Pedagogía de la Exigencia
La exigencia puede fortalecer la responsabilidad, la autonomía y el desarrollo de habilidades

Roberto Aguilar Gómez
En varios eventos educativos, el presidente Arce hizo un llamado a los maestros para que «exijan más» a sus estudiantes. En la inauguración del Congreso de Educación y en el inicio del año escolar 2025, expresó: «Uno de los temas a mejorar es la exigencia hacia nuestros niños desde el primer curso. Cuanta más rigurosidad y exigencia tengamos, mejor será la formación que logramos… es importante exigirles y disciplinarlos».
El discurso del presidente podría interpretarse como una visión simplificada de la problemática educativa, al centrarse en “exigir más” como una responsabilidad individual de los docentes y estudiantes, sin considerar el impacto de factores estructurales como el contexto socioeconómico, las desigualdades, las brechas educativas, las capacidades individuales y las condiciones materiales de la educación.
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En el pasado, los modelos educativos tradicionales, consideraban la “exigencia” como sinónimos de disciplina estricta, memorización, obediencia y castigo, donde el error se veía como una falla en lugar de una oportunidad de aprendizaje. Con el avance de las pedagogías modernas, la “exigencia” se basa en la reflexión, orientada al desarrollo holístico del estudiante, articulando el aprendizaje individual con la construcción del conocimiento de manera participativa.
Por ello, la exigencia constituye un concepto fundamental en la educación, pero también es objeto de debate por sus implicaciones en el desarrollo del aprendizaje del estudiante y en el rol del maestro en la enseñanza. Exigir en la educación puede entenderse como el acto de establecer estándares de desempeño y compromiso, con la intención de estimular el esfuerzo, la disciplina y la superación personal. No obstante, la manera en que se implementa esta exigencia puede generar consecuencias tanto positivas como negativas.
Desde una mirada positiva, la exigencia puede fortalecer la responsabilidad, la autonomía y el desarrollo de habilidades establecidas por los perfiles establecidos. Plantear retos adecuados puede motivar a los estudiantes a desarrollar habilidades de pensamiento crítico, creatividad y resolución de problemas.
Sin embargo, cuando la exigencia se aplica de manera mecánica, estricta y sin considerar las necesidades de los estudiantes, puede resultar en prácticas que causan miedo, desmotivación y ansiedad. A veces, esto se manifiesta como una desvalorización de los esfuerzos del estudiante o la comparación constante con otros. También puede llevar a situaciones donde se usan estrategias coercitivas o descalificaciones que afectan la autoestima y la actitud ante los procesos educativos.
Desde la perspectiva del pensamiento pedagógico sociocrítico, la exigencia en la educación debe ser analizada en el marco de las estructuras sociales y económicas que influyen en el acceso, la permanencia y la calidad del aprendizaje. Se debe tener en cuenta que una exigencia impuesta sin equidad refuerza desigualdades preexistentes y reproduce modelos educativos excluyentes. Freire y otros pedagogos críticos plantearon que el aprendizaje debe ser un proceso dialógico y liberador, donde la exigencia no se traduzca en una imposición autoritaria y colonial, sino en un compromiso comunitario con la transformación social a partir de la individual.
En el Estado Plurinacional de Bolivia, donde la diversidad cultural, lingüística y socioeconómica es una realidad innegable, la exigencia en el ámbito educativo debe ser abordada con sensibilidad y responsabilidad. Si bien fomentar el esfuerzo y la responsabilidad en los estudiantes es fundamental, es crucial evitar que la exigencia se convierta en un factor de exclusión y profundización de las brechas existentes.
La Pedagogía de la Exigencia, en este contexto, debe construirse sobre principios de justicia social, intraculturalidad, interculturalidad y descolonización. Esto implica reconocer y valorar las particularidades de cada estudiante, ofreciendo oportunidades equitativas para su desarrollo integral, respetando las condiciones socioeconómicas y los contextos culturales. Una exigencia que promueva la inclusión y la equidad, en lugar de la homogeneización y la exclusión.
(*) Roberto Aguilar Gómez es docente investigador de la UMSA y exministro de Educación