El olivo de la raíz
Estamos un centenar de personas en la Sala Oscar Soria Gamarra de la Cinemateca Boliviana. Se ha quedado gente afuera por llegar tarde. Muchos visten el tradicional pañuelo palestino, la “kufiya”, ícono de la solidaridad internacionalista con Palestina. Se proyecta el documental La raíz del olivo, del cineasta boliviano Sergio Martín Eguino Viera.
Las cinco historias de jóvenes palestinos en Cuba estremecen sin caer en el panfleto. De cuando en cuando, el silencio de la sala oscura deja escapar alguna que otra lágrima. La imagen de un olivo centenario de Gaza rodeado por edificios bombardeados es la metáfora perfecta de la resistencia. Los olivos siguen echando raíces. Transmiten la historia, aferrados a la tierra ocupada porque como canta un trovador cubano “el dolor no puede matar a la utopía”.
Watan Jamil es uno de los protagonistas del documental. No recuerda casi nada de su niñez en un campo de refugiados. “Dura muy poco, a veces incluso dudo haberla tenido”. Más de 17.000 niños/niñas palestinas han sido asesinadas por las bombas del Estado genocida/terrorista de Israel en la franja de Gaza.
Les han robado la niñez, la adolescencia, la juventud. Les ha arrebatado el futuro de la forma más brutal. Watan Jamil lleva, mientras hace guardias en un hospital cubano, un colgante con el mapa de la Palestina histórica, desde el río hasta el mar. Él también se aferra.
“La raíz del olivo” está salpicada de poderosas imágenes y símbolos: una llave, el legendario Handala (el personaje de comic creado por Naji al-Ali que se niega a crecer o darse la vuelta hasta que Palestina sea libre), un tejido, un recuerdo del Mediterráneo reflejado en el Malecón de La Habana.
Omaima Alkhawaja es otra de las protagonistas. Es de Nablus y quiere ser doctora para regresar y sanar. Y curarse. Habla con sus padres por videollamada y ora en la mezquita. Pasea La Habana Vieja y llora. Llora porque es fuerte. Los débiles, dice, son los que han perdido toda humanidad. También baila porque quiere resucitar —como dice la poeta palestina de la libertad Fadwa Tuqan— siendo “tierra/yerba/flor en el seno de la patria”.
Bassel Salem lleva más de 30 años en la isla. Se casó con una cubana y no pasa un día que no se acuerda del país que dejó atrás por culpa de la ocupación. Cuenta ya más de 300 familiares muertos bajo las bombas. Traduce listas con nombres de personas que ya no están. Cuando era chango, creía que el Che había muerto en Palestina en los 60; ahora sabe que Guevara nace todos los días en Gaza.
Murid Abukhater ha vivido tres guerras y solo tiene 25 años. También estudia Medicina. Maneja una moto por las calles de la capital con la única compañía de su perro fiel. Quiere ser cardiólogo. Vio cómo su abuelo murió porque no había oxígeno en su hospital palestino. La quinta “prota” se llama Baylasan Rattrout. Encuentra en su tía Khalida Jarrar, presa por luchar, la fuerza para no morir. Hay algo en Palestina que merece vivir.
La raíz del olivo es un documental necesario. Las fotografías íntimas de familias palestinas luchan contra uno de los propósitos del sionismo genocida: la deshumanización de todo un pueblo. Ahora que la franja de Gaza se ha visto reducida en los noticieros/periódicos a meras cifras, la película de Eguino llega para poner caras, nombres y apellidos, para contar historias en minúsculas, para dibujar sonrisas en mayúsculas.
Las balas y las bombas han terminado con las vidas de miles y miles de inocentes, pero los olivos siguen en pie; y los abrazos y las palabras en árabe retumban como eco entre los escombros. La memoria resiste como lo hace la poesía. “Por que no hay muerte si hay memoria”, como dice Bassel.
La raíz del olivo es un canto a la resistencia; construido con las armas de la autoficción (cartas a amigos asesinados, a familiares; y diarios, tan presentes en la lucha). El olivo, ese olivo centenario de Gaza, graba los nombres de todos los que ya no están. “Si los olivos conocieran las manos que los plantaron su aceite se volvería lágrimas», dice el poeta nacional Mahmoud Darwish.
El documental de Eguino es también una oda a la esperanza. Los palestinos tienen lo que no gusta a los asesinos: tienen futuro. Cuando la letra del trovador cubano que se llama Gerardo Alfonso suena en los créditos finales, dos mujeres salen cantando de la Cinemateca Boliviana: “después de tanto tiempo y tanta tempestad /seguimos para siempre este camino largo, largo / por donde tú vas, por donde tú vas”.
Dice el poeta Ghassan Kanafani que los palestinos no se darán por vencidos “hasta crear un paraíso en la tierra o quitarle al cielo su paraíso”. Son los sueños todavía.
*Ricardo Bajo H. viste con ‘kufiya’.