50 años de redescubierto de ‘amar el amor’
El movimiento de mayo del 68 modificó abruptamente las relaciones de la política con la sociedad y la cultura.
Era mayo de 1968 y en París, primero, y luego en una treintena de ciudades, los jóvenes descubrían “amar el amor”. Mientras, en Latinoamérica lo íbamos descubriendo de a poco y asaz prejuiciosamente en medio de la dicotomía entre blanco y negro de una Guerra Fría que acá era mucho más caliente.
Debo agradecer a mi querida amiga Susana Seleme Antelo y a su crónica Los imperdibles años 60 el que volviera a vivirlos. Cinco décadas atrás, chiquillos de 14 años compartíamos en los recesos del instituto las escasas noticias que nos llegaban de algo que no entendíamos, pero nos entusiasmaba: una tercera vía, no violenta y lejana de los “ismos” acostumbrados, de la que nuestros contemporáneos, un poco lejanos, nos abrían los ojos.
Y el 1968 nos dio mucho para abrirlos. Poco antes, el 4 de abril, en Estados Unidos fue asesinado Martin Luther King Jr., Premio Nobel de la Paz, líder en la defensa de los derechos civiles y uno de los apóstoles de la no violencia en el siglo XX junto con Mahatma Mohandas Karamchand Gandhi y Nelson Rolihlahla Mandela; y poco después, el 6 de junio Robert F. Kennedy fue asesinado, también en EEUU. Pero mayo fue mucho más que primavera: del 2 al 10 de mayo (paradoja, el 5 se cumplían los 150 años del nacimiento de Karl Marx), bajo el lema “La imaginación al poder” se iniciaba en París y se extendía por toda Francia y el mundo un movimiento de estudiantes, trabajadores y minorías, unidos con protestas contra la autoridad y los prejuicios sociopolíticos, que se continuó en la experiencia de un socialismo menos dogmático y libre como fue la corta experiencia (15 de mayo al 20 de agosto) de la Primavera de Praga, movimiento que los jerarcas del Pacto de Varsovia destruyeron con tanques, sin darse cuenta que con ello acababan también con su última opción de sobrevivir.
¿Valió la utopía? Tras mayo del 68 no se cambió el orden global, porque entonces no se intentó cambiar al Estado, a la política o la economía (más allá del breve episodio checoslovaco). “Falencia” de la que siempre le acusaron los marxistas; mientras que desde posiciones conservadoras lo estigmatizaron de ser “el fin de toda utopía revolucionaria” y de haber reforzado a la sociedad de consumo posmoderna.
Sin embargo, modificó abruptamente las relaciones de la política con la sociedad y la cultura: fue un vendaval desacralizador, democratizador, liberador y libertario que, con las consignas de “la imaginación al poder” y “prohibido prohibir”, se negó a “cambiar el mundo a través de la toma del poder, porque impugna al poder en sí mismo, así como la vida gris y opaca que ofrece el capitalismo” (Lucía Álvarez, Mayo del 68, ¿el fin de la utopía revolucionaria?). A lo que agrego yo: también impugnó el conservadurismo inmovilista que éste exhibía, compartido con el entonces aparentemente pujante comunismo del este. A su vez, André Glucksmann la describió como “la revolución inencontrable” (Los maestros pensadores, 1977) .
Fue el primer movimiento global seguido en tiempo real en una época sin internet ni redes, a pesar de Jean-Paul Sartre, “una revolución de la revolución” contra el autoritarismo y los imperialismos, que en un momento histórico unió a estudiantes y obreros integrados en una visión nueva del mundo, utópica y anárquica (más que anarquista) con el hombre y su libertad plena en su centro porque, como 40 años después describiera su líder, Daniel Cohn-Bendit (Dany el Rojo), “Contrariamente a los revolucionarios que quieren el poder político, la rebelión de 1968 quería el poder de su propia vida” (Forget 68, 2008).