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Sunday 26 Jan 2025 | Actualizado a 04:58 AM

¿Hay forma de frenar al TCP?

Rubén Atahuichi

Por Rubén Atahuichi

/ 4 de diciembre de 2024 / 06:01

El Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) “vela por la supremacía de la Constitución, ejerce el control de constitucionalidad, y precautela el respeto y la vigencia de los derechos y las garantías constitucionales”.

Al menos desde 2017, el TCP ha sido protagonista de las dramáticas transformaciones del país, cuyas instituciones sufren un desorden que incluso afecta la democracia. Entonces, emitió la Sentencia084/2017 con la que validó una segunda respostulación, en 2019, del presidente Evo Morales, que había sido elegido bajo esa Constitución en 2009 y 2014.

No hubo entonces poder institucional alguno que pudiera revertir la decisión y el Tribunal Supremo Electoral (TSE) tuvo que cumplir ese mandato y habilitar al líder del MAS para una nueva reelección. Es otra historia el resultado de esos comicios.

Siempre hubo presión política en sus acciones, como en 2019, cuando —en la crisis poselectoral— afanosamente Luis Vásquez, otrora presidente del Senado, cabildeó con algunos magistrados para sustentar la “sucesión” de la senadora Jeanine Áñez. El resultado, fue solo un comunicado (que invocó oficiosamente la Declaración Constitucional 0003/2001), aunque suficiente para validar el golpe de Estado de entonces.

Más tarde, en otra acción similar, validó la prórroga de mandato de Áñez y los miembros de la Asamblea Legislativa. Esta decisión es usada por la antigua senadora para decirse expresidenta constitucional.

En el pasado reciente, la Sentencia Constitucional 049/2023 removió no solo la arena política del país, sino que puso en vilo la institucionalidad judicial y constitucional. Con ese fallo, el TCP —luego de meses de consideración— anuló las elecciones judiciales de 2023 y, lo peor, prorrogó el mandato de magistrados y consejeros electos en 2017, por encima del mandato constitucional de seis años.

Hace unas semanas, en coincidencia con el final de la prórroga, el TCP ahondó la situación al admitir un recurso y disponer elecciones judiciales parciales a través de sendas decisiones, la Sentencia 0770/2024-S4 y el Auto 084/2025-ECA-S4.

Por encima del principio de preclusión, el TCP obligó al TSE a organizar comicios parciales (solo se elegirán 19 de 26 cargos), el 15 de diciembre, y dejó en suspenso una eventual segunda votación. Para 2025 están previstas las elecciones generales, con las que no puede colisionar otro proceso.

Lo último. El TCP se ha sobrepuesto al TSE y reconoció un congreso del MAS no registrado, como la dirigencia de Grover García. Además, le puso tres cruces a una eventual candidatura de Evo Morales.

Sus actuaciones implican un suprapoder que rige a todos los órganos del Estado y no hay institucionalidad que lo frene.

*Rubén Atahuichi es periodista

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Tedio precarnavelero

/ 25 de enero de 2025 / 06:03

A ocho meses de las elecciones, la política se ocupa de sí misma, se entusiasma con sus espejismos, prisionera de su vanidad y de un voluntarismo miope. Todos creen que pueden ganar y acceder al poder. En las tribunas, la sociedad parece desconectada, sin entusiasmo, inquieta por el futuro y cansada del espectáculo de los poderosos. A veces, el voto puede ser también una venganza, cuidado.

El bizarro festejo del aniversario del Estado Plurinacional es quizás solo una postal de la incapacidad de las elites políticas para comprender las preocupaciones y los sentimientos de la ciudadanía. Son tiempos en los que, a falta de ideas, sobra la frivolidad: un buen caporal compensa las preocupaciones sobre el alza de precios y el waka waka la sensación de falta de liderazgo. Como alguien diría, quien va a quitarnos lo bailado, que se inicie el carnaval.

En el frente electoral, casi todos creen que pueden ser candidatos e incluso que son imbatibles. Todos saben que varios reyes chiquitos están desnudos, pero nadie se anima a decirles la verdad y permiten que anden por ahí en paños menores.

Por muy criticadas que sean, las encuestas que se publicaron y filtraron estos días son bastante claras y coincidentes en algunas tendencias:

Hay un denso clima de mal humor social y pesimismo. Las cifras son contundentes, la gente ve mal la política, la economía y cree que el futuro no será mejor. Es el panorama social más negativo desde inicios de siglo, incluso peor que durante la pandemia o la crisis del 2000-2003. Aunque el país quizás no va tan mal, las percepciones sobre su rumbo se han derrumbado y eso será determinante en las decisiones de la ciudadanía.

Ningún líder político convence ni genera confianza. El escenario electoral está muy fragmentado en términos de adhesión electoral. El candidato mejor posicionado está rondando el 15% y muchos otros personajes fluctúan entre el 5% y el 10%. Si se considera márgenes de error, no hay “favorito”, cualquier cosa puede aún pasar. Eso es reflejo de electores poco entusiasmados o con poco interés en la actual oferta de candidatos.

Pasito a pasito, el mundo masista se está acercando a una debacle electoral, que será histórica, atrapado entre las ambiciones de dos candidatos que tienen, en la práctica, muy bajas posibilidades de ser elegidos, uno de ellos por su impopularidad y el otro porque tiene muy escasas posibilidades de inscribirse a la contienda. En todo caso, dependiendo de la encuesta, todas las facciones masista apenas acumulan, en el mejor de los escenarios, el 35% de votos. Se imaginan la situación si además van escindidas.

El evismo-androniquismo, por llamarlo de alguna manera, parece ser lo más sólido del bloque nacional popular masista. Tiene votantes y una presencia significativa en el mundo popular por muchos reveses que haya recibido en los últimos meses. Aunque los estrategas del actual oficialismo parecen creer que con alguna pirueta discursiva y alguna ayudadita del TCP y el TSE pueden reposicionarse, ellos mismos son su mayor enemigo: una gestión gubernamental que no logra solucionar nada con claridad y parece dedicada a justificarse y evadir las responsabilidades de una crisis económica y de expectativas difícil de revertir.

Por su lado, las derechas tradicionales, empeñadas en su estrategia unionista no crecen, siguen encerrados en su segmento del mercado electoral que acumulan sin variaciones desde hace quince años, entre 20% y 30% según la encuesta que se analice. Tuto, Samuel y Camacho están peleándose por su nicho histórico, nada más, no lo están desbordando, tampoco sorprenden pese a sus esfuerzos por generar una dinámica.

Con un masismo en crisis y una oposición tradicional que no convence, la mayoría de votantes se están refugiando en la indecisión, que se sitúa en torno al 30%, o en el apoyo a fuerzas no convencionales, Manfred por la derecha u otros ensayos de outsider por la izquierda, como la posible candidatura de Maria Galindo, o por lo bizarro, como es el caso de Chi. Ellos son quizás la expresión del malestar y de la incomodidad con las dirigencias partidarias tradicionales ocupadas en sus obsesiones.

Así pues, en estos días tediosos, a la espera de que pase el Carnaval para que pasemos a las cosas serias, el escenario electoral no termina de configurarse. Al contrario de la hipótesis polarizadora, el eclipse masista no se está traduciendo en el fortalecimiento de las oposiciones tradicionales, sino en la instalación de un notable vacío y cansancio político entre la ciudadanía, lo cual puede llevar a la tentación por un voto “en contra de algo”, altamente volátil y quizás fragmentado. Más que hacia la constitución de una nueva hegemonía, aunque sea contrarevolucionaria, parecemos acercarnos más bien a la fragmentación política peruana.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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El juego sucio del ‘todo pasa’

/ 25 de enero de 2025 / 06:00

Debido a la muerte de su esposa (2012), Julio Grondona, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) durante 35 años, decidió dejar de usar un anillo con una inscripción que decía “Todo pasa”.  Manifestó entonces que eso era prácticamente lo único en su vida que no volvería a suceder: el compartir el día a día con la señora que lo dejó viudo.

“Todo pasa” es una frase mafiosa. Algo así como un axioma que se cumple de todas maneras en sentido de que no hay vuelta atrás y eso, en el territorio de las triquiñuelas, ayuda enormemente a que la impunidad se convierta en fortaleza institucional en un mundillo donde la coordenada ganar/perder tiene cada vez más que ver con la circulación de cientos de millones de dólares de una industria en la que los derechos de televisión crecen progresiva y geométricamente, mientras las casas de apuestas tienen la potencia para inducir a amaños de partidos en los que llegan a participar algunos futbolistas igual de inescrupulosos que sus patrones.

Esta es, respetables aficionados, aficionadas y aficionades, la verdad de la milanesa en la frenética industria del fútbol del siglo XXI y en ese frenesí, hay realidades futbolísticas poderosas por el dinero, prolíficas por la conversión de diamantes en bruto en verdaderas joyas del juego (canteras organizadas y trabajadas hasta el mínimo detalle), y tan artesanales como mediocres en las que el “Todo pasa” de Grondona se utiliza a rajatabla todos los días. A esta última categoría pertenece el fútbol boliviano en el que la improvisación y las malas artes dominan su identidad.

El jugador del Club Aurora, Diego Montaño, se llama en realidad Gabriel, y no tiene 19 años, sino 25. Falsificó su identidad inducido por algún genio que lo ayudó a quitarle seis años a su verdadera edad, probablemente para poder ser convocado a selecciones juveniles con la ventaja deportiva que supone una contextura física engañosa tal como sucedía en los años 90 de la Academia Tahuichi, cuando su prócer, Rolando Aguilera Pareja, decía que era más importante la patria chica que la patria grande y alguna vez, endiablado de rabia, —lo dominaba un temperamento muy sanguíneo—,  no tuvo mejor idea que orinar en una maceta del antiguo edificio del parlamento boliviano.

La práctica de alterar edades para equiparar físicamente a nuestros menudos y frágiles futbolistas con los del vecindario sudamericano era entonces un secreto a voces. De esta manera teníamos que jóvenes promesas de la pelota aparecían con documentos de haber cumplido entre 12 y 15 años, cuando en realidad ya tenían por lo menos entre 16 y 19. Dicha ventaja deportiva ayudó a Tahuichi a brillar competitivamente en el concierto sudamericano durante los años 90 y de esta manera pudo ganar varios “Mundialitos Paz y Unidad”. ¿Pruebas? Una sola para sustentar esta versión: Una figura de la selección boliviana de fútbol que participó de la Copa del Mundo Estados Unidos 94 le preguntó alguna vez al seleccionador Azkargorta si quería saber su edad real o la “edad Tahuichi”. Esa práctica extendida en el más importante semillero del fútbol boliviano era comentada en voz baja en los malolientes pasillos de la componenda futbolera.

Con estos antecedentes, no tiene por qué sorprendernos lo de Diego-Gabriel Montaño, empeñado por ahora, en eximir de responsabilidades al presidente de Aurora y a su esposa que funge como apoderada del futbolista, de los delitos cometidos que podrían significarle una condena a tres años de privación de libertad: falsedad material, falsedad ideológica y uso de instrumento falsificado. Las consecuencias para el deportista podrían dar lugar a la prematura finalización de su carrera, pero muy probablemente no sucederá lo mismo con el presidente del club, Jaime Cornejo y para su señora esposa, Sandra Valencia. Valga subrayar que la familia Cornejo Valencia podría ser considerada, cuando menos, como muy especial: La hija de los capataces del cochabambino “equipo del pueblo”, Alejandra, matrimoniada con otro futbolista, René Barbosa, descargó insultos racistas en abril de 2022 contra el afro ecuatoriano Kevin Mina que entonces vestía la camiseta de Guabirá de Montero.

Todo pasa. Probablemente todo pasará para la familia empresarial Montaño Valencia. Como pasó sin que se supiera públicamente que un prominente dirigente de uno de los grandes del fútbol boliviano, bastante pasado en copas, le confesara a este periodista que alguna vez había comprado los servicios de un árbitro para que su equipo ganará un partido de Copa Libertadores. Todo pasa para el futbolista al que en pleno vestuario, dirigentes e hinchas agarraron a golpes en el estadio de Villa Ingenio. Continúa en su club. Está convocado a la selección. Todo pasa en el fútbol boliviano, pero en realidad, vistas las cosas desde las despobladas graderías de nuestros estadios y desde la comodidad de los sofás frente a nuestros televisores, no pasa nada y seguirá sin pasar nada. Julio Grondona que estás en el cielo, santificado sea tu nombre.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Democracias algorítmicas

/ 24 de enero de 2025 / 00:15

Así como ocurre en el resto del mundo, en Bolivia la comunicación política ha cambiado radicalmente desde 2016, cuando las redes sociodigitales se confirmaron como protagonistas en la configuración del debate público nuestro de cada día. Facebook, X (Twitter) y, más recientemente, TikTok se han convertido en escenarios donde se libran verdaderas batallas políticas por la opinión pública. Pero, ¿hasta qué punto estas plataformas -desinformación y polarización mediante- están hackeando nuestras democracias?

Aunque el efecto de lo que ocurre en redes respecto a la política es variable en dependencia con los contextos propios de cada cultura política local, lo cierto es que existe una creciente dependencia de las redes sociodigitales como vehículo de la política y como actores de la misma. Los candidatos ya no solo compiten en plazas y mercados; también lo hacen en algoritmos que deciden qué contenido llega a los votantes. En este escenario, las campañas digitales se convierten en armas poderosas, donde no solo se difunden propuestas, sino que también se persigue moldear emociones y percepciones en tiempo real. Todo esto en la era de la antipolítica emocional.

En sus inicios, las redes sociodigitales nos habían prometido democratizar el acceso a la información y dar voz a los ciudadanos. Sin embargo, esa promesa ha consolidado su fin este pasado lunes, cuando un reducido ecosistema dominado por intereses económicos y políticos ascendió al poder de uno de los países más relevantes del planeta (dicen por ahí que la única minoría peligrosa del planeta son los ricos).

Los llamados tecnoligarcas —los CEO de las redes sociodigitales más relevantes en occidente— han acumulado un poder sin precedentes, capaz de influir en la política global y local. Varios estudios han comprobado que en Bolivia las dinámicas en redes sociodigitales fueron una variable relevante en la movilización de la opinión pública en pasadas elecciones. Y aunque aún resulta muy complejo medir el nivel de influencia en el voto, lo que va quedando claro es el nivel de afectación que están teniendo sobre las democracias.

Campañas de desinformación, hashtags polarizantes y videos virales definen continuamente gran medida de las narrativas políticas y esto se intensifica radicalmente en periodos electorales. Este 2025, nos enfrentamos a un escenario aún más complejo, donde los ciudadanos están expuestos a un flujo constante de información, muchas veces diseñada para manipular emociones y generar reacciones inmediatas. Las redes están acá para confirmar que las campañas negras (la denominada guerra sucia) ahora es predominante en los periodos de propaganda electoral.

Las elecciones de 2025 van a representar un punto de inflexión en este tema para Bolivia. Sabemos, de inicio, que nuestra democracia está muy debilitada, nuestra cohesión social tremendamente herida y los líderes políticos absolutamente atomizados. Es decir: estamos ante un escenario propicio para desinformar, polarizar y manipular.

Visto lo que el mundo entero vio esta semana, está claro que no estamos en condiciones de darnos el lujo de no (pre)ocuparnos del problema que vienen significando las redes sociodigitales cuando buscan hackear nuestras democracias. ¿Estamos dispuestos a ceder el control de nuestras narrativas políticas a los algoritmos diseñados por tecnoligarcas con intereses ya no sólo económicos sino también políticos? ¿Podemos/queremos volver a tener un espacio público libre menos tóxico, vil y más focalizado en el bien común? ¿estamos aún a tiempo?

Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Twitter: @verokamchatka

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La ciudad como tuna

/ 24 de enero de 2025 / 00:12

Trampeando con la metáfora voy a proponer como fruto/símbolo representativo de nuestra ciudad a la tuna.

Me atrevo a este juego simbólico porque nuestra sociedad urbana alucinó con ese pequeño fruto (de la familia de las cactáceas conocido científicamente como Opuntia ficus-indica) cuando doña Emilia, un niño en amargo llanto, un anciano en pantuflas y un doctor hecho el custodio, se enzarzaron en un tunal de un cerro perdido en los Andes. El encuentro dio pie a una infinidad de exageraciones raciales, mediáticas, políticas, y sensibleras que se remató con el recibimiento del mismísimo presidente constitucional del Estado Plurinacional a doña Emilia. Sin duda alguna, una historia de puro realismo mágico, amplificada codiciosamente por los medios y las RRSS, que culminó con demagógicos regalos y condescendientes elogios a la víctima.  La agenda mediática cambió en un tris con infinidad de comentarios, desde las sabihondas cavilaciones de la ideología woke hasta el lamento boliviano del soberano.  Hasta este enero del año 2025 no sabíamos que la Opuntia ficus-indica, era el fruto más representativo de esta ciudad.

Tenemos, metafóricamente hablando, las siguientes coincidencias con la tuna: Somos un mini fruto urbano, tan pequeño como la tuna, de menos de un millón de habitantes; no somos una gran sandía como la Franja de Gaza.   Somos también, un fruto urbano que cambia de color en breves intervalos de tiempo; las coloridas gestiones municipales van del amor al odio en un santiamén.  Somos una sociedad urbana protegida por una gruesa cascara llena de minúsculas púas (conocidas como kepus), invisibles y etéreas, que joden más que las púas de verdad.  Somos, además, un conjunto social aislado en múltiples burbujas (como las pepas de la Opuntia ficus-indica) que nadan en un líquido viscoso y azucarado; es decir, nuestras relaciones de amor y odio son aparatosamente melosas. Y, por último, nos asemejamos a la tuna porque crecemos en un terreno yermo, tirados de la mano de Dios, sin cuidados materiales ni sentimentales; somos una ciudad silvestre que se alimenta y desarrolla de la nada. 

El escudo de nuestra ciudad lleva, inexplicablemente, hojas de olivo y laurel ¿a quién se le ocurrió semejante desvío iconográfico? ¿dónde se cultivan? Propongo que se reemplacen esas ramas por tunales.

Más allá de las ironías emergentes de esta metáfora, agradezcamos infinitamente que nos asemejamos a la tuna y no a la sandía. Nuestros problemas, incluso los más trágicos y adversos, son silvestres. Los resolvemos con una ingenuidad humana que raya en la bobería y no con auténticos genocidios ni guerras globales como sueñan algunas pepas.

Carlos Villagómez es arquitecto.

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Crisis económica e inicio de clases

Roberto Aguilar Gómez

/ 23 de enero de 2025 / 06:00

El inicio del calendario escolar, que coincide con los primeros meses del año, abre para las familias un calendario de gastos relacionados con la educación de sus hijos. Más allá de los costos de matrícula, que se aplican en las instituciones privadas, se presentan gastos adicionales como la compra de uniformes, útiles escolares, el pago de transporte, tecnología, cuotas y otros. Estos gastos, se pueden clasificar en necesarios, complementarios y prescindibles en función de las posibilidades económicas de las familias.

La categorización de los gastos, constituye una forma de visibilizar las disparidades en el acceso a la educación. Mientras que, para algunos grupos familiares, ubicados en unidades educativas privadas, el pago de pensiones, la adquisición de textos originales de la editorial prescrita o la tecnología constituyen gastos imprescindibles para el desarrollo educativo, para otros, en contextos de mayor vulnerabilidad socioeconómica, lo imprescindible se reduce a un cuaderno nuevo, el texto del hermano mayor o el pago de la cuota a la directiva de padres de familia, por más que ella este prohibida.

Esta clasificación, aunque pueda parecer arbitraria, ilustra cómo una crisis económica, que afecta los precios del transporte y la alimentación por la inflación, impacta también en otros componentes del gasto educativo. El alza de precios reubica progresivamente los materiales educativos en niveles cada vez más difíciles de adquirir, transformándolos de necesarios en complementarios y, finalmente, en prescindibles.

La reclasificación del gasto educativo familiar refleja el empobrecimiento progresivo de la sociedad, consecuencia de la pérdida del poder adquisitivo de los ingresos. En el ámbito educativo, este empobrecimiento se traduce en la disminución de las posibilidades de acceso y permanencia en el sistema educativo. La dificultad para costear materiales escolares, el transporte o las cuotas puede conducir al abandono escolar y a la deserción. Este fenómeno se agrava en contextos de vulnerabilidad, donde las familias se ven obligadas a priorizar necesidades básicas por encima de la educación.

En el pasado Bolivia enfrentó profundas crisis económicas que han impactado con mayor fuerza en los sectores pobres y han generado el empobrecimiento de los sectores medios. La historia de la educación, de igual manera, tiene registrado que el abandono escolar, el analfabetismo y el deterioro de la calidad educativa son algunas de las consecuencias más visibles de los desajustes en la estabilidad económica.

Es importante recuperar la memoria colectiva para no olvidar que la crisis derivada del neoliberalismo hasta el 2005, nos dejó precarios indicadores educativos, con tasas de analfabetismo por encima del 13%, abandono escolar con cerca del 6,5%, el acceso educativo en primaria con el 97% y en secundaria con el 82%, con un 11% de la población sin ningún nivel educativo.

Después de 14 años de estabilidad económica (2006 – 2019), fueron visibles los cambios en la estructura de indicadores de la educación: analfabetismo del 2.5%, abandono escolar del 1.7% en primaria, 99% de acceso en primaria y 92% en secundaria, con un 4.7% de la población sin ningún nivel educativo.

Nos encontramos nuevamente en el inicio de una crisis económica, con indicadores que sugieren una posible profundización. Factores como la drástica reducción de las Reservas Internacionales Netas, la escasez de dólares en el mercado, la dificultad para cubrir la demanda de combustibles y una creciente tasa de inflación, marcan un panorama preocupante.

La ausencia de políticas económicas adecuadas aumenta el riesgo de que esta crisis impacte con mayor fuerza en los sectores más vulnerables de la población, afectando derechos fundamentales como la educación. Es imprescindible establecer que el derecho a la educación no puede ser factor de ajuste (reducción de presupuesto) y se debe preservar el Artículo 77 de la CPE que garantiza que la educación sea considerada prioridad del Estado.

Roberto Aguilar Gómez es docente investigador de la UMSA y exministro de Educación.

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