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Tuesday 18 Mar 2025 | Actualizado a 00:14 AM

Cuidado con hacer de Andrónico otro caudillo

/ 8 de febrero de 2025 / 06:03

El caudillismo le ha costado a Bolivia la instalación de dictaduras militares durante 18 años, a partir de 1964, cuando el Gral. René Barrientos Ortuño derrocó a su presidente Víctor Paz Estenssoro, líder de la revolución del 52 que quería seguir y seguir en el poder, pero con una notable debilidad por los militares que le pagaron mal. Primero fue Barrientos, su vicepresidente, que le dio una primera patada en el traste, luego le tocó al Gral. Banzer que le dio una segunda patada en 1974, expulsando al MNR junto con la Falange de la estructura gubernamental dictatorial. A su vez, Banzer fue un caudillo uniformado (siete años de dictadura, tres de gobierno democrático) que lejos de haberlo divisado, se convirtió en el referente histórico ideológico para perpetrar el golpe de Estado de 2019. El último caudillo es Evo Morales, otro con vocación prorroguista y recibió, también una patada por la retaguardia por el Alto Mando, a la cabeza de los generales Kalimán y Terceros, a los que había mimado y privilegiado durante casi catorce años.

En plan autodestructivo —creía que eso le facilitaba un retorno exprés al poder— Morales ha logrado debilitar in extremis al gobierno de su propio candidato de 2020, Luis Arce Catacora, hasta el punto casi terminal de la destrucción del MAS-IPSP, que en marzo enfrentará el mayor desafío de su devenir partidario consistente en recoger del suelo los destrozos para intentar convertirlos en piezas de un nuevo puzzle, y así  generar una recomposición partidaria institucional que viabilice un binomio para las elecciones de 2025.

Luis Fernando Camacho, el principal paramilitar del golpe que llevó a Jeanine Áñéz a la presidencia, dice continuamente desde Chonchocoro que el MAS está acabado, que ya no tiene nada que ofrecerle al país, que ha destrozado la economía del país. Si fuera como dice el individuo que perpetró un golpe de Estado con la ayuda de su papá, no habría la mínima necesidad de pensar en una candidatura de unidad y tampoco en encuestas convertidas en primarias para decidir quién puede enfrentar al partido de gobierno que, con la interrupción de 2019-2020, lleva gobernando Bolivia durante dos décadas. Todos contra el MAS es la consigna y si así se tiene definido es porque cada uno por su cuenta, solita su alma, considera que no tiene con qué enfrentar al partido azul, independientemente de quienes vayan a ser sus candidatos.

El valiente del nuevo escenario parecía ser Manfred Reyes Villa que decidió llevar adelante su candidatura con su propio partido y sus propios candidatos a senadores y diputados, sin tratar de buscar alianzas forzadas que suelen servir para después, no para antes de las elecciones. Resulta que, en las últimas horas, el alcalde cochabambino ha anunciado que para hacer campaña no renunciará a su cargo, que sólo pedirá licencia. ¿Ya le llegó también a él el temor al monstruo masista?

En medio de este precipitado desmadre proselitista, en el que incluidos Branko Marinkovic y Chi Hyung Chung saben que sus techos en las preferencias están por llegar a su límite, emerge la figura de un campesino cocalero de nueva generación, algo así como un quechua-fashion que tiene la cabellera recortada y rapada a los lados cual si fuera futbolista de la Premier inglesa y que ha aparecido en vallas publicitarias con fotografía de vocalista cantamañanas, el hashtag “unidad ante todo” con un mensaje principal que dice “Andrónico bicentenario”, al que alguna mano invisible con conocimientos de estrategias de campaña está posicionando como el candidato no candidato. En esa ambigüedad, en esa indeterminación, si se quiere en la tibieza de sus maneras se está intentando instalar al presidente del Senado como la figura-bisagra para reunificar al MAS-IPSP y de esa manera agarrar vuelo hacia el 17 de agosto.

El diablo no sabe para quién trabaja. El caudillo Evo engendró a Andrónico al nombrarlo tercer hombre al comenzar la marcha del MAS el pasado año. Quería forzarlo a la arremetida para acortarle el mandato al presidente Arce y en ese momento el joven cocalero demostró que podía enojarse abandonando la travesía para no volver y afirmar categóricamente que no es ningún golpista. A partir de ese momento, el evismo se partió. Empezaron a surgir las voces de proclamación con “Andrónico presidente”, quien por ahora solo muestra astucia y les viene pegando por igual a Evo, del que no termina de destetarse al reafirmarse como orgánico, y al presidente Arce, para significar que él nada tiene que ver con el achacado fracaso gubernamental presente.

Si finalmente Andrónico Rodríguez termina convirtiéndose en opción electoral, optando el MAS por el mismo método de encumbramiento con el que se endiosó a Evo Morales, no nos quejemos: En la próxima década podríamos tener un nuevo caudillo que otra vez podría meternos en graves problemas de viabilidad política como en su momento lo hicieron Paz Estenssoro, Banzer y Evo Morales.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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Los gestores de Musk

Groenlandia será la próxima víctima pues Trump quiere comprarla o anexarla por otros medios

/ 17 de marzo de 2025 / 06:01

Kate Crawford es una investigadora y académica australiana que en 2022 publicó un libro titulado “Atlas de inteligencia artificial: Poder, política y costos planetarios”, en el que sostiene que la IA no es una innovación tecnológica neutral sino una verdadera industria de extracción global, cuyos sistemas dependen de la explotación de los recursos energéticos y minerales del planeta.

Revise: ¡Heil Führer Trump!

Minerales como los 17 que conforman lo que hoy se conoce como tierras raras: Escandio, Itrio, Lantano, Cerio, Praseodimio, Neodimio, Prometio, Samario, Europio, Gadolinio, Terbio, Disprosio, Holmio, Erbio, Tulio, Iterbio, y Lutecio. Crawford dice que estos elementos, junto al litio, constituyen el nuevo petróleo de estos tiempos, el combustible de vital importancia en una industria que va de los teléfonos celulares, hasta las armas más sofisticadas, pasando por los vehículos eléctricos y maquinarias similares. Si no se tiene un control adecuado basado en convenios de beneficio común, su explotación, afirma, impulsará gobiernos antidemocráticos, una mayor desigualdad y enormes daños medioambientales. Pone como ejemplo a la fábrica de vehículos eléctricos de Elon Musk de la cual dice:

“Tesla es el mayor consumidor de baterías de iones de litio (…) se estima que usa más de 28 mil toneladas de hidróxido de litio al año: la mitad del consumo total del planeta. Seguramente, el término Inteligencia Artificial evoca algoritmos, datos y arquitectura de nube; pero nada de eso funcionaría sin los minerales y los recursos que construyen los componentes centrales de la informática. Las baterías recargables de iones de litio son esenciales para los dispositivos móviles…”

China, Rusia, Australia, Myanmar, Brasil, India y Vietnam, son los países con las reservas más altas de tierras raras, pero también Estados Unidos que, a pesar de tener una gran cantidad, depende de China para satisfacer sus demandas, y por eso, convirtió esta necesidad en una cuestión de seguridad nacional y ha impulsado la búsqueda de alternativas de abastecimiento. ¿Y cómo logrará abastecerse? A la mala, a través de la coacción y la violencia, como está por hacer en Ucrania, donde saqueará sus minerales, petróleo y gas en pago del apoyo militar que Estados Unidos le dio en su guerra con Rusia. Un negocio que, según Donald Trump le dará un billón de dólares de ganancia.

Groenlandia será la próxima víctima pues Trump quiere comprarla o anexarla por otros medios. Tiene petróleo, gas, pero sobre todo tierras raras. Y aquí es donde entra Bolivia. Nuestro país también tiene una gran reserva de tierras raras ubicadas principalmente en Cochabamba, Santa Cruz y Potosí completamente vírgenes. Por su incorporación a la asociación de economías emergentes BRICS, que indudablemente es una protección, el gobierno estadounidense se ha contenido de dar un zarpazo como el ucranio. Quiere probar primero a través de las urnas en las elecciones generales de agosto.

Trump y su virtual vicepresidente Elon Musk ya tienen sus fichas en el tablero, sus gestores tienen nombre y apellido: Branko Marinkovic, Jorge Quiroga, Samuel Doria Medina y Luis Fernando Camacho, apoyados por el resto de candidatos del llamado bloque opositor, y dirigidos por el millonario Marcelo Claure.

Marinkovic declinó en favor de Quiroga y Camacho está en la cárcel, así, los dos punteros son Jorge y Samuel, tan parecidos como dos gemelos: ambos sesentones, uno nació en 1960 y el otro en 1958; los dos producto del privilegio, más que del esfuerzo, llegaron a donde están gracias al poder económico y político de sus padres; los dos con estudios en universidades estadounidenses, que, como sabemos, son centros no sólo académicos, sino también de formación ideológica; los dos, hombres de negocios exitosos pero políticos mediocres porque pretenden obtener el voto de los pobres a través de los medios y las redes sociales, sin mancharse los zapatos en trabajo de territorio; creen que con ir a El Alto ya tienen en la bolsa a los campesinos…

Y los dos sin un proyecto de nación, profundamente racistas y unidos sólo por su odio al MAS y su desprecio por lo popular. Pero, sobre todo, los dos pro estadounidenses: los dos quieren que Estados Unidos explote las tierras raras y el litio boliviano. Se cuadran ante Donald Trump, pero admiran a Elon Musk de quien quieren ser sus gerentes.

(*) Javier Bustillos Zamorano es periodista

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Miedo

/ 17 de marzo de 2025 / 06:00

En su autobiografía, Thomas Hobbes señala que su madre se atemorizó tanto de la amenaza de la invasión española que dio luz a dos gemelos, él mismo y el miedo. Para Hobbes los seres humanos somos sujetos del miedo, éste es el cemento que une a la sociedad. Para autores como Roberto Espósito y Elías Canetti, el carácter central del miedo es la base de la teoría individualista de Hobbes. Es el miedo el que nos debe hacer pensar y actuar como individuos y al hacerlo, la consecuencia es desconfiar de los otros. ¿Pero qué tipo de miedo es el que nos constituye como individuos?

Lea: Súbdito

Para Hobbes, lo que los hombres tienen en común es la capacidad de matar y la posibilidad de que les den muerte, es decir, la potencia de muerte generalizada a tal punto que se convierte en el único vínculo que asimila a individuos, por lo demás separados e independientes. En una parte de la obra De Cive, Hobbes escribe que “la causa del miedo recíproco reside en parte en la igualdad natural de los hombres, y en parte en la voluntad de dañarse unos a otros. No podemos así esperar de los otros la seguridad, ni garantizárnosla a nosotros mismos. Iguales son aquellos que pueden hacer cosas iguales uno a otro. Pero aquellos que pueden llevar a cabo la acción suprema, esto es, matar, pueden hacer cosas de iguales. Luego, todos los hombres son por naturaleza iguales entre sí”.

Es decir, para Hobbes, tememos a la muerte porque queremos sobrevivir, así el miedo no solo está en el origen de la política, sino que es su origen, en el sentido literal, no hay política sin miedo, pero esta concepción del miedo no es destructiva, sino constructiva, el ser humano huye del miedo y para ello busca un pacto que lo mantenga vivo y que lo proteja, así nace el Estado que no tiene el deber de eliminar el miedo sino de hacerlo seguro.

La conocida frase el hombre es lobo del hombre, que no se encuentra en el Leviatán sino en la dedicatoria de la obra De Cive al Conde de Devonshire, es la que fundamenta la particular visión que tiene Hobbes del estado de naturaleza, que además justifica uno de los lugares comunes de su pensamiento: la guerra de todos contra todos; una guerra en la que se teme tanto a la muerte que se busca sobrevivir. Se teme tanto al otro que se destruye la comunidad.

Es en base a este miedo, a este temor, que los gobernantes se permiten llevar a cabo medidas de fuerza, que muchas veces la ciudadanía las aplaude aunque supongan pérdidas de derechos y hasta de dignidad humana; las medidas de shock pueden ser más efectivas si antes la población ha sentido el miedo, lo ha olido, lo ha visto en los ojos de unos y otros, es decir, ha sentido que no tiene salida ni escapatoria, más que sacrificar una parte de su humanidad. Ésta es la renuncia que demanda el Leviatán para existir.

(*) Farit Rojas es abogado y filósofo

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Zeitgeist

El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse

Claudio Rossell Arce

/ 16 de marzo de 2025 / 06:01

La palabra alemana zeitgeist no existe en español, pero se traduce como espíritu del tiempo. La historia, si no es la experiencia personal, enseña que nada permanece inmutable, mucho menos las contingencias y transformaciones que señalan el paso del tiempo. Así, la palabra zeitgeist nombra el modo de pensar (y consecuentemente, de actuar) propio de una época, más allá de las diferencias ideológicas puntuales que se producen en ese lapso.

Para la filosofía y las ciencias sociales, hablar de zeitgeist es a menudo hacer una caracterización de las costumbres o, como en el concepto de ‘habitus’ del buen P. Bourdieu, de la combinación de los modos de percibir (e imaginar), de juzgar y de actuar que son compartidos por muchas personas y por muchos grupos; por eso mismo, da forma a la sociedad de un tiempo y un lugar determinados.

Lea: Yo

Es probable que, dentro de algunas décadas, la historia reconozca como un hito el que en 2016 el anciano y venerable Diccionario Oxford de Inglés le otorgara el estatus de “palabra del año” a posverdad (post-truth, para ellos), dándole no solo lugar en el más respetado catálogo de la lengua inglesa, sino sobre todo gran publicidad al concepto que nombra zeitgeist actual.

Espíritu de este tiempo: la verdad está escondida detrás de la imposibilidad de nombrarla, pero también, y sobre todo, de los esfuerzos que hacen unos y otros para negarla y ningunearla. Por eso, cada quien puede encontrar los hechos (alternativos) que mejor se ajusten a su visión del mundo, y hay miríadas de personas dedicadas a producir evidencia en sus redes sociales digitales favoritas.

Sin embargo, el zeitgeist actual también es la incertidumbre detrás de la incesante búsqueda de confirmación y de la producción de esa evidencia contingente. Incertidumbre, como la que produce el líder que miente una y otra vez, e insiste en pedir que se le crea, logrando, en el mejor de los casos, que la gente piense que todo lo que dice debe ser interpretado en sentido inverso (“no hay crisis…”, “no somos corruptos…”, “el pueblo nos apoya…”, “viva la libertad…”).

Y si las ideas moldean los comportamientos, el zeitgeist también es la perezosa imitación de los malos hábitos de los encumbrados, dispuestos, todos ellos, y ellas, claro, a saltarse las reglas a la menor oportunidad, con y sin motivo (más a menudo lo segundo). La viveza criolla elevada al estatus de habitus: encontrar la oportunidad, saber actuar cuando se presenta, y ofrecer una plausible explicación de por qué se actúa de esa manera.

Está el zeitgeist en la interminable lista de frases hechas que apelan a la ideología política propia y ajena, elogiosas las primeras, despectivas o algo peor las segundas; que caracterizan al líder, negando sus defectos y amplificando hasta la caricatura sus virtudes; en el modo de referirse a las críticas que ponen el dedo en la herida; en la simplificación hasta la banalidad de los temas que importan, y por eso son incómodos.

Y así como están desapareciendo las certezas que hicieron el zeitgeist del sangriento Siglo XX, el del Siglo XXI parece estar signado por la nada (tan parecida al vacío), que irónicamente tiene a la gente llena de deseos (necesidades, se dice en el lenguaje del marketing), de falsas creencias e inamovibles certezas; como con las monedas cripto, que enriquecen y empobrecen a la gente de manera casi instantánea, y que no tienen más respaldo que imposibles operaciones matemáticas ejecutadas por interminables cadenas de computadores; como el resto de la vida digital, que no tiene más materialidad que sofisticados servidores de datos y redes de computación, pero se come cada día un poco más de la experiencia terrena.

El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse.

NdelA: Con esta vigesimoséptima entrega acaba un ciclo que fue, literalmente, de la A a la Z. Y, cerrado el ciclo, es tiempo de descansar y/o pensar nuevas ideas (o palabrotas): por ahora, otros propósitos ocuparán el tiempo de este columnista. Agradezco infinitamente a Claudia Benavente por haber insistido en darme este privilegiado espacio en el diario que dirige, y a todo el equipo que trabaja con ella, que con gran cariño, paciencia y profesionalismo se aseguró de que mis artículos, lo mismo que los de decenas de otras personas dispuestas a compartir sus opiniones en un sano ejercicio de la libertad de expresión, aparezcan en las páginas impresas y, luego, en las digitales de este multimedio. Como en la canción: no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós.

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

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El positivismo llega al poder

Una de las primeras expresiones del racismo positivista fue el Nicómedes Antelo de Gabriel Rene-Moreno

/ 16 de marzo de 2025 / 06:00

En su clásico estudio El positivismo y la circunstancia mexicana, Leopoldo Zea señala que el positivismo francés fue la ideología de la burguesía posrevolucionaria que pretendía superar los excesos izquierdistas del siglo XVIII sin al mismo tiempo volver al “antiguo régimen”. Se trataba entonces de una ideología centrista, y por esto resultaba ideal para la circunstancia que vivió la burguesía mexicana a partir de la sexta década del siglo XIX, cuando se consolidó la república de México.

El positivismo postulaba un orden social dinámico, pero moderado y progresivo, que superara el tradicionalismo mexicano al mismo tiempo que eliminara la “anarquía” introducida previamente al país por la lucha liberal-conservadora. Su consigna era la comtiana: “orden con cambio y cambio con orden” (la misma de Goni Sánchez de Lozada en los años 90).

Revise: Ideologías de intelectuales y de masas

¿Podemos aplicar este esquema de clases a Bolivia? A fines del siglo XIX, no. Es cierto que el positivismo fue también aquí (o, para decirlo de otra manera, fue intrínsecamente) una ideología “burguesa”, es decir, una ideología del progreso industrial y de la legalidad y la institucionalidad liberales. Sin embargo, ¿de qué “burguesía” boliviana se podría hablar en este momento, entendiendo por “burguesía” a la clase de los propietarios de los medios modernos de producción? A esta categoría solo pertenecían los mineros de la plata y un puñado de grandes comerciantes de ultramarinos, un grupo exiguo, aliado al tradicionalismo agrario y agrupado en la facción conservadora, es decir, opuesto al positivismo.   

Tendría que pasar un tiempo para que, durante los primeros años del siglo XX, el positivismo y el liberalismo se hicieran mayoritarios y un nuevo sector recién aparecido de la burguesía minera, el de los productores de estaño, los enarbolara como banderas ideológicas.

Entonces, ¿quiénes procesaron la ideología positivista y liberal en el momento de su recepción en el país?, ¿quiénes las extendieron e impulsaron hasta convertirla en la ideología del poder? En nuestro caso, el papel de la “burguesía progresista” fue cumplido por ciertas clases medias profesionales y comerciales creadas por la prosperidad minera, en particular desde la década de 1870; clase medias que antes de llegar al poder en 1900 se perfilaron como la contra-élite política del país. Los positivistas eran profesores y profesionales independientes. El Partido Liberal fue fundado en 1883 por Eliodoro Camacho, un militar, apoyado por intelectuales, empleados y propietarios o herederos de haciendas agrícolas, la mayoría de ellos jóvenes.

Esta contra-élite lucharía contra los gobiernos conservadores (1884-1899) con todas las armas a su alcance, incluso enfrentando su positivismo contra el tomismo y el clericalismo de estos.

Luego de su victoria, el liberalismo y el positivismo se convertirían, sí, en expresiones de la burguesía minera y comercial, pero ya no de la facción de la plata, la cual se fue retirando progresivamente y cediendo su espacio a los empresarios del estaño, que se hicieron militantes o eran amigos del partido liberal.

Tenemos entonces que, desde la Revolución Federal de 1899, que comenzó el periodo liberal, el cual se extendió con diferentes formas y aspectos hasta la guerra del Chaco (1935-1938), el positivismo “llegó al poder”. En este tiempo se estableció la libertad de enseñanza, se limitó el magisterio eclesial, se reformó la educación pública conforme a las ideas de la “religión del progreso”, se avanzó en la parcelación de las comunidades indígenas, causa de múltiples abusos y protestas, se puso basamento nacional a algunas “ciencias positivas”, la geología, la geografía, la arqueología, la antropología, en menor medida la psicología y la sociología, se exploró el territorio y se trató de vertebrarlo por medio de ferrocarriles y caminos, al mismo tiempo que se adoptaba todos los adelantos científicos internacionales que se pudiera importar, se aprobó el divorcio (15 de abril de 1932), etc.

Pero el positivismo —y en gran parte también el liberalismo— tuvo un lado maligno y fue su concepción “social-darwinista” del cambio social. Según esta concepción, la raza no solo era una característica positiva, esto es, científica de la población, sino que determinaba el comportamiento de esta. De una manera muy conveniente para quienes ocupaban las posiciones de clase más ventajosas (burgueses, terratenientes, grandes comerciantes e intelectuales), todos los cuales eran blancos, el positivismo definía la determinación racial a favor de quienes poseían un fenotipo europeo. Se suponía entonces que los blancos o “hispanos” eran los únicos racialmente adaptados para la modernidad, para los requerimientos del trabajo avanzado y, por tanto, los únicos que podían tener un desempeño social productivo y bienhechor. En cambio, los indígenas y los “cholos”, es decir, los hijos mezclados de indígenas e “hispánicos”, constituían razas inferiores, incapaces de crear, de asumir los desafíos progresistas, la responsabilidad y la lucha por la subsistencia; eran una rémora para la nación, un problema que resolver, etc.

Por un lado, no era posible evitar un mayor cruce con los indígenas, de modo que el país se iba poblando de mestizos, seres flojos, lascivos, indisciplinados, poco esforzados, listos pero no inteligentes, o inteligentes pero carentes de voluntad, etc. Por el otro, se anatemizaba o renegaba de esta futura mayoría nacional, constituyendo un pensamiento pesimista y depresivo que tendría como su principal cultor a Alcides Arguedas, y como su primer denostador, a Franz Tamayo, aunque fuera un denostador desde dentro del mismo racismo, gesto y posición que inauguraría el indigenismo nacional.

Aunque no es posible encontrar este tipo de razonamiento en los documentos fundamentales del Partido Liberal, resulta indudable que el primer presidente boliviano liberal, José Manuel Pando, así como otros altos dirigentes de este partido y del país, fueron positivistas y racistas.

Una de las primeras expresiones del racismo positivista fue el Nicómedes Antelo de Gabriel Rene-Moreno, ensayo escrito en 1882 en Buenos Aires, donde el historiador dio en encontrarse con Antelo, paisano y amigo suyo, precoz receptor y divulgador cruceño de la teoría de la evolución y la biología más moderna de la época, y socialdarwinista. Lo estudiaremos en 15 días.

(*) Fernando Molina es periodista

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Europa entre la guerra y la paz

Carlos Antonio Carrasco

/ 15 de marzo de 2025 / 06:00

Hasta el 5 de marzo, cuando a las 20.00 apareció en la pantalla de televisión el rostro del presidente Emmanuel Macron flanqueado por la tricolor francesa, quien con aire dramático convocaba al pueblo a prepararse para la defensa de la integridad patria ante la inminencia de una posible agresión rusa como prolongación de su incursión bélica en Ucrania, no se vislumbraba que ese conflicto llegaría a las puertas de Francia. Pero Macron fue enfático en afirmar que, si Putin imponía sus condiciones en algún acuerdo de paz, no se detendría ahí, sino que proseguiría su marcha hacia Moldavia, Rumania y, posiblemente, Polonia. Ante esa perspectiva, Europa debía rearmarse y asumir su propia defensa, toda vez que Donald Trump afirmó que Estados Unidos no lo haría. Efectivamente, el viraje de Trump fue evidente cuando decretó aquella pausa en la ayuda militar y financiera que se brindaba a Ucrania y mediante su telefonema con Putin el 12 de febrero, reestableció la relación congelada y abrió paso a directas negociaciones de paz, excluyendo a la UE y a Kiev.

El desdén americano hacia los europeos fue patético con el discurso agresivo del vicepresidente JD Vance en la reciente Conferencia sobre Seguridad en Múnich y más aún ante el franco comentario del presidente al decir que la UE fue creada para mortificar a USA. Esas crispaciones diplomáticas fueron recibidas con suprema satisfacción en Moscú, al punto que el canciller Sergei V.  Lavrov acudió a la Historia para eximir a USA de ciertas “calamidades” cometidas más bien por los europeos tales como “las cruzadas, las guerras napoleónicas, la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de Hitler” Aquel fresco romance entre Moscú y Washington fue anotado con mucho temor, mayormente porque días antes Elon Musk declaró que “ya era tiempo de salir de la OTAN y de la ONU”.

Para rematar ese ambiente de susceptibilidad en la Asamblea General de la ONU, una resolución de solidaridad con Ucrania registró al unísono el voto negativo ruso-americano. Todos esos elementos sirvieron para reunir de urgencia la cumbre europea en Londres, el domingo 2 de marzo, donde al reafirmar la necesidad de la defensa común y autónoma, se aprobó el acopio de 800.000 millones de euros, destinados a un sólido programa de rearme. Aunque esa decisión fue unánime, a excepción de Hungría, existen entre los 27 miembros de la UE ciertas fisuras como, por ejemplo, sobre la opción de proveer de tropas para garantizar algún acuerdo de paz en Ucrania.

Igualmente, la invocación del presidente Macron sobre la posibilidad de emplear la disuasión nuclear como medio de protección ampliada a toda Europa ante una hipotética agresión rusa, provocó agrio debate en la Asamblea Nacional.

Todas aquellas conjeturas dan origen a especulaciones complotistas que llegan a sospechar un pacto entre los tres grandes poderes hegemónicos para repartirse áreas de influencia en el planeta: Rusia tendría vía libre en Ucrania y quizá países aledaños; USA absorbería a su dominio, Groenlandia, Canadá y el canal de Panamá y China amalgamaría Taiwán a su territorio continental. A la vez los tres tenores mancomunadamente contendrían los avances del insurgente Sud Global.

La esperanza de un acuerdo de paz en Ucrania, si finalmente se acuerda, podría alterar el dinámico cambio que se opera en la geopolítica mundial.

*Es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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