Columnistas

Sunday 23 Mar 2025 | Actualizado a 20:29 PM

Boicot a La Paz

/ 12 de febrero de 2025 / 06:00

Bolivia ha organizado dos veces la Copa América (la gloriosa del 63 y la del 97). Van 48 ediciones desde la primera en 1916. El país que más veces ha acogido el torneo de selecciones más antiguo del mundo es Argentina, con nueve veces; seguido de Chile y Uruguay, con siete; y Brasil y Perú, con seis ediciones.

En 1940 el fútbol boliviano hizo el segundo intento de organizar lo que por entonces se llamaba el Campeonato Sudamericano, a pedido expreso de la Confederación Sudamericana de FootBall. La fecha elegida fue septiembre. No se lograría, como en el primer intento en 1929, aquel año fue por falta de estadio.

La Federación Boliviana de Football, a través de su representante en La Paz, Germán Monrroy Block, pidió al Comité Nacional de Deportes del gobierno del presidente Carlos Quintanilla una subvención de cuatro millones de bolivianos. Y lanzó una idea para recaudar ese dinero: un impuesto especial a cigarrillos, fósforos y bebidas alcohólicas y el mecenazgo de las principales empresas del país: Casa Hochschild, Patiño Mines, Aramayo Mines, Grace y Cía y la Bolivian Power. Los ricachones del país, los tres barones del estaño, en particular, dieron la espalda a la idea.

El presidente de la Federación, el cochabambino Luis Castel Quiroga, con casi 20 años en el ente federativo, llegó a la sede de gobierno para acelerar los preparativos. Junto a él, el nuevo secretario permanente, don Carlos D’Avis. Castel Quiroga venía de ser dos veces alcalde de Cochabamba y de ser un pionero promotor del tenis, el fútbol y el boxeo en la Llajta. Moriría tres años después.

La organización corrió por cuenta de Monrroy Block y Juan Luis Gutiérrez Granier, como representantes del Consejo Superior de la Federación Boliviana de Football. El equipo Bolivia era entrenado por el uruguayo Julio Borelli Viterito; bajo su dirección, disputó varios amistosos (con camiseta roja) con este “eleven” tipo: Navarro; Durandal-Achá; Balderama-Ferrel-Nicolás Terrazas; Montoya-Ogaya-Noguera-Serapio Vega-Faustino Terrazas.

En agosto de 1940 Chile anunció que mandaría a Colo Colo (reforzado) a participar en el Sudamericano de Bolivia. El primer país que se bajó fue la vigente campeona, Perú, al no ser atendidas sus demandas económicas. Uruguay y Paraguay también declinaron la invitación.

Argentina —que no logró (por la oposición de los principales clubes) armar una selección potente— pidió más dinero para llegar y comenzó a hablar (mal) del “clima” (en referencia a la altura) de La Paz. Todas las selecciones habían confirmado en un inicio su llegada a Bolivia (solo Colombia había declinado por problemas económicos).

Brasil confirmó que llegaría a mediados de septiembre, algo que nunca sucedió. La Federación Boliviana insistió (ante las acusaciones) que no había destinado suma adicional (en pasajes, estadía y viáticos diarios) a ningún equipo al margen de lo que disponía el reglamento de la Confederación.

Ante el boicot, la Federación, colaborada por el Comité Organizador y bajos los auspicios del Comité Nacional de Deportes, suspendió a mediados de agosto de 1940 el XIV Campeonato Sudamericano de Fútbol por las “anti-reglamentarias desmedidas exigencias de última hora” de Argentina (ésta incluso exigió premio extra en metálico si salía campeona), de Uruguay y de Perú.

“Lamentamos que el espíritu americanista se vea privado de estrechar en nuestras canchas sus vínculos fraternales”, aseguró un comunicado de prensa de la Federación. Castel Quiroga calificó de “dolorosa” la suspensión; “lo hicimos con hondo sentimiento de amargura”.

¿Se podría haber celebrado el torneo con Bolivia, Chile, Brasil y Ecuador (la única que no exigió viáticos extra), como se habían organizado otros campeonatos en ediciones anteriores sin la participación de todos los inscritos/invitados en la Confederación? Probablemente sí. El sueño del campeonato estuvo vivo después de sepultado por peticiones de reconsiderar la suspensión que llegaron de países/selecciones como la chilena.

El torneo lo acabó albergando Chile con carácter extraordinario (sin trofeo en juego) en febrero y marzo de 1941. Bolivia, Brasil, Colombia y Paraguay no asistieron. En la edición de 1942 —con sede en Montevideo— Bolivia —en señal de protesta— tampoco acudió a pesar de ser la edición con más participantes.

El escaso número de Copas América que hemos organizado (dos) se debe al boicot, a los sempiternos problemas económicos y de infraestructura y especialmente a la dejadez de los presidentes federativos que una y otra vez no hicieron respetar nuestro turno. A casi 30 años del último torneo, ¿no habrá llegado la hora de una tercera Copa América en Bolivia?

Ricardo Bajo es historiador amateur

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Ecos de 1950

Lourdes Montero

/ 23 de marzo de 2025 / 00:12

Las elecciones se vienen prontas y, en ese contexto, muchos líderes políticos están afanados por construir un discurso que pueda seducir a los electores. Se supone que ese discurso no solo debe trasmitir las creencias del candidato sino, ante todo, debe convencernos que el aspirante entiende la realidad que vivimos y está en sintonía con nuestras aspiraciones. Este supuesto, básico en la mercadotecnia política, parece ser poco apreciado por algunos candidatos que tratan de vendernos ideas que bien podrían ser parte del guion de la película Volver al pasado.

Así es como suena cierto discurso provocador de un líder evangélico con aspiraciones políticas. Tal vez alguien pueda aclararle que las mujeres en el pasado vivíamos mal, muy mal, y que hoy no aceptaremos retrocesos que nos devuelvan a esa jaula que algunos pueden llamar “hogar”. Hoy, como nunca en nuestra historia, las bolivianas estudiamos, trabajamos y disfrutamos de la libertad de elegir nuestro propio proyecto de vida.

Es claro que el cuento que nos cuenta el mencionado político ya lo conocemos. En la posguerra de la década de 1950, la propaganda estatal norteamericana se inventó lo de “madresposa” para devolvernos a la casa. En el norte, este retorno inspiró el libro La mística de la feminidad (Friedan, 1963), donde se describía “el malestar que no tiene nombre” referido a esa sensación de las mujeres que, después de haber conquistado el voto, la educación y accedido a un empleo, decidían volver al hogar. Así surge la invención de esa “ama de casa” quien, en un hogar tecnificado, sufre soledad, aislamiento, depresión, aburrimiento y otros cuadros médicos calificados como “exclusivamente femeninos”.

Pero volvamos a Bolivia, cuya pobreza estructural genera que solo una escasa élite pueda definirse a sí misma como “ama de casa”. Incluso si por conveniencia social (y estatus) muchas mujeres son nombradas así en sus cédulas de identidad, esta categoría esconde una serie de oficios y tareas que —desde la informalidad— a muchas mujeres les permite completar el siempre escaso ingreso de ese esposo “proveedor”. Y es que en Bolivia tenemos una larga historia de mujeres económicamente activas y políticamente movilizadas que ningún candidato con aspiraciones serias debería desconocer.

Tal vez la generación de mi madre fue la última en aceptar representar esa patraña del “hombre proveedor” que sostiene un “orden social” imaginario. Y es que ese supuesto orden “normal” no solo provee a los caballeros de estatus social y poder inmerecido, sino conlleva también la definición de quién decide cómo se invierte y en qué se gasta. Y las mujeres hoy en día no estamos dispuestas a ser quien crie a los niños y guarde silencio.

El futuro, así no lo acepte el señor de ojos rasgados, es imparable. Las chicas que hoy inundan las universidades y disputan los puestos de trabajo se han dado cuenta que su libertad es un bien preciado. Esas jóvenes ya mordieron la manzana que los hombres venían comiendo desde hace siglos, y dan fe de lo sabroso que puede ser el discernimiento. Por eso hoy ellas están decidiendo tener hijos más tarde o no tenerlos. Y, lo que es más escandaloso, pueden incluso optar por ser madres sin pasar por el matrimonio. Y es que, como lo sintetiza Shakira, “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.

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Doce puntos para 230 días

José Luis Exeni Rodríguez

/ 23 de marzo de 2025 / 00:07

En su entrañable libro De senectute, el maestro Norberto Bobbio expone una convicción irrebatible: “la capacidad de dialogar e intercambiar argumentos, en vez de acusaciones mutuas acompañadas por insolencias, está en la base de cualquier convivencia pacífica y democrática”. En su balance de vida, retrata tal principio con estas palabras: “al final prefiero tender la mano a volverme de espaldas”. Y se declara hombre del diálogo más que del enfrentamiento. Modélico.

Dicho esto, Bobbio advierte sobre una evidencia y cuatro distorsiones. La evidencia es que “dos monólogos no constituyen un diálogo”. Parece obvio, pero estamos rebasados de soliloquio con ruido. Las distorsiones son conocidas: el diálogo de sordos, el diálogo de mala fe, el falso diálogo y el diálogo inconducente. En rigor, ninguna de estas prácticas es dialógica: cada actor habla para sí y su tribuna, sabe de antemano dónde quiere llegar y permanece anclado en sus ideas.

El pasado martes, el Gobierno de Arce, en medio de la crisis por la escasez de combustibles, convocó a un Diálogo por la Estabilidad y la Democracia. Concurrieron al llamado varios líderes políticos y autoridades. Hubo ostensibles ausencias. Y abundaron los monólogos: unos exculpatorios, algunos preventivos, otros de lamentación. Al final del encuentro, el resultado fue una curiosa Declaración de 12 puntos. No está mal para un momento de tensión y prisas.

¿Qué dice la Declaración? Abre y cierra reafirmando la necesidad e importancia del diálogo. Se asumen compromisos con la democracia, los comicios y el Órgano Electoral. Se alerta contra la prórroga y el acortamiento de mandato. Y se coincide en el imperativo de garantizar la estabilidad, concentrarse en la gestión, aprobar leyes y créditos y transformar la justicia. El papel, señorías, aguanta todo. Cuando despertamos, la crisis todavía estaba aquí. Y las disputas también.

Más allá de la retórica, lo valioso fue haber sintonizado con el sentido común predominante hoy en el país: elecciones sí o sí el 17 de agosto, sin renuncia precoz del presidente por “desestabilización”, ni maniobra dilatoria para quedarse por obra de sus autoprorrogados del TCP. La condición económica es que el Gobierno tenga oxígeno para mantener el bicicleteo, con créditos y mínimos de liquidez de divisas. La premisa política es que Arce decline su candidatura a la no reelección.

En 10 días, el TSE convocará a las elecciones. En medio de la contienda por el voto, parece difícil esperar actitudes de diálogo. “Ceder a la tentación del enfrentamiento es un acto de debilidad”, dice Bobbio. Hoy todos los actores son débiles. Toca navegar la niebla. El 8 de noviembre no está tan lejos.

FadoCracia sangrienta

1. Exhibiendo sus dedos anular y meñique con curitas, el diputado suplente Rolando Cuéllar informó al país que, en la fallida toma de la sede del MAS, había perdido más de cinco litros de sangre. “Nos han apiedrado (sic), nos estábamos desangrando”, se quejó. 2. Ante las burlas, aclaró que en realidad fueron 15 ml de sangre perdida: “15 milímetros”, dijo (recontra sic). 3. La diferencia entre 5 litros y 15 mililitros es la diferencia entre lo que el diputado cree que vale y lo que en realidad vale. 4. Poco antes, Cuéllar atacó a otro diputado: “No tiene sangre en la cara”.  La respuesta fue inmediata: “Es un chupa sangre”. Mucho, mucho ruido. Tanta, tanta sangre. 5. Algunas semanas antes, cuando una diputada le echó un vaso de agua, Cuéllar denunció: “Me ha embrujado con ese líquido extraño”. Necesita una limpia. 6. Más allá de la sangre y la brujería, este vocero del arcismo expresa la degradación extrema de la Asamblea y el envilecimiento de la política (su espejo en el evismo es el diputado Héctor Arce). La oposición tiene los suyos. 7. “Soy marxista leminista” (ufa), suele decir el sangrante. Lenin merece mejores epígonos.

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Bolivia, atrapada en la gerontocracia política

Esteban Ticona Alejo

/ 23 de marzo de 2025 / 00:01

Bolivia, el 6 agosto de 2025, cumplirá el bicentenario de su fundación. Es una fecha memorable para las élites del país, es la gran conmemoración. Pero, para los pueblos indígenas, campesinos y sectores populares, no hay nada que celebrar. ¿Acaso se puede alabar masacres, exclusiones, racismo y formas de despotismo político imperante en los 200 años? A pesar de las grandes diferencias sociopolíticas, a lo mejor se podría recordar acciones negativas, para que no vuelvan a ocurrir, para que la memoria colectiva no se extinga y continúe transmitiendo a futuro, una posición crítica en el horizonte descolonizador.

Lamentablemente, este año se juntan la celebración del Bicentenario con la elección nacional para presidente y vicepresidente del Estado, lo cual ya lo tiñe de muchas aflicciones e intereses políticos. Desgraciadamente, viejos políticos, llámese Jorge Tuto Quiroga, Carlos Mesa, Samuel Doria Medina, Manfred Reyes Villa, Johny Fernández, Luis Arce y hasta Evo Morales, están afanados para ser reelegidos como nuevos mandatarios. También aparecen algunas mujeres, el caso de Amparo Ballivián y algunas menos conocidas.

Aquí hay una clara manifestación de una generación que ya es gerontócratica y aun así siguen insistiendo para ser futuros gobernantes. ¿Por qué quieren seguir mandando? Dicen que pretenden sacar a flote el país. Sabemos que las justificaciones no son tan ciertas. Sencillamente, les gustó estar empoderados, porque es una manera de seguir gozando de varias ventajas. Es lamentable que este panorama preelectoral se da en medio de una crisis política, desde el oficialismo hasta los resabios de la oposición derechista.

A la “senilidad política” indicada hay que añadir a los supuestamente “nuevos políticos”, pero rancios en la edad y en ideas, como el rector de la UAGRM de Santa Cruz, Vicente Cuéllar; Luis Fernando Camacho y hasta el archimillonario dueño del equipo de futbol de Bolívar, Marcelo Claure, que buscan el poder político nacional, para administrar mejor sus empresas y tener más dinero, mediante el usufructo del Estado. Pero tampoco se descarta vía actos dolosos. A esta lista hay que añadir a algunos extranjeros, como el caso del coreano Chi.

Las redes sociales permiten, en alguna medida, saber qué piensa la gente, sobre todos los/as jóvenes. La indiferencia es una muestra de que están cansados de los viejos políticos y sus disputas internas. Hasta hace poco tiempo, oía manifestarse a la generación joven con frases como “que el oficialismo cure sus heridas”, pero hoy se dice “que se acabe todo de una vez”, que es un cuestionamiento a toda la presunción de ser imprescindibles y hasta salvadores del país.

Lo más interesante en este razonamiento es “que lo viejo muera de una vez”, “si algo que ya está podrido, tiene que acabarse” y de “esas cenizas resurgirá nuevas opciones y sobre desde los/as jóvenes”.

La fuerza social de los movimientos sociales, sobre todo de los indígenas, campesinos y sectores populares, hoy está atrapado en las rivalidades sectoriales y en sus propios errores. Por el momento, no hay grandes opciones ni propuestas claras desde un horizonte crítico y diferente. A pesar de estas declaraciones claras, los veteranos políticos aún tratan de llevar a su molino, pero el dique social de contención está siendo rebasado, por una masa de que están hartos de las veleidades de los políticos añejos, bajo la consigna de que se vayan todos y que se acabe todo de una vez.

Esta manifestación es el nuevo perfil de los jóvenes, aún distantes de los movimientos sociales, no solo en Bolivia, sino en el mundo. Pero tampoco hay lideres jóvenes, capaces de afrontar nuestra situación. El caso de Andrónico Rodríguez, oriundo y representante de la región del Chapare, es para estudiarlo. No reúne un perfil político apropiado para esos tiempos; pero algunos sostienen que podría “hacer algo”. Pero está supeditado al mando chapareño y muchos dicen que está subordinado a Evo Morales. En términos políticos, podría ser una alternativa para calmar algo la inclemencia, pero no creo que se anime por esta especie de “encierro político” de su entorno. Waynanakaxa, ukhamaraki tawaqunakaxa janikiwa suma thakhisaru sarantapkiti. Janikiw ch’axwa chuymanipkiti. Arsusiñasawa, ¿janicha?

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Antonio Gasalla, el genial travestido

Antonio Gasalla será recordado por su talento para ser varias mujeres en los escenarios

/ 22 de marzo de 2025 / 06:02

Cuando se apagan las luces del teatro Solís de Montevideo, un reflector apunta hacia la puerta de ingreso: Comienza a caminar lentamente hacia el escenario como si flotara entre nosotros, espectadores, Soledad Dolores Solari, una mujer con apariencia de solterona amargada, con los cabellos lacios y planchados, con una carterita ridícula colgandolé en la muñeca derecha. Todos mudos e hipnotizados, miramos el trayecto de esta que en realidad es una maestra de escuela que vive sin la compañía de nadie y tiene la capacidad de vomitar todos los prejuicios y fobias con las que ha construido una personalidad feroz y prejuiciosa cargada de malicia y lucidez. Detrás de Soledad, debajo, encima o de costado, hay un actor dueño de un estilo huracanado y desopilante que se llama Antonio Gasalla y que a los 84 años acaba de dejar este perro mundo, después de un padecimiento de demencia senil que lo condujo por el laberinto de la desmemoria que se manifestaba en actitudes como las de mandar a la concha de su madre a los noteros de los programas televisivos del espectáculo bonaerense que lo abordaban en las inmediaciones de su apartamento.

Habitante de personajes femeninos en el teatro, la televisión y el cine, Gasalla supo desatar risas y carcajadas, producto de interpretaciones con personajes femeninos por el mismo creados, que quedarán por siempre registrados en el imaginario colectivo porteño, en esa mágica ciudad que resulta más difícilmente comprensible si no se conoce algo de sus actrices, actores, escritores, músicos, boxeadores y cracks del fútbol.

Ya en el escenario ante una sala abarrotada de público, Soledad Dolores Solari, nombre nada casual de su personaje, comienza a hablar mientras plancha la ropa, exponiendo su pensamiento en voz alta acerca de todo lo que pasa por fuera de ese hábitat que solo es capaz de compartir consigo misma. Su timbrada voz no necesita micrófonos, sus ojos bien abiertos son de una expresividad que pasa de la reflexividad a la ira, de la escandalización a la sentencia moral.

Gasalla pudo ser una mujer afeada por sus frustraciones, otra mujer felliniana (Barbara Don’t Worry, presentadora de televisión), profesora de educación sexual (la maestra Noelia) y la Abuela que se sienta en el living de Susana Jiménez para enrostrarle las barbaridades que todos piensan, pensamos, y que la mayoría reprimida por los manuales de urbanidad y buenos modales no se atrevería a decir. Durante varias temporadas, la viejita llena de achaques y la cabeza intacta no se guarda nada y le profiere a la histórica rubia de la televisión argentina todo lo que se le canta: el tamaño de las tetas, los galanes con los que se habría, o no podido acostar y los hombres que como instintivos machos van detrás de las mujeres provistos de malas intenciones. Como todos sus personajes, la Abuela-Gasalla lo dice todo sin filtros, siempre ataviada de vestuarios femeninos, y maquillajes que destacan su feminidad, su mal gusto o su decrepitud.

Es tan incontenible la influencia de Gasalla, que en la actualidad se presentan en el teatro nuevas versiones de “Esperando la carroza” (1985), película de Alejandro Doria que a través de una comedia excesiva, retrata a la “famiglia” porteña de clase media que tiene a Mamá Cora —la primera abuela de todas sus personajes—en el centro del desmadre y la confusión, propia de esa cultura de conventillo en la que los comportamientos ruínes son el resultado de pugnas e intrigas familiares. Hoy día, Martín “Campi” Campilongo es la Mamá Cora del teatro, o sea, el intérprete del mismísimo Gasalla que inmortalizó al personaje que mantiene vigencia durante cuatro décadas y que recupera actualidad en el teatro Broadway de Buenos Aires. Así de indeleble será la marca de un estilo, la de un teatro útil para estudiantes de sociología que, a través de las ficciones y los delirantes personajes puestos en escena por Gasalla, se puede conocer con nitidez cómo es esa clase media, heredera de las taras europeas, sobre todo italianas y españolas.

Antonio Gasalla será recordado por su talento para ser varias mujeres en los escenarios y en el último tiempo por la obra teatral “Más respeto que soy tu madre” en la que el capocómico se mete en la piel de Mirta Bertotti, una ama de casa que combate domésticamente con su marido, un suegro adicto a las drogas y tres hijos adolescentes y que estuvo cinco años consecutivos en cartelera en el teatro Gran Rex, sumando un millón de espectadores.

También capaz de interpretar personajes masculinos, Gasalla coprtagonizó con la inmensa Graciela Borges la película “Dos hermanos” (Daniel Burman, 2010) en la que se narra una relación de amor-odio, que sólo pueden encarnar intérpretes de muchos quilates y enorme rodaje en las tablas y en las locaciones cinematográficas.

Se ha ido Gasalla, aunque en realidad los grandes actores, aquellos que son capaces de contarnos las vicisitudes de la vida desde el juego escénico, nunca se van debido a esa mágica eternidad que son capaces de construir entre los mortales, estos genios de la palabra y la interpretación actoral.

(*) Julio Peñaloza Bretel es periodista

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El baile de los alucinados

/ 22 de marzo de 2025 / 06:01

Mientras la crisis se vuelve un dato de nuestra realidad cotidiana, la clase política insiste en su desconexión de la realidad, en movimientos tácticos de poca monta y en la exacerbación desbordada de sus egos. Todos siguen creyendo que accederán al poder en noviembre, no entienden que el desorden y el fastidio de la gente les podría costar caro cuando llegue el momento de la decisión.

Empecemos por lo evidente, la crisis económica finalmente se desató, entendiéndola como un desajuste grave en el sistema de precios y en el funcionamiento estable de la mayoría de las actividades económicas. Creer que se está retornando a “la normalidad” porque las colas por gasolina se redujeron de treinta a cinco cuadras, muestra el nivel de impostura a la que están llegando algunos funcionarios y sus comparsas mediáticas.

Los azorados voceros gubernamentales dijeron la verdad por un par de días: no hay divisas suficientes para cubrir todas las obligaciones del Estado y necesidades del país, y además confesaron que ellos ya no sabían cómo darle solución. El rey estaba desnudo, era saludable reconocerlo y enfrentar sus consecuencias en serio. Duró poco, volvieron en horas a su delirio grupal y ahora andan creyendo que zafaron. Sería hasta chistoso sino fuera que todos nosotros somos los pasajeros de ese barco conducido por alucinados.

Seguir raspando la olla cada fin de semana para conseguir 60 millones de dólares para que no nos envíen a una cuarentena crónica, no es solución. El cuento de los créditos en la Asamblea es un placebo, una curita para un fracturado, fuegos artificiales para marear a la perdiz que hace colas y ve que su capacidad de compra se licua.

“Abastecer” al 80% del mercado no es una victoria, implica que hay un 20% de dejados a su suerte, que son cientos de miles de personas, y que no podrán trabajar o vivir establemente. Una brecha de más del 80% entre el precio del dólar “oficial” y el del paralelo lleva a más inflación y desabastecimiento. No hay que engañarnos más, estamos enfrentando un desequilibrio sistémico y en consecuencia se precisa un programa de estabilización integral y acuerdos políticos potentes para viabilizarlo.

Lo insólito es que, en semejante momento, la mayor parte de la dirigencia política se dedica a hacer lo mismo, casi sin variar: la enésima cumbre para discutir cosas serias y salir con obviedades inútiles, las mismas peleas en la Asamblea Legislativa, todos asumiendo pose de víctimas, los consabidos jueguitos tácticos de unos y otros para joder al contrincante y así hasta el hartazgo. En resumen, cero responsabilidad.

Cada uno en su particular alucinación. El gobierno pensando en campear el temporal, cuando ya su nave naufrago, aferrados a sus autoprorrogados y a uno que otro vocal electoral que a base de chanchullos les pueden ayudar, en el mejor de los casos, a superar el 5% en las elecciones.

Evo hablando todo el día de su habilitación, creyendo en los espejitos de colores de sus abogados que le dicen lo que quiere oír y esperando la gran revuelta que podría cambiar todo y que quizás nunca llegue, el tiempo se le va acabando. Increíble ingenuidad en un político con tanta experiencia y sagacidad.

Y las variopintas oposiciones, armando estrambóticas y patrióticas alianzas para salir primeros en las encuestas, las suyas o las de Claure, sin clarificación ideológica o programática que las sustente. Adicionando hipotéticos porcentajes de votantes, suponiendo erróneamente que cada candidato es dueño de esas voluntades.

Lo más probable es que la demoscopia no les solucionará el problema, las estadísticas les devolverán posiblemente solo fragmentación y mayor confusión. Es decir, les dirán quien es menos impopular, sin aportarles demasiada legitimidad o impulso, el juego real se abrirá recién a partir de mayo.

Hoy tenemos un grave problema de oferta, nadie convence, y los aspirantes no están tampoco haciendo mucho esfuerzo para escuchar los problemas de la gente o al menos parecer empáticos con el malestar generalizado del país. Por eso, las encuestas no sirven, las preguntas, sobre todo las que se concentran en obligarnos a elegir candidatos que anda por ahí levitando.

Ciertamente, es altamente probable que lleguemos a agosto con una lista de señores y señoras que no nos entusiasme, en un contexto horriblemente crispado por la crisis y por tanto habrá que elegir al menos peor. Ese será el drama porque perpetuará la impotencia política y la salida a la crisis se ira alejando.

A estas alturas del partido, no hay que esperar grandes innovaciones electorales o candidatos que sean capaces de navegar en estos tiempos turbulentos, no hay el tiempo ni el elenco para eso, estamos condenados a la mediocridad.  Pero, al menos, hay que exigir audacia y claridad de ideas a los aspirantes con alguna opción y un poco de vergüenza a los que ya están fuera del juego.

(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social

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