Icono del sitio La Razón

Un país DESQUICIADO

Han desconfigurado el país. Desconfigurado significa que los factores cardinales que determinan el orden, la estabilidad y la convivencia social en el Estado se han desordenado profundamente hasta permanecer en una situación de descontrol. Elementos raciales, identitarios, culturales, dialógicos, institucionales, sociales y, esencialmente constitucionales, se han desconectado de la normalidad Estado-sociedad-gobierno. La desconfiguración estatal es una secuela lógica de algo. En el caso de Bolivia, es el corolario de quien expropia la presidencia para desplazar y atender sus ansiedades políticas, es una captura del poder que sojuzga y no construye.

En política se llega al control del gobierno por dos travesías líneas: la institucional eleccionaria que señala siempre el ordenamiento mayor e interno de los países y la vía forzada, colindante a estados de fuerza que trastocan el precepto constitucional. Cuando se asalta el poder, tanto la legalidad como la legitimidad de los nuevos gobernantes queda en entredicho de forma indeleble. Los esfuerzos retóricos y las modernas estrategias de construcción de imagen no retiran de escena aquello que en el imaginario social se instala asociativamente a un hecho de ruptura de la estabilidad democrática. Es previsible en ese escenario, cuando el ciclo impiadoso de la venganza no logra consumarse y agotada ya la fuerza de la represión, ver como la falsedad gobernante se desquicia en forma acelerada. Si a esta situación se incluye impericia y ausencia de capacidades por desconocimiento de las lógicas de incidencia sociales, el resultado es un desgobierno con retirada anunciada.

Shakespeare por medio de su persistente Hamlet nos expresó unas palabras: “el tiempo está fuera de quicio”. En un tiempo desquiciado, “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…” decían Marx y Engels. Sobre esta fórmula, Jacques Derrida documentó su obra «Espectros de Marx». Los espectros —y acá su valía— no son solamente aquellos que retornan de un ya recorrido pasado, sino de algo que está por llegar. Los espectros son reapariciones de lo acaecido, pero también algo que prorrumpe a ser y concretarse. Los espectros del autoritarismo antidemocrático y segregador insinúan hoy reinstalarse en nuestro espacio nacional. En tiempos de odio incontrolado, no es uno solo, sino varios: injusticias, derechos perdidos, violentar al otro, dañar, detener. El espectro es la incivilidad política que pensamos ya suprimida.

¿Tiene la política todavía algún sentido? se preguntaba Hannah Arendt en los años 70. Una interpelación que abandonaba la simplicidad y rechazaba la respuesta sencilla para centrarse en el daño que había producido la política, los hechos desgarradores y angustiantes de los que era responsable y los que amenazaba aún desencadenar. Ante el emplazamiento entonces, la mirada y la voz que habla y que refiere al sentido mayor de la política: la libertad.

En este Estado desquiciado, desconfigurado en cada ángulo, la sensación de que la política nos está matando se convierte en una aporía real. La insolvencia para desprendernos del odio racial, debería llevarnos a algo más que leer los periódicos del día buscando ver reflejadas nuestras satisfacciones de desprecio al otro, siempre disfrazadas de cobertura noticiosa, y preguntarnos, si este sin sentido construido por la obsesión de juzgar y castigar, de arrogarse el derecho de encontrar culpables, de marginar y de definir quiénes son dignos de ser aceptados en esta sociedad, es algo que nos hace mejores. Madison aseguraba que en las sociedades se trata de convivencia de hombres y no de ángeles, y para ello, evitar la destrucción de unos con otros solo es posible mediante un Estado centrado en la libertad e igualdad de sus ciudadanos y organizado de forma institucional.

Bolivia, julio de 2020, gobierna un grupo desquiciado que piensa que imponer es mejor que elegir democráticamente.

*Jorge Richter es politólogo.