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Friday 26 Apr 2024 | Actualizado a 02:36 AM

Vargas Llosa vs García Márquez

/ 24 de junio de 2023 / 07:59

El presentador de televisión Jaime Bayly entregó recientemente su novela Los genios, publicada y difundida por Galaxia Gutenberg de Barcelona en modesto formato de 238 páginas, que circula profusamente en España, Estados Unidos y Latinoamérica, con marcado éxito editorial.

Se trata del documental novelado o de la novela documentada acerca de la amistad primero y el odio visceral después surgido entre dos premios Nobel, príncipes de las letras hispanoamericanas que el autor eleva a la categoría de genios.

Desde que los laureados se conocieron en Caracas en 1967 cultivaron una entrañable amistad, compadrería y complicidad familiar, hasta que 10 años más tarde, en febrero de 1976, Mario Vargas Llosa le propinó feroz trompada a Gabriel García Márquez en un teatro de la ciudad de México, derribándolo al suelo con un ojo morado y la nariz rota, al tiempo que le gritaba: “Esto por lo que le hiciste a Patricia”.

Patricia

Hasta aquí, la narrativa oficial que sirve a Bayly para dar rienda suelta a su imaginación, usando su atildada pluma para edificar aquel enjambre de situaciones reales algunas y fantasiosas las más, acerca de las ocultas razones que indujeron al Nobel peruano a protagonizar ese pugilato nada académico.

Bayly mantiene latente la trama para conservar el secreto hasta las últimas páginas de su obra que entretanto le permite dar cabida a autores del boom latinoamericano como Julio Cortázar, Carlos Fuentes y otros de la liga menor como Julio Ramón Rivero, Jorge Edwards y Alfredo Bryce Echenique, con quienes la vinculación afectiva de los genios es de solidaridad irreprochable.

También ofrece espacio con algún y otro motivo a Octavio Paz, Pablo Neruda y Álvaro Mutis.

Sorprende el fatigante acopio de precisiones geográficas, toponímicas y cronológicas para apoyar sus lucubraciones que muestran minuciosa investigación de los hechos que describe.

También incluye detalles sobre la dinámica agente de los genios, la catalana Carmen Balcells, y de los emolumentos con que paga los libros que le confían esos geniales prosistas, quienes evolucionan desde la pobreza franciscana hasta la categoría de millonarios, o como se autocalificaba García Márquez de ser “un pobre con plata”.

Entre Vargas Llosa y García Márquez

Tan prolija es la recopilación de aquellos derechos de autor que parece la memoria contable de un inspector de impuestos. La mayor parte de los relatos se concentran en Vargas Llosa y sus lujuriantes arremetidas matrimoniales, primero con su tía Julia y luego con su prima hermana Patricia, a quien abandona cargada de sus tres hijos para enredarse con la modelo limeña Susana Díez Canseco, frescamente conocida en el barco de retorno al Perú.

Pero bastan unos meses para que Vargas Llosa aspire contrito retornar a los brazos de Patricia. Entretanto el ligamen de la pareja con García Márquez y su esposa Mercedes crece en intimidad y es ahí donde empieza a desenvolverse el ovillo de la trama, porque estando en instancias de divorcio Gabriel estimula ese quiebre y acepta complacido los avances de Patricia, con quien medio borracha ocupan una habitación en el hotel próximo al aeropuerto de Barcelona.

Ahí surge el dilema shakesperiano en Gabriel: consumir el acoplamiento sexual o mantener la lealtad hacia su compadre Vargas Llosa. En esas líneas Bayly quiere dejar la duda en el lector, sin embargo, es inútil pensar que Patricia se exhiba desnuda sin provocar en el autor colombiano ni siquiera un coitus ad portas.

Vargas Llosa había perdonado a Patricia su fugaz amasiato con su mejor amigo, pero cuando ésta le declara que Gabriel era un amante exquisito, su orgullo herido fue suficiente combustible para que presa de incontenible odio, agrediera a García Márquez con esa contundente explicación: “Esto es por lo que hiciste a Patricia”.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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El asilo cuestionado

Carlos Antonio Carrasco

/ 13 de abril de 2024 / 06:58

La violenta irrupción policial ecuatoriana a la embajada mexicana en Quito, cometida el 5 de abril, para atrapar al exvicepresidente Jorge Glas escondido allí, ha provocado la ruptura de relaciones entre esos países y la reacción universal de condena al irrespeto a las convenciones y los tratados internacionales sobre la inmunidad territorial de las sedes diplomáticas y la potestad de conceder asilo político que goza el Estado acreditado. Esa figura típicamente latinoamericana ha sido hasta hoy sagradamente cumplida tanto por regímenes autocráticos como por gobiernos democráticos, por ello se explica el alboroto suscitado. Un recuento apurado de ejemplos emblemáticos nos trae a la memoria los 63 meses (1948-1954) de encierro que padeció el famoso líder peruano Víctor Raúl Haya de La Torre en la embajada colombiana en Lima, ante la negativa del dictador Manuel Odría de concederle el salvoconducto respectivo. Ni la Corte Internacional de Justicia en La Haya pudo resolver el diferendo, sino un acuerdo entre las partes que permitió el viaje del asilado a Bogotá. Otro caso singular fue la invasión americana (operación Justa Causa) a Panamá (1989) para extraditar al general Manuel Antonio Noriega (alias Cara de piña) de su refugio en la Nunciatura Apostólica, sin observar su condición de jefe de Estado en funciones, aduciendo sus nexos comprobados con el narcotráfico.

Irónicamente, fue en la legación de Ecuador en Londres donde encontró amparo por casi siete años (2012-2018) el australiano Julián Assange, fundador de WikiLeaks, acusado de espionaje por Washington, quien ahora está en manos de la Justicia británica.

Y también ha sido la sede diplomática ecuatoriana en La Habana la que fue intervenida en 1961 y 1981, por la policía castrista para impedir el refugio que buscaban disidentes cubanos.

En Bolivia, a raíz del narcogolpe de García Meza (1981), la presidenta Lydia Gueiler fue albergada en la Nunciatura Apostólica y yo, como su cumplido ministro de Educación y Cultura, encontré asilo en la embajada de Francia, en Obrajes, donde al cabo de tres meses, sin salvoconducto, tuve que salir sigilosamente al exilio.

La actual crisis bilateral entre Quito y México, como explica el comunicado oficial, tiene su origen en la incontinencia injerencista del presidente López Obrador, quien logra aquel extraño goce sensual injuriando a sus homólogos de la región. Esta vez, insinuando que Daniel Noboa salió victorioso, en los comicios del 20 de agosto de 2023, aprovechando el asesinato del candidato Fernando Villavicencio, insidia que provocó la declaración de persona no grata de su embajadora. En revancha, México concedió aceleradamente asilo político a Jorge Glas, sin observar que éste fue sentenciado por la Corte Suprema de Justicia por corrupción, a la pena total de 14 años de cárcel. Ante cierto rumor que un avión mexicano estaba listo para exfiltrar al sujeto fuera del país, aventura favorita de AMLO, el gobierno quiteño ordenó esa desafortunada incursión a la embajada.

En resumen, podrían existir dos avenidas para resolver este diferendo. La primera sería designar dos países amigos como mediadores para estudiar soluciones equitativas y la segunda, más escabrosa, que Ecuador devolvería a Jorge Glas al recinto diplomático mexicano, pero no le concedería el requerido salvoconducto, salvo decisión de la justicia local.

El haber acudido a la Corte Internacional de Justicia es retardar una rápida solución por meses o por años (como en el caso de Haya de La Torre) o acudir a las instancias regionales como la OEA o la Celac, es someter el caso al vaivén de las inclinaciones político-ideológicas del vecindario.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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La tercera guerra mundial

/ 30 de marzo de 2024 / 07:16

El reciente atentado horrendamente mortífero perpetrado por elementos del ala afgana (ISIS-K) del Estado Islámico, en el Crocus City Hall moscovita, cambia nuevamente el mosaico geopolítico del mundo, al anotar —otra vez— al terrorismo islamista como enemigo principal tanto de Occidente como del Eje del Este, señal inmediata es la declaratoria de alerta máxima en Francia, Italia y otros.

Ese episodio alimenta la inquietud latente entre los analistas de las principales capitales que ya auguraban hipotéticas situaciones emergentes del estallido de una guerra nuclear. Cuando se da por hecho la posible victoria de Donald J. Trump en las elecciones americanas de noviembre próximo, el New York Times escribe: “El riesgo de un conflicto nuclear va en aumento. Las naciones nucleares incrementan sus arsenales hacia la nueva carrera bélica. Hoy en día, la nueva generación de armamento conlleva impredecibles amenazas”, y bajo ese preámbulo describe las instalaciones subterráneas en Omaha del comando estratégico o StratCom, cuyo personal militar está en alerta 24/24 horas, pendiente de la orden presidencial para activar sus 3.700 misiles disponibles, sea para la defensa o el ataque. En cualquier caso, en cuenta regresiva se dispondría de 30 minutos para adoptar esa fatal decisión bajo la única responsabilidad del presidente en tanto que comandante en jefe. Justamente esa potestad que descansa en un solo hombre, alarma a los analistas, conociendo el temperamento volátil de Trump. Las otras potencias nucleares (China, Rusia, Francia, Reino Unido, Norcorea, India y Pakistán), tienen parecidas disposiciones, siendo la Rusia de Putin (reelecto hasta 2030) la más temible por contar con arsenales iguales en sofisticación a los de Estados Unidos. Siempre simulando hipotéticos escenarios, los países miembros de la Unión Europea están incrementando aceleradamente sus presupuestos de defensa, ante la contundente declaración de Trump de que, en caso de ser electo, no acudiría en defensa de aquellos países que se encuentren en mora en sus contribuciones a la OTAN y que dejaría a Rusia luz verde en sus arremetidas. Francia como potencia nuclear sería —obviamente— objetivo favorito de la ofensiva rusa. Ante esa eventualidad, el presidente Macron sostuvo su firme oposición a la posible victoria de Moscú sobre Kiev. Pero todo podría cambiar si, por ejemplo, Trump declarara su neutralidad ante ese conflicto y abandonaría su ayuda militar y financiera a Ucrania.

La angustia europea es tan grande que el principal tema de debate a las puertas de las elecciones parlamentarias de junio es precisamente la posición a seguir acerca de Ucrania.

Otro foco de tensión son las vidriosas relaciones de Tel Aviv con Washington, razón por la cual tanto Bibi Netanyahu como Vladimir V. Putin esperan ansiosamente el arribo de aquel nuevo inquilino en la Casa Blanca.

En el terreno de las relaciones internacionales, conocida la animadversión de Trump por el multilateralismo, seguramente prescindiría del rol de Naciones Unidas y se acomodaría a la realidad de fresca dicotomía de Occidente con el emergente “Sud-global”, que se va forjando en base del BRICS, donde la bulliciosa Rusia y la silente China pisan fuerte.

En suma, los próximos meses serán el prolegómeno de un nuevo mundo pleno de sorpresas y peligros, incluyendo la eliminación anticipada del candidato Trump.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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El otoño de los patriarcas

Carlos Antonio Carrasco

/ 16 de marzo de 2024 / 14:50

Con el dramático aumento de esperanza de vida, pareciera que la caricatura del patriarca retratada por García Márquez hubiese adquirido la tonalidad de irrefrenable epidemia en todos los confines del mundo, principalmente en los Estados Unidos con la aproximación de los comicios presidenciales en los que dos ancianos se disputan el cargo. Cualquiera que sea el ganador, Donald J. Trump tendría 82 al término de su mandato (2028) y Joseph R. Biden 86, conjetura que está provocando agria polémica en ambos bandos y que ha dado paso a remembranzas etéreas en la historia. En efecto, el legendario Dwight Eisenhower murió a los 78; Franklin Delano Roosevelt a los 63 y el simpático Ronald Reagan a los 93 años, dejando su pasantía en la Casa Blanca a los 79.

El debate se encandila acerca de cuán viejo es ser viejo para ejercer el cargo y en su caso los efectos colaterales que conlleva el peso de los años, citándose como riesgo para la seguridad del Estado, la perdida parcial de la memoria, lo que causa más hilaridad que conmiseración, como los recientes gafes en que incurrió Biden al confundir al presidente de Egipto con el de México o aquellas de Trump que llamó al mandatario húngaro como si fuera de Turquía. Sin embargo, otros casos más allá del Atlántico son mayormente patéticos si recordamos al argelino Abdulaziz Bouteflica, que gobernó desde su silla de ruedas hasta cumplir 82; también el tunecino Habib Bourgiba (84) o el actual mandamás de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas (88); el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang (81), sin contar la lista de octogenarios que se aferran al poder: Sabah al Jaber Sabah (91) en Kuwait; Emmerson Mnangagwa (81) en Zimbabue; Nangolo Mbumba (82) en Namibia; Paul Biya (91) en Camerún; Alaassane Ouattara (82) en Costa de Marfil; Alexander van der Bellen (80) en Austria; Michael D. Higgings (82) en Irlanda; Sergio Matarella (82) en Italia; George Vella (81) en Malta, y dejaremos de lado al papa Francisco (87 ), anclado en el Vaticano. Naturalmente, la paradoja es que la esperanza de vida en África, donde abundan las gerontocracias, es de 62 años, mientras que en Europa está fijada entre 77 y 83.

En Bolivia, la experiencia histórica bajo la veterana batuta no fue tan mala desde Tomas Frías (1874-1876), de 79 años, con impecable ejecutoria, hasta Víctor Paz Estenssoro, cuyo cuarto periodo salvó que “Bolivia se nos muera” cuando cumplía 82. Y, entre los presidentes más jóvenes, excepto el venezolano Antonio José de Sucre o el beniano Germán Busch, tampoco podría resaltarse en aquellos ni su brillo heroico ni alguna preclara inteligencia.

En lo que atañe a la conservación de una buena memoria, valga decir que el acopio de nombres y lugares en los octogenarios es geométricamente muy superior que en los adolescentes o en los treintañeros, por la simple razón que en los años vividos los viejos debieron recoger multitud de datos para almacenarlos en su cerebro, cantidad —obviamente— menos importante en los más jóvenes. Por lo tanto, el riesgo en los ancianos de no recordar será siempre mayor.

Muy atinadamente, Biden se defendió diciendo que “la cuestión que enfrenta nuestra nación no es cuán viejos seamos, si no cuán viejas sean nuestras ideas”.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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América Latina, entre Milei y Bukele

/ 2 de marzo de 2024 / 06:46

Argentina, el segundo país sudamericano más grande (2,78 millones de km2) y El Salvador, el más chiquito centroamericano (21.041 Km2), democráticamente, regalaron al mundo, en periodo carnavalero, dos singulares ejemplares que, desde ese Macondo donde abunda el realismo mágico, exporta espacios preferentes en la prensa planetaria: Uno es el bonaerense Javier Milei (52), figura televisiva de frondosa melena felina, ojos azules, sonrisa fácil, solterón sin hijos pero con cinco perros adoptados. Economista de ideas extravagantes tan libertarias y pro-capitalistas que incluso sorprendió al auditorio monetizado en Davos. De emociones radicales, al decidir convertirse al judaísmo, siguió viaje a Israel para frotar su naso en el muro de las lamentaciones de Jerusalén y ofrecer su modesto concurso al primer ministro israelí para reforzar el genocidio que se opera en Gaza. Sin esperar la ceremonia de su propia circuncisión según manda el kabbale, guardose el sagrado texto hebraico en la faltriquera y armado de una caja de alfajores cordobeses, acompañado de su hermana Karina, como todos los caminos conducen a Roma, imploró audiencia a su compatriota el papa Francisco, de quien antes se había referido como al “hijoeputa que predicaba el comunismo”. Cristianamente, el ilustre jesuita al perdonar su arrepentido lamento, le obsequió una estampita de Mama Antula, la primera santa argentina canonizada ese mismo día. Al retornar a Buenos Aires, Milei lo hizo en vuelo comercial, donde una vez a bordo estrechó manos con todos y cada uno de los atónitos pasajeros. Terminada esa inusitada luna de miel, en la capital lo esperaba un congreso adverso que derrumbó gran parte de sus pretendidas reformas con el apoyo de miles de piqueteros bulliciosos que harán difícil que termine pacíficamente su mandato presidencial.

Entretanto, en el istmo centroamericano, a sus 42 años de edad, Nayib Bukele era nuevamente elegido presidente de El Salvador, por abrumadora mayoría (85%), junto a un parlamento totalmente controlado. De padre palestino, lleva en su ADN la habilidad y la astucia de los vendedores de alfombras mágicas en los bazares orientales y esa ventaja, trasladada a su profesión de publicista, le sirve para atraer millones de militantes a su partido Nuevas Ideas. En su primer periodo presidencial (2019-2023), en una economía ya dolarizada, implantó el bit-coin como otra alternativa de moneda corriente. Pero, sobre todo, impuso el  “estado de excepción” para atrapar y encarcelar, sin juicio previo, a más de 76.000 pandilleros que agrupados en la Mara Salvatrucha y la Mara 18 aterrorizaron diversas colonias salvadoreñas durante 30 años, contabilizando 120.000 asesinatos. Gran hazaña que convirtió a El Salvador de ser el país más inseguro del mundo a la antípoda de excelsa seguridad. Sus detractores acusan a Bukele de irrespeto a los derechos humanos y —sin excusas— los delincuentes encerrados en una moderna cárcel, semidesnudos, con solo alimentación básica, sin derecho a visitas, ni teléfono o comunicación alguna con el exterior, languidecerán hasta su muerte en esas condiciones, bajo la inculpación de su pertenencia a las maras, comprobada por los ostensibles tatuajes que portan y que constituyen la única e irrefutable evidencia de los crímenes cometidos. En su segunda entronización, Bukele prometió dos batallas más: acabar con la burocracia superflua y encarcelar a los corruptos en prisión idéntica a la de los pandilleros. Con ese atractivo programa su popularidad suma y sigue, con tal éxito que el Ecuador azotado por el asedio de los narcotraficantes imita abiertamente aquel modelo, y otras naciones de la región y el mundo alaban los éxitos logrados.

La región latinoamericana enfrenta el dilema de esos dos modelos, al medio de mandatarios anodinos los unos y peligrosamente populistas, los otros. Y, para colmo, ambos fenómenos fueron ovacionados por la Convención Conservadora Americana bajo el alero personal de Donald Trump.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia
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Kennedy-Paz Estenssoro

/ 17 de febrero de 2024 / 07:37

A la una de la tarde de aquel fatídico 23 de noviembre de 1963 (hace 60 años) llamé de urgencia al presidente Víctor Paz Estenssoro (VPE), despertándolo de su tradicional siesta, para comunicarle que John F. Kennedy había sido asesinado. El jefe quedó atónito y apenas balbuceó “¿es oficial la noticia?” Cuando le repliqué que el embajador americano Ben Stephansky era mi fuente, se cortó la llamada y esa tarde VPE no vino a Palacio, pues hacía justo un mes que se había cumplido la visita de Estado, donde el flamante difunto lo recibió con todos los honores, iniciando además una relación de notable afinidad. El mandatario boliviano había preparado meticulosamente cada momento del programa de viaje establecido, comenzando por formar equipos de trabajo para todas las ocasiones. En la elaboración de los borradores de discursos sobresalían Augusto Céspedes y René Zavaleta. En la misión de avanzada a Washington, viajamos dos semanas antes, Ted Córdova Claure para los afanes de prensa y Carlos Antonio Carrasco para los arreglos protocolares. En la comitiva de acompañamiento figuraban el ministro de Economía, Alfonso Gumucio Reyes y el general Alfredo Ovando Candia, comandante del Ejército, entre otros.

El avión presidencial aterrizó en Williamburg, donde esperaban cuatro helicópteros que nos transportaron al día siguiente hasta el Rose Garden de la Casa Blanca. Al nomás pisar césped, vi por primera vez a pocos metros la inolvidable silueta de JFK, vestido de traje gris rayado, camisa blanca y una corbata club tie de líneas azules. Alto, con los hombros un tanto volteados hacia adelante, avanzó hacia nosotros pausadamente junto al embajador Enrique Sánchez de Lozada, mientras esperaba el descenso del helicóptero de VPE, con quien se confundió en cordial abrazo. Al día siguiente, JFK ofreció un almuerzo en la Casa Blanca, con solamente 50 cubiertos, lo que permitió la fluida conversación presidencial. Por la tarde VPE brindó entretenida conferencia de prensa con afilados periodistas ávidos de conocer la diferencia del boliviano con el cubano Fidel Castro. En la tercera jornada, correspondió a VPE reciprocar a JFK con otro almuerzo ofrecido en su honor, en la residencia de la embajada junto a una centena de comensales entre senadores, congresistas, ministros y el vicepresidente Lyndon Johnson. Previamente, en la antesala se procedió al usual intercambio de regalos, ocasión en que el presidente americano no pudo evitar el brillo de sus ojos al abrir el paquete: se trataba de dos auténticos incunables conseguidos en un convento de Sucre, pues era coleccionador apasionado de esas joyas. A los postres, noté que JFK volteaba el menú al dorso y que VPE escribía algo en él. Más tarde supimos el intenso interés que JFK manifestó por el reclamo marítimo de Bolivia y que pidió a VPE le explicase en un diagrama el diferendo con Chile. Con las balas asesinas de Dallas, se esfumaron muchas aspiraciones bolivianas y, al cabo de un año, VPE, a su turno, fue víctima de un golpe de Estado que lo expelió al exilio.

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