¿Será vital el imperio?
La fugaz visita a Israel del presidente Joe Biden el 18 de octubre, sigue provocando comentarios y conjeturas tanto por los frutos conseguidos como por aquellos frustrados. Cierta prensa americana recoge con tonalidad admirativa el récord inigualable del octogenario mandatario que siendo joven senador visitó a la entonces primera ministra Golda Meir, 50 años antes, así como discutió del desarme nuclear con el premier soviético Mikhail Gorbachev en aquella misma época de la Guerra Fría, mementos que pretenden adornar la experiencia de Biden en los trajines internacionales. Ahora, la guerra de Israel contra Gaza le ofreció una bella oportunidad para demostrar su habilidad diplomática como rédito en su campaña electoral para su relección y además confirmar su amparo a la causa israelí frente a la agresión de Hamás ocurrida en la madrugada del 7 de octubre. Aparte de su desafortunada comparación con el conflicto ruso-ucraniano, su aporte para frenar la natural sed de venganza del Tsahal para liquidar a Hamás en sus madrigueras de la Franja de Gaza, mediante una invasión terrestre, fue notable y obtuvo cuando menos esa pausa de reflexión. Para convencerlos explicó —con humildad— los fracasos americanos en sus incursiones armadas en Irak y Afganistán, aunque enfatizó contundentemente su apoyo al derecho de Israel de defenderse. Sagazmente, activó su diplomacia logrando que Egipto acepte abrir el paso fronterizo de Rafah para encaminar decenas de camiones cargados de agua, alimentos y medicinas destinados a auxiliar a los dos millones de habitantes que en Gaza sufren los incesantes bombardeos hebreos, privados de esos elementos para sobrevivir. También persuadió al emir de Qatar de interceder ante sus amigos de Hamás (el jefe político Ismail Haniyeh, reside en Doha) en la liberación de las dos americanas cautivas, como prueba de buena voluntad para negociar un modus vivendi posterior. Y, sin descuidar su soporte a la seguridad de Israel ante las hostilidades de la milicia libanesa Hezbollah en la frontera norte, Biden ordenó el despliegue de dos portaviones con propósitos disuasivos ante la posibilidad de la intervención iraní. Así quiere solo mostrar los dientes, puesto que ni en Ucrania ni en el Medio Oriente comprometería infantería americana.
Sin embargo, no todo es contribución romántica, puesto que pocos días después del inicio del conflicto en Gaza, embarques de armas comenzaron a llegar: bombas inteligentes, municiones e interceptores para el sistema defensivo “Iron Dome” (cúpula de hierro), copioso material que será pagado con el pedido de Biden al Congreso para el desembolso de $us 70 billones destinados a Ucrania e Israel que el presidente, con marcada candidez, calificó como “una buena inversión para la seguridad nacional y para la creación de empleos”, ratificando la conjetura de que la guerra en Ucrania y hoy, el asedio a Gaza, incrementarán aún más el boom económico que está gozando el complejo militar-industrial. Satisfecho de su misión en Israel, Biden se muestra convencido del rol de Estados Unidos como gestor imperial.
Mientras, difícil imaginar una solución al combate israelí-palestino que no sea la convivencia de dos Estados independientes, conforme a las resoluciones de Naciones Unidas, no obstante, la presente no es una guerra entre Estados, sino contra una entidad reputada de terrorista, con la cual no se puede negociar abiertamente. Sin embargo, urge resolver los problemas más apremiantes que son la salvaguarda de los 200 rehenes aún en poder de Hamas y el retorno a la normalidad de vida de dos millones de gazaouis.