La Plaza del Bicentenario II
Las plazas son parte de la esfera pública de las ciudades, sin embargo, en los últimos años parecieran estar en el olvido, también en las ciudades desarrolladas. Una situación que debería llevarnos a cuestionar dónde se concentra la población o a dónde se ha trasladado la vida efervescente de las urbes. La respuesta parece estar: en los espacios abiertos de callejuelas en las que se desarrollan diversas actividades culturales.
En estos sitios, la población exhibe sus particularidades a través de eventos artísticos y culturales que tienen lugar por corto tiempo. Estas exposiciones itinerantes le dotan de gran valor al espacio público.
Evidentemente, las sociedades han desarrollado una vida urbana que refleja una creciente necesidad de contacto con las áreas públicas abiertas. Esto se debe a que la población, esencialmente citadina, ha comenzado a convertirse en asidua a los nuevos espacios urbanos. Una realidad que invita a las ciudades a crear más de ellos, para que allí las manifestaciones culturales enriquezcan a la comunidad con diversas formas de arte.
De esta manera, esos espacios públicos se han convertido en parte integral de las prácticas sociales contemporáneas.
La Plaza del Bicentenario, que articula la columna vertebral de La Paz, que baja desde El Prado hasta la Av. Arce, inspiró la idea de proyectar una plataforma como espacio abierto para acoger actividades expositivas temporales, con una duración de dos o tres días, dada su idoneidad para albergar este tipo de eventos. Así, tendría lugar su conversión en un espacio cultural abierto.
Este interesante entorno urbano debiera invitar a una nueva forma de vida urbana, en contacto con los espacios abiertos, y en particular con el arte expositivo. De este modo, llevar al transeúnte a un encuentro con la cultura y el paisaje urbano de su entorno.
La Paz contaría con un espacio atractivo adicional, que permitiría a la población sensibilizarse a través de las diversas muestras que allí se desarrollen. Un lugar abierto donde se desplieguen las diferentes manifestaciones artísticas que ofrece la ciudad, a partir de un carácter flotante y transitorio.
De esta manera, ese espacio sería aprovechado —por su ubicación y entorno— para una serie de presentaciones. Podría, por ejemplo, exhibir ejemplares de libros históricos por solo 24 horas; presentar algunos ejemplares de los bellos bordados de la calle Sagárnaga; exponer pinturas singulares; obras de teatro al aire libre, conciertos nocturnos y mucho más.
Esto lo llevaría a convertirse en un lugar en constante transformación, que atraiga e invite a la participación. Más aún, sería una oportunidad para conocer la vida productiva de Bolivia en sus casi 200 años de vida.
La Plaza del Bicentenario se convertiría así en un espacio urbano vivo y dinámico, que podría convocar a la ciudadanía, especialmente a los jóvenes universitarios, quienes hoy, lamentablemente, parecen haber optado por usar la puerta trasera del Monoblock debido a la intransitabilidad del acceso principal.
Esta plaza debería formar parte de la planificación urbanística contemporánea de la ciudad de La Paz. Su función tendría que ser facilitar el contacto social y el intercambio cultural, pero, en absoluto, ser un mercado más de la urbe.
La Paz está cansada de tanto comercio y tiene el derecho de contar con un espacio para el caminante; un lugar de los tiempos contemporáneos, que relate, por ejemplo, la historia de un siglo de esta ciudad, la capital política de Bolivia.
Patricia Vargas es arquitecta.