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Monday 17 Mar 2025 | Actualizado a 04:30 AM

Libre pensamiento

/ 28 de noviembre de 2024 / 06:00

En los tiempos que corren tener pensamiento propio debe ser una de las capacidades más difíciles de desarrollar porque requiere reunir y procesar muchísimo conocimiento, información y análisis, habilidades que las urgencias de la sociedad ultra tecnologizada en la que vivimos, las ha reemplazado por los contenidos que las redes sociales hacen circular y nos los hacen llegar masticados y digeridos.

También nos aseguran que la curiosidad ya es un arte antiguo, aparentemente reemplazada por la inteligencia artificial que supuestamente tiene respuesta para todo. Nos han hecho creer que indagar o peor aún investigar es una pérdida de tiempo, porque, según nos dicen, ahora existe   algo infinitamente superior que lo hará por nosotros, por tanto, lo único que tenemos que hacer es digitar correctamente la pregunta, hacer click y obtener la respuesta.

De esta manera, nuestra capacidad de pensar y difundir lo que razonamos está sometida a lo que se muestra como fuente de conocimiento e información ilimitada, libre e infinita. Por esta afirmación, la vida que es mucho más grande, llena de sorprendentes maravillas queda desperdiciada frente a nuestra pobre ambición de entendimiento, supeditada al designio de un algoritmo que determina quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos.

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Estas reflexiones siempre me traen a la memoria las palabras de José Luis Sampedro: “sin libertad de pensamiento de nada sirve la libertad de expresión”. En sociedades tan polarizadas como la nuestra esto tiene un mayor valor porque los de un bando todo lo ven desde su punto de vista e invalidan el resto.  El otro bando procede de la misma manera, no hay posibilidad de reflexión, solo aceptan la suscripción a tontas y a ciegas, es una especie de oscurantismo, que pensábamos estaba superado.

Pensar libremente es un reto que precisa de un gran trabajo, de un esfuerzo mayúsculo para informarse correctamente, leer en libros de verdad, hablar con gente de carne y hueso, caminar por las calles de piedra, tierra y cemento reales, con un GPS que sólo es una herramienta y no la brújula a la que se supediten todos nuestros movimientos y pensamientos. Finalmente, como diría mi compañero de vida: “la inteligencia artificial no te puede dar un abrazo”.

Lucía Sauma es periodista

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Zeitgeist

El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse

Claudio Rossell Arce

/ 16 de marzo de 2025 / 06:01

La palabra alemana zeitgeist no existe en español, pero se traduce como espíritu del tiempo. La historia, si no es la experiencia personal, enseña que nada permanece inmutable, mucho menos las contingencias y transformaciones que señalan el paso del tiempo. Así, la palabra zeitgeist nombra el modo de pensar (y consecuentemente, de actuar) propio de una época, más allá de las diferencias ideológicas puntuales que se producen en ese lapso.

Para la filosofía y las ciencias sociales, hablar de zeitgeist es a menudo hacer una caracterización de las costumbres o, como en el concepto de ‘habitus’ del buen P. Bourdieu, de la combinación de los modos de percibir (e imaginar), de juzgar y de actuar que son compartidos por muchas personas y por muchos grupos; por eso mismo, da forma a la sociedad de un tiempo y un lugar determinados.

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Es probable que, dentro de algunas décadas, la historia reconozca como un hito el que en 2016 el anciano y venerable Diccionario Oxford de Inglés le otorgara el estatus de “palabra del año” a posverdad (post-truth, para ellos), dándole no solo lugar en el más respetado catálogo de la lengua inglesa, sino sobre todo gran publicidad al concepto que nombra zeitgeist actual.

Espíritu de este tiempo: la verdad está escondida detrás de la imposibilidad de nombrarla, pero también, y sobre todo, de los esfuerzos que hacen unos y otros para negarla y ningunearla. Por eso, cada quien puede encontrar los hechos (alternativos) que mejor se ajusten a su visión del mundo, y hay miríadas de personas dedicadas a producir evidencia en sus redes sociales digitales favoritas.

Sin embargo, el zeitgeist actual también es la incertidumbre detrás de la incesante búsqueda de confirmación y de la producción de esa evidencia contingente. Incertidumbre, como la que produce el líder que miente una y otra vez, e insiste en pedir que se le crea, logrando, en el mejor de los casos, que la gente piense que todo lo que dice debe ser interpretado en sentido inverso (“no hay crisis…”, “no somos corruptos…”, “el pueblo nos apoya…”, “viva la libertad…”).

Y si las ideas moldean los comportamientos, el zeitgeist también es la perezosa imitación de los malos hábitos de los encumbrados, dispuestos, todos ellos, y ellas, claro, a saltarse las reglas a la menor oportunidad, con y sin motivo (más a menudo lo segundo). La viveza criolla elevada al estatus de habitus: encontrar la oportunidad, saber actuar cuando se presenta, y ofrecer una plausible explicación de por qué se actúa de esa manera.

Está el zeitgeist en la interminable lista de frases hechas que apelan a la ideología política propia y ajena, elogiosas las primeras, despectivas o algo peor las segundas; que caracterizan al líder, negando sus defectos y amplificando hasta la caricatura sus virtudes; en el modo de referirse a las críticas que ponen el dedo en la herida; en la simplificación hasta la banalidad de los temas que importan, y por eso son incómodos.

Y así como están desapareciendo las certezas que hicieron el zeitgeist del sangriento Siglo XX, el del Siglo XXI parece estar signado por la nada (tan parecida al vacío), que irónicamente tiene a la gente llena de deseos (necesidades, se dice en el lenguaje del marketing), de falsas creencias e inamovibles certezas; como con las monedas cripto, que enriquecen y empobrecen a la gente de manera casi instantánea, y que no tienen más respaldo que imposibles operaciones matemáticas ejecutadas por interminables cadenas de computadores; como el resto de la vida digital, que no tiene más materialidad que sofisticados servidores de datos y redes de computación, pero se come cada día un poco más de la experiencia terrena.

El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse.

NdelA: Con esta vigesimoséptima entrega acaba un ciclo que fue, literalmente, de la A a la Z. Y, cerrado el ciclo, es tiempo de descansar y/o pensar nuevas ideas (o palabrotas): por ahora, otros propósitos ocuparán el tiempo de este columnista. Agradezco infinitamente a Claudia Benavente por haber insistido en darme este privilegiado espacio en el diario que dirige, y a todo el equipo que trabaja con ella, que con gran cariño, paciencia y profesionalismo se aseguró de que mis artículos, lo mismo que los de decenas de otras personas dispuestas a compartir sus opiniones en un sano ejercicio de la libertad de expresión, aparezcan en las páginas impresas y, luego, en las digitales de este multimedio. Como en la canción: no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

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El positivismo llega al poder

Una de las primeras expresiones del racismo positivista fue el Nicómedes Antelo de Gabriel Rene-Moreno

/ 16 de marzo de 2025 / 06:00

En su clásico estudio El positivismo y la circunstancia mexicana, Leopoldo Zea señala que el positivismo francés fue la ideología de la burguesía posrevolucionaria que pretendía superar los excesos izquierdistas del siglo XVIII sin al mismo tiempo volver al “antiguo régimen”. Se trataba entonces de una ideología centrista, y por esto resultaba ideal para la circunstancia que vivió la burguesía mexicana a partir de la sexta década del siglo XIX, cuando se consolidó la república de México.

El positivismo postulaba un orden social dinámico, pero moderado y progresivo, que superara el tradicionalismo mexicano al mismo tiempo que eliminara la “anarquía” introducida previamente al país por la lucha liberal-conservadora. Su consigna era la comtiana: “orden con cambio y cambio con orden” (la misma de Goni Sánchez de Lozada en los años 90).

Revise: Ideologías de intelectuales y de masas

¿Podemos aplicar este esquema de clases a Bolivia? A fines del siglo XIX, no. Es cierto que el positivismo fue también aquí (o, para decirlo de otra manera, fue intrínsecamente) una ideología “burguesa”, es decir, una ideología del progreso industrial y de la legalidad y la institucionalidad liberales. Sin embargo, ¿de qué “burguesía” boliviana se podría hablar en este momento, entendiendo por “burguesía” a la clase de los propietarios de los medios modernos de producción? A esta categoría solo pertenecían los mineros de la plata y un puñado de grandes comerciantes de ultramarinos, un grupo exiguo, aliado al tradicionalismo agrario y agrupado en la facción conservadora, es decir, opuesto al positivismo.   

Tendría que pasar un tiempo para que, durante los primeros años del siglo XX, el positivismo y el liberalismo se hicieran mayoritarios y un nuevo sector recién aparecido de la burguesía minera, el de los productores de estaño, los enarbolara como banderas ideológicas.

Entonces, ¿quiénes procesaron la ideología positivista y liberal en el momento de su recepción en el país?, ¿quiénes las extendieron e impulsaron hasta convertirla en la ideología del poder? En nuestro caso, el papel de la “burguesía progresista” fue cumplido por ciertas clases medias profesionales y comerciales creadas por la prosperidad minera, en particular desde la década de 1870; clase medias que antes de llegar al poder en 1900 se perfilaron como la contra-élite política del país. Los positivistas eran profesores y profesionales independientes. El Partido Liberal fue fundado en 1883 por Eliodoro Camacho, un militar, apoyado por intelectuales, empleados y propietarios o herederos de haciendas agrícolas, la mayoría de ellos jóvenes.

Esta contra-élite lucharía contra los gobiernos conservadores (1884-1899) con todas las armas a su alcance, incluso enfrentando su positivismo contra el tomismo y el clericalismo de estos.

Luego de su victoria, el liberalismo y el positivismo se convertirían, sí, en expresiones de la burguesía minera y comercial, pero ya no de la facción de la plata, la cual se fue retirando progresivamente y cediendo su espacio a los empresarios del estaño, que se hicieron militantes o eran amigos del partido liberal.

Tenemos entonces que, desde la Revolución Federal de 1899, que comenzó el periodo liberal, el cual se extendió con diferentes formas y aspectos hasta la guerra del Chaco (1935-1938), el positivismo “llegó al poder”. En este tiempo se estableció la libertad de enseñanza, se limitó el magisterio eclesial, se reformó la educación pública conforme a las ideas de la “religión del progreso”, se avanzó en la parcelación de las comunidades indígenas, causa de múltiples abusos y protestas, se puso basamento nacional a algunas “ciencias positivas”, la geología, la geografía, la arqueología, la antropología, en menor medida la psicología y la sociología, se exploró el territorio y se trató de vertebrarlo por medio de ferrocarriles y caminos, al mismo tiempo que se adoptaba todos los adelantos científicos internacionales que se pudiera importar, se aprobó el divorcio (15 de abril de 1932), etc.

Pero el positivismo —y en gran parte también el liberalismo— tuvo un lado maligno y fue su concepción “social-darwinista” del cambio social. Según esta concepción, la raza no solo era una característica positiva, esto es, científica de la población, sino que determinaba el comportamiento de esta. De una manera muy conveniente para quienes ocupaban las posiciones de clase más ventajosas (burgueses, terratenientes, grandes comerciantes e intelectuales), todos los cuales eran blancos, el positivismo definía la determinación racial a favor de quienes poseían un fenotipo europeo. Se suponía entonces que los blancos o “hispanos” eran los únicos racialmente adaptados para la modernidad, para los requerimientos del trabajo avanzado y, por tanto, los únicos que podían tener un desempeño social productivo y bienhechor. En cambio, los indígenas y los “cholos”, es decir, los hijos mezclados de indígenas e “hispánicos”, constituían razas inferiores, incapaces de crear, de asumir los desafíos progresistas, la responsabilidad y la lucha por la subsistencia; eran una rémora para la nación, un problema que resolver, etc.

Por un lado, no era posible evitar un mayor cruce con los indígenas, de modo que el país se iba poblando de mestizos, seres flojos, lascivos, indisciplinados, poco esforzados, listos pero no inteligentes, o inteligentes pero carentes de voluntad, etc. Por el otro, se anatemizaba o renegaba de esta futura mayoría nacional, constituyendo un pensamiento pesimista y depresivo que tendría como su principal cultor a Alcides Arguedas, y como su primer denostador, a Franz Tamayo, aunque fuera un denostador desde dentro del mismo racismo, gesto y posición que inauguraría el indigenismo nacional.

Aunque no es posible encontrar este tipo de razonamiento en los documentos fundamentales del Partido Liberal, resulta indudable que el primer presidente boliviano liberal, José Manuel Pando, así como otros altos dirigentes de este partido y del país, fueron positivistas y racistas.

Una de las primeras expresiones del racismo positivista fue el Nicómedes Antelo de Gabriel Rene-Moreno, ensayo escrito en 1882 en Buenos Aires, donde el historiador dio en encontrarse con Antelo, paisano y amigo suyo, precoz receptor y divulgador cruceño de la teoría de la evolución y la biología más moderna de la época, y socialdarwinista. Lo estudiaremos en 15 días.

(*) Fernando Molina es periodista

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Europa entre la guerra y la paz

Carlos Antonio Carrasco

/ 15 de marzo de 2025 / 06:00

Hasta el 5 de marzo, cuando a las 20.00 apareció en la pantalla de televisión el rostro del presidente Emmanuel Macron flanqueado por la tricolor francesa, quien con aire dramático convocaba al pueblo a prepararse para la defensa de la integridad patria ante la inminencia de una posible agresión rusa como prolongación de su incursión bélica en Ucrania, no se vislumbraba que ese conflicto llegaría a las puertas de Francia. Pero Macron fue enfático en afirmar que, si Putin imponía sus condiciones en algún acuerdo de paz, no se detendría ahí, sino que proseguiría su marcha hacia Moldavia, Rumania y, posiblemente, Polonia. Ante esa perspectiva, Europa debía rearmarse y asumir su propia defensa, toda vez que Donald Trump afirmó que Estados Unidos no lo haría. Efectivamente, el viraje de Trump fue evidente cuando decretó aquella pausa en la ayuda militar y financiera que se brindaba a Ucrania y mediante su telefonema con Putin el 12 de febrero, reestableció la relación congelada y abrió paso a directas negociaciones de paz, excluyendo a la UE y a Kiev.

El desdén americano hacia los europeos fue patético con el discurso agresivo del vicepresidente JD Vance en la reciente Conferencia sobre Seguridad en Múnich y más aún ante el franco comentario del presidente al decir que la UE fue creada para mortificar a USA. Esas crispaciones diplomáticas fueron recibidas con suprema satisfacción en Moscú, al punto que el canciller Sergei V.  Lavrov acudió a la Historia para eximir a USA de ciertas “calamidades” cometidas más bien por los europeos tales como “las cruzadas, las guerras napoleónicas, la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de Hitler” Aquel fresco romance entre Moscú y Washington fue anotado con mucho temor, mayormente porque días antes Elon Musk declaró que “ya era tiempo de salir de la OTAN y de la ONU”.

Para rematar ese ambiente de susceptibilidad en la Asamblea General de la ONU, una resolución de solidaridad con Ucrania registró al unísono el voto negativo ruso-americano. Todos esos elementos sirvieron para reunir de urgencia la cumbre europea en Londres, el domingo 2 de marzo, donde al reafirmar la necesidad de la defensa común y autónoma, se aprobó el acopio de 800.000 millones de euros, destinados a un sólido programa de rearme. Aunque esa decisión fue unánime, a excepción de Hungría, existen entre los 27 miembros de la UE ciertas fisuras como, por ejemplo, sobre la opción de proveer de tropas para garantizar algún acuerdo de paz en Ucrania.

Igualmente, la invocación del presidente Macron sobre la posibilidad de emplear la disuasión nuclear como medio de protección ampliada a toda Europa ante una hipotética agresión rusa, provocó agrio debate en la Asamblea Nacional.

Todas aquellas conjeturas dan origen a especulaciones complotistas que llegan a sospechar un pacto entre los tres grandes poderes hegemónicos para repartirse áreas de influencia en el planeta: Rusia tendría vía libre en Ucrania y quizá países aledaños; USA absorbería a su dominio, Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá y China amalgamaría Taiwán a su territorio continental. A la vez los tres tenores mancomunadamente contendrían los avances del insurgente Sud Global.

La esperanza de un acuerdo de paz en Ucrania, si finalmente se acuerda, podría alterar el dinámico cambio que se opera en la geopolítica mundial.

*Es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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Memoria creativa

Patricia Vargas

/ 14 de marzo de 2025 / 06:02

En los últimos días, las ciudades de Bolivia fueron escenario de diversas actividades urbanas, culturales y recreativas. Éstas pusieron de manifiesto, a través del baile, la importancia de la conservación de la memoria cultural y recreativa durante la época del Carnaval.

A lo largo de estos días, fuimos testigos de cómo los virtuosos creadores del arte del baile, en este caso el folklórico, se hicieron presentes en distintas exhibiciones a lo largo del país. Ejemplo claro de ello es el Carnaval de Oruro, un espectáculo que sigue sorprendiendo año tras año.

Sin embargo, no es solo Oruro el espacio de estas expresiones; otras ciudades también supieron exponer el valor de sus costumbres mediante el baile. Lo más significativo es que estas representaciones culturales no solo preservan la memoria, sino que enriquecen y enaltecen el valor de la cultura que las acompaña, integrándola plenamente a la sociedad.

De este modo, cada ciudad logró mostrar la singular riqueza de las cualidades culturales que definen a su pueblo. A través de los movimientos corporales de los bailarines, acompañados por la música, los centros urbanos se llenaron de un significado estético singular, que reflejó el alma de sus comunidades.

Bolivia cuenta con una memoria cultural por demás rica y diversa, como lo demuestran los bailes carnavaleros del país, que nacieron del imaginario colectivo de las distintas culturas con las que cuenta este país. Una memoria tan variada, que reafirma la visión de algunos pensadores que sostienen que la diversidad de la memoria nacional es una especie de relato de la creatividad que conlleva su gente.

Es importante destacar que toda creación artística está respaldada por una serie de eventos y elementos, en los cuales lo misterioso juega un papel fundamental.

La memoria creadora debe ir de la mano con la memoria inteligente, que investigue el significado de los bailes tradicionales y constate que la creatividad evolucionó a lo largo del tiempo. Un claro ejemplo para evidenciar esto son los bailes y vestimentas presentes en el Carnaval de Oruro, cuya riqueza en formas, materiales, telas y colores muestra la evolución de las expresiones corporales de los bailarines.

Una evolución en la que los nuevos aportes no han perdido la dirección legada en cuanto a la estética que conlleva la vestimenta, como se observa en la danza de la diablada, cuya tradición sigue viva en las nuevas manifestaciones.

En ese sentido, es necesario que se mantenga el equilibrio, para evitar que el exceso haga desaparecer la esencia de la estética original heredada. Las artes expresivas, como hijas de la memoria, son dinámicas y deben renovarse constantemente, pero nunca perder su identidad.

En los nuevos tiempos, la renovación creativa de ciertos elementos, como las máscaras de la diablada, ha permitido una evolución que, si bien es inevitable, debe encontrar un límite para no caer en la exageración. Esta realidad, lejos de negar la innovación, nos recuerda que todo exceso puede diluir, el talento y la imaginación de quienes concibieron estas creaciones.

Los antiguos griegos afirmaban que las musas inspiradoras de las artes eran hijas de Mnemosyne, la diosa de la memoria. Y esto quedó demostrado en el Carnaval con la presencia vibrante de diversas manifestaciones culturales en el país, cada una con sus propias expresiones singulares.

Sin duda, todas las actividades culturales y recreativas de estos días han demostrado la capacidad creativa que conlleva la sociedad boliviana, gracias a la misteriosa facultad de la imaginación.

*Es arquitecta.

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Nostalgia de las derechas: el Estado

César Navarro Miranda

/ 13 de marzo de 2025 / 06:00

Este año celebraremos 42 años de democracia; hubiesen sido 43, no se toma en cuenta el año del gobierno de facto presidido por Añez.

La pregunta es por qué la derecha, con mayor experiencia y ascendencia partidaria de cerca de un siglo y medio, no puede reorganizarse partidariamente como proyecto político estatal desde la crisis de octubre de 2003. Desde las elecciones nacionales de 2005, las diferentes derechas solo lograron conformar frentes electorales similares a clubes de amigos, que duran lo que dura la campaña electoral y no logran trascender más allá del resultado electoral.

El origen de las derechas partidarias fue en ser en el engranaje del Estado oligárquico colonial, la derrota militar, la perdida territorial, y la crisis que derivó de la invasión militar y oligárquica anglo-chilena a las costas bolivianas —Guerra del Pacífico— implicó desplazar a los militares del poder político; la oligarquía minera de la plata asume la dirección del gobierno y para ello fundó dos partidos, Conservador y Liberal, e institucionalizó el sistema político con una democracia censitaria, racial y patriarcal. Almaraz denominó a este periodo la instauración de la Segunda República; el primero gobernó desde 1880 hasta la Revolución Federal de 1899 y el segundo, las dos primeras décadas del siglo; se dividió y se fundó el Partido Republicano, fue la disputa entre la oligarquía minera del estaño. Estos tres partidos gobernaron ininterrumpidamente por 55 años hasta su derrota militar y la pérdida territorial en la Guerra del Chaco.

Las derechas retomaron el control estatal en el momento que el MNR proscribe del nacionalismo el sentido revolucionario; ése es el tiempo que el nacionalismo adquiere la dimensión ideológica de derecha; civiles y militares enarbolan esta bandera, y las dictaduras militares de Barrientos y Banzer que instalaron el fascismo lo hicieron en nombre el nacionalismo.

La dictadura parió su partido, Acción Democrática Nacionalista (ADN); el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fue el núcleo civil partidario que posibilitó la dictadura. Ambos partidos y líderes —Banzer y Paz Estenssoro— se reconvirtieron en demócratas en los albores de la democracia, se constituyeron en los pilares del sistema político, gobernaron alternando durante 20 años en la era neoliberal. Los otros partidos, MIR, NFR, UCS, Condepa, MBL y FRI, eran el complemento que necesitaban para mantener el control político estatal.

Las derechas partidarias fueron Estado, su forma de vida política giraba en función del poder político y económico, y los beneficios que les otorgaba, personal, familiar y grupalmente.

Las derechas partidarias tenían las instituciones y la condición estatal para la reproducción ampliada del poder, pero, contrariamente, su militancia no trascendía más allá de los funcionarios públicos.

El control estatal les daba el monopolio en el poder, pero no eran mayoría democrática; todas las derechas eran minorías electorales. La suma de sus parlamentarios les daba el privilegio para autoelegirse en alternancia en el gobierno, lo que popularmente se llama “pasanaku”.

Cuando fueron derrotados democrática, electoral y moralmente en 2005, perdieron su fuente de poder: el Estado, ese fue el inicio de su crisis indefinida.

Se atrincheraron en las gobernaciones y en los municipios capital. Cada autoridad, gobernador o alcalde, anuncia con ch’alla la fundación de su partido, proclama ser la nueva opción electoral y presidencial, pero se limita a ser solo anécdota democrática. Luego se diluyen.

Esta elección no será la excepción; los presidenciables fueron autoridades desde el siglo pasado y son candidatos permanentes en cada elección. Todos a la vez, y por separado, sin ruborizarse se presentan, a pesar de las canas y la calvicie, como la renovación; tienen el eslogan apropiado para el momento, hasta ahora no pusieron el pie en el embrague para hacer un cambio y una autocrítica necesaria.

Esas derechas fueron lo que fue el viejo Estado republicano y colonial; las nuevas derechas que emergen son de extrema, tienen un razonamiento periférico, se miran en el espejo de Milei, Bolsonaro o Trump; tienen el mismo libreto de las viejas y eternas derechas, se consideran euro-americano-céntricos y miran con superioridad y desprecio lo plurinacional popular. Es su retrato histórico, por ello no pueden ser opción estatal; su aspiración en esta elección es llegar a la segunda vuelta. Será el tiempo para mezclarse a nombre de la unidad y utilizar todo el poder mediático, religioso y empresarial que disponen para volver a apropiarse del Estado.

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