Administrando el desaliento
Los desequilibrios económicos son inocultables. El diagnóstico no es el misterio, más o menos ya sabemos cuáles son sus causas. Mientras tanto, el Gobierno anda por ahí cada vez más ensimismado y empeñado en sus ficciones, nadando sobre el vacío político y la enorme desilusión colectiva. Administrador del desorden y de la parálisis. Y, seamos honestos, no les va tan mal en tan desagradable tarea; habrá que pensar por qué.
Empecemos por lo evidente: el desabastecimiento y la inflación, cuyos efectos vemos en nuestra cotidianidad desarreglada; tienen su origen en el colapso del régimen cambiario y la inacción gubernamental por casi dos años desde que aparecieron sus primeras señales. Y día que pasa sin soluciones estructurales, los desequilibrios se amplifican y las opciones para componerla se hacen más difíciles. Solo hay que esperar; lo que viene no será mejor.
Y la gente no es tonta, se da cuenta del desbarajuste; por eso el pesimismo se extiende y la aprobación del Gobierno está llegando a mínimos históricos. En las mentes lineales, semejante situación debería conducirnos a la revuelta o al cambio político, casi automáticamente. Pero, eso no es lo que está pasando. Tampoco es que las cosas estén fáciles para el Gobierno, pero no está naufragando en medio del tornado.
Es una resistencia llamativa y que nos dice mucho de la coyuntura, de nuestra sociedad y quizás del futuro. El punto es que la crisis no necesariamente podría tener un desenlace, ni siquiera negativo; podría quedarse por mucho tiempo entre nosotros. Condenados a la inercia y al deterioro lento, pero seguro. No es que sea fatalista, pero hay un dicho popular que dice que siempre se puede caer más bajo, obviamente si no se hace algo.
Esas situaciones las he visto de primera mano en mi paso por muchos países latinoamericanos en estos años; nunca hay que descartar ningún escenario, la estupidez humana puede ser inmensa, al igual que la miopía de los actores políticos y la capacidad de adaptación de la sociedad a lo peor.
Lo cierto es que la sociedad boliviana está mostrando una increíble resiliencia. Dejados a nuestra suerte, por ejemplo, en la cuestión cambiaria, estamos encontrando mil formas de seguir trabajando y viviendo. Nuestra normalidad informal nos ayuda en la tarea, pero, al mismo tiempo, está radicalizando nuestro individualismo.
Pero esta situación está también exacerbando nuestra añoranza por el orden y la seguridad; el sálvese quien pueda no cohesiona ni genera acción colectiva, ni necesariamente azuza la demanda del cambio en todos los segmentos sociales.
Al mismo tiempo, los tiempos y la dinámica de las crisis son más insoldables de lo que suponemos. No todos la sufrimos ni la percibimos de la misma manera. Su secuencia no es lineal, más que una muerte súbita, suele ser más bien un largo y tedioso moribundeo, que a veces se acelera por un evento azaroso o por la habilidad, diabólica o salvadora, de algún actor político.
Entre las clases medias angustiadas por la falta de dólares que destruye sus aspiraciones de pertenecer a la modernidad capitalista y los mundos populares inquietos con el alza de precios y la escasez, las convergencias no son obvias. Por lo pronto, cada uno resuelve su problema y punto.
Por otra parte, la mayoría que votó por Arce se debate en una serie de encrucijadas y desilusiones. Pese al drama interno del oficialismo, para muchos este sigue siendo su gobierno, sus lealtades y cultura política fueron forjadas en los quince años de gobiernos del MAS, muchos los recuerdan como los mejores de su vida. Las rupturas no serán rápidas y quizás lo que prevalece, por ahora, es una especie de largo duelo de las ilusiones y de las confianzas.
Por supuesto, tampoco ayuda al despabilamiento masivo que parece que necesitamos, el gran vacío de liderazgo que estamos sufriendo. Nadie convence, todos los dirigentes son poco audibles, digan lo que digan. Muchos se lamentarán de la mediocridad de la elite política, de su frivolidad, de su egoísmo y de su falta de sustancia, pero creo que lo más grave es su desconexión del país real.
El oficialismo, en sus dos vertientes, muestra los síntomas de aquellos que están mucho tiempo en el poder, el estado y el poder los ha abducido, están lejos, incluso de la sociedad que ayudaron a nacer. Los opositores de centro derecha, por su lado, intentando borrar quince años de historia, contrarrevolucionarios hasta la caricatura. Igual, perdidos, como los masistas, en sus ficciones sobre un país que ya no existe. Arce no se derrumba, quizás, porque somos mucha sociedad, incluso en el caos, porque somos unos guerreros del desorden, porque la crisis es más compleja de lo que pensamos y sobre todo porque no hay liderazgo político. Cuando solo queda el vacío, cualquier cosa que lo llena, aunque sea poco, funciona, se están aprovechando de eso. El juego sigue, el futuro no está escrito, pero sin audacia y autoridad política nada será posible.