De analistas, duendes y otros demonios
El paisaje no está completo si no vemos el marco que cada pieza periodística construye.

Claudia Benavente
Érase una vez, en la Redacción de un periódico, en un lejano país en crisis económica, un periodista que comentó casi riendo: «Anoche, en la televisión, cuando presentaban al analista, en el pie de pantalla le pusieron ‘Director de medios estatales’; pasaron pocos segundos para que lo cambiaran por el perfumado letrerito de ‘analista'». No es el único caso en este mágico mundo del análisis político y económico. Hace una semana, otro medio televisivo también daba paso al análisis de un rostro nuevo (o renovado) que, una semana después, aparecía en las fotos de redes sociales como parte del equipo del irreversible candidato a la presidencia, Tuto Quiroga. De maneras similares encontramos a exautoridades del Banco Central, a actuales asesores de gobierno, a exministros de presidentes contrarios al actual, a periodistas con clara posición política, a viejos actores políticos… Nos queda claro que los medios de comunicación no van a exigir un carnet de virginidad a cada uno de sus analistas cada vez que requieran de una interpretación informada sobre determinados sucesos de la coyuntura. Queda también claro que nada les impide, por honestidad con sus audiencias, presentar a sus analistas especificando su formación académica y, sobre todo, de dónde vienen, para entender mejor desde dónde hablan.
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El paisaje no está completo si no vemos el marco que cada programa de televisión, cada espacio radial o cada pieza periodística construye. Ni hablar de las incontables metamorfosis que se presentan en el universo de las redes sociales. Son marcos en los que cada periodista, productor, comunicador o influencer muestra la hilacha o muestra de qué madera está hecho. O se aferra a su honestidad intelectual y dibuja la frontera entre el dato, la interpretación, el análisis y la opinión, dando cuenta de quiénes son los actores de su producto mediático, o bien se abandona en los brazos del cachivache. Esta semana resbalé en un programa de televisión en el que se presentaba a Evo Morales como delincuente ya juzgado; luego se presentaban las declaraciones de una abogada de Morales, a tiempo de afichar en la pantalla una foto poco feliz de la defensora al lado del acusado. La imagen invitaba a hacer maliciosas interpretaciones. Acto seguido en el numerito, se dio paso a la entrevista con una representante indígena a la que, después de poner sobre su mesa los nefastos antecedentes enumerados y casi juzgados por el presentador del programa, las declaraciones editadas de la abogada y la fotografía de la misma con el acusado, se le preguntaba: «Usted, como mujer, ¿qué le dice a Evo Morales?». No tengo que contarle cómo siguió la entrevista. El punto es que no se trata de Evo Morales. Puede ser Tuto Quiroga, Manfred Reyes Villa, Marianela Prada, un diputado de cualquier pelaje o un jugador de fútbol en desgracia. El punto es la comodidad con la que ciertos medios o ciertos programas o ciertos periodistas construyen su producto. Comodidad se puede traducir, en esta columna, como agenda propia o franca malintención con pollera de periodismo.
Afortunadamente, la moneda siempre lleva dos caras. En este caso, la otra cara de estos ejercicios de alto riesgo mediático es la cara que pone la gente cuando mira el resultado en sus pantallas o escucha en sus dispositivos modernos. Una parte son justamente las caritas felices porque acuden a esos medios, a esas voces públicas para recibir lo que alimente su visión de la realidad, lo que la reafirme. Las otras pueden ser caritas enojadas porque esperan el relato opuesto en una cancha social otra vez polarizada. Finalmente, y no menos importante, están las caritas que miran con cierto asombro y media sonrisa las formas cómo se edifican ciertos contenidos, sabiendo que detrás de esas informaciones, análisis, entrevistas u opiniones, se pasean algunos duendes de dudosas intenciones.
(*) Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.