Revolución
Por su importancia en la historia de la humanidad, se considera revolución la operada en el Neolítico, cuando la humanidad se volvió sedentaria al desarrollar la agricultura y las técnicas de conservación de los alimentos, circa 10.000 a.C.
Claudio Rossell Arce
Originalmente, la palabra pertenecía al dominio de la astronomía y nombraba el movimiento de los astros y planetas, que giran y cambian sus circunstancias, pero siempre vuelven al mismo punto; la revolución como rotación. Sin embargo, desde hace mucho tiempo los diccionarios le asignan como significado el cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; la revolución como transformación.
La humanidad tiene, entre muchos de sus rasgos distintivos, y únicos entre las especies, el inconformismo, que se aplaca con su opuesto, el conformismo. Inconformes con sus circunstancias, las personas hacen cuanto necesitan para cambiarlas, al menos en teoría. Existen innumerables obstáculos que inhiben el paso de la incomodidad a la movilización, y la energía necesaria para dar el paso suele ser tanta que se desborda de modos inesperados. Cuánto más si el cambio lo ejecuta toda una sociedad o grupos importantes de ella.
Por su importancia en la historia de la humanidad, se considera revolución la operada en el Neolítico, cuando la humanidad se volvió sedentaria al desarrollar la agricultura y las técnicas de conservación de los alimentos, circa 10.000 a.C. Existe abundante literatura sobre todo lo que sucedió después, incluyendo el desarrollo del patriarcado y la propiedad privada, que parecen ir de la mano “desde siempre”, y es muy probable que, especialmente la segunda, haya sido la causa de las revoluciones que desde entonces se sucedieron. Ambas formas resisten exitosamente los embates revolucionarios, incluso cuando se operan algunos cambios más o menos importantes en el orden social y político.
Del autor: Queja
Revoluciones famosas, son, por ejemplo, la de 1688, en Inglaterra, que inauguró el uso actual de la palabra al forzar cambios en el gobierno de la época. La historia marca en 1776 la revolución que dio paso a los Estados Unidos de América; poco después, en 1789, con la toma de la Bastilla se inauguró la Revolución Francesa, que demoró muchísimo en consolidar la Primera República. Pero el epítome de la teoría y la práctica de la revolución se produjo en Rusia, en 1917, muchos años después de que V. Lenin señalase qué se necesita y cómo se hace, y fuese capaz de pasar de las palabras a los actos. Quiso la fortuna que su programa revolucionario quede reducido a los libros que su sucesor publicó con gran entusiasmo, pero probablemente no haya leído.
Hay quien opina que la única manera de lograr que una revolución prospere, es bañándola en sangre. Ejemplos abundan, comenzando por la ya nombrada Revolución Francesa. El terror que produce la violencia del cambio debería disuadir a los derrocados de ofrecer más resistencia, pero también a quienes se atreven a criticar los medios. El riesgo aquí es que el inconformismo con las condiciones anteriores ceda paso al conformismo con las nuevas, especialmente en la clase gobernante, que fácilmente puede perder la brújula y emplear la misma fuerza para disciplinar a los antiguos revolucionarios.
Eso significa que es muy fácil que la revolución sea traicionada. Puede ser por falta de programa, como sucedió en Rusia antes de la victoria de octubre o, más recientemente, allí donde una nueva Constitución Política sirvió únicamente como emblema y no como horizonte para construir las nuevas instituciones y las nuevas prácticas. También por la condición humana, que, así como inspira sacrificios heroicos, conduce a muchas personas a buscar su satisfacción personal, a satisfacer sus deseos y, eventualmente, a aferrarse a los privilegios, legítimos o no que el poder garantiza. Finalmente, se la traiciona cuando el poder, que debiera ser un medio, se convierte en un fin. Hoy son numerosos los ejemplos de líderes que siguen imponiendo su voluntad y satisfaciendo miserables apetitos en nombre del pueblo y de la revolución.
La revolución viene acompañada siempre de palabras como esperanza, sacrificio y voluntad, pero también puede asociarse con frustración y con sufrimiento cuando los principios que la inspiraron desaparecen en los bolsillos y los estómagos de los satisfechos. Es entonces cuando, así sea todavía diminuto e invisible, surge el germen de la próxima revolución.
*Claudio Rossell es profesional de la comunicación social.