18M: ¿Nuevos clivajes?

No va a ser casualidad que esta crisis económica que atravesamos la vivamos en medio de elecciones. La certeza de que nuestro complejo momento económico va a instrumentalizarse con fines político-electorales es absoluta y los acontecimientos de esta semana que termina así lo (de)muestran al darnos cuenta de que los obstáculos para afrontar esta crisis que ya tenemos encima, para nuestro infortunio colectivo sólo suman y siguen.
A reserva de que se puede polemizar en torno a la preparación/improvisación, agenda, metodología o actores invitados que fueron convocados a este escenario, no se puede dejar de señalar con total claridad que, en una democracia, cualquier apuesta por el diálogo solamente la preserva y fortalece. Por ello mismo, es lamentable y posiblemente un error (el tiempo lo dirá) que muchos actores que están hoy en campaña hayan priorizado sus cálculos electorales antes que las necesidades que tenemos como país.
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Toda esta certeza anterior, no limita de ninguna manera que se pueda señalar que, así como las 10 medidas anunciadas por el presidente realmente sólo fueron ligeros paliativos al momento de escasez de combustible y, luego, los 12 puntos que emergieron del diálogo convocado solamente son una colección de declaraciones de intenciones. En ambos casos, las soluciones reales por parte de quienes gobiernan aún se hacen esperar y más bien han ido resbalando —como gotero— en los días posteriores, cada una con su aroma de cálculo electoral.
Quienes no tienen labores de gobierno en este momento (Ejecutivas o Legislativas) pero están en medio de la intensa contienda electoral, realmente cuentan con una ventaja porque no tienen una obligación “contractual” (por así decirlo) con la ciudadanía, pero sí debieran tener una obligación moral con quienes esperan gobernar en un futuro que son quienes hoy tienen en concreto dificultades económicas. Pero conocemos, de manera general, lo mezquina que puede llegar a ser nuestra clase política, aunque aún pueda sorprendernos en situaciones en extremo críticas.
Pero quizás lo más llamativo de esta mala combinación, que es tener elecciones en medio de una crisis económica o viceversa, es el grado de desorden y tergiversación al que puede dirigirnos. Me refiero a que, mezquindad política de por medio, la asistencia o no al espacio de diálogo que se generó esta semana, implicó una inflexión en los clivajes que tan necesarios son para batallas electorales.
Si hasta hace poco, el clivaje que dominaba los relatos y narrativas políticas era el del masismo versus antimasismo, me atrevo a pensar que —derechización del espectro político y ruptura del MAS de por medio— hoy se busca instalar el clivaje —posiblemente sólo temporal— de quiénes “dan la cara o se arremangan los brazos” en medio del desastre versus quienes se desentienden del mismo, para atribuírselo a los gobiernos del MAS y así ganar el relato electoral de que serán exactamente lo opuesto. El riesgo de este clivaje es que les da la oportunidad a quienes provienen de una derecha cavernaria a pretenderse como unos demócratas y a quienes en la práctica lo son a mostrarse contrarios a las formas que ésta privilegia: todo con tal de no dejar siquiera la sospecha de que podrían estar “ayudando” a este gobierno.
Y así, la consecuencia directa de este desorden, sería la errónea idea de que quienes estén quedando en el otro extremo del MAS son la derecha política y quienes aún se mantengan prestos a dialogar sean leídos como de centro y, en consecuencia, como una opción para los exvotantes, precisamente, del MAS. Hay quien, con sorna, ha señalado que el único resultado tangible del diálogo de esta semana ha sido una alianza en el campo opositor. Y quizás es un poco peor que eso, porque también ha resultado que esa alianza se ha mostrado como parte del bloque dispuesto a dialogar y trabajar desde ya por lo que todos y todas necesitamos: que le vaya mejor al país.
(*) Verónica Rocha es comunicadora. Twitter: @verokamchatka