ANT-MAN Y LA AVISPA
La nueva entrega de la maquinaria de Marvel recurre a los lugares comunes y a los errores que se hacen notorios en cada filme.
Frente al teclado, de pronto uno se ve asaltado por la duda: ¿no será que al igual que como las reincidencias sin término de la pandemia de las franquicias muestran cada vez menos argumentos, algo parecido ocurre desde este otro lado sintiendo que el repertorio argumental para lidiar con los sucesivos esperpentos va quedando asimismo exhausto, orillando por ende el despeñadero de la repetición ad infinitum?
Pero en fin, ya que uno se metió de nuevo en la aventura de primero sobrellevar lo mejor que se pueda las casi dos horas de un asunto que daba con suerte para un corto de 30 minutos y luego procurar decir algo al respecto, no queda otra sino echar pa’lante.
De facto, escuchando a algunos colegas de otras latitudes, se denota su esfuerzo por encontrarle alguna vuelta al asunto, con tan flaco resultado como el de la película misma. Hay por ejemplo quien cree que el humor y el ingenio se sobreponen con ventaja a las tentaciones recurrentes de la inflación de pretensiones y correteos para conseguir un pasable entretenimiento. Tengo mis dudas y paso a explicarme.
Por lo visto a Marvel Comics, trasmutada en Marvel Studios, los humos de las suculentas recaudaciones obtenidas en varios de sus lanzamientos y de algún que otro acierto cinematográfico puntual en algunos de ellos, se les han subido de tal manera a la cabeza que en la precipitación por seguir engordando los balances están dispuestos a perseverar en la fabricación de títulos a ritmo de producción de salchichas.
En cierto sentido el género de las películas de superhéroes convoca a la memoria las seriales que supieron instalarse en el imaginario de los espectadores durante la primera mitad del siglo pasado, aposentándose en las pantallas especialmente para ocupar las ya desaparecidas funciones de matinal, cuando al final de cada sesión aparecía la leyenda “continuará” —en el presente modernizada en el modo de los cliffhangers, anglicismo popularizado para nombrar los anticipos poscréditos de lo por venir en la siguiente entrega—, enganchando —fidelizando se diría hoy— al público para la siguiente proyección mediante la estrategia circular de rizar el rizo. Pero aquella modalidad marketinera entrañaba al menos el esfuerzo de director y guionista(s) por redondear cada relato al punto de llevar un paso adelante la trama, sembrando la incógnita a ser develada en el próximo episodio. Dicho de otro modo, también en esta materia todo vuelve, empeorado por lo general.
El Hombre Hormiga (2015) la precuela de esta reaparición del personaje enfundado en un traje acondicionado para indistintamente miniaturizarlo o agigantarlo también estuvo al mando de Peyton Reed, realizador de trayectoria previa, sin mayor destaque, en la comedia, de la cual absorbió las virtudes de la ironía, tono del que en dosis homeopática mínimo sigue echando mano muy de tanto, a fin de morigerar algo la impostación en sus emprendimientos ahora que se halla obligado a jugar con las reglas de la peste en boga.
Condenado a arresto domiciliario por las chambonadas cometidas en Sokovia, aquella ciudad de Ultrón hecha añicos, según hacía saber Los Vengadores, la Era de Ultrón (2015), con tenues referencias asimismo a Capitán América, Civil War (2016) secuela de aquella, Scott Lang languidece rumiando la ocasión del desquite entretanto administra su empresa. La oportunidad aflora al ser secuestrado por Hank y Hope, dos fugados de la justicia que a su vez están ansiosos por reconectarse con la esposa de él y madre de ella, desaparecida aquella desde hace 30 años en el vacío cuántico molecular. Hank supone haber dado con un aparato que posibilitará el rescate, pero éste es hurtado por otro personaje dotado de la facultad para desvanecerse. Le toca pues al Hombre Hormiga emprender la hazaña de recuperar el dispositivo.
Media decena de guionistas, dan cuenta los créditos, fueron convocados a exprimir sus seseras para acomodar de alguna forma esta pieza en algún sitio de la manía autorreferencial propia de la plaga de las historietas trasvasadas al cine. No obstante el resultado es famélico para tanta neurona coaligada. El repertorio dramático se amolda al catálogo de estereotipos socorridos por la corriente: poderosos adminículos digitales en disputa entre villanos extremos y héroes de insaciable vocación épica, pretextando colisiones y trajines al por mayor, entretanto alrededor de los justicieros de turno pulula una galería de tipos más o menos graciosos a cargo de poner algo de pimienta, a guisa de respiro, entre un combate y el siguiente, mientras otras pausas se abocan a la puesta en imagen de un romance descafeinado, no vaya a ser que algún censor tenga la ocurrencia de calificar la película para mayores de 14 años restando algunos millones a la recaudación.
De las pocas sorpresas advertibles la mayor es la presencia de Michelle Pfeiffer, Michael Douglas y Laurence Fishburne, la primera groseramente desaprovechada, en roles hasta cierto punto secundarios, lo cual permite sospechar que su inclusión en el reparto no es otra cosa que una estrategia adicional de mercadeo para no dejar cabo suelto en materia de recursos orientados a blindar contra cualquier avatar el futuro recuento de los ingresos de taquilla. Aun cuando con cierta benevolencia pudiera estimarse que esas presencias concuerdan con cierto retintín de nostalgia por ingredientes del cine de los 80 rozados entremedio de la agitación del asunto. Identificarlos es una manera de distraerse en largos tramos prescindibles del relato cuando el director daría la impresión de haber olvidado la brújula.
Buena parte del metraje está destinado a narrar las persecuciones que les permiten al protagonista y su superflua compañera de andanzas recuperar la prenda perdida y el laboratorio donde se fabricó, reducido al tamaño de una valija portátil, para volverlo a extraviar enseguida, y así una y otra vez, hasta tornar por demás previsible el curso de los acontecimientos puestos en pantalla con un despliegue visual tampoco muy novedoso que se diga.
Reed consigue empero, a duras penas es cierto, —el humor, se dijo, ayuda un tanto—, evitar desbarrancarse en el deplorable (bajo) nivel de varios de los tropezones de Marvel —aquí hay alguno mayúsculo como la escena en el colegio, puro relleno sin sentido—, aun cuando en ningún momento El Hombre Hormiga y la Avispa revela esfuerzo alguno para sobreponerse a la medianía repetitiva que es el rasgo prevaleciente con cada vez mayor acento mientras los eslabones de las sagas entremezcladas se multiplican sin pausa pero con prisa.
Ficha técnica
Título Original: Ant-Man And The Wasp
– Dirección: Peyton Reed
– Guion: Chris McKenna, Erik Sommers,
Paul Rudd, Andrew Barrer, Gabriel Ferrari
– Fotografía: Dante Spinotti
– Montaje: Dan Lebental, Craig Wood
– Diseño: Shepherd Frankel
– Arte: Rachel Block, Michael E. Goldman,
Kiel Gookin, Calla Klessig
– Música: Christophe Beck
– Efectos: Jan Beran, Matt Dengel,
Allison Gainza, Keith Haynes, Brian Adler
– Producción: Victoria Alonso, Mitchell Bell,
Stephen Broussard, Louis D’Esposito, Kevin Feige
– Intérpretes: Paul Rudd, Evangeline Lilly, Michael Peña,
Michelle Pfeiffer, Laurence Fishburne, Michael Douglas,
Walton Goggins, Bobby Cannavale, Judy Greer,
David Dastmalchian, Hannah John-Kamen – EEUU/2018