independiente, es guerrillero. Álvaro Olmos es director
El panorama sigue más o menos igual. Solamente contamos con el auspicio del Programa Ibermedia, no hay una política de Estado. Tampoco no hay una tradición narrativa. Además, el público está, de alguna manera, abandonando al cine nacional. Lo bueno es que, pese a los problemas, siempre surgen nuevos talentos que buscan progresar. Marcos Loayza es director
El cine boliviano fue y es resultado de personas, más que de instituciones. Si bien hubo instituciones que jugaron un rol importante en su desarrollo, también funcionaron por esfuerzos individuales antes que colectivos.
Hoy se produce más que nunca, pero no hay ninguna política de Estado real que fomente el cine como arte, como industria. La miopía de las autoridades hace que vean el cine como ven otras manifestaciones: circo y carga financiera.
La falta de políticas reales, la inexistencia de una nueva ley, complejos cinematográficos y públicos interesados en algo que no sea Hollywood hacen que nuestro cine siempre sea algo inconcluso. A pesar de esto, hay un cine boliviano que se piensa, se critica, se hace y se escribe, que es reconocido internacionalmente, pero que no responde a los cánones establecidos de lo que el Estado, el Gobierno, el público y un sector de cineastas y artistas entiende por cine, por cultura, por arte. Marcelo Cordero, de la distribuidora Yaneramai
Años atrás, el estreno de una película boliviana era gran noticia. Ni qué se diga cuando se ganaban premios internacionales. Hoy se hacen más y más producciones y no todas deberían llamarse “películas” o “cine”. Pero están en la pantalla grande, mientras en la esquina del Facebook los cineastas nos quejamos por falta de espacio. Los programadores temen a la crítica si no les dan espacio en la cartelera, le abren las puertas a algunos videos caseros por los cuales se cobra y hablan en nombre del cine boliviano. El público se enoja, se siente estafado y luego ponen en la “misma bolsa” a todo el cine nacional y cuando llegan producciones de mayor calidad no le dan oportunidad: en los últimos años hemos visto ‘inmerecidas’ salas vacías para Yvy Maraey, Norte estrecho, Adan & Eva Newton, Carga sellada y otras. Ninguna recupera su costo y dependen de la remota posibilidad de ventas en el exterior. Han pasado casi 10 años desde ¿Quién mató a la llamita blanca? que vendió más de 130.000 entradas. Hoy, con suerte, un estreno llega a 15.000, a pesar de que hay muchas más pantallas y público. Es consecuencia de factores como los cambios tecnológicos y hábitos de consumo, pero especialmente la falta de valoración al cine por parte del Estado, reflejado principalmente en seguir postergando la promulgación de la ley ya que no se tiene fondos ni políticas de fomento para que se haga más y mejor cine en Bolivia. El Estado y el propio público desconoce que el cine, además de una actividad artística, es económica y social. Solo los “piratas” sacan beneficio y de manera efímera. Gerardo Guerra Velasco es productor y distribuidor
Al no tener formas de acceder a un fondo público, los cineastas encontraron en la creatividad una respuesta, una característica en toda la historia del cine boliviano. Se hace necesario buscar nuevas formas y modelos de producciones que le permitan materializar proyectos ante un sistema que no comprende que la necesidad de que la transformación social parte por la identidad, que construimos a través de las pantallas y que nos obliga a hacer el cine que podemos y no precisamente el que quisiéramos.
El ámbito está lleno de talentos, aunque de esa gran cantidad de ideas y proyectos pocos llegan al final. Sumado a esto está la ausencia de públicos. Las condiciones son prohibitivas, además de patentes controladas por las transnacionales que dominan los circuitos digitales ($us 600 por exhibición sin importar el monto de recaudación), aspectos que la obsoleta normativa no puede controlar.
Las recaudaciones de las películas presentan cifras críticas que agudizan aún más el panorama. Esta falta de condiciones imposibilita acceder a nuevos mercados. Pese a ello, el ímpetu de las nuevas generaciones ha logrado nuevas presencias en el exterior. Y nuestros realizadores siguen con el mismo espíritu.
Se hace imperante una nueva Ley del Cine. También debemos obligarnos al compromiso de concebir y plantear ideas cinematográficas de calidad. Y es importante que los autores sepamos enriquecer nuestros proyectos, aprovechando en los mejores términos los espacios de gestión y formación como el Bolivia Lab., Fenavid, Tidoc, Festival Ayni y el Festival Radical, entre otros. Viviana Saavedra del Castillo, gestora
En casi todos los países del mundo existen instancias estatales creadas para organizar, gestionar y promover la creación audiovisual y el fomento de la industria cinematográfica. En Bolivia está el Consejo Nacional de Cine (Conacine), una institución autárquica, que puede y debe vivir de los recursos que genera y lo hace, pero solo genera para sus gastos administrativos.
Conacine, que depende de un directorio, cuyo presidente es el Ministro de Culturas, conoce poco o nada del único fondo al que Bolivia accede, no toca pito en los premios Abaroa, y con suerte comparte concursos, festivales y demás en Facebook. No tiene comitiva alguna de representación, no asiste a los festivales internacionales, ni nacionales ni siquiera a las actividades locales. No conoce las escuelas de cine del país, menos los procesos emprendidos para la certificación de la formación artística, se limita a firmar certificados.
El director de Conacine fue nombrado de manera interina hace más de tres años, es servidor público, abogado del Ministerio de Culturas; cumple una doble función. Nunca está en el Conacine: primero debe cumplir con sus obligaciones en el ministerio, y no conoce al sector.
Por eso se planteó en el anteproyecto de Ley del Cine la creación del Instituto de Cine que reemplace al consejo y que, en forma compartida entre Estado y sociedad civil, proponga políticas públicas adecuadas. Tras el congreso de cine y audiovisual boliviano en 2014, hubo como cinco versiones modificadas del proyecto de ley. Con el cambio de ministro hemos vuelto a punto cero. En abril de 2015 hemos sostenido la última reunión con Marko Machicao con la promesa de una nueva reunión que se ha postergado infinidad de veces. No hay voluntad política para aprobar ésta ni ninguna Ley de Cultura. La mentada “evolución cultural” es solo un lindo eslogan. Victoria Guerrero es productora