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Motín contra Putin y una muerte anunciada

Transcribo verbatim mi columna de hace dos meses. Mi prognosis termina: Prigozhin “es un muerto que aun camina…”

Desde que Vladimir Putin asumió el 31 de diciembre de 1999 el mando supremo de la Federación Rusa, jamás tuvo que enfrentar semejante desafío como aquel de la noche del 23 de junio pasado, cuando una columna de blindados sostenida por 25.000 combatientes se dirigía hacia Moscú, luego de haber tomado control total de Rostov sobre el Don, en medio del conflicto bélico con Ucrania. Era la milicia Wagner que encabezada por Eugeny V. Prigozhin reclamaba justicia, protestando contra el ministro de Defensa, Serguei Shoigú, a quien junto a la jerarquía militar culpaba de la mala conducción de la guerra y por el sabotaje que sufría su legión ante la falta de aprovisionamiento de pertrechos y municiones en el frente de batalla, que culminó con la cesación de sus servicios el 31 de julio de 2023, privándole de un ingreso de $us 1.000 millones anuales. Es más, el iracundo jefe mercenario acusaba a Shoigú por el reciente bombardeo de sus bases que dejó muertos y heridos entre sus filas. Desde meses atrás, Prigozhin atacaba abiertamente a éste y al jefe de Estado Mayor, Valeri Guerassimov, ante la tolerancia del presidente Putin, actitud que se asumía como tácito apoyo. Pero pasar de sus invectivas verbales a la conquista militar de territorios y a la amenaza de capturar la capital del país, se asemejaba más a un golpe de Estado (que él negaba enfáticamente) que a una querella interna. Obligado por las circunstancias, en el primer mensaje a la nación pronunciado por Putin, se tildaba la acción como traición a la patria, la cual sería severamente castigada. Sin embargo, horas más tarde, ocurrió cual milagro un arreglo in extremis cocinado por el dictador de Bielorrusia, Alexandre Lukashenko, oficiando de mediador: Prigozhin daría marcha atrás y se exiliaría en Minsk junto a su tropa y Putin dejaría sin efecto los cargos en su contra, permitiendo además que sus hombres se integren a las fuerzas regulares rusas. En su segunda intervención, Putin se felicita de haber evitado una guerra civil y hace alusión a la revolución bolchevique de 1917 que no solamente derrocó al imperio zarista, pero que también obligó a Rusia a firmar esa paz humillante con Alemania, implicando curiosa analogía del pleito con Ucrania. Final feliz que deja algunas interrogantes. ¿Toda esa rebelión para no obtener resultado alguno? Mi análisis personal y datos esporádicos captados, me hacen pensar que Prigozhin contaba con la complicidad de altos oficiales rusos que debían plegarse al motín pero que a último momento desistieron. Apoya mi hipótesis la peculiar circunstancia que una fuerza notoria como Wagner hubiese podido llegar tan cerca a Moscú sin obstáculo alguno. Por añadidura, las primeras reacciones en Occidente fueron de sorpresa, salvo en Washington donde —según despachos de prensa— ya se tenía noticia del alzamiento desde el miércoles 21. En el contorno externo, las consultas telefónicas de emergencia se multiplicaron entre París, Berlín, Londres y Bruselas y el presidente Biden se precipitó, sin que nadie lo hubiese aludido, a declarar que Estados Unidos era totalmente ajeno al problema. No obstante, el jolgorio fue global, particularmente en Kiev, donde se presumía el quiebre total del adversario. Ahora falta por conjeturar las medidas por venir. ¿El poder de Putin estará seriamente averiado o quizá más bien será esta la oportunidad para desatar una feroz purga, habitual en la historia política de Rusia? En el frente exterior, Putin deberá demostrar mayor empuje hacia negociaciones de paz, para mitigar su deteriorada imagen.

En cuanto a Wagner, privado de las millonarias dotaciones que recolectaba del tesoro moscovita, se supone que continuará sus aventuras africanas en Mali, República Centroafricana y Sudán, donde su control en la explotación de oro y otros recursos le ofrecen alto rendimiento.

En tanto que se especula que Eugeny Prigozhin en Bielorrusia, es un muerto que aún camina.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.