Contagio de feminicidios
En esa complejidad de los casos de feminicidios hay un asunto que no se le presta la atención del caso: el papel del tratamiento periodístico de los casos de feminicidios.
Yuri Torrez
La proliferación de feminicidios en Bolivia llega a números conmovedores. La última víctima fue una joven de 23 años que soñaba con ser maestra. El hecho sucedió en Caranavi; como sucede en estos casos, su agresor “íntimo” fue su expareja. Lo escalofriante de este hecho fue perpetrado públicamente en el aula frente a sus compañeras/os de estudio que, asombrados, veían estupefactos esa escena de terror cuando el feminicida penetraba su puñal varias veces sobre el cuerpo de la joven.
En ese ambiente de terror, a alguien despojado de miedo se le ocurrió agarrar su celular y filmar ese acto estremecedor. Quizás, pensó que iba a documentar ese feminicidio, a pesar de que existía varios testigos de ese crimen despiadado; pero, como sucede en estos tiempos digitales, mejor se le ocurrió colgarlo a las redes sociales. Así, la morbosidad sobre un crimen contra una mujer se convirtió viral. Peor aún, esas escenas vaporosas inclusive fueron difundidas, sin ningún rubor, vía medios de comunicación tradicionales.
En esa complejidad de los casos de feminicidios hay un asunto que no se le presta la atención del caso: el papel del tratamiento periodístico de los casos de feminicidios. Por los elevados casos de feminicidio, los mismos ya no son “noticias novedosas”, sino se convierten en un fenómeno social. O sea, la difusión de estas noticias, muchas veces, no son sujetas a un “Protocolo para el Tratamiento Informativo de Violencia basada en Género”, que dispone que los mass media, en casos específicos de feminicidio, establece: “No difundir hechos de feminicidio mostrando la naturalidad de la muerte de una mujer ni socializar el nombre completo de las víctimas”, “dependiendo del medio, se puede utilizar recursos como dramatizaciones, rejillas montadas, difuminación de la imagen, distorsión de la voz, fotografías ilustrativas o simbólicas”, “no difundir imágenes o fotos de mujeres en situación de violencias o cadáveres” y “evitar el sensacionalismo”.
Del autor: El ocaso del papel
Estas recomendaciones orientadas a proteger la dignidad humana de la víctima, a su vez, tienen un efecto colateral: impedir el contagio social. O sea, evitar que este tipo de noticias provoquen la propagación de actitudes, conductas o estimular actos feminicidas. En este contexto, por los numerosos casos de feminicidios, se hace imprescindible una reflexión por el papel de los medios de comunicación que, en su afán de destacar el sensacionalismo, se encaminan por los senderos de la desprolijidad periodística.
Quizás, uno de los efectos es la naturalización sobre “el asesinato de las mujeres”, por su condición de género. Así, por ejemplo, muchas de estas noticias en búsqueda de hallar las motivaciones que impulsaron al feminicida a perpetrar este crimen a su pareja o expareja, paradójicamente, reproducen un discurso machista que justifica el crimen. O sea, el feminicida se redime ante sus pares de género por un discurso justificatorio que se convierte, a la vez, en un mandato anclado en una matriz cultural patriarcal, y, lo peor, se difunde no solamente en las redes sociales, sino en los medios tradicionales de comunicación.
Entonces, se descuida de hecho que estos medios de comunicación tampoco saben muy bien todo lo que hacen y, por ahí, suceden otras cosas más que las canónicamente reconocidas. Y de esas otras cosas, en el caso de los feminicidios, por su desprolijidad periodística, pueden, sin querer, provocar, un contagio social. Obviamente, esta correlación hipotética merece investigarse más profundamente; pero, difundir escenas de un feminicidio, ya raya en una irresponsabilidad mediática.
(*) Yuri Tórrez es sociólogo