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Wednesday 9 Oct 2024 | Actualizado a 17:40 PM

Motín contra Putin y una muerte anunciada

/ 2 de septiembre de 2023 / 00:00

Transcribo verbatim mi columna de hace dos meses. Mi prognosis termina: Prigozhin “es un muerto que aun camina…”

Desde que Vladimir Putin asumió el 31 de diciembre de 1999 el mando supremo de la Federación Rusa, jamás tuvo que enfrentar semejante desafío como aquel de la noche del 23 de junio pasado, cuando una columna de blindados sostenida por 25.000 combatientes se dirigía hacia Moscú, luego de haber tomado control total de Rostov sobre el Don, en medio del conflicto bélico con Ucrania. Era la milicia Wagner que encabezada por Eugeny V. Prigozhin reclamaba justicia, protestando contra el ministro de Defensa, Serguei Shoigú, a quien junto a la jerarquía militar culpaba de la mala conducción de la guerra y por el sabotaje que sufría su legión ante la falta de aprovisionamiento de pertrechos y municiones en el frente de batalla, que culminó con la cesación de sus servicios el 31 de julio de 2023, privándole de un ingreso de $us 1.000 millones anuales. Es más, el iracundo jefe mercenario acusaba a Shoigú por el reciente bombardeo de sus bases que dejó muertos y heridos entre sus filas. Desde meses atrás, Prigozhin atacaba abiertamente a éste y al jefe de Estado Mayor, Valeri Guerassimov, ante la tolerancia del presidente Putin, actitud que se asumía como tácito apoyo. Pero pasar de sus invectivas verbales a la conquista militar de territorios y a la amenaza de capturar la capital del país, se asemejaba más a un golpe de Estado (que él negaba enfáticamente) que a una querella interna. Obligado por las circunstancias, en el primer mensaje a la nación pronunciado por Putin, se tildaba la acción como traición a la patria, la cual sería severamente castigada. Sin embargo, horas más tarde, ocurrió cual milagro un arreglo in extremis cocinado por el dictador de Bielorrusia, Alexandre Lukashenko, oficiando de mediador: Prigozhin daría marcha atrás y se exiliaría en Minsk junto a su tropa y Putin dejaría sin efecto los cargos en su contra, permitiendo además que sus hombres se integren a las fuerzas regulares rusas. En su segunda intervención, Putin se felicita de haber evitado una guerra civil y hace alusión a la revolución bolchevique de 1917 que no solamente derrocó al imperio zarista, pero que también obligó a Rusia a firmar esa paz humillante con Alemania, implicando curiosa analogía del pleito con Ucrania. Final feliz que deja algunas interrogantes. ¿Toda esa rebelión para no obtener resultado alguno? Mi análisis personal y datos esporádicos captados, me hacen pensar que Prigozhin contaba con la complicidad de altos oficiales rusos que debían plegarse al motín pero que a último momento desistieron. Apoya mi hipótesis la peculiar circunstancia que una fuerza notoria como Wagner hubiese podido llegar tan cerca a Moscú sin obstáculo alguno. Por añadidura, las primeras reacciones en Occidente fueron de sorpresa, salvo en Washington donde —según despachos de prensa— ya se tenía noticia del alzamiento desde el miércoles 21. En el contorno externo, las consultas telefónicas de emergencia se multiplicaron entre París, Berlín, Londres y Bruselas y el presidente Biden se precipitó, sin que nadie lo hubiese aludido, a declarar que Estados Unidos era totalmente ajeno al problema. No obstante, el jolgorio fue global, particularmente en Kiev, donde se presumía el quiebre total del adversario. Ahora falta por conjeturar las medidas por venir. ¿El poder de Putin estará seriamente averiado o quizá más bien será esta la oportunidad para desatar una feroz purga, habitual en la historia política de Rusia? En el frente exterior, Putin deberá demostrar mayor empuje hacia negociaciones de paz, para mitigar su deteriorada imagen.

En cuanto a Wagner, privado de las millonarias dotaciones que recolectaba del tesoro moscovita, se supone que continuará sus aventuras africanas en Mali, República Centroafricana y Sudán, donde su control en la explotación de oro y otros recursos le ofrecen alto rendimiento.

En tanto que se especula que Eugeny Prigozhin en Bielorrusia, es un muerto que aún camina.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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El Mariscal Tito en Bolivia

/ 28 de septiembre de 2024 / 06:00

En su segunda presidencia, el doctor Victor Paz Estenssoro había adherido a Bolivia con entusiasmo al Movimiento de Países No Alineados (NOAL), originado en la ya histórica Conferencia de Bandung (1955), y en esa tónica invitó al Mariscal Joseph Broz Tito (1892-1980) a visitarlo en la ciudad de Cochabamba. Para preparar su estadía, arribó de Belgrado una misión de avanzada, encabezada por el ministro de la presidencia, señor Zrnobrania (Z) quien ofició de mi contraparte, como Director General de Ceremonial del Estado. Para hospedar a Tito contratamos una bella residencia particular y, al mostrar a Z la alcoba destinada al Mariscal, éste me dijo en confidencia: “Necesitamos una igual para su esposa, porque ellos no comparten dormitorio”. No fue difícil complacer el requerimiento. Lo que sí complicó la distribución habitacional fue la insinuación de acomodar al edecán personal de la primera dama en una pieza contigua. Esos detalles avivaron mi curiosidad de conocer y elaborar mi propia evaluación acerca de tan exigente señora. Apenas la vi, adiviné la fuerza de su carácter: Jovanka Budisavljevik, a sus cuarenta años, era una morena alta, de largos cabellos negros, ojos grandes y soñadores, de líneas corporales redondas, “pulposas” (como dirían los morfólogos franceses). Los pasos firmes y seguros en su caminar, delataban su pasado guerrillero en las montañas balcánicas, donde conoció y acompañó a Tito en su agitada marcha hacia el poder.

En sus días cochabambinos, Tito gran madrugador estaba de pie a las seis de la mañana, recto como un poste, impecablemente vestido con uno de sus seis trajes de mohair, todos del mismo color y tonalidad: verde petróleo. No reía nunca y su aire serio inspiraba respeto. El médico personal de nuestro Palacio, lo revisaba con esmero de pediatra, luego acudía yo, a ponerme a la orden y respondía en alemán sus preguntas puntuales de carácter geográfico o demográfico y, a partir de las siete, Tito tomaba el café matinal con sus colaboradores quienes, cargados de carpetas se le aproximaban con rigor casi religioso.

Al término de la visita de varios días, el canciller Kocha Popovich, famoso guerrillero republicano durante la guerra civil española y partisano después contra la ocupación nazi, condecoró a las autoridades bolivianas, dotándome de sus manos la Orden de la Bandera Roja, máxima presea de esa legendaria Yugoslavia, hoy partida en siete repúblicas independientes.

Tito presidió la federación yugoslava, con mano de hierro, desde 1953 hasta el fallo cardíaco que, a sus 88 años, le provocó la muerte el 4 de mayo de 1980.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Alberto Fujimori en Bolivia

/ 14 de septiembre de 2024 / 22:26

El fallecimiento del expresidente Alberto Fujimori, me trae a la memoria su fugaz visita a La Paz.

Ingeniero agrónomo y rector de una universidad local en Lima, casi anónimo en las elecciones de 1990, derrotó nada menos que al premio Nobel de Literatura y celebridad universal Mario Vargas Llosa (MVLL) orgullo de la peruanidad. Seguí de cerca esos comicios, entre otras razones porque Mario, en Cochabamba, fue condiscípulo mío en el Colegio La Salle, donde también hicimos la primera comunión juntos.

En cambio, a Alberto Fujimori lo conocí en otras circunstancias, en La Paz. La víspera de la transmisión de mando, el 5 de agosto de 1993, el presidente electo Gonzalo Sánchez de Lozada recibió en su residencia privada de Obrajes, individualmente, a varios jefes de Estado, invitados a la ceremonia de su inauguración. Goni, me había encomendado seguir la secuencia de las respectivas conversaciones realizadas a puerta cerrada.

Fujimori, presidente del Perú (1990-2000), de mediana estatura, delgado, musculoso, con inconfundibles rasgos nipones, seriedad glacial y movimientos simiescos de samurái, no correspondió a los abrazos afectuosos con que Goni le dio la bienvenida. Después de gramáticos saludos protocolares, ante la inquietud que Goni le manifestó por los movimientos guerrilleros vigentes en el Perú, Fujimori le replicó seriamente: “El MRTK está acabado” y, haciendo un gesto de golpe de karate, continuó: “Y, le aseguro, señor presidente que, antes de abril, liquidaremos a Sendero Luminoso”. Sorprendentemente, el líder histórico de esa corriente guerrillera, Abimael Guzmán, esposado y vistiendo el clásico pijama rayado de presidiario, fue mostrado al público, en una jaula apropiada, en el plazo anunciado por Fujimori.

Hijo de inmigrantes japoneses, a dos años de su mandato constitucional, el 5 de abril de 1992, protagonizó un autogolpe de Estado, clausurando el Congreso, para instaurar un régimen dictatorial, invocando la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, autocracia que se prolongó hasta el 28 de mayo de 2000. Luego de años de aquel retorno rocambolesco al Perú, desde el Japón, vía Chile, Fujimori fue arrestado, procesado y sentenciado a 25 años de cárcel por corrupción y crímenes contra la Humanidad.

Sin embargo, Fujimori continuó vigente en la política local, a través de su hija Keiko que, en las elecciones del 6 de junio de 2021, perdió, en balotaje, por escasos votos, la silla presidencial, frente al pimpinela Pedro Castillo, hoy preso, criptocomunista apoyado entre otras fuerzas de izquierda por los remanentes de Sendero Luminoso.

Fujimori, aquejado por aquel cáncer incurable, muere dejando un legado de luces y sombras a la Historia.

es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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La primera diplomacia movimientista

Carlos Antonio Carrasco

/ 31 de agosto de 2024 / 07:56

La instauración de un régimen revolucionario en Bolivia en 1952 parecía una provocación en el marco más intenso de la Guerra Fría. Gobernaba en Estados Unidos Harry S. Truman, en tiempos en que el temible senador Joe McCarthy estaba empeñado en la cacería de brujas sin cuartel contra los comunistas aparentes o reales dentro y afuera de su país. El proceso iniciado para la nacionalización de las minas se puso en marcha contrariando presiones internacionales que complotaron para cerrar la posibilidad de venta en el exterior de ese mineral. Todas las grandes medidas anunciadas por el flamante gobierno del MNR podían interpretarse como aspiraciones programáticas vecinas a los planteamientos marxistas en otras latitudes: nacionalizaciones, reforma agraria, voto universal, reforma educativa y otras. En ese entonces rodeaban al país regímenes militaristas o dictatoriales como los que imperaban en Perú con Odría, en Brasil con Getulio Vargas, en Argentina con Perón, en Colombia con Rojas Pinilla, en Chile con Ibáñez del Campo, y más allá atroces tiranías como la de Batista en Cuba, la de Duvalier en Haití, de Somoza en Nicaragua o de Trujillo en Republica Dominicana.

En ese ambiente, en las reuniones de la OEA, por ejemplo, Bolivia era, con la excepción de México, la Guatemala de Árbenz o Costa Rica, una extravagancia, la fea del barrio. Organizar la Cancillería y su proyección diplomática regional para superar la hostilidad subyacente requerían medios y esfuerzos titánicos que con imaginación y patriotismo estuvieron a cargo de Wálter Guevara Arze y su equipo de jóvenes revolucionarios reclutados entre la flor y nata de la juventud del MNR, que con rápidos y eficaces entrenamientos en la Casa Amarilla (Cancillería) se constituyeron en apropiadas herramientas para afrontar el adverso frente externo. El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, núcleo central, contaba con 66 funcionarios de planta, 20 administrativos y ocho mensajeros. Por allí pasaron embajadores de lujo como Jorge Escobari Cusiqanqui, en la subsecretaría; German Quiroga Galdo y el inefable director de Límites Antonio Mogro Moreno.

Para suavizar la frialdad en Washington se escogió a Víctor Andrade Usquiano, un yungueño que, aparte de su talento y su conocimiento fluido del inglés, poseía singulares rasgos nativos, tocaba la guitarra y era excelso cocinero. Pronto la frialdad gringa se trocó en romance casi tropical, hasta en extremo de la amistosa visita a La Paz de Milton S. Eisenhower, hermano del presidente, quien fue abrazado como “compañero” movimientista. Ante aquel publicitado afecto, los alfiles regionales se acoplaron a ese tono y Víctor Paz Estenssoro fue recibido con alborozo en Chile, en Bogotá, en Quito y en Lima. Y, en su tercera presidencia, John F. Kennedy le dio la bienvenida en la Casa Blanca, durante su visita de Estado, en 1963.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y
miembro de la Academia de
Ciencias de Ultramar de Francia.

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París 2024: la otra cara de la medalla

Carlos Antonio Carrasco

/ 17 de agosto de 2024 / 08:52

Los miles de comentarios y crónicas referentes a las Olimpiadas aparecidos en los medios nacionales y extranjeros, son vagos y repetitivos sobre los hechos marcantes de ese singular evento, casi todos impresionados por la copiosa prestación artística de la función inaugural que en risueña ingenuidad se centran en los cuadros de la alegoría irreverente de la última cena y de la efigie decapitada de la infortunada María Antonieta.

Sin embargo, hay otras facetas poco conocidas que la universal competencia deportiva ha causado como daños colaterales para los vecinos como yo, ribereños de la Torre Eiffel cuyos bellos jardines del Campo de Marte fueron cruelmente rasurados para instalar sobre ellos antros aptos para algunos de los campeonatos. Con ese motivo se cercó la vecindad con odiosas barreras de listones de madera con el propósito de ocultar los planeados espectáculos. Todos esos emprendimientos se hicieron dos meses antes de las Olimpiadas y se desmontarán en el lapso de sesenta días después. En consecuencia, los parroquianos que frecuentábamos las tardes para tomar sol o simplemente para rascarse la rabadilla nos vemos privados de una comodidad sostenida por el pago de nuestros impuestos. No obstante, como consuelo, observamos a los 13 millones de hinchas y de turistas que han invadido Paris y sus alrededores para brincar y gritar loas desde las galerías a los competidores de su preferencia. Mas allá de las encomiables hazañas de esa gallarda juventud, se esconde el propósito de expandir en el planeta el valor estratégico del “soft power” tan eficaz como la capacidad nuclear o el poderío económico. Por esto, no es sorpresa que los tres primeros países alineados en el tablero de posiciones sean precisamente China, Estados Unidos y Francia, porque Rusia fue excluida del certamen por egoístas razones políticas, muy criticables. Acápite especial es el estimulo que brindan a sus atletas algunas naciones participantes, por ejemplo, el gobierno galo premia a sus finalistas con 80.000 euros por la medalla de oro, 40.000 por la plata y 20.000 por el bronce, además de otras recompensas menores. Otros países hacen lo propio. Causa ironía mirar las reacciones de los ganadores pues unos lloran de alegría y los perdedores brotan lágrimas de frustración. En tanto que los millones de espectadores hacen flamear las banderas portátiles de sus respectivas naciones en muestra de apoyo a sus favoritos.

En resumen, las olimpiadas París 2024 aparte de su millonario costo de organización y, a veces, despilfarro (como la aspiración fallida de limpiar las aguas del río Sena que luego de notables esfuerzos siguen contaminadas con materias fecales) sirvió para la irradiación de la grandeza de Francia en el mundo, hoy que despojada de sus más cotizadas colonias, también, últimamente sus guarniciones militares están siendo expulsadas por algunos estados africanos.

París 2024 fue útil, además para pintar el nuevo mosaico geopolítico del planeta en la que mientras Naciones Unidas cuenta con 194 países miembros, las Olimpiadas registran 206 participantes que muestran el resurgimiento de los nacionalismos que bien guiados pueden ser la base de la hermandad universal.

Carlos Antonio Carrasco

es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar
de Francia

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Venezuela y el fraude

Carlos Antonio Carrasco

/ 7 de agosto de 2024 / 09:21

El 28 de julio se celebraron elecciones presidenciales en Venezuela, donde el electorado debía definir entre los dos principales candidatos: Nicolás Maduro, que aspiraba a la reelección por tercera vez, contra el líder opositor Edmundo González Urrutia. Cuando todas las encuestas apuntaban a este último como posible ganador con un amplio margen de ventaja sobre su contendor, el Consejo Nacional Electoral, después de inexplicable demora, en la madrugada, sorpresivamente con solo el 80% de los votos escrutados declaró solemnemente triunfador al presidente Maduro. Con el apoyo de las actas electorales en mano, la oposición demostró la existencia de un grosero fraude, motivo por el cual desconoció la supuesta victoria oficialista. Actitud que fue apoyada por la mayoría de los países latinoamericanos, los Estados Unidos, la Unión Europea y la secretaría de la Organización de Estados Americanos, todos ellos exigiendo la presentación de las actas electorales para concertar una rigurosa auditoría que aclare el diferendo. Entretanto, las calles se llenaron de ciudadanos que protestaban por el robo de sus sufragios altamente esperanzadores. Lamentablemente, la represión policial se tradujo en muertos, heridos y centenas de arrestados.

Lea: OTAN, en búsqueda de enemigos

En verdad, Venezuela no es excepción en la falta de confianza en los administradores electorales, pues ello ocurre en todas partes del mundo, incluso, como se sabe en Estados Unidos.

Con la informatización de los procedimientos, la acción del voto ciudadano es una actividad elementalmente mecánica de fácil organización, en todas sus etapas: control del padrón electoral, registro ciudadano y recojo de datos en las mesas electorales.

Parece haber llegado el momento de confiar esa noble tarea a un ente supranacional, bajo la tuición, por ejemplo, de Naciones Unidas. Sería un organismo eminentemente técnico, compuesto por expertos informáticos altamente calificados, inodoros, incoloros e insípidos, políticamente hablando.

Naturalmente, esta es una primera idea que podría servir de base para un debate más detallado, teniendo en cuenta la adaptación necesaria para la legislación nacional de cada país.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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