Woke
Hoy, la palabra nombra, al menos para quienes luchan por imponer la ideología conservadora

Claudio Rossell Arce
A menudo, el uso y el sentido de las palabras depende de quién las usa (y cómo y dónde y cuándo). Así, es común que un mismo vocablo signifique cosas diametralmente opuestas en boca de actores antagónicos, o que sea vaciado de sentido, precisamente por el uso polarizante de la palabra. A menudo, la capacidad de fijar el sentido de una palabra (así sea sólo por un tiempo y en un contexto muy específico) es una de las medidas del poder que posee quien lo logra.
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Es el caso de la palabra inglesa ‘woke’, en español, ‘despierto’, pretérito del verbo ‘to wake’ o despertar. Como ocurre con todos los signos, las palabras nombran objetos (materiales o no) de manera explícita, pero también evocan significados implícitos. Se sabe que, originalmente, ser (o, mejor dicho, estar) woke tenía que ver con la toma de conciencia, individual y colectiva, de las opresiones que sufría el pueblo afroestadounidense a inicios del Siglo XX. Un siglo después, la palabra significa lo mismo para quienes sufren y denuncian las múltiples opresiones de la vida contemporánea, pero también, tropos retóricos mediante, nombra todo lo que el conservadurismo rechaza.
En la década de 1930, la palabra, y su significado político, podía encontrarse en canciones y discursos de artistas y líderes afro; en los sesentas llegó a los medios masivos, como el New York Times, y en las décadas siguientes su uso se amplió gracias a los estudios interseccionales, que demuestran que las injusticias y opresiones combinan muchos otros factores además de la raza, tales como el sexo, la edad, la condición económica y un extenso etcétera. La llegada del Siglo XXI y la postverdad produjeron una manifestación extrema del estar despierto: la cancelación o, lo que es lo mismo, pero en lenguaje académico: la postcensura, que ya no depende de un poderoso señor o un órgano dedicado a la tarea, sino de la respuesta de las y los usuarios de las redes sociales digitales en forma de linchamiento digital.
Se oponen al pensamiento woke, por lo general, quienes están en posición de poder o trabajan para quienes están en esa posición y, naturalmente, no tienen más propósito que el de reforzar la ideología dominante, que es la ideología de la clase dominante. En sus discursos, el conservadurismo contemporáneo reduce el sentido de woke a su más discutible extremo: la cultura de la cancelación, sin considerar que, en su boca, no es más que el nuevo nombre para la muy antigua práctica de los poderosos, de todos los colores y pelajes posibles, de eliminar, física o socialmente, a sus adversarios o a quienes cuestionan el orden de las cosas. Hoy, la palabra nombra, al menos para quienes luchan por imponer la ideología conservadora, todo lo que les resulta despreciable.
Así, en un extremo equivalente a la cancelación, para algunos líderes con micrófono en foros globales, woke es la defensa de las minorías, de las mujeres, de las víctimas de la guerra, de la discriminación, del odio; woke son las batallas por el reconocimiento de las identidades, las luchas contra la más burda misoginia, las voces que gritan que el rey está desnudo; o los reclamos por la ausencia de Estado, que es lo mismo que decir por los derechos humanos, pese a lo mucho que se ha avanzado desde la Declaración Universal en 1948. Extremando la idea, la Organización de Naciones Unidas es woke.
Sin embargo, también es posible identificar en la mirada despierta un imperativo kantiano: ¡sapere aude! La audacia de saber que, según el más importante filósofo de la modernidad, exige uso público de la razón, crítica de las estructuras de poder y compromiso con la verdad, aunque esto implique incomodidad o desafío a las normas establecidas. Es más, tanto Kant como quienes defienden el pensamiento woke sostienen que esta incomodidad es necesaria para lograr un cambio significativo. Mutatis mutandis, el pensamiento del alemán y el de las personas despiertas se encuentran en el cuestionamiento del orden establecido, en el compromiso con la verdad y en la ética de la responsabilidad.
En tiempos de incertidumbre y confusión, de hipnóticas tecnologías que roban la atención de las personas y de discursos polarizantes que significan lo contrario de lo que afirman, es más urgente que nunca permanecer despierto, para no caer en los cantos de sirena de las ideologías extremistas.
(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social