Podría ser peor

Extraño inicio de año, el apocalipsis económico no llega, pero la inquietud y el malestar social se intensifican, todo parece desarreglado y decadente en nuestra cotidianidad, pero, al mismo tiempo, buscamos como adaptarnos al desorden y en muchos casos lo estamos logrando. El gobierno nos dice que “podría ser peor” intentando darle un tono épico a la frágil seudo estabilidad pre carnavalera del sálvese quien pueda que estamos viviendo.
El país no está explotando pese a la notable desorganización del sistema de precios, a la desintermediación formal de buena parte del mercado de divisas, al corralito de facto que sufren los ahorristas en dólares desde hace dos años y a una cotidianidad en la que una semana falta la gasolina y en unos y otros días aumenta el precio del arroz, el aceite, el pollo, el desodorante importado y en estas semanas la carne.
El espectáculo es ya previsible y conocido, algo sube o desaparece de los anaqueles, viceministros y jerarcas se rasgan las vestiduras, buscan al culpable, muestran los dientes, sacan algunos dólares o bolivianos del colchón para subvencionar o decir que lo harán, ponen un parche temporal, a veces logran bajar la fiebre, sin saber lo que todo eso puede provocar en el futuro. Por unos días se soluciona el despelote hasta que lo mismo se produce en otro mercado. Debe ser agotadora esa pega, porque además seguirá así y será aún peor a medida que se acumulan desequilibrios sin solución estructural.
Ciertamente, el contexto es complicado, la incertidumbre se extiende a nivel global y la política local sigue descompuesta, pero lo que el gobierno no dice ni quiere admitir es que ellos son actores de ese drama, no solo lo sufren, en muchos casos lo provocan.
El Congreso está bloqueado, por la lucha intestina del MAS y la irresponsabilidad de los opositores, pero en más de dos años, el oficialismo ha hecho poco para buscar un acuerdo mínimo, al contrario, ha exacerbado la soberbia, la incapacidad para dialogar y la falta de transparencia. Igual en el frente económico, los problemas son, por supuesto, de larga data y la coyuntura económica mundial mala, pero dos años de negación y medidas parciales, solo han agravado los desajustes, hoy es más difícil estabilizar que cuando todo empezó en enero 2023.
En pocas palabras, si bien “podríamos estar peor”, también podríamos estar mucho mejor si se hubiera tomado el toro por las astas y se hubiera gestionado la política económica y la política de otra forma. Esa intuición, sobre la falta de liderazgo y la irresponsabilidad, es la que lastra estructuralmente la imagen del gobierno, por eso el derrumbe de las expectativas sociales es más fuerte que la propia crisis real de la economía.
En medio de ese desaliento, aunque el precio del dólar paralelo está fluctuando en torno a 11 bolivianos desde octubre y la inflación alcanzó el 10% acumulado en el 2024, con aumentos en torno al 20% en bienes importados y alimentos, no se perciben aún indicios de una espiralización descontrolada de precios o desabastecimiento crónico.
En claro, estamos aún lejos de la hiperinflación venezolana o de nuestra UDP, nos parecemos más a la Argentina del último gobierno de Cristina Kirchner con su cepo cambiario, inflación elevada, crecimiento bajo e irregular y una lenta decadencia económica. En nuestro caso, además, con una sociedad mayoritariamente informal que se adapta ferozmente a la incertidumbre, aunque sufriendo pérdidas de bienestar significativas.
De hecho, en términos de percepciones, la situación se complicó recién a mediados del año pasado, cuando los precios y el abastecimiento empezaron a ser afectados. Durante casi año y medio, la escasez de dólares no generó inquietudes mayoritarias y las expectativas se deterioraban, pero lentamente. Había pues una oportunidad, tiempo y ánimo social, para actuar que se desaprovechó.
Así pues, las experiencias y opiniones en torno a la crisis son más complejas que el discurso apocalíptico de los opositores o de victimización permanente del gobierno. Por eso, las narrativas político-electorales parecen a contracorriente de lo que la gente espera, son exageradas y por tanto poco creíbles. Entender esos matices será decisivo si se desea conectar y atraer votos en los próximos meses.
Obviamente, como nos dedicamos a sobrevivir, no hay tiempo ni ganas para intervenir en los líos de los políticos que solo hablan de sus problemas y en los que no confiamos. Por eso, la acción colectiva y la capacidad de movilización de los partidos parece débil en esta coyuntura, incluso en el caso de Evo Morales, pero, no hay que equivocarse, eso no significa que alguien este satisfecho.
Por eso, los desequilibrios no están tumbando al gobierno de Arce, como sus adversarios quisieran, porque ya casi nadie espera algo de ellos, su incompetencia es un dato, hay que vivir con eso. Paciencia, se dicen muchos, al final faltan meses para que se vayan. Mientras, no hay que agregar más joda al desbarajuste. Pero, cuidado que quieran prorrogarse.
Igual, las fuentes de incertidumbre son tan numerosas que es difícil afirmar que esta seudo estabilidad no desaparezca después de carnaval, seguiremos viviendo al día, sin perspectivas claras. Agosto sigue pareciendo lejano en estas tierras del señor.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.