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Tuesday 10 Dec 2024 | Actualizado a 23:24 PM

El país en desorden

Rubén Atahuichi

Por Rubén Atahuichi

/ 6 de noviembre de 2024 / 06:00

La caserita ya no vende el kilo de tomates al mismo precio, dice —¡vaya sorpresa!— que la guerra entre Rusia y Ucrania es la culpable. Está actualizada. Dice que también no hay dólares. Dice también que no hay combustibles. Y ahora dice que los bloqueos son los culpables. No hay Intendencia que pueda frenarla.

El país está así desde hace más de un año. A río revuelto, ganancia de pescadores.

Como los precios del arroz, la gasolina, el diésel o el gas licuado son más convenientes en mercados de países vecinos, especialmente Perú, los comerciantes se han innovado y ya no internan mercadería de contrabando, ahora la “exportan”. El Gobierno ha comenzado a calificar el negocio como “contrabando a la inversa” y ha dispuesto controles, aunque no efectivos. Así, los productos se vacían en el mercado o se disparan en precios. Y cuando los interceptan en la frontera, los contrabandistas dicen que las autoridades no les dejan trabajar.

El mercado se mueve de acuerdo a las circunstancias y, ahora que la crisis económica es evidente, sus precios superan la capacidad de los bolsillos. No hay freno legal posible y la situación de los bolivianos empeora día a día.

Son fenómenos que se cruzan. Antes de los bloqueos, los incendios en el país —que arrasaron con más de 10 millones de hectáreas— eran la preocupación. La industrias agropecuaria y agrícola se hicieron la del otro día, los colonizadores también. No se entiende cómo puede haber gente que se ocupa de encender, gasolina en mano, inmensas tierras, día a día. No es el cambio climático, es el hombre y su ambición.

De ambiciones también está alimentada la política. La disputa interna en el Movimiento Al Socialismo (MAS) tiene ese trasfondo. El conflicto partidario hizo mella en el trabajo de la Asamblea Legislativa y en la misma gestión del presidente Luis Arce. El expresidente Evo Morales se ha convertido en el líder de la oposición.

Esa disputa ha puesto en vilo al Tribunal Supremo Electoral (TSE), que sufre —más allá de los estatutos del MAS— la presión de las facciones por la validación de sus congresos (Lauca Ñ y El Alto) y la preservación de la sigla. La situación ha llegado al extremo de la injerencia de otro órgano, el Judicial, que de manera sucesiva lo obligó a cumplir hasta instrucciones en el caso.

Ni hablar de las elecciones judiciales. El TSE y la Asamblea Legislativa fueron blanco permanente de recursos que frenaron su trabajo. Sin embargo, fue el Tribunal Constitucional el que puso patas arriba la situación institucional; todo gira sobre sus decisiones: la suspensión de los comicios en 2023, la continuidad de los magistrados y consejeros más allá del plazo de su mandato, y otras determinaciones polémicas.

Para mal de males, el país sufrió hasta ayer 23 días de bloqueo de parte del ala evista del MAS. Motivada por la situación de crisis, la protesta fue instalada también por la candidatura de Morales y el retiro de procesos en su contra.

Rubén Atahuichi es periodista

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Sistema

Una definición de sistema dice que es un conjunto organizado de elementos interrelacionados

Claudio Rossell Arce

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:02

A menudo, cuando se busca comprender la ineficacia, o, peor, la maldad de las instituciones sin rostro visible, pero con efectos en la vida cotidiana, la respuesta fácil está en decir que “es el sistema”, y, en efecto, es probable que sea correcta. No importa si se trata de una respuesta institucional, como una fría carta, o un individuo que porta las credenciales, y los hábitos, de la organización, siempre es el sistema que se manifiesta de maneras diversas, pero aparentemente opuestas al interés del individuo.

Una definición básica de sistema dice que es un conjunto organizado de elementos interrelacionados que interactúan entre sí y con su entorno de manera coherente y estructurada, ya sea física, conceptual, social, económica o simbólicamente. Lo que le da sentido es su propósito de cumplir una función o alcanzar un objetivo dentro de un marco definido de reglas, dinámicas o principios, a menudo, en apariencia, inhumanos.

Consulte: Revolución

Sin embargo, no todos los sistemas cumplen con la definición: tómese por ejemplo el sistema solar, que es tal porque muchos cuerpos celestes orbitan (revolucionan, si se prefiere) en torno a una estrella. Al parecer, hay millones de esos en el Universo, aunque la pretensión humana reduzca este al conjunto de sus actividades, comenzando, por ejemplo, con concursos como el Miss Universo, en el que la ganadora siempre es una terrícola.

Otros sistemas, de presencia cada día mayor en la vida humana, son los informáticos, que incluyen los sistemas operativos, que mantienen funcionando el dispositivo que se emplea para leer, por ejemplo, este artículo; los que hacen funcionar la mítica world wide web, donde se encuentra este diario; y ni qué decir de los que hacen funcionar sofisticadas redes computacionales que posibilitan la inteligencia artificial generativa, que amenaza con reducir la inteligencia natural humana a su mínima expresión.

Hay sistemas de transportes, que se organizan con, sin o a pesar de la intervención estatal, como se puede ver en las ciudades de Bolivia, donde los gobiernos municipales sirven, a lo mucho, como el antagonista necesario para hacer funcionar el relato; las y los pasajeros son, en el mejor de los casos, extras que justifican la trama. Hay sistemas ecológicos, que todo el mundo dice apreciar, pero que casi nadie se atreve a proteger, sobre todo si aparecen como el obstáculo para la utopía del desarrollo.

Hay sistemas de educación, que en países como Bolivia dan pena, si no miedo, y que justifican ríos de tinta y horas de comentarios defendiendo su importancia y proponiendo soluciones, pero nada más, pues su éxito y desarrollo le quitarían eficacia a los discursos que amenazan con soles que se esconden y lunas que huyen. De los sistemas de salud también se dice mucho, pero se hace casi nada para mejorarlos; los mercaderes de la medicina lo agradecen mientras, satisfechos, cuentan su dinero.

Hay sistemas de justicia, que en la mayoría de los casos son todo lo contrario, y que funcionan como reloj suizo cuando se trata de favorecer intereses parciales o de impedir transformaciones estructurales que, tal vez, solo tal vez, los harían menos ineficientes y odiosos. Concomitantes con ellos son los sistemas políticos, que medran del estado de cosas, mientras sus agentes se llenan la boca con propuestas de transformación que apenas si sobreviven hasta el día de la elección.

También hay sistemas económicos, que funcionan muy bien en el papel o en delirantes conferencias de prensa, de las que se sale creyendo que el problema no está en los gobernantes, sino en la incapacidad de la gente para comprender las buenas intenciones de quienes toman las malas decisiones (o no toman ninguna, que también suele suceder). En ellos prosperan los sistemas financieros, con gran flexibilidad para adaptarse a toda clase de circunstancias y maximizar la ganancia de sus miembros, a cualquier costo.

Todo ellos, y muchos otros, forman el sistema social, en el que se aprende a vivir a pesar de las durezas, sinsentidos y abusos, atribuibles a la cultura, a las normas y a las instituciones, pero casi nunca a la naturaleza humana, como si no fuera esta el origen de todas las anteriores. Hace más de medio siglo que la filosofía mira con desconfianza a estos sistemas, y los opone al “mundo de la vida”, cada día más reducido, en nombre de valores abstractos y promesas imposibles de cumplir.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

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Si no lo sientes, no lo entiendes

Claudia Benavente

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:01

Esto es sobre periodismo y fútbol. La Fundación Friedrich Ebert convocó a periodistas, comunicadores y afines al ala de los medios a un intercambio en torno al protagonista de los últimos tiempos: la desinformación como presencia perturbadora. Para disparar el diálogo, los investigadores Omar Rincón y Ester Borges plantearon un par de problemáticas basadas en los peligros de la difusión de la información falsa, más en tiempos electorales y de eliminación de los adversarios. Varios estudios confirman que la gente ya no quiere ver noticias porque se habla de política. También porque periodistas y presentadores se han convertido, sin poder contenerse, en actores políticos que pelean, o creen dar pelea a los personajes de la política atacando a ciertas figuras desde los enfoques de sus noticias. Las balas y malas intenciones que buscan ocultarse detrás de las palabras. Ay, los titulares. Ay, los odios. Es tal el desmadre en el periodismo que hoy los especialistas hablan de la ruptura del pacto de la verdad, de la necesidad de un nuevo pacto democrático en el que los periodistas, a decir de Omar Rincón, no se crean actores políticos, vuelvan a hacer reportería, huyan de X, defiendan al periodismo. Hoy la gente confía mucho más en su familia que en los políticos o en los medios, nos cuenta Ester Borges.

Lea: Ser joven en la Bolivia de las filas

En efecto, en el país se puede hacer rápido la lista de los síntomas que arrinconan a informadores y empresas. Comencemos por la desaparición de la mediación periodística; las fuentes y la gente ya no necesitan de los medios tradicionales para comunicar. Sigamos con la probada falta de credibilidad en periódicos, radios y canales de televisión. Comentamos en este mismo espacio que encuestas de percepción en Bolivia revelan que la gente no confía en ellos, que creen que tienen una propia agenda política. La falta de confianza de grandes sectores ha puesto en una misma bolsa negra de plástico tanto a políticos como a periodistas o comunicadores. Podemos añadir, ya que estamos, que los anunciantes (estatales y privados) le han tomado la moral a las empresas periodísticas. Los señoritos anunciadores ya no ponen publicidad si se critica a YPFB y sus muchachos o al ministro perenganito; las empresas ya no quieren un espacio destinado a la publicidad como Dios manda, sino “una noticia positiva” que navegue en el conjunto de las informaciones. Muchas fuentes aceptan entrevistas “por correo electrónico”, o sea, “me mandan las preguntas y al día siguiente mando, por escrito, las respuestas”. En serio. Rematemos con la constatación de que hasta el cordón emocional está a punto de quebrarse entre las audiencias y los medios. Con todo esto, llamen a la ambulancia o pidan cita con el psicoanalista.

Si logramos que el periodismo actual se recueste sobre el diván, de repente se le podrá explicar con calma que el involucramiento político y la obsesión de los periodistas dejaron entrar la mazamorra a la casa de la información, de los datos. Habrá que asumir también que, a pesar de hablar tanto de los efectos de la omnipresencia digital, no se logra salir de la perplejidad frente a las nuevas formas de las pantallas de bolsillo. Después de la sesión psicoanalítica, propietarios y periodistas recibiremos con las dos manos una palabra de aliento para seguir en medio de la crisis económica y de la precariedad de las condiciones laborales de los trabajadores.

Comprender la actual noche para esta A periodista es como comprender el cielo encapotado del club atigrado de mi corazón: ¿Qué explica este vértigo en cada partido? ¿Que no sepan acomodar al zurdo de Chura? ¿Qué la entrega tan completa de Viscarra no permita sacar brillo a la confianza en Johan Gutiérrez frente al arco? ¿Que la hinchada no sea más comprensiva? ¿Que la dirigencia no salga de sus mezquindades? ¿Que el nabo del director técnico haya estado tan ausente y sea tan frío con todos? Como dijo el periodista Ricardo Bajo, es todo al mismo tiempo. Para las y los que no entiendan por qué me fui de la cobertura periodística a la cancha: porque es la misma impotencia. Es la periodista que pese a tanto en contra quiere seguir siendo periodista; es la stronguista que, con tanta falta de ternura con esos chicos en la cancha, sostiene más que nunca al Tigre que no sabe de rendirse. “Si no lo sientes, no lo entiendes”.

(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista

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La fundación del ‘racismo científico’ en Bolivia

Fernando Molina

/ 8 de diciembre de 2024 / 06:00

En la “Introducción” a su Catálogo del archivo de Mojos (1888), Gabriel René Moreno, “príncipe de las letras” e historiador insigne, afirmaba que este archivo era especialmente valioso porque hablaba de un experimento social que “interesa[ba] a la vez a la etnología, a la fisiología y a la demografía”. Dicho experimento probaba —conforme a la ciencia positiva y como si se hubiera realizado en un laboratorio— una hipótesis que entonces compartían las mencionadas disciplinas: la hipótesis del determinismo racial.

El archivo registraba la correspondencia burocrática en torno a la administración de Mojos (hoy Beni) durante el “Extrañamiento” o expulsión, en 1776, de los jesuitas que habían manejado esta región y su sustitución por curas del Obispado de Santa Cruz. El experimento social e histórico al que aludía, según Moreno, era más amplio: se había realizado antes y después del Extrañamiento en varias etapas de creciente complejidad.

Revise también: Los hombres y las mujeres que no se rindieron

Primero, desde la década de 1680 y por un siglo, los jesuitas habían reducido a pueblos indígenas habituados a vivir a salto de mata en la selva, dentro de misiones agrícolas y manufactureras bien ordenadas en las que la propiedad era común, se cumplían rigurosas normas morales y todos distribuían su tiempo entre el trabajo manual, la oración y el arte. De este modo, habían mantenido a los mojeños apartados de las normas modernizadoras que comenzaron a aplicarse en los reinos americanos a la llegada de la dinastía borbónica al poder metropolitano (1700), medidas que buscaban —sin lograrlo— convertir a criollos e indígenas en súbditos plenos de una monarquía absoluta.

Los jesuitas habían intentado construir el paraíso terrenal, inaugurando una tradición política que se desarrollaría y adquiriría enorme importancia en los siglos venideros. Sin embargo, su voluntarismo político no fue criticado más que tangencialmente como justificación de la dramática proscripción que Carlos III les aplicaba. Más bien se argumentó que no habían logrado inculcar a los indígenas un verdadero sentimiento cristiano; que sus misionarios se limitaban a acatar una ritualidad vacía de contenido; por ejemplo, flagelándose a sí mismos de forma mecánica; que sentían miedo del infierno y el diablo como antes habían temido a los seres oscuros del bosque; que en Jesús y los santos encontraban únicamente una promesa de placer, tranquilidad y afecto.

Entrando en este debate un siglo después con la intención de usar armas ideológicas modernas en él, Moreno afirmaba que nada más podía habérsele pedido a la Compañía de Jesús, ya que era imposible que la raza con la que había interactuado pudiera haber llegado a niveles más avanzados de espiritualidad: “Si algunas ráfagas de piedad luminosa había de producir la mente estrecha de estos indios, tenían ellas que ser proyecciones racionales o sentimentales provocadas por medio de todos los aparatos de los sentidos. Un cerebro mojeño primero estallaría como una bomba Orsini, antes que comprender ápice de esa sencillez suavísima y penetrante que se titula Introducción a la vida devota, por San Francisco de Sales”.

Moreno simpatizaba con los indígenas del oriente boliviano como un adulto simpatiza con los niños, con los cuales los comparó varias veces. Formaban, decía, “una sociedad sencilla, infantil, inocentona, pero en todo y por todo muy vecina de la ciega y carnal barbarie”. Así que encontraba natural que se los colocara en el último nivel de la jerarquía social del Virreinato, “vista su inferioridad respecto de la raza incásica”. De ahí que, después del Extrañamiento, y hasta 1810, el poder de Chuquisaca tratara de sustituir la tutela jesuítica de Mojos por la tutela, que al final resultaría venal y lasciva, de los curas del Obispado de Santa Cruz. No había otras posibilidades. Había que tener a los indígenas sofrenados por medio de supersticiones y ritos. “El largo uso acredita que freno y bocado eran propios de [esta] caballería”, metaforiza Moreno. Infierno o “cara de Cristo” en la otra vida, y culto y cilicios en esta, “constituyen el máximum que del espíritu del cristianismo puede ser desprendido del foco en obsequio del hombre negro y el hombre amarillo. El cristianismo, el pleno cristianismo, es solo para los blancos. No se sienten bien ni se adaptan bien a él los inferiores”.

Se trataba, eso sí, de una estrategia transitoria, ya que el género humano debía terminar unificado “caucáseamente”; esto es, emerger blanco y europeo de la desaparición de los negros y los amarillos, cuya evolución quedaría trabada a causa de su inferioridad. Por lo menos esta era la posibilidad finalista. Entonces y solo entonces se cumpliría la profecía del triunfo completo y definitivo del cristianismo.

En tanto darwinista social, Moreno creía en la supervivencia del más apto. Siendo él mismo blanco, razonaba que su raza era más apta que las otras: la única en “estado de madurez; o sea [la] de mejor y más perfecto desarrollo”. Al mismo tiempo, como positivista que también era, tenía necesidad de justificar su aserto con un discurso basado en hechos y pruebas: “Nada de hipótesis ni de fábulas para este estudio, nada que el positivismo de la ciencia más experimental no pueda admitir hoy día”. De ahí su entusiasmo por la oportunidad de escudriñar en los papeles de Mojos: a través de los anales de esta experiencia se podía demostrar la cuestión de las superioridades e inferioridades raciales de manera incontrovertible. Al intentar hacerlo, Moreno fundaba el “racismo científico” o positivista en Bolivia.

(*) Fernando Molina es periodista

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Convivir bajo amenaza nuclear

Otras aristas que aparecen entre los analistas son, por ejemplo, las oscuras motivaciones que tuvo el presidente Joe Biden al autorizar, casi al final de su mandato, el uso de los Atacms

Carlos Carrasco

/ 7 de diciembre de 2024 / 05:31

El ambiente navideño, que tradicionalmente acarrea paz, tranquilidad y amor en los espíritus, se vio alterado en las tierras europeas por el misil hipersónico Oreshnik disparado por Rusia el 21 de noviembre último a la ciudad de Dnipro, en Ucrania, en represalia a las bombas Atacms lanzadas contra su territorio unos días antes. El estruendo mediático de ese ataque, aderezado con aquel solemne discurso de Vladimir Putin donde explicaba las mortíferas propiedades de esa arma que podía viajar 12.300 km/hora, o sea, que podría alcanzar en escasos 15 minutos el centro de París o de otras capitales europeas, lo que suponía que el país ofendido carecería de posibilidad alguna de replicar inmediatamente. Reveló el mandatario que ninguna instalación de defensa antinuclear estaría en condiciones de interceptar su paso hacia el objetivo deseado. Añadió que, si bien esta vez el Oreshnik no llevaba ojivas nucleares, en caso dado podría cargar hasta seis ojivas, cada una de ellas para impactos diferentes. La comparación con los Atacms deja a esa arma occidental muy por debajo de los atributos del Oreshnik.

Las redes televisivas occidentales no tardaron en organizar debates al respecto, donde expertos militares y científicos de renombre participaban exponiendo sus puntos de vista, las más de las veces coincidiendo con Putin en el feroz potencial del último juguete ruso. Como resultado de esas disquisiciones, la polémica se tornó acerca de la determinación cierta o aparente que tendría Putin en usar el Oreshnik en sus guerras actuales, notablemente en Ucrania o contra alguno de sus aliados. También surgió una interrogante de peso: siendo que en las actuales circunstancias Rusia lleva ventaja en los frentes bélicos y, más aún con el arribo amigable de Trump en la Casa Blanca, ¿qué ganaría Putin con supuestos ataques nucleares a objetivos occidentales?

Otras aristas que aparecen entre los analistas son, por ejemplo, las oscuras motivaciones que tuvo el presidente Joe Biden al autorizar, casi al final de su mandato, el uso de los Atacms para golpear en profundidad territorio ruso, elemento que hasta hoy estaba vedado a los ucranianos. Además, esa luz verde era extensiva a otros países que, como el Reino Unido o Francia, se acoplaron a tal decisión. Ante ello, Putin aseveró que, frente a tal elemento, Rusia consideraría a aquellos países como beligerantes y que, con todo derecho, podría golpear centros militares donde se originen esas agresiones.

Todos esos ingredientes informativos se popularizaron en los medios, provocando una psicosis colectiva que induce a los europeos a elaborar actitudes alternativas en caso de una guerra nuclear que parece cada vez más cerca.

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Pintura de Villalpando en México

Patricia Vargas

/ 6 de diciembre de 2024 / 06:00

Durante la época colonial, los artistas y escritores de la Ciudad de México buscaban mostrar al mundo, especialmente a los españoles, imágenes de la calidad urbana que, según ellos, caracterizó a la época virreinal en México. Tiempos en los que la pintura mexicana fue representada por el artista Cristóbal de Villalpando.

Este pintor estaba convencido de que la Ciudad de México era la capital del Nuevo Mundo, por lo que se la idealizaba como una urbe imperial de grandes dimensiones, donde se concentraba la ciudadanía esencialmente española. Esta pasión por la ciudad lo llevó a afirmar, por escrito, que México era la Nueva Jerusalén.

Su obra La Plaza Central de la Ciudad de México (1695) fue considerada una obra de arte que buscaba representar el Nuevo Mundo según el modelo europeo. Esta pintura retrata la Ciudad de México, hoy Distrito Federal, que en ese entonces ya contaba con 100.000 habitantes.

Lo singular de esta pieza de arte es que, a pesar de su intención de resaltar el progreso y la grandeza de la ciudad, también refleja de manera clara los problemas sociales de aquella época, como la pobreza y la enfermedad que aquejaban a su población. Sin embargo, según el cronista Agustín de Betancourt, la ciudad ya contaba con una catedral comparable a las de Roma.

En esos tiempos, los españoles arrasaron con todo lo que significaba el pasado azteca y sustituyeron esa parte de la ciudad con nuevas edificaciones que no comprendían ni los problemas sísmicos ni las costumbres de los antiguos habitantes de la región.

Lo particular es que la obra de Villalpando, pintada en la gran explanada que hoy es el Zócalo, responde a ideales renacentistas en su planificación urbana, por lo que muestra a los europeos en primer plano, con sus ostentosas vestimentas, mientras los indígenas aparecen sentados en sus lugares. De este modo, la pintura ofrece un retrato de la sociedad de ese entonces en México.

En esos tiempos, la idea del Nuevo Mundo exigía a la ciudadanía local, que iniciara su vida borrando la memoria de su pasado. De ahí que los clérigos soñaban con restablecer la pureza apostólica, en tanto que los europeos aspiraban a revivir la virtud de la antigüedad. Ambos ideales inspiraron la concepción de modelos clásicos de planificación urbana basados en los ideales del Renacimiento.

La obra La Plaza Mayor de México, de Villalpando, fue ejecutada gracias al trabajo de 1.283 personas. Mide tres metros cuadrados y retrata la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, el Palacio Virreinal y el mercado de Parián. Actualmente, se encuentra en manos de un coleccionista en Inglaterra.

Es notable que, desde 1554, las edificaciones en la Ciudad de México hayan sido reconocidas por su magnificencia y acabado, según afirman varios escritos. Lo singular es que en España se consideraba que la plaza principal de México era tan grande que no tenía comparación con otras. Esto por sus grandes dimensiones, que podían albergar un coro completo capaz de interpretar música sagrada en lengua indígena, al mejor estilo polifónico de Europa.

Así, la plaza de México fue vista como una utopía del Nuevo Mundo, mientras que la pintura de Villalpando en 1685 recibió numerosos elogios y, en su tiempo, fue comparada con la obra El triunfo de la eucaristía, del pintor flamenco Pedro Pablo Rubens.

Patricia Vargas es arquitecta

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