Datos que (no) gustan
José Luis Exeni Rodríguez
En diciembre de 2020, pocas semanas después de la posesión del electo presidente Arce, el estudio Delphi de la Fundación Friedrich Ebert (FES Bolivia) expresaba optimismo entre los liderazgos consultados: casi la mitad decía que el país iba por buen camino, solo un tercio percibía mal camino y el resto no sabía. Cuatro años después, los datos son terribles: el 88% siente que vamos por mal camino. Estamos casi igual que en los últimos meses del funesto régimen inconstitucional de Áñez.
Al igual que las instituciones, las percepciones importan. Y cambian en el tiempo. Son fotografías de un momento determinado, que pueden ser comparables. La fotografía Delphi más reciente (octubre), en sintonía con encuestas de opinión pública, muestra la sensación mayoritaria de que la situación política y económica es mala o muy mala. Y que en los próximos meses va a empeorar. Hay pesimismo asociado a una gran preocupación por factores económicos y vientos de conflictividad.
Vea: ¿42 años no es nada?
Los datos, como las palabras, pueden o no gustar. Depende de lo que digan. Hasta principios de 2023, las percepciones eran buenas y hasta favorables. Y el oficialismo las celebraba y exhibía: “así se gobierna, neoliberales”. Desde hace casi dos años, los datos son críticos para la gestión de gobierno y sobre los temas que preocupan. Hoy las oposiciones los usan con aires de profetas del colapso: “siempre lo dije”. Los porcentajes no saben para quién trabajan.
Sigamos con la última Delphi. A la sensación de crisis político-institucional y económica, se suma una muy elevada y persistente desconfianza institucional. Casi ninguna entidad del Estado queda en pie (excepto, con valoración regular, el TSE y la Defensoría del Pueblo). La evaluación es más/menos negativa para todas las autoridades y líderes políticos. Y la impresión mayoritaria sobre el futuro es de incertidumbre, seguida de rabia. Los sentires cuentan.
Más percepciones: se desaprueba la gestión presidencial; la candidatura de Evo es lo que más polariza; el MAS-IPSP en implosión; una oposición fragmentada, con pésimo desempeño; el TCP como grosero suprapoder; probable crisis de gobernabilidad; difícil aprobación de créditos en la ALP; desacuerdo con la renuncia de Arce y el adelanto de elecciones; la inflación afecta cada vez más, con riesgo de escasez; se insinúan cambios progresivos en el modelo económico; los medios son promotores de enfrentamiento…
Danza de datos. ¿Para qué sirven? Para examinarlos, como una fotografía. Y mirarnos, como ante un espejo. Para conservarlos, como una carta. Hasta que se abren, como un libro, recordándonos historias que (no) nos gustan.
FadoCracia caminera
1. Entre otros efectos, el reciente bloqueo de caminos trajo consigo un fortísimo sentido común del antibloqueo. 2. Había que ver la cantidad de analistas y periodistas, todos in-de-pen-dientes, exigiendo el uso de la fuerza pública contra los bloqueadores (donde dice “haga algo”, léase reprima con estado de sitio). 3. Junto con las marchas, los bloqueos habitan el corazón de la política en las calles y carreteras. En Bolivia, son parte esencial del repertorio de protestas. 4. Lo que varía son las razones del bloqueo. En 2020, por ejemplo, garantizó las elecciones, tres veces postergadas. Ni hablemos de los bloqueos que abonaron la transición a la democracia y la conquista de derechos. 5. Esta vez, detrás de un pliego único, las razones no declaradas eran oscuras, mezquinas, indefendibles. 6. Después del bloqueo, queda el desbloqueo. Queda también el tufo de quienes, en nombre del orden, alientan y justifican masacres (ahí está la “pacificación” del gobierno de facto en 2019). 7. Los efectos del bloqueo son una mierda; que te declaren terrorista, también. Con mano/cabeza dura, y flores, seguimos saliendo adelante.
(*) José Luis Exeni Rodríguez es politólogo