Uso de las mujeres en batalla del MAS
Hoy ya no queda nada de un proceso político cuya bandera era el cambio social
Lourdes Montero
El momento que vivimos en la batalla política por el liderazgo interno del partido de gobierno es uno de los más detestables e indignos de su historia. A quienes constituimos la audiencia forzada del penoso espectáculo, nos invade la rabia y la vergüenza por el terrible manoseo de los cuerpos de las mujeres. Sin ningún límite, un bando y el otro disparan las balas sin saber que el daño colateral es el mayor capital político del MAS: la supuesta reserva ética y moral de los pueblos indígenas y sectores populares que, al asumir el poder, lo hacían para buscar el bien común.
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Hoy ya no queda nada de un proceso político cuya bandera era el cambio social. Ese proceso parece haber olvidado que nace de una histórica marcha de mujeres cocaleras que en 1995 deciden llegar a La Paz para exigir el respeto a la vida. Esa marcha de mujeres que ingresa a la sede de gobierno con tal dignidad que estremeció todos los cimientos de la política nacional. Esas mujeres que aceptaban ir al frente de las confrontaciones callejeras “porque supuestamente así la policía o los militares los golpearían menos”.
Hoy Luis Arce y Evo Morales no tiene ninguna consideración a esa historia del MAS forjada de polleras. Desplegando una serie de estrategias mediáticas y judiciales se acusan mutuamente de acciones ilegales e inmorales arrastrando por el piso toda reserva ética de un proceso social que se construyó en más de 30 años de articulación, construcción colectiva y lucha en las calles. Están tan ciegos de odio y venganza que ya nada les importa, y siguen arrojándose historias indignas incluso si ello contribuye a ganarles el desprecio de las y los electores.
Que en un partido político de amplio espectro electoral como el MAS existan discrepancias entre sus líderes debería aceptarse como algo normal e incluso deseable. Un adagio sufí en Afganistán dice que “la verdad es un espejo roto en mil pedazos”, con lo cual suponemos que cada facción aporta su pequeño pedazo a la verdad colectiva. Pero, lo que está sucediendo en el MAS dista mucho de deberse a discrepancias ideológicas o a la búsqueda de la verdad: se trata de una lucha descarnada por el poder, de una lucha de egos machistas. La guerra es a muerte, y ambos contendientes suponen que quien quede con vida será dueño y señor del instrumento político y por tanto de la verdad. Que equivocados se encuentran. Incluso si alguno queda en pie, quedará tan debilitado que tal vez le convenga acostarse al lado del que será enterrado en la tumba.
Y mientras tanto ¿cuál puede ser el interés de estas batallas para nosotras, ciudadanas de a pie? ¿Se disputa en esta guerra una orientación política de uno u otro signo para el MAS? ¿La ensangrentada ofensiva está basada en visiones distintas de cómo salir de la crisis económica, o superar las tensiones sociales de la polarización? La realidad es que no. Ambos contendientes están solo aportando a una imagen negativa del proceso de cambio: corrupción desmedida, mala gestión estatal, y sobre todo abuso del poder para sus propios intereses.
Mientras tanto, la “batalla cultural” contra todo progresismo avanza de manera acelerada en el corazón de la sociedad. Ya escuchamos cada vez con mayor fuerza agoreros del conservadurismo echando tierra al avance de los derechos indígenas, la búsqueda de igualdad social, la lucha contra la violencia de género, la protección de los colectivos LGTBI entre otros.
El MAS, dirigido por sus pretenciosos lideres actuales, está tristemente ausente de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Enfrascados en sus batallas personales, están consiguiendo que este partido no se diferencie de las 17 facciones que prometen estar presentes en la próxima papeleta electoral. ¿Será posible que no haya ninguna voz dentro del MAS que señale un camino de cordura?
(*) Lourdes Montero es cientista social