Campañas electorales
Es, pues previsible una campaña encarnizada y cada vez más lejos de los límites éticos y morales que se nombran en los discursos que prometen un renovado comportamiento si se obtiene el favor del voto popular.
Desde ayer y hasta el 14 de octubre, las alianzas y partidos políticos están autorizados a ejecutar actos públicos de campaña para la difusión de su propaganda electoral; se inicia la temporada más intensa de la pugna entre los frentes que compiten por la Presidencia, y es fácil imaginar que a la luz de la experiencia de hace un año esta vez habrá aún menos voluntad de limitar los excesos.
En los hechos la campaña empezó hace semanas, cuando los principales candidatos en competencia comenzaron a emitir por cuenta propia o ajena todo tipo de mensajes cuya tónica fue menos proselitista que derogatoria de los oponentes. La Presidenta interina ha estado entre las primeras en usar, igual o más que sus antecesores, no solo el aparato comunicacional del Estado para favorecer su candidatura, sino también afilados dardos verbales contra el candidato de Comunidad Ciudadana (CC), con quien, aparentemente, compite por el segundo lugar en la preferencia electoral.
Irónicamente, aunque ya hace un siglo que las ciencias sociales demostraron que una de las estrategias menos eficaces para mermar el apoyo de una persona es hablar mal de ella a sus bases y los grupos que la sostienen, este año todo apunta a que los diferentes discursos se preocuparán más de los vicios y defectos (que son muchos) de las y los candidatos, que de verdaderas propuestas de solución a los problemas, reales o imaginados, del electorado.
Sendas caravanas organizadas ayer en Santa Cruz de la Sierra por el MAS, CC, Juntos y Creemos fueron también indicador de una tendencia que seguro se mantendrá por lo menos hasta el 18 de octubre: poco o ningún respeto a las medidas de bioseguridad para prevenir el contagio de COVID-19 que hasta ahora se habían estado observando en las diferentes ciudades. La euforia típica de la campaña parece ser incompatible con barbijos y distanciamiento social.
De manera paralela, un poco como aprendizaje acumulado de los últimos tiempos y mucho como producto de la “nueva normalidad” dictada por la pandemia, la fecha de ayer también ha servido como lanzamiento de las campañas en medios digitales, y es fácil de imaginar que se viene una tormenta de noticias falsas, imágenes trucadas y distorsionadas y cuanto artilugio sirva para sembrar la confusión, la incertidumbre y, sobre todo, el desprecio y el rencor hacia quien porte ideas diferentes a las propias.
Es, pues previsible una campaña encarnizada y cada vez más lejos de los límites éticos y morales que se nombran en los discursos que prometen un renovado comportamiento si se obtiene el favor del voto popular; de alguna manera, los políticos han caído en el mito que sostiene que importa menos si es verdad o mentira lo que se dice y más el modo que se dice. Es posible que tal cosa funcione en el corto plazo, pero en el mediano y largo plazos terminan por erosionar la imagen y la credibilidad de los líderes.