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Tuesday 14 Jan 2025 | Actualizado a 18:24 PM

Los hombres y las mujeres que no se rindieron

Fernando Molina

/ 17 de noviembre de 2024 / 06:00

El antropólogo Francisco Pifarré (Los guaraní-chiriguano. Historia de un pueblo) calculaba, usando varias fuentes históricas, que, en el siglo XVI, cuando los españoles llegaron a la zona de la actual Santa Cruz de la Sierra, allí vivían unos 400.000 chanés y unos 100.000 guaraní-chiriguanos (pág. 39).

Con el paso del tiempo, bajo la presión de la conquista española, estos pueblos prácticamente desaparecieron. Muchos de sus componentes fueron exterminados; otros, integrados forzosamente a la vida urbana como sirvientes y mano de obra; otros más, vendidos como esclavos para el trabajo minero en Charcas o a las expediciones portuguesas que se arrimaban a la región en busca de mercancía humana.

Con diferentes ritmos de consumación y grados de crueldad, con métodos que oscilaban entre la persuasión ideológico-religiosa, el engaño y la guerra —que a veces era de conquista, a veces defensiva y a veces de exterminio—, éste fue el sentido general de este proceso histórico. Una orientación hacia el genocidio que se justificó por el carácter “bravo” y a la vez “taimado” de los chiriguanos, o por su condición “indómita”. Adjetivos como estos abundaban en las crónicas históricas, desde las de Indias hasta las actuales. Inclusive una antropóloga contemporánea tan seria y meritoria como Isabelle Combés ha calificado a los guaraníes, en Una etnohistoria del Chaco boliviano, de “recalcitrantes”.

Tales definiciones de este pueblo, que varios testimonios consideraban, por el contrario, “dulce”, cumplió un importante papel legitimador de su fatal destino. Luego de clasificarlo como amante de la guerra e incapaz de firmar un acuerdo de paz sin traicionarlo, se postuló estas características violentistas como la causa de lo que finalmente le sucedió, en lugar de responsabilizar a la entrada en escena de los civilizadores que, en último término, ambicionaban su territorio y su fuerza de trabajo.

Pensemos que ocurriría hoy si los bolivianos fuéramos invadidos por foráneos interesados en apropiarse de nuestras cosas y ponernos a trabajar para ellos. ¿Reaccionaríamos entonces por “chúcaros”, “belicosos”, “valientes”, o porque sería normal que lo hagamos?

El tratamiento especial que se daba a los guaraníes-chiriguanos (es decir, a los guaraníes de la cordillera, en el territorio que luego sería boliviano), o, como dice Pifarré, el mito de su temperamento, aunque podía suponer una cierta apreciación admirativa de las “virtudes viriles” de este pueblo, al final lo quintaesenciaba como irracional, pues no se quería someter a la lógica de la historia, la cual mandaba sin discusión que las civilizaciones superiores se impusieran sobre las demás.

Este esquema establecía, implícitamente, que los chiriguanos no tenían derecho a luchar por una causa perdida; ni a sentir la rabia que sintieron, porque al fin y al cabo era suicida. Lo único estratégico para estos indios, entonces, hubiera sido plegarse con docilidad, cumpliendo pactos que sabían que no les convenían, a la voluntad de los blancos. En este esquema, éstos, los “karai”, ocupaban el consabido puesto de superioridad ya no por razones raciales, sino de filosofía histórica. Eran portadores del “ascenso” civilizatorio que, en último término, conducía inevitablemente a parecerse a Europa.

Las misiones jesuitas y franciscanas que “redujeron” a los indígenas de los llanos bolivianos tuvieron un papel, y no el más insignificante, en esta trama general de aplastamiento de la singular humanidad que preexistió a la Conquista. La tesis de la película de Roland Joffé, La misión (1985), de que algunos sacerdotes se identificaron con los indígenas al punto de enfrentarse al mecanismo colonial de exterminio, aun siendo cierta en algunos pocos casos, no cambia que el propósito general de la obra misional fue lograr con métodos educativos lo mismo que los colonos buscaban por medio de la vaca, la violación de indias y el arcabuz —luego el fusil—, es decir, hacer que lo “indómito” fuera domado, que lo incomprendido y diferente fuera normalizado, que lo irreductible quedara reducido.

La utopía misionera de una comunidad de siervos de Dios que compartieran todo y fueran iguales a los apóstoles, es decir, a los sacerdotes que los representaban, era más peligrosa, en este sentido, que la evangelización jerárquica que se realizó en occidente, que rara vez pretendió cambiar los hábitos laicos, los lenguajes y la corporalidad de los indígenas que, por otra parte, eran de un número inmensamente superior al de los colonizadores. 

A los gobiernos bolivianos de la última parte del siglo XIX les cupo la triste “gloria” de dar culminación a este proceso “reduccional” de cuatro siglos. En enero de 1892, 400 años después de la llegada de Colón, la última confederación de indios chaqueños insubordinados fue aniquilada por el ejército nacional.

Solemos recordar el periodo 1880-1900 como el primer periodo relativamente democrático e institucional de la historia del Estado, en el que no hubo golpes militares y la oposición pudo llegar al parlamento, aunque no a la presidencia. En realidad, fue un tiempo negro para los indígenas bolivianos. Tiempo de exvinculación agraria en el occidente y en el que se aniquiló, en el sureste, a los últimos hombres y mujeres que no se rindieron.

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Devenir del MAS

Yuri Torrez

/ 13 de enero de 2025 / 06:00

Cada inicio de año, los astrólogos desfilan por los zócalos televisivos agarrados de sus bolas de cristal y predicen lo que va suceder en el campo político durante la gestión. Este año electoral con mayor razón. Esa manía contagió a algunos analistas políticos que proyectan el fin de la política. El propósito del presente artículo no es recorrer por este sendero astrológico, más bien, en base a lo sucedido en el juego político de los últimos años, diseñar escenarios prospectivos con relación al decurso del Movimiento Al Socialismo (MAS) y por su efecto de gravitación al propio espectro político boliviano.

Las (in)tensas disputas al interior del MAS de hace un par de años produjo un profundo resquebrajamiento en el tejido interno de esta estructura partidaria; algún momento se pensaba en la posibilidad de reconciliación de los actores en disputa, pero a estas alturas después que rebasaron algunos límites es algo improbable la unidad en el MAS. Ante esta constatación, lo que queda es saber, en definitiva, con cuál de los actores internos en disputa se queda la sigla.

 A diferencia de un par de años atrás, poseer la sigla no es garantía ipsu facto de victoria electoral, ya que la disputa interna en el MAS perforó no solamente la imagen de los actores involucrados en la querella, sino que la imagen del propio partido quedó lastimada seriamente. Si a eso se añade la crisis económica, se perfila un escenario complicado para el MAS –independientemente del candidato— en el afán de reeditar un triunfo en los comicios presidenciales.

Una cuestión vinculada a este tópico está articulada a saber si el actual partido gubernamental va a superar al liderazgo carismático que representaba la figura de Evo Morales. Una cuestión que trasluce detrás de estas disputas internas es la crisis de liderazgo del expresidente que en su momento fue un factor de cohesión partidaria; hoy es todo lo contrario ya que se convirtió en un factor explicativo para la desintegración interna del MAS.

 Al mismo tiempo, los sectores opositores internos al sector evista tampoco construyeron un liderazgo lo suficiente fuerte para hacer frente a esa fuerza simbólica que representó en su momento el liderazgo carismático de Morales. La táctica del sector arcista se redujo inexorablemente a demoler la imagen del exmandatario al punto que existe una orden de aprehensión en contra de Morales; pero tampoco –más allá de la discursividad— los arcistas generaron una corriente de renovación auténtica al interior del MAS.

Estas bregas internas generaron, a la vez, la pérdida de un “horizonte de visibilidad” (dixit Zavaleta) en el partido gobernante. O sea: estas disputas internas no tuvieron una naturaleza ideológica, sino son meras luchas instrumentales por el poder. Así, por ejemplo, el debate por la reconducción del proceso de cambio o el fortalecimiento del Estado Plurinacional estuvieron ausentes en estas refriegas en el partido oficialista que denotan la pérdida de la capacidad estratégica de los actores en disputa. 

Otra de las aristas de estos desencuentros en el MAS apunta a su naturaleza constitutiva como movimiento político: ser partido o movimiento social. Quizás, la disputa por la sigla devela en el fondo esta cuestión, que era una imbricación que se convierte en una tensión y muestra la verdadera esencia del MAS.

Este 2025 se perfila como un año muy difícil para el MAS y existe la posibilidad de no retener el gobierno. Más allá de los cálculos electorales pesimistas, hay el temor cierto que el proyecto emancipador representado en el MAS se diluya.

Yuri F. Tórrez es sociólogo.

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Cuál democracia

Julieta Paredes Carvajal

/ 12 de enero de 2025 / 06:01

La recuperación de la memoria y la energía de nuestra identidad es un camino largo, que une los senderos que nuestros pueblos transitaron y que hoy nos presentan el desafío de la actualidad donde nos encontramos. La invasión colonial destruyó nuestra organización política, social, cultural económica, destruyó la vida y las concepciones de la vida, que en estos territorios construimos con sus virtudes y defectos.

Muy al contrario de lo que piensa -desde su ignorancia- la gente racista, no se trata de volver al pasado, se trata de recuperar la memoria, para construir con sabiduría el futuro, eso es algo muy distinto.

Es histórico este momento del proceso de cambios revolucionarios del pueblo boliviano, la crisis en que nos encontramos nos proporciona una oportunidad valiosa para poder profundizar nuestro camino de afirmación vital, en medio de un mundo donde se diluyeron los significados históricos, los sentidos personales y el contenido propositivo de las palabras: vivir bien, revolución, justicia, libertad, amor, democracia.

Voy a referirme a esa última palabra, democracia y las prácticas de la democracia; no voy a meterme ni en la etimología ni en el origen. Voy a partir temporalmente del sentido que le dimos a esta palabra, en lo que llamábamos “recuperación de las libertades democráticas” en las luchas contra las dictaduras. Hoy sé que el ideal que nos movía estaba muy lejos de lo que en verdad logramos recuperar, pues las libertades democráticas consistían -en nuestro imaginario- la participación total en todas las decisiones que definen el destino de nuestros territorios. Consistían también en la participación organizada del pueblo, la conciencia y responsabilidad al momento de elegir y votar, de asumir el control social y popular y la necesidad de la discusión de los objetivos históricos de nuestras luchas en base a un proceso de formación política.

Hoy nos enfrentamos a la crisis de la democracia burguesa, que ya evidenció la esencia manipuladora de su origen burgués y la función dictatorial y excluyente de sus prácticas reales. Nosotras como mujeres tenemos la otra mirada que a nuestros hermanos se les escapa, por eso decimos que es el momento de acudir a la memoria, dar un salto cualitativo de esa concentración de poder en la figura presidencial, que representa el individualismo político implantado en la revolución francesa. Necesitamos salir de las figuras presidenciales que concentran las decisiones, necesitamos construir con memoria y propuestas nuevas lo que llamamos la democracia comunitaria, donde la figura presidencial no concentre las decisiones, donde las decisiones se concentren en la representación del pueblo organizado mandar obedeciendo

Necesitamos potenciar el pacto de unidad y ampliar un anillo de participación de otras organizaciones vivas. El presidencialismo de la democracia burguesa le funciona a los burgueses, pero a los pueblos no. Las organizaciones sociales deben dejar de ser llunkus y prebendales. Responsabilidad ética, tareas de la cuales la mitad cae en manos de las mujeres. ¡Viva la marcha por la vida!

Es feminista comunitaria

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Zapatistas de Chiapas: 31 años de resistencia y rebeldía

Esteban Ticona Alejo

/ 12 de enero de 2025 / 06:00

Los últimos días del mes diciembre de 2024, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) de México recordó el 30 aniversario del inicio del levantamiento, del 1 de enero de 1994. La prensa solidaria internacional destacó la fuerza organizativa que recibió a más de mil personas de México y del mundo, como también a la representación de bases de apoyo en el denominado Encuentro Internacional de Resistencia y Rebeldía. Además, para quienes no pudieron llegar a San Cristóbal de las Casas en Chiapas, a la discusión de las distintas mesas, se transmitió en vivo vía streaming. En Bolivia, muy pocos medios de comunicación brindaron alguna cobertura al encuentro.

El EZLN en los últimos años fue organizando eventos parecidos al del 2024, pero el reciente es nuevo en el tratamiento de temas como la autocrítica y la perspectiva del EZLN. Fue tan gratificante ver y escuchar a los/as zapatistas con frases como “que no quieren enseñar sino contar, no quieren mostrar un camino sino compartir y cómo se preparan para el día después”. Y para ello han estudiado su pasado y viajado. No es que los zapatistas estaban atrincherados sólo en su territorio autónomo. Contaron algo de su viaje a Europa del año 2021, que fue otro momento de profunda observación y reflexión de los problemas del mundo.

No sólo están siguiendo el mundo y sus problemas sino también el México actual y profundo. Por ejemplo, criticaron el “Programa Sembrando Vida” porque alimentaría la división y el enfrentamiento dentro de las comunidades. Pero también cuestionaron la propuesta de la “Cuarta trasformación” llevada a cabo por la actual presidenta Claudia Sheinbaum, porque sería una especie de reorganización capitalista de México.

Lo más sobresaliente del Encuentro fue la profunda autocrítica de cómo estaba organizado el EZLN, bajo una lógica piramidal y eso era continuar reproduciendo la visión capitalista. Incluso, expusieron, el cómo se fueron elitizando y cómo cada vez había poca comunicación con las bases. Todas estas preocupaciones les llevaron a sepultar la forma organizativa piramidal. Pero ¿cuál es la organización con la que la han sustituido? El Común o la Comunidad, con fuerte base ancestral. Le llaman la genealogía de lo común, que es una propuesta colaborativa, colectiva frente al método capitalista, que es la propiedad privada.

Lo Común o a la Comunidad, también es una propuesta a los pueblos indígenas y campesinos, “retrocediendo el reloj de la historia”. Es una especie de retorno a los tiempos en que las comunidades ancestrales que se reunían para deliberar, se informaban y tomaban decisiones colectivas. ¿Cómo se denomina en las lenguas de los pueblos indígenas de Chiapas lo común o la comunidad? En la región andina se llama el Thakhi en aymara y el Ñan en quechua, que quiere decir simplemente El camino

El capitán insurgente Marcos (antes llamado subcomandante Marcos y Galeano, respectivamente) destacó diciendo que “cuando los compas hablan del común no dicen hay que hacer esto, ellos están diciendo nosotros estamos haciendo esto”. Otras preocupaciones que afloraron en esta especie de informe y relanzamiento del EZLN fueron la educación y la salud. Se habló de hospitales, al parecer mediante una relación intercultural de la medicina occidental y la ancestral.

En el tema de la educación, se recalcó que aún existen problemas que se reproducen, por ejemplo, el alcoholismo. Mostrar a la comunidad rebelde y en resistencia, pero a la vez presentar una comunidad no idealizada y con problemas es una de las más esclarecedoras apuestas a futuro. ¡Honor y gloria para la comandante Ramona! ¡Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ukhama sutiniwa. Jilat, kullakanakan sarnaqawipa kha Chiyapa, México tuqina. Amtawayapxiwa 31 mara unxtasiwita. Jiwasanakan suma jathasaruwa kutt’añasa sasaw sawayapxi. Jallalla EZLN!

Es aymara boliviano y es sociólogo y antropólogo.

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Anomalías y lentes descompuestos

/ 11 de enero de 2025 / 08:42

La campaña electoral ya está lanzada en un entorno de gran desaliento. Las primeras maniobras de los candidatos, sin embargo, parecen convencer a muy pocos debido a su incapacidad de hacer o decir algo nuevo. Hay mucha confusión y escasas anomalías que subviertan el estancado panorama que nos proponen las dirigencias políticas y mediáticas tradicionales.

Incertidumbre es el término que mejor describe el panorama que muestran las encuestas que se publicaron o se compartieron recientemente. A parte de algunas obviedades, como la posibilidad, ahora sí, de una derrota del oficialismo o la esperanza que varios parecen aún tener en la persistencia de un voto de rechazo, ya sea contra el masismo o el retorno del neoliberalismo, no hay casi novedad en el frente.

Lamentablemente las encuestas están otra vez derivando en un carnaval de mercachifles, manipulaciones y aprovechamiento de la ignorancia de los medios que las difunden y de la candidez de una ciudadanía que no se merecería esa calidad de información.

Aparecen “encuestas”, levantadas en redes sociales sin metodología conocida o entre algún grupo de convencidos, u otras algo más serias pero que se refieren a universos muestrales no representativos, haciendo elegir listas de candidatos al gusto del cliente, sacando a fulanito y metiendo a zutanito o al revés. Todas pretendiendo orientar sobre las preferencias “de los bolivianos”.  

Es entretenido ver como una subidita de dos o tres puntos crea “presidenciables”, alborota el gallinero, permitiendo recolectar platita o rejuntar a la clásica columna de oportunistas que ahora sí se sienten cerca del poder o que desean preservarlo. Incluso parece rentable invertir unos pesitos para lanzar su propia candidatura a la presidencia y luego cederla por “el bien de la nación”, a cambio de una diputación o algún futuro cargo gubernamental.

Más allá de esos cambalaches, lo cierto es que el instrumento demoscópico parecer estar encontrando límites para descifrar los sentimientos de la ciudadanía. Para empezar, incluso si viviéramos en un escenario “normal”, se sabe que recolectar intenciones de voto a ocho meses de una elección, en la que además no sabemos quienes podrán inscribir su candidatura, suele ser muy impreciso.

Pero si a eso se le agrega que una gran mayoría anda cabreada con los políticos y que los niveles de apoyo a las instituciones y de lealtad con los partidos se han derrumbado, es posible que una buena lectura de hojas de coca sea, en este momento, más eficaz que una encuesta para predecir algún resultado electoral. Las buenas encuestas sirven para otras cosas en este momento. 

Todos los sondeos indican que hay al menos cuatro o cinco candidatos en torno al 10-15% de intenciones de voto, otros tantos alrededor de 5%, mientras un tercio de los entrevistados no dicen nada. Y esos datos tienen intervalos de error de +/- 3% o más. Es decir, todo es posible, nada se puede descartar, ergo, el instrumento no permite dirimir el pleito.

Husmeando en este desierto de ideas y entusiasmos, apenas emergen algunas anomalías, es decir situaciones que se desvían de los discursos y estrategias usuales de masistas y opositores tradicionales que insisten en seguir medrando de la polarización.

Una fue el shock político y sobre todo estético que significó el lanzamiento de la candidatura de Manfred en el Félix Capriles, lleno de cholos, algunos ponchos y uno que otro guardatojo y al ritmo de Maroyu y algunas caporaleadas, al punto que varios opositores de rancia estirpe lo interpretaron como una demostración patente de que el capitán se habría vuelto masista, fuchila.

La otra, más sustantiva, aunque algo menos comentada, fue el desmarque de Andrónico de uno de los dogmas más repetidos de la izquierda clásica al reivindicar un rol estratégico para el Estado en la economía, pero sin que eso derive en un “paternalismo” que ahogue los emprendimientos y la autonomía de ciudadanos y productores.

Guardando distancias, son dos casos, por lo pronto aislados, de ensayos de trascender las rigidices del actual campo político, que impiden a la dirigencia conectar con los nuevos estilos de vida y deseos de las mayorías. En un caso, aceptando las formas populares como un dato ya inamovible de nuestra cultura política y en la otra asumiendo la necesidad de adaptar radicalmente el dispositivo programático de la izquierda nacional popular a los nuevos tiempos.

Porque, quizás Andrónico y Manfred intuyen que la elección se jugará en un inédito espacio central, que no es equivalente a un centrismo descafeinado, conformado por electores que esperan soluciones pragmáticas a sus problemas, que no desean retrocesos sociales y de reconocimiento y que son en su gran mayoría hijos independizados de la revolución plebeya que cambió Bolivia desde el 2005.

Armando Ortuño Yáñez
es investigador social
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El bicentenario de la república colonial

/ 11 de enero de 2025 / 08:37

El odio clasemediero conservador contra el MAS parece encontrarse en pausa porque estaba fundamentalmente concentrado en la figura de Evo Morales que, por estos días, ya se sabe, no es más jefe del partido y su condición electoral vigente es la de la inhabilitación que le impide buscar una postulación que pudiera conducirlo a una cuarta presidencia, luego de las tres ejercidas entre 2006 y 2019.

Como Evo ya no será el “¡masista!”, como insulto callejero ha dejado de ser tan estruendoso en el último año, pero no por ello se debe perder de vista que ese odio ha permitido configurar en las dos últimas décadas el Odiómetro antimasista que probablemente tiene entre los tres de su podio a un opinador que sus amigos pititas llaman “Chino”, quien el 8 de agosto del pasado año ha publicado “Los tres mitos a superar antes del bicentenario”, un artículo en el que se antepone el oficio de peón ideológico desprovisto de rigor conceptual con respecto de la los hechos que han configurado una república colonial fundada en 1825 y que desde 2009 tiene inscrita la misión de construir un Estado plural e incluyente desde la constitucionalización de sus pueblos y naciones indígenas originarias y a continuación campesinas.

El primer mito al que se refiere este operador dice que “somos pobres por culpa del imperio (o de otros)”. Bastará con que el escribidor lea “Las venas abiertas de América Latina” (1971) de Eduardo Galeano para recordar que tal afirmación no puede ser otra cosa que una simplificación de la histórica condición de dependencia de nuestros países sometidos al capital transnacional, con injerencia en lo político y económico de nuestras presuntas “repúblicas independientes y soberanas”. No somos pobres por culpa del imperio, en todo caso no somos lo ricos que pudiéramos ser porque para que el imperio tuviera éxito en llevarse nuestro oro a cambio de baratijas, eran imprescindibles agentes locales (cipayos) que facilitaran los voraces objetivos de la “inversión extranjera” que ahora andan afanados por nuestro litio. En síntesis, esa condición de pobreza material de nuestras mayorías nacionales se la debemos en gran medida a las élites gobernantes a las que Carlos Montenegro caracterizó en “Nacionalismio y coloniaje” (1944) como la antinación. Para una correcta documentación que permita un conocimiento procedente de la investigación académica (el autor es estadounidense) es imprescindible leer “Minas, balas y gringos, Bolivia y la Alianza para el Progreso en la era Kennedy” (2016) de Thomas C. Field Jr.

El segundo mito, según este operador de la derecha, dice que “el pasado precolombino era mejor” e intenta justificar esta afirmación con frívola liviandad: “el pasado trajo cosas negativas como positivas. Siglos después, concluimos que los quechuas no habríamos sido los quechuas sin el contacto con España y los otros pueblos”, es decir que los quechuas se habrían quechuizado gracias al contacto con los conquistadores que debido a la colonización de los cuerpos de las mujeres indígenas con las que se edificó el mestizaje. Sería muy bueno que el autor de semejante interpretación nos informara sobre las fuentes de esa “nostalgia precolombina”. Que sepamos contemporáneamente, el mismísimo Papa Francisco pidió perdón “por el mal cometido por tantos cristianos contra los pueblos indígenas” (2021), mientras que el rey emérito de España, Felipe VI no fue invitado a la posesión de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum (2024), precisamente por haberse negado a pedir perdón por la violencia exterminadora, explotadora y saqueadora de la conquista española. No es que el pasado precolombino haya sido mejor para nuestros pueblos indígenas, sucede que a partir de la llegada española a nuestras tierras comenzaron “cinco siglos igual” como canta León Gieco.

El tercer mito es para una contra-antología: “Somos ricos porque tenemos recursos naturales. Este cuento es muy reproducido en las escuelas, colegios, universidades y otros centros de información y tiene como fin ubicar al país como objetivo de las potencias extranjeras que ambicionan nuestra riqueza”. Para respaldar su genialidad dice que nos falta conocimiento porque en realidad somos pobres por lo mismo, por poseer recursos naturales y no estar preparados profesionalmente para dejar de serlo.

Ningún cuento chino o cosa parecida: Tenemos un país materialmente rico, pero históricamente saqueado. Con solamente examinar los desmembramientos territoriales sufridos contra Chile, Brasil y Paraguay, comprobaremos que las guerras del Pacífico, del Acre y del Chaco fueron activadas por intereses de los grandes capitales: guano, salitre, goma, petróleo y gas. Con sólo revisar la historia de la Standard Oil por estas tierras, llegaremos a la conclusión que estos supuestos tres mitos, son en realidad parte de la explicación de nuestra historia, ahora que conmemoramos los doscientos años de creación de la república colonial de Bolivia.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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