Tribunal
Muy rara vez los tribunales son electos por voto popular. Especialmente en la justicia.

Claudio Rossell Arce
El significado más común de la palabra incluye la idea de una institución pública, conformada por uno o varios jueces que, actuando como cuerpo colegiado, tienen el poder y el mandato de interpretar y aplicar el Derecho en la resolución de conflictos entre partes, garantizar el cumplimiento de las leyes y proteger los derechos de los ciudadanos; se supone que cualquier tribunal debe observar el principio de imparcialidad, es decir, actuar sin prejuicios para garantizar justicia equitativa, y debe hacerlo según reglas claras y siguiendo procedimientos formalizados. La experiencia reciente en Bolivia es evidencia de que no siempre sucede así.
Consulte: Sistema
«Tribuna» y «tribunal» comparten la raíz semántica «tribu», pero se distinguen en que la primera es el lugar donde, aunque a veces el juez impartía justicia resolviendo disputas entre privados, en general se discutían asuntos de interés público. En tiempos del Imperio romano, era allí donde el tribuno ejercía sus dotes de influencia y liderazgo, especialmente cinco siglos antes de nuestra era, cuando su función explícita era defender al pueblo, la plebe, de los excesos y abusos de los poderosos y privilegiados. Muchos siglos después, sería inspiración del ombudsman o defensor del pueblo. Por extensión, todas las personas que defienden los derechos humanos deberían ser reconocidas como tribunos contemporáneos.
Tribuna también es la que se reúne en los estadios donde se juega fútbol; en este caso, la disputa se resuelve cuando la pelota, movida casi únicamente con los pies, y raramente con la cabeza, llega al fondo del arco rival. Extremando la metáfora de «la política es como el fútbol…», se puede entender gran parte de las decisiones que toman los gobernantes y sus oposiciones.
Asimismo, se puede decir que la opinión pública, en contra del sueño del buen Jürgen, no es un tribunal que dirime asuntos públicos, sino una tribuna donde cualquiera puede juzgar y sancionar en medio de un atronador ruido causado por la avalancha permanente de mensajes en forma de equis, tiktoks y demás formas de mensajes (contenido, se le llama hoy) que circulan en las redes sociales digitales. Los efectos de estos juicios son a menudo equivalentes a los que produce en la tribuna deportiva una jugada violenta o un error del juez en la cancha de fútbol.
Se puede distinguir a los tribunales por su composición. Así, por ejemplo, son jueces, o magistrados, si su rango es el más elevado, los que conforman los tribunales de justicia; son árbitros quienes se encargan de los tribunales de arbitraje, donde, a menudo, en lugar de dictarse justicia, se imponen las reglas del capitalismo global; y son consejeros quienes componen los diferentes tribunales administrativos, incluyendo los de ética.
En momentos revolucionarios, se han instalado, con diversos nombres, tribunales populares que, en el trance de romper un sistema normativo para instalar uno nuevo, administraron justicia popular, a menudo de manera sumaria y prescindiendo del debido proceso y otras blandeces que hubieran entorpecido el paso revolucionario. En no pocas ocasiones, en la antigüedad y hoy mismo, tales tribunales han evolucionado hasta convertirse en la máscara de unos pocos líderes poderosos ejerciendo su arbitrio en nombre de un pueblo cada vez más lejano a la toma de decisiones.
Muy rara vez los tribunales son electos por voto popular. Especialmente en el ámbito de la justicia, y mucho más en los modelos republicanos que respetan la independencia de poderes, es el legislativo el que designa los miembros de los tribunales, un poco dotando de poder de interpretar y aplicar las leyes que produce a un puñado de personas notables y un poco fijando límites a su propia actuación.
Pero hay excepciones; y el problema es que estas, mal manejadas o, peor, empleadas con mala fe, degradan la legitimidad de los tribunales y sus miembros y, lo que es peor, dan paso a la anomia y la injusticia. Es en estos casos cuando se hace evidente que la sociedad necesita más tribunos al estilo romano y menos tribunales al estilo boliviano.
(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social