Globalización y desigualdad
El verdadero reto es mitigar los efectos más negativos de la globalización sin caer en políticas de aislamiento
La caída del muro de Berlín en 1989 da inicio simbólico a la fase más intensa de la globalización. Desde entonces, las interdependencias económicas, sociales, culturales, políticas y tecnológicas han ido en aumento. El exbloque soviético, China e India se han integrado progresivamente a la economía mundial con el consiguiente y vertiginoso incremento de la oferta de mano de obra de bajo costo. Casi al mismo tiempo, en 1980, se inició una nueva revolución, esta vez no industrial, pero sí tecnológica. Pero ¿a quién han beneficiado estos cambios sistémicos y quiénes, en cambio, se han visto perjudicados?
Entre los ganadores están, sin duda, las clases medias de países emergentes como China, India, Tailandia, Vietnam e Indonesia, cuyo ingreso per cápita se ha duplicado entre finales de 1980 y 2008. Aunque en términos absolutos éstos tienen aún un ingreso bastante inferior al de las clases medias occidentales, su nivel de vida ha mejorado notablemente en el lapso de una sola generación.
El segundo segmento “ganador” es el de los súper ricos (el 1% más rico del planeta, en gran parte conformado por ciudadanos de países industrializados), cuyo ingreso ha aumentado en un 65% durante el mismo periodo.
Entre los perdedores, en cambio, están las clases medias bajas de los países occidentales, que han visto estancarse o empeorar sus condiciones económicas y las de sus hijos, convertidos con frecuencia en víctimas del desempleo o subempleo.
Dos elementos importantes emergen de este análisis. Ante todo, la globalización ha contribuido de manera determinante a reducir la brecha económica entre países ricos y pobres. Éste es un aspecto positivo. La desigualdad global entre países se ha reducido notablemente, luego de haber ido en aumento por casi 200 años, entre 1800 y 1980.
La difusión de la tecnología y la apertura de los mercados del norte a los países del sur del mundo ha favorecido al crecimiento económico de estos últimos. Los sectores intensivos en mano de obra se han transferido allí donde ésta cuesta menos. Así también, las actividades más especializadas como el desarrollo de programas de software y las prácticas de contabilidad se han trasladado a los países emergentes, gracias al progreso en la tecnología de la comunicación y de la información. Estos cambios han arrancado a millones de personas de la pobreza y han reducido la separación entre el mundo occidental y los países en vías de desarrollo.
Sin embargo, al mismo tiempo, la globalización ha acentuado la desigualdad al interior de los países industrializados, donde, después de 1980, ha comenzado a crecer inexorablemente. Las clases medias bajas de los países ricos (los perdedores de la globalización, como hemos visto) han sufrido una competencia despiadada de aquellas de los países emergentes, donde el costo de la mano de obra es considerablemente inferior.
Las economías avanzadas, mientras tanto, se han especializado en productos de alta intensidad de capital, que requieren de personal altamente calificado. Esto no ha hecho más que acrecentar los rendimientos de los propietarios del capital y de aquellos que tienen un elevado nivel de instrucción y de especialización; vulnerando aún más a los trabajadores no especializados, aumentando las diferencias entre las clases sociales y alimentando el malestar y el voto protesta.
La ironía es que han sido justamente las clases medias occidentales las que apoyaron, por lo menos en el mundo anglosajón, a las políticas económicas de apertura de los mercados y de desregularización promovidas en su tiempo por Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos. Y es plausible suponer que sean justamente los perdedores de la globalización de hoy, al menos en parte, los promotores del brexit y los que apoyan a Trump.
Para concluir, considero que el verdadero reto es mitigar los efectos más negativos de la globalización, sin caer en políticas de aislamiento. La historia, como siempre, enseña. En 1400, China era la nación más poderosa de nuestro planeta, pero perdió este lugar cuando su emperador, temiendo una invasión mongol, decidió construir la gran muralla, expulsó a los extranjeros y retiró a la flota que estaba explorando los océanos, dando un golpe mortal al floreciente comercio internacional que había contribuido de forma determinante a enriquecer a esta nación y a sus ciudadanos.
(El texto refleja la opinión personal del autor y no es atribuible al Banco Mundial, ni a los países que lo constituyen o a los ejecutivos que los representan).
Es representante del Banco Mundial en Bolivia.