De Mafalda a Claudia Sheinbaum
Una niña a la que no le gusta la sopa y se resiste a tomarla a pesar de todas las maneras en que su madre trata de convencerla de sus bondades nutritivas, nos enseñó desde relaciones humanas hasta geopolítica a partir del día en que el inmenso Joaquín Salvador Lavado Tejón (Quino) decidiera reconducir el camino de su Mafalda, originalmente creada para una campaña publicitaria de electrodomésticos y luego posicionada para siempre como la voz de la conciencia y el espíritu crítico desde las nimiedades del barrio hasta las grandes tragedias de la guerra y la desolación.
Mafalda es la mujer que desde su lúcida e informada infancia les enseñó a nuestros hijas e hijos a tomarse la vida y sus alrededores con espíritu crítico, lo más lejos posible de la frivolidad y a miles de kilómetros de la adopción de la mediocridad como forma de estar en el mundo. Acaba de cumplir 60 años y resulta un deber y una ritualidad a tomarse en serio leerla y releerla a través de sus conversaciones y reflexiones en voz alta, compartiendo y ventilando sus diferencias con Manolito, el descorazonado amasador de fortuna, hijo del dueño del almacén; Susanita, la conservadora que cree que la vida pasa por casarse, tener hijos y jugar a la felicidad de comer perdices; Felipe, el perfecto mejor amigo dientes de conejo y Libertad, la más pequeña de todas, con el nombre simbólicamente empequeñecido en tantísimas latitudes autoritarias, represivas, racistas y exterminadoras: la Libertad en este mundo es muy chiquita.
Mafalda es una niña. Mafalda es una mujer. Mafalda es un mujerón que nos ilumina con su agudeza, pero fundamentalmente es el personaje femenino que habla a través de un hombre que la dibuja y le pone palabras a sus viñetas con la idea de que la mujer vale por su inteligencia, su autonomía, su independencia laboral, su iniciativa que es profundamente más aguda y multidireccional que la iniciativa masculina. Mafalda, en buenas cuentas, se ha instalado en el imaginario para decirnos, en muchas historietas sin decirlo, que el mundo sería bastante mejor, o probablemente algo menos cruel si estuviera gobernado por ellas en primer lugar y en segunda línea por hombres que las respaldan, las acompañan y tratan de fortalecerlas emocionalmente y no más por los patriarcas de la subestimación y la crueldad, por los machos gobernados por sus apetitos perversos y degradantes, producto del ejercicio del poder político y la invencibilidad económica.
Mafalda, a seis décadas de su nacimiento, es una de las mujeres más influyentes en la historia contemporánea de América Latina y que ha trascendido hacia mundos en los que a fuerza de inventiva y popularidad se ha hecho políglota. Sin Mafalda, muy probablemente, no habríamos tenido posibilidades tan amplias de conversar con las nuestras y nuestros, acerca de la Guerra Fría, la inutilidad de la ONU, la banalidad de pensarse mujer en función de con quién se casa una, o la frialdad que exige la acumulación en la compra venta del mini mercado tan capitalista y exacerbador de ese consumismo que ha construido legiones de idiotas dispuestos a comprar incluso cosas inservibles: Gastar es tan importante como tomar agua. Mafalda nos ha hecho pensar a fondo sobre asuntos que, de tan cotidianos, no sabemos detenernos para conocer el tamaño de su importancia.
Y si de tamaños de las cosas y de los procesos histórico sociales hablamos, en este tiempo de Presidenta y ya no de Presidente, hay que escuchar más de una vez el discurso con el que Claudia Sheinbaum acaba de asumir la presidencia de México —Tomar protesta se dice por allá—, con el que percibimos que hay personas con ciertas cualidades y conocimiento, previos a la demostración de cuánto pueden hacer a partir de esas potencialidades. Sheinbaum hizo un discurso de Estadista con la experiencia que le ha otorgado gobernar su ciudad capital (jefa de Gobierno de Ciudad de México 2018 – 2023), poniendo en evidencia cuánto sabe de tamaños que no tienen que ver con mediciones masculinas, sino acerca de las necesidades y las esperanzas de quienes representa al haber votado por ella, el casi 60 por ciento del electorado.
Como una maquinaria humana que no necesita grandes pausas para saber lo que se debe hacer a continuación con el segundo piso al que sube para continuar la llamada Cuarta Transformación, la multifacética primera mandataria que recibió la posta de Andrés Manuel López Obrador, supo decirnos con claridad didáctica qué dimensiones tiene para ella el Estado mexicano, cuán importantes son los negocios para su país y fundamentalmente en qué horizonte camina el pueblo mexicano que, con sus 71 pueblos indígenas, la recibió en la Plaza del Zócalo con una bienvenida de diversidad originaria profundamente sentida traducida en la entrega de un Bastón de Mando.
“Mujeres de fuego, mujeres de nieve” como canta Silvio Rodríguez es lo que necesita el planeta no solo en calidad, sino en cantidad. Este perro mundo necesita de más Mafaldas y Claudias Sheinbaums para seguir combatiendo a los obsesivos de la miseria humana empecinados en sus obsesiones.