‘Poner en cintura al gentío guaraní’
Esta visión del pasado sustenta la creencia en una relación especial, directa, desgajada del tiempo, de Santa Cruz con España y, por tanto, con Europa, simbolizada por el escudo y el himno cruceños que continúan siendo hispanos.
Fernando Molina
La construcción de la identidad cruceña se ha fijado como punto de referencia inicial la expedición conquistadora que, dirigida por Ñuflo de Chaves, partió de Asunción y, en determinado momento, por su propia dinámica, rompió con su tronco paraguayo y estableció, en la franja inmediatamente al norte del Chaco boreal, la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, dependiente de la Audiencia de Charcas. Así, estos hombres no solo son los fundadores de una ciudad, sino de una “estirpe” que se prolonga hasta nuestros días.
Esta visión del pasado sustenta la creencia en una relación especial, directa, desgajada del tiempo, de Santa Cruz con España y, por tanto, con Europa, simbolizada por el escudo y el himno cruceños que continúan siendo hispanos.
Llegados hasta aquí, nos toca preguntarnos qué papel cumplen en esta recreación del pasado los indígenas autóctonos del territorio conquistado.
Los cruceños van a responder de distintas maneras a esta cuestión, desde el darwinismo social de Nicomedes Antelo y su discípulo Gabriel René Moreno, que a fines del siglo XIX interpretaron la hecatombe de los pueblos indígenas sobre la que se erigió el dominio español en la Gobernación de Moxos como el inevitable triunfo de la raza más fuerte, hasta la oscilación de otro gran ideólogo, Hernando Sanabria, en la segunda mitad del siglo XX, entre romantizar lo sucedido (en su libro Ñuflo de Chaves, caballero andante de la selva) o reconocer que “el problema indígena del oriente boliviano” se tuvo que resolver por medio de una “guerra” (en sus obras Apiaguaiqui Tumba y La guerra de los malos pasos).
“La existencia de Santa Cruz de la Sierra no estaría asegurada, y lo que es peor, pendería sobre ella la continua amenaza de su destrucción, si no se domeñaba y ponía en cintura al gentío guaraní, morador aborigen de la comarca”, sintetizaba Sanabria en este último título (pág. 9).
Los españoles entraron a la cuenca que bautizarían como del Río de la Plata igual que una lanza penetra en la carne de una presa. En la fase inicial de la conquista, cuando aún no operaban más que grupos de cientos de guerreros europeos desprovistos del decorado imperial o del ritual cristiano que después complejizarían el sentido de los eventos, su afán y su método se revelaron sin matices. En busca de la Sierra de Plata, objetivo que dirigía sus esfuerzos, querían someter a los pueblos que encontraban a su paso; convertirlos en sirvientes que los auxiliaran en las labores domésticas, agrícolas y bélicas; “casarse” con sus mujeres a razón de decenas para cada uno, y aniquilarlos si ofrecían resistencia o incluso, en ocasiones, cuando no lo hacían.
Del autor: Hernando Sanabria y el vínculo especial con España
Un testimonio del carácter de la serie de expediciones que lograron alcanzar el oriente boliviano y comenzar el proceso de su conquista lo provee la crónica de Ulrico Schmildl “Viaje al Río de la Plata” (1567). Schmildl fue un soldado alemán involucrado en esta travesía en busca de riquezas; estuvo con Pedro de Mendoza en la primera fundación de Buenos Aires, con Juan Salazar en la de Asunción, y con Domingo Martínez de Irala en el segundo viaje trans chaqueño de los europeos, desde Asunción hasta el pie de monte andino, donde se enteró, con el resto de sus colegas, que la Sierra de Plata ya había sido “descubierta” por la gente de Francisco Pizarro. Muchas de estas peripecias las vivió junto a Ñuflo de Chaves.
Su narración, como dicen los editores contemporáneos de su libro, “no ha perdido nada de su frescura e interés”. Describe de manera ingenua pero también descarnada, sin velos, “el feroz choque de culturas que significó la conquista española”. Schmidl no es un cura apologista o un historiador cortesano, como tantos otros cronistas, sino “un soldado curtido por años de privaciones” que escribe directo y sin sofismas.
Veamos algunos de sus informes: “Los hallamos en el antiguo lugar donde los habíamos dejado antes, entre las tres y las cuatro de la mañana, durmiendo en sus casas, sin sentir nada… y dimos muerte a los hombres, las mujeres y aun a los niños”. “También tomamos como quinientas canoas grandes y quemamos todos los pueblos que hallamos e hicimos muy gran daño”. “Y entramos en el pueblo y matamos mucha gente, hombres, mujeres y niños”. “Entonces, con el auxilio de Dios Todopoderoso, tomamos el pueblo, y vencimos y matamos muchísima gente”. “Nos batimos y exterminamos muchísimos de esos agaces. Nos mataron alrededor de quince hombres…”.
Éstos van a ser siempre los números de esta “guerra” para “españolizar estas tierras”, al decir de Sanabria; es decir, unas decenas de bajas blancas contra miles de indias. “Hubo dieciséis muertos entre nuestra gente y muchos heridos, y también murieron muchos de los indios que iban con nosotros; pero nada ganaron los otros, pues murieron como tres mil de esos caníbales”. “Murieron en esta batalla como dos mil carios entre los que matamos en la batalla y las cabezas que luego trajeron los yapirus… Los carios mataron con sus flechas unos diez hombres de entre los cristianos…”, etc.
Esta historia, por supuesto, va a continuar.
*Fernando Molina es periodista y escritor