Crónicas de nuestro futuro cercano
Algo de fondo se está descomponiendo en la política latinoamericana. Para algunos, ahora sí, estamos frente a la definitiva dislocación del viejo sistema de partidos y el derrumbe del último gran mito: la capacidad legitimadora del voto presidencial. Más en el fondo, parece estar en cuestión la manera aún incierta de construir poder democrático en sociedades desconfiadas, volátiles, dominadas por las emociones y radicalmente escépticas.
Por lo tanto, el problema no es tanto los políticos, incapaces de comprender lo que les sucede, soberbios hasta unos minutos antes de su caída e imbuidos de falsas certidumbres, sino somos nosotros, los ciudadanos electores, con nuestras razones y pasiones revolucionadas por las crisis múltiples que hemos sufrido en estos años y la falta de ilusiones que la política tradicional parece incapaz de generar incluso para salvarse. Y lo más crucial, aprendiendo rápidamente a ser crueles con nuestro voto con las dirigencias que ya no nos satisfacen.
Como se puede observar en estas semanas en el fascinante y extraño escenario electoral regional, este nuevo momento puede parir oportunidades de cambio impensadas hasta hace unos meses, como lo que sucedió con Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla en Guatemala, o cosas perturbadoras como las que expresa Milei en Argentina. Es un tiempo de lo mejor, lo peor y lo horrible al ritmo algorítmico de las esperanzas, odios y malestares que pululan en el TikTok y otras redes sociales.
Me presto un par de conclusiones de un reciente artículo de Carlos Melendez, un agudo cientista político peruano, que ilustran con claridad meridiana este momento: “Las reglas de la política están implosionando (…) su premisa fundamental, el voto, se está rompiendo. Al menos en sistemas presidencialistas, el voto ha dejado de ser un vinculo positivo y duradero. Ha cesado su cometido como lazo de unión entre políticos y ciudadano”.
Solo así se puede entender cómo se pueda llegar a la presidencia con una votación en primera vuelta de 12%, que cientos de miles de electores cambien sus decisiones en días, que las viejas maquinarias y lealtades partidarias fracasen o que en muchos casos las opciones en los balotajes implican selecciones desgarradoras entre Drácula y el hombre lobo. Con desenlaces electorales sorprendentes pero que auguran ingobernabilidad, ni un minuto de estado de gracia e incapacidad de cumplir con lo prometido.
Es un tiempo de aventureros, de personajes y también de soñadores que si consiguen parecer auténticos y hablarles a las bajas y altas pasiones de la gente pueden llegar rápidamente al poder, sin saber, por lo general, qué hacer con él. Todos pueden ser potencialmente triunfadores si el piso de calificación a unas endiabladas segundas vueltas es un 10%.
Al mismo tiempo, los factores tradicionales que contribuían a construir poder parecen agotarse o pesar cada día menos, ya no basta con tener aparatos territoriales, manipular la justicia, contar con mucha plata o acceso monopólico a los medios de comunicación masivos. Hay emprendedores políticos con un par de ideas claras, capacidad narrativa, buen manejo de redes sociales, audacia y una ayudita del dios de la fortuna que pueden darle la vuelta a todo eso. Es así que las élites oligárquicas guatemaltecas, los neouribistas colombianos o los peronistas argentinos ni la vieron venir.
Aún más, el uso brutal del poder tradicional no solo ya no funciona bien, sino que se vuelve antipático y refuerza la desconfianza y el empute de la gente. El poderoso cae mal, no se le cree nada y en algún caso se lo quiere castigar a cualquier costo. Y así, mientras más manipulas y basas tu estrategia en la demostración impúdica de tus recursos o en la confianza en tu poder, peores opciones electorales tienes.
Para algunos este escenario es quizás una pesadilla, mientras otros más bien estarán pensando que el caos puede servirles, pero lo único cierto es que no hay vuelta atrás, es solo cuestión de tiempo para que eso llegue, sobre todo si las dirigencias no hacen las cosas de otra forma, pues detrás están cambios estructurales en la sociedad, su cultura, sus maneras de comunicarse y sus aspiraciones en este mundo desordenado marcado por la incertidumbre que nos toca vivir.