El voto latino en el norte
Los latinos habilitados para votar en EEUU son el 13,3% del padrón electoral
Las elecciones de noviembre están fuertemente marcadas por los efectos de la pandemia de COVID-19. Según un informe del Urban Institute, la comunidad latina se ha visto particularmente afectada por los despidos, debido a que se desempeñan en gran medida en tareas que no pueden llevarse adelante desde el hogar. Se destaca el hecho de que la población latina está desproporcionadamente empleada en las industrias gastronómicas y del entretenimiento. Pero más allá de las formas en que la pandemia pueda afectar al voto latino, hay cuatro temas destacables en los años del gobierno de Trump que han puesto a los latinos en el centro de la escena y que, teniendo en cuenta los estados que afecta, podrían determinar un importante peso específico en esta elección: la construcción del muro en la frontera con México, el impacto del huracán María, la problemática en torno a los centros de detención de inmigrantes en la frontera y la relación del gobierno de Trump con el régimen venezolano.
Si bien el muro no encuentra quién lo pague, aquello que se convirtió en un grito de batalla en 2016, continúa en la agenda electoral, aunque reduciéndose en tamaño. Mientras Biden promete detener la lenta y costosa expansión, que ya pasó de un muro de concreto a algo más modesto, pero igualmente caro, Trump continúa insistiendo en el proyecto y le agrega beneficios: en julio pasado destacó la capacidad del muro de detener el coronavirus. A pesar del absurdo, no hay que desmerecer los efectos electorales de esta estrategia. Según una encuesta de Univisión en 2019, el muro tenía un apoyo de un tercio de los hispanos (en su mayoría mexicano-americanos), cinco puntos por encima del apoyo con el que contó el presidente electo en 2016. Es aquí donde se produce un juego entre recién llegados, primera generación y segunda generación de inmigrantes, derechos que ya se consideran adquiridos y temor a perderlos por la presencia de competencia en el ámbito laboral y social.
En segundo lugar, en septiembre se cumple el tercer aniversario del impacto del huracán María en Puerto Rico. Los números de la tragedia se prestan para muchos análisis. Las muertes alcanzaron a unas 3.000 personas, se calculan 91.000 millones de dólares en daños, varios meses sin energía eléctrica para gran parte de la isla y una importante precarización de la vivienda que afecta a los puertorriqueños aún hoy. En el contexto electoral se destacan las importantes migraciones al continente, con una buena parte de las 130.000 personas que dejaron la isla estableciéndose en Florida. Si el estado ya lleva años en la lista de swing states, este flujo podría dar una buena base para contrarrestar a las comunidades latinas más conservadoras. Esto no ha escapado a Trump, que recientemente ha prometido un paquete de reconstrucción por 13.000 millones de dólares para la isla, tratando de mejorar su imagen tras su postura de 2017. Imágenes del Presidente arrojando paquetes de papel higiénico a una multitud o mencionando intercambiar Puerto Rico por Groenlandia, todavía están frescas en la mente de quienes pueden dar vuelta un Estado que favoreció a los republicanos en 2016. Vale la pena recordar que los puertorriqueños son ciudadanos de Estados Unidos con todos los derechos que esto implica, pero si residen en la isla no pueden votar a presidente. Solo pueden hacerlo si viven en otro Estado.
El tercero de los puntos, y que generó un muy fuerte impacto en las elecciones de medio término, fue la separación de padres e hijos en los centros de detención en la frontera. Estos casos puntuales llevaron a primera plana una política compleja y de largo aliento que el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) implementa desde su creación en 2003.
Pero ahora no solo se exhibió claramente la situación de quienes son detenidos intentando cruzar la frontera, sino que se mostraron los extremos a los que ha llevado la política de tolerancia cero asumida desde abril de 2018. Esto se sumó a la rescisión, pocos meses antes, de la política migratoria conocida como DACA, que beneficiaba a inmigrantes indocumentados llegados en su infancia. El fin de esta estrategia supuso la aplicación de un conjunto de medidas migratorias más duras y restrictivas. Este giro afecta particularmente a la comunidad latina y hace foco en la situación de la frontera del Sur, que tiene estados como Arizona y Texas, cuyo voto podría resultar clave en esta elección presidencial. Los abusos en los centros de detención muchas veces son vistos como consecuencia de la falta de una política firme, o sólida como un muro, con los que intentan ingresar ilegalmente al país.
Por último, el protagonismo de Venezuela en las elecciones se explica fuertemente por lo que pueda suceder en Florida, donde no solo están en disputa los votos puertorriqueños, sino que también el tradicional bloque conservador cubano-estadounidense y al que ahora se suman los residentes de origen venezolano que en el estado componen un bloque de 50.000 potenciales votantes (un bloque nada despreciable cuando el Estado se definió por 100.000 hace 4 años). Las acusaciones de Trump a los demócratas de querer transformar al país al socialismo y el emparentamiento de Biden con el régimen de Maduro por parte del Presidente, se han vuelto moneda corriente en la campaña.
Más allá de estos cuatro puntos, según las encuestas Trump se encuentra hoy en un nivel de apoyo entre los latinos por encima de sus números en la elección pasada. Una encuesta de la Universidad de Quinnipiac le otorga el 36%, lejos del 44% de Bush en 2004, pero el mayor desde entonces. Esta se ha convertido en una señal de alerta para los demócratas que, por descuidar el apoyo de un grupo que históricamente había sido propio, vieron cómo se les escapaba la última elección presidencial con estados del “cinturón del óxido” (históricamente fuertes en industria manufacturera y empleados industriales) pintándose de rojo republicano. Hoy los estados claves son una combinación del “cinturón del óxido” y el sur con fuerte presencia latina.
En esta elección presidencial, el voto latino puede dar el paso adelante y ocupar firmemente el lugar que las estadísticas demográficas le dan dentro de Estados Unidos. La prensa tiene un relato común que posiciona al voto latino como hacedor del próximo presidente. Orillando el 20% de la población, sus características cruzadas por múltiples orígenes y costumbres, no lo hacen un grupo monolítico, pero eso también le da diversidad y, a su vez, relevancia. Al final del día, la capacidad de movilización de un electorado que aún no ha transferido su fuerza potencial a las urnas tendrá la última palabra. En caso de lograrlo, se subirá al escenario influyendo definitivamente en la política nacional. De lo contrario, se mantendrá como promesa al menos cuatro años más.
(*) Fragmento, tomado de Nueva Sociedadde septiembre 2020.
(**) Santiago Rodríguez Rey es politólogo, argentino (*)