Zeitgeist
El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse

Claudio Rossell Arce
La palabra alemana zeitgeist no existe en español, pero se traduce como espíritu del tiempo. La historia, si no es la experiencia personal, enseña que nada permanece inmutable, mucho menos las contingencias y transformaciones que señalan el paso del tiempo. Así, la palabra zeitgeist nombra el modo de pensar (y consecuentemente, de actuar) propio de una época, más allá de las diferencias ideológicas puntuales que se producen en ese lapso.
Para la filosofía y las ciencias sociales, hablar de zeitgeist es a menudo hacer una caracterización de las costumbres o, como en el concepto de ‘habitus’ del buen P. Bourdieu, de la combinación de los modos de percibir (e imaginar), de juzgar y de actuar que son compartidos por muchas personas y por muchos grupos; por eso mismo, da forma a la sociedad de un tiempo y un lugar determinados.
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Es probable que, dentro de algunas décadas, la historia reconozca como un hito el que en 2016 el anciano y venerable Diccionario Oxford de Inglés le otorgara el estatus de “palabra del año” a posverdad (post-truth, para ellos), dándole no solo lugar en el más respetado catálogo de la lengua inglesa, sino sobre todo gran publicidad al concepto que nombra zeitgeist actual.
Espíritu de este tiempo: la verdad está escondida detrás de la imposibilidad de nombrarla, pero también, y sobre todo, de los esfuerzos que hacen unos y otros para negarla y ningunearla. Por eso, cada quien puede encontrar los hechos (alternativos) que mejor se ajusten a su visión del mundo, y hay miríadas de personas dedicadas a producir evidencia en sus redes sociales digitales favoritas.
Sin embargo, el zeitgeist actual también es la incertidumbre detrás de la incesante búsqueda de confirmación y de la producción de esa evidencia contingente. Incertidumbre, como la que produce el líder que miente una y otra vez, e insiste en pedir que se le crea, logrando, en el mejor de los casos, que la gente piense que todo lo que dice debe ser interpretado en sentido inverso (“no hay crisis…”, “no somos corruptos…”, “el pueblo nos apoya…”, “viva la libertad…”).
Y si las ideas moldean los comportamientos, el zeitgeist también es la perezosa imitación de los malos hábitos de los encumbrados, dispuestos, todos ellos, y ellas, claro, a saltarse las reglas a la menor oportunidad, con y sin motivo (más a menudo lo segundo). La viveza criolla elevada al estatus de habitus: encontrar la oportunidad, saber actuar cuando se presenta, y ofrecer una plausible explicación de por qué se actúa de esa manera.
Está el zeitgeist en la interminable lista de frases hechas que apelan a la ideología política propia y ajena, elogiosas las primeras, despectivas o algo peor las segundas; que caracterizan al líder, negando sus defectos y amplificando hasta la caricatura sus virtudes; en el modo de referirse a las críticas que ponen el dedo en la herida; en la simplificación hasta la banalidad de los temas que importan, y por eso son incómodos.
Y así como están desapareciendo las certezas que hicieron el zeitgeist del sangriento Siglo XX, el del Siglo XXI parece estar signado por la nada (tan parecida al vacío), que irónicamente tiene a la gente llena de deseos (necesidades, se dice en el lenguaje del marketing), de falsas creencias e inamovibles certezas; como con las monedas cripto, que enriquecen y empobrecen a la gente de manera casi instantánea, y que no tienen más respaldo que imposibles operaciones matemáticas ejecutadas por interminables cadenas de computadores; como el resto de la vida digital, que no tiene más materialidad que sofisticados servidores de datos y redes de computación, pero se come cada día un poco más de la experiencia terrena.
El zeitgeist produce acostumbramiento, contra el que hay que rebelarse.
NdelA: Con esta vigesimoséptima entrega acaba un ciclo que fue, literalmente, de la A a la Z. Y, cerrado el ciclo, es tiempo de descansar y/o pensar nuevas ideas (o palabrotas): por ahora, otros propósitos ocuparán el tiempo de este columnista. Agradezco infinitamente a Claudia Benavente por haber insistido en darme este privilegiado espacio en el diario que dirige, y a todo el equipo que trabaja con ella, que con gran cariño, paciencia y profesionalismo se aseguró de que mis artículos, lo mismo que los de decenas de otras personas dispuestas a compartir sus opiniones en un sano ejercicio de la libertad de expresión, aparezcan en las páginas impresas y, luego, en las digitales de este multimedio. Como en la canción: no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós.
(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social