Caída de Evo, según Sivak

Yuri Torrez
Hace un par de meses se lanzó el libro Vértigos de lo inesperado. Evo Morales: el poder, la caída y el reino, del periodista argentino Martín Sivak, e inmediatamente muchos intelectuales confesos antievistas se lanzaron, como si fueran aves de rapiña, en busca de su carroña, a buscar con lupa en la mano aquellos detalles escabrosos de la vida personal del expresidente para luego con un dejo sensacionalista, banal y amarillista hacer leña del árbol caído. Obviamente, como diría Nietzsche, no importan los hechos, sino las interpretaciones. Un libro —de crónica periodística, como el de Sivak— es un objeto cultural que produce, a la vez, diversas interpretaciones, según los intereses y el locus de los descifradores, especialmente en una coyuntura política (cuasi) electoral.
Eso sucedió con este libro. El apresuramiento en la condena y contribuir con su granito de arena para poner en evidencia al principal protagonista —dicho sea al pasar, recorre por sus peores días—, se lanzaron a la cruzada del escarnio público, sin percatarse que detrás de los hechos narrados magistralmente por el periodista argentino existen datos insoslayables para comprender el desmoronamiento del liderazgo carismático que encarnaba el expresidente Morales.
En las infinitas horas que acompañó Sivak a Morales, inicialmente en la campaña electoral de 2019, luego en su exilio —tanto en México como en la Argentina— y, posteriormente, en su retorno a Bolivia, rescató detalles de la vida cotidiana del exmandatario, o sea: insumos, interpretación mediante, para dar cuenta de aquellos factores que contribuyeron para el desgaste de su liderazgo.
Uno de ellos, a nuestro juicio, es el hiperpresidencialismo del Jefazo —como diría Zivak—, especialmente en su último gobierno. Obviamente, este rasgo le hizo perder a Morales la perspectiva política. Por lo tanto, su obsesión por una nueva reelección, luego, se convertiría en el principio del fin.
Morales ignoró ese “hastío que las rutinas del culto a la personalidad despiertan”, como escribe el periodista argentino, que derivó inexorablemente en perforar su liderazgo. En rigor: “la identificación efectiva del líder es el vínculo populista entre el líder y el pueblo”, diría Ernesto Laclau.
Con la crónica de Sivak, en el caso de Morales, se infiere: ese vínculo con sus propias bases sociales se desgastó paulatinamente. Se torció, de a poco, (casi) hasta el final.
Atisbos de cuestionamientos internos en el propio MAS contra Morales se remontan a su exilio en Buenos Aires, pero, ese momento crítico del golpe de Estado obligaba a que las energías se orienten a vencer al enemigo en común: el gobierno de Áñez. Luego, el recibimiento apoteósico de Morales en territorio boliviano sirvió para azuzar el “delirio del ególatra”, diría Claude Lefort, quizás, el último acto simbólico de ese lazo del expresidente con sus bases. Posteriormente, se vino una etapa de una fuerte corriente interna orientada a pedir cuentas sobre la responsabilidad del exmandatario para el desemboque golpista. No hubo mea culpa. Entonces, sectores partidarios y movimientos campesinos/indígenas empezaron a impugnar el liderazgo de Morales, pero, en vez de emprender una cruzada por una “reforma moral y política” al interior del MAS, él retornó a sus afanes reeleccionistas que azoró las disputas internas a tal punto de conducir a una escisión sin vueltas.
Sería injusto creer que toda la culpa sea de Morales. Zivak es equilibrado: el factor Choquehuanca es otro a tomar en cuenta. (Pero, por su importancia, merece otro artículo).