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Sunday 20 Apr 2025 | Actualizado a 06:42 AM

El baile de los alucinados

/ 22 de marzo de 2025 / 06:01

Mientras la crisis se vuelve un dato de nuestra realidad cotidiana, la clase política insiste en su desconexión de la realidad, en movimientos tácticos de poca monta y en la exacerbación desbordada de sus egos. Todos siguen creyendo que accederán al poder en noviembre, no entienden que el desorden y el fastidio de la gente les podría costar caro cuando llegue el momento de la decisión.

Empecemos por lo evidente, la crisis económica finalmente se desató, entendiéndola como un desajuste grave en el sistema de precios y en el funcionamiento estable de la mayoría de las actividades económicas. Creer que se está retornando a “la normalidad” porque las colas por gasolina se redujeron de treinta a cinco cuadras, muestra el nivel de impostura a la que están llegando algunos funcionarios y sus comparsas mediáticas.

Los azorados voceros gubernamentales dijeron la verdad por un par de días: no hay divisas suficientes para cubrir todas las obligaciones del Estado y necesidades del país, y además confesaron que ellos ya no sabían cómo darle solución. El rey estaba desnudo, era saludable reconocerlo y enfrentar sus consecuencias en serio. Duró poco, volvieron en horas a su delirio grupal y ahora andan creyendo que zafaron. Sería hasta chistoso sino fuera que todos nosotros somos los pasajeros de ese barco conducido por alucinados.

Seguir raspando la olla cada fin de semana para conseguir 60 millones de dólares para que no nos envíen a una cuarentena crónica, no es solución. El cuento de los créditos en la Asamblea es un placebo, una curita para un fracturado, fuegos artificiales para marear a la perdiz que hace colas y ve que su capacidad de compra se licua.

“Abastecer” al 80% del mercado no es una victoria, implica que hay un 20% de dejados a su suerte, que son cientos de miles de personas, y que no podrán trabajar o vivir establemente. Una brecha de más del 80% entre el precio del dólar “oficial” y el del paralelo lleva a más inflación y desabastecimiento. No hay que engañarnos más, estamos enfrentando un desequilibrio sistémico y en consecuencia se precisa un programa de estabilización integral y acuerdos políticos potentes para viabilizarlo.

Lo insólito es que, en semejante momento, la mayor parte de la dirigencia política se dedica a hacer lo mismo, casi sin variar: la enésima cumbre para discutir cosas serias y salir con obviedades inútiles, las mismas peleas en la Asamblea Legislativa, todos asumiendo pose de víctimas, los consabidos jueguitos tácticos de unos y otros para joder al contrincante y así hasta el hartazgo. En resumen, cero responsabilidad.

Cada uno en su particular alucinación. El gobierno pensando en campear el temporal, cuando ya su nave naufrago, aferrados a sus autoprorrogados y a uno que otro vocal electoral que a base de chanchullos les pueden ayudar, en el mejor de los casos, a superar el 5% en las elecciones.

Evo hablando todo el día de su habilitación, creyendo en los espejitos de colores de sus abogados que le dicen lo que quiere oír y esperando la gran revuelta que podría cambiar todo y que quizás nunca llegue, el tiempo se le va acabando. Increíble ingenuidad en un político con tanta experiencia y sagacidad.

Y las variopintas oposiciones, armando estrambóticas y patrióticas alianzas para salir primeros en las encuestas, las suyas o las de Claure, sin clarificación ideológica o programática que las sustente. Adicionando hipotéticos porcentajes de votantes, suponiendo erróneamente que cada candidato es dueño de esas voluntades.

Lo más probable es que la demoscopia no les solucionará el problema, las estadísticas les devolverán posiblemente solo fragmentación y mayor confusión. Es decir, les dirán quien es menos impopular, sin aportarles demasiada legitimidad o impulso, el juego real se abrirá recién a partir de mayo.

Hoy tenemos un grave problema de oferta, nadie convence, y los aspirantes no están tampoco haciendo mucho esfuerzo para escuchar los problemas de la gente o al menos parecer empáticos con el malestar generalizado del país. Por eso, las encuestas no sirven, las preguntas, sobre todo las que se concentran en obligarnos a elegir candidatos que anda por ahí levitando.

Ciertamente, es altamente probable que lleguemos a agosto con una lista de señores y señoras que no nos entusiasme, en un contexto horriblemente crispado por la crisis y por tanto habrá que elegir al menos peor. Ese será el drama porque perpetuará la impotencia política y la salida a la crisis se ira alejando.

A estas alturas del partido, no hay que esperar grandes innovaciones electorales o candidatos que sean capaces de navegar en estos tiempos turbulentos, no hay el tiempo ni el elenco para eso, estamos condenados a la mediocridad.  Pero, al menos, hay que exigir audacia y claridad de ideas a los aspirantes con alguna opción y un poco de vergüenza a los que ya están fuera del juego.

(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social

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Desajustes electorales

/ 19 de abril de 2025 / 06:02

Pese a los intentos por animar el escenario político con un festival de idas y venidas rocambolescas, golpes de escena patéticos y conjeturas mediáticas para todos los gustos, no se percibe demasiado interés de la ciudadanía en la actual oferta electoral. Ninguno de los postulantes realmente prende; andan por ahí dándose bola entre sí, autofagocitándose, mientras los problemas reales de la gente aparentemente van por otro lado.

En parte, este desolador espectáculo tiene que ver con la complejidad de la actual crisis y la incapacidad de los líderes y partidos para decir con claridad lo que harán frente a la acumulación de desequilibrios y problemas, por si acaso no solo económicos, que la inoperancia e irresponsabilidad del gobierno de Luis Arce les dejarán como herencia cuando alguno de ellos asuma las riendas del Estado en noviembre.

Hay, pues, un gran vacío programático, y lo más interesante que se ha logrado posicionar, en ciertos segmentos de opinión, es una idea bastante general de reducción del Estado, en la que no se dice cómo se podría realizar y por dónde habría que empezar. Debate legítimo, hay que reconocerlo, más allá de que uno comparta la premisa, pero que está, por otra parte, contaminado de esbozos del credo mileísta en sus versiones más primitivas y simplonas.

Las lagunas intelectuales son tan grandes cuando se exagera el discurso que a algún candidato no se le ha ocurrido mejor idea que proponer la desaparición del Ministerio de Gobierno para combatir los abusos del Estado. A ese paso, habrá que eliminar el Ministerio de Salud para que no haya más enfermedades, el de Educación para acabar con la ignorancia y cosas así. A ratos parecería que hay gente que piensa que basta con decir tonterías para transformarse en disruptivos y novedosos.

Y conste que los libertarios son los que, al menos, andan intentando proponer una “batalla cultural” y una confrontación de ideas. El resto anda por ahí con las generalidades de siempre, prometiendo que habrá dólares en un par de meses, gasolina barata porque tienen contactos con los refinadores, industrias pesadas y guerra híbrida que nos transformarán en una Unión Soviética andina o préstamos de decenas de miles de millones de dólares del FMI porque son cuates de sus directores y hablan inglés perfectamente. En esas estamos y se entiende, por lo tanto, el escepticismo y la indiferencia de la gente.

Pero, eso no es quizás lo más grave; me parece que además casi todos siguen anclados en una lectura errada del país, en la que dos fenómenos de cambio trascendentales no están siendo casi considerados. Ni la modernización social que el país ha experimentado en estos últimos 15 años ni la crisis persistente, y amplificada desde 2019, son tomadas en cuenta con todas sus implicaciones y consecuencias. En cambio, las principales fuerzas políticas siguen pensando y operando con base en el viejo software de la polarización masismo-antimasismo, el alfa y omega de la política boliviana desde 2006.

Por eso, la dramaturgia electoral parece tan anacrónica: Tuto diciendo casi lo mismo que cuando fue candidato en 2005, Samuel repitiendo el libreto de cierto centrismo masoquista que no se anima a romper con las ideas más reaccionarias del antimasismo pese a que la encapsulan y le impiden crecer, Manfred intentando volver a un pasado de populista noventero sin contenido, Arce esperanzado en ser el único candidato de la izquierda para que voten por él, aunque piensen que su gobierno es un desastre, y Evo apostando a que la melancolía por un pasado que fue mejor le solucione todos sus problemas.

En todos esos casos, la creencia es en una sociedad y un electorado divididos entre masistas y no masistas, que automáticamente seguirá, tarde o temprano, esos instintos primarios para alinearse con uno y otro bando. Algunos piensan que en esta coyuntura el antimasismo asociado a un rechazo elevado al Gobierno completará la faena, mientras que al frente confían en las lealtades históricas del mundo nacional-popular con la izquierda.

Sin embargo, tengo la impresión que ese aburrido esquema está temblando, se está reconfigurando silenciosamente sin que la clase dirigencial se haya dado cuenta. Por una parte, la sociedad se fue complejizando y fragmentando, las lealtades políticas se debilitaron, las pulsiones individualistas se acrecentaron y la ciudadanía aumentó su desconfianza en la política.

Por ahí, también pasaron los 15 años de potenciamiento de las clases populares, fenómeno particularmente significativo en Bolivia, que no se pueden eludir y casi cinco años de desequilibrios económicos y políticos que están fatigando a las mayorías. Hay, pues, poderosos elementos de continuidad y cambio en las esperanzas de la ciudadanía y el que logre equilibrarlos podría empezar una nueva etapa.

Pero, por ahora, nadie le está aún hablando a esa nueva Bolivia, con grandes potencialidades, pero también más feroz, informal y moderna. Nadie se hace cargo de sus contradicciones, de sus nuevos malestares y sus renovadas expectativas. Por eso nadie entusiasma ni genera adhesiones fuertes.

*Es investigador social

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Los augures de Andrónico

/ 5 de abril de 2025 / 06:01

Todos hablan de él, escrutan cada una de sus escasas intervenciones públicas, pronostican sus intenciones, adivinan sus estrategias y predicen hasta sus sentimientos más íntimos. Espeso ruido mediático y político que se construye sobre los silencios y misterios que astuta o ingenuamente cultiva el joven senador y muy poco en base a sus posicionamientos públicos que, paradójicamente, son bastante más claros y que muy pocos toman en cuenta.

Empecemos por lo que sabemos y hasta ahora no ha sido desmentido: Andrónico Rodríguez no es candidato presidencial mientras no exista un mandato orgánico que diga lo contrario. Mientras tanto, el persiste en considerarse como un militante de la fuerza política que tiene como su principal dirigente a Evo Morales.

Consulte: El baile de los alucinados

De igual modo, a lo largo de su trayectoria en estos últimos cuatro años ha venido insistiendo en la necesidad que el bloque nacional-popular se mantenga unido, alertó varias veces sobre los riesgos que implicaba su división y demostró en varios episodios su deseo de mantener distancia de la confrontación destructiva entre los seguidores más radicalizados de Morales y Luis Arce.

También a lo largo de los últimos años, su posición frente al gobierno de Arce se fue endureciendo, transitando de un deseo de colaborar, incluso cuando las grietas al interior del MAS ya se estaban abriendo, hacia sus más recientes expresiones en las que critica las ineficiencias del gobierno y les reprocha su “campaña monumental de desprestigio”. Endurecimiento que tampoco lo lleva a entrar en la sarta de descalificaciones e insultos que con gran esmero cultivan otros dirigentes.

Algo parecido sucede sobre su relación con Evo Morales, al cual ha manifestado en varias ocasiones su lealtad y reconocimiento, situándolo como un personaje clave en la larga historia de construcción política de poder desde la dirigencia sindical chapareña y asumiéndose él y otros dirigentes de su generación como herederos de esa labor. Posicionamiento no exento de un reclamo moderado por realizar una autocrítica y abrir más espacios a las nuevas dirigencias.

Para verificar esto basta con ver la larga entrevista que concedió el año pasado a Susana Bejarano en El Desacuerdo o tomarse el tiempo de escuchar los argumentos que desarrolló en su último gran discurso en el ampliado del IPSP o en su intervención en el foro de El Deber hace algunos meses. Ideas y posicionamientos que repite consistentemente.

En pocas palabras, el hombre hoy no es candidato, salvo un cambio en las decisiones de sus mandantes sindicales, es políticamente moderado, no muy afecto a las confrontaciones y leal con Evo sin que eso signifique perder sentido crítico y exponer de tiempo en tiempo ideas propias. Francamente, a la vista de este balance, la principal observación que se le podría hacer tiene más que ver con su excesiva prudencia, con sus largos silencios y su escasa tendencia a la dramatización. No es evidentemente el caudillo ruidoso e insolente que algunos aspiran.

Sospecho que justamente este tipo de comportamiento político sui generis es el que le está permitiendo consolidarse en un momento en que una franja mayoritaria de la sociedad esta hastiada de los políticos que hablan de cualquier cosa, que se dedican a complots estúpidos, que se insultan entre sí, que andan preocupados únicamente de su imagen en el espejo y que creen que son el hoyo del queque. Andrónico para algunos quizás es anodino y sin sustancia porque no chilla, escupe ni patalea, pero para la ciudadanía es un alivio, algo es algo.

Pero, por eso mismo, porque es bien visto por las mayorías o al menos no genera tanta desconfianza que el político promedio, es también el sujeto de todas las ambiciones y las manipulaciones. Unos y otros lo ven como un salvador, un competidor, una esperanza en una izquierda popular devastada o una manera de acceder al poder.

Aún más, pocos lo escuchan realmente, reflejan únicamente en él sus deseos y ambiciones, interpretan cada uno de sus gestos en función de sus intereses, construyen una nube de suposiciones, escenarios y divagaciones sobre la nada. Andrónico calla y los augures y oportunistas ronda alrededor diciendo lo que hará y debe ser. Hace mucho que no se había visto tanta paja sin base informativa sólida.

Por lo pronto, el personaje ya ha ganado por el grado de reconocimiento que todo este ruido está creando en torno a él, los que no sabían quién era, ahora ya tienen una idea. ¿Será candidato? Quien sabe, los obstáculos en su camino, si así lo decidiera, son enormes, no hay que engañarse. Empezando porque su viabilidad está íntimamente ligada a su relación con Evo, porque solo tendrá opciones si es un heredero de un proceso y de una historia, leal, pero critico a la vez, cambio con continuidad. Es un ruta muy difícil y estrecha.

Ahí estamos, Andrónico quizás espera con gran paciencia que el drama principal tenga su epilogo. Si la fortuna decide abrirle las puertas, el silencio no será suficiente, no bastará con generar expectativas, tendrá que mostrar que puede hacerse cargo de su futuro y del nuestro. Pero eso es otra historia y aún no estamos ahí.

(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social

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Repensando el Estado desde la izquierda

/ 8 de marzo de 2025 / 06:01

La participación protagónica del Estado en la economía ha sido históricamente uno de los principales pilares de la identidad política de la izquierda latinoamericana. Por muchos años, en Bolivia, fue un elemento indiscutible del proceso de cambio impulsado por el MAS. Sin embargo, están surgiendo observaciones y preguntas relevantes acerca de sus limitaciones e insuficiencias. Quizás ha llegado el momento de una profunda renovación de ideas en este ámbito. 

Si algo ha diferenciado a las izquierdas es su crítica al neoliberalismo y a una visión de una sociedad modelada únicamente por los mercados y los actores privados que participan en ellos. De ahí, su insistencia en un Estado regulador que redistribuya la riqueza en sus versiones más reformistas, e incluso en un Estado que interviene directamente en la producción de bienes y servicios en su vena más radical.

Lea: Socializando la impotencia

En el caso de Bolivia, el denominado modelo de economía plural se planteó como una definición heterodoxa e institucionalmente hibrida de un sistema económico en el que podrían coexistir harmoniosamente varios tipos de formas económicas, la estatal, la privada y la social comunitaria.

En ese marco, se le asignó un papel protagónico al Estado que se tradujo no únicamente en el fortalecimiento de las regulaciones, una política social ambiciosa, sino sobre todo en la nacionalización de actividades estratégicas y la constitución de empresas públicas de gran dimensión.

Con el avance de los desequilibrios económicos, los resultados de ese modelo están en cuestión, aunque el debate lamentablemente tiende a simplificarse y polarizarse. Estamos quedando, frecuentemente, atrapados entre discursos casi anarcoliberales que desprecia cualquier acción proactiva del Estado no solo en la economía, sino incluso en la vida social y apuestas, casi desesperadas, de solucionar todos los problemas con nuevos controles y empresas públicas de todo pelaje, sin que sepamos la coherencia y costo de esos dispositivos.

Es así que la discusión se resume en algunos medios y en las narrativas de la mayoría de políticos de derecha en eslóganes que hablan de reducir el gasto público y disminuir drásticamente el tamaño del Estado. La moda de la motosierra mileista tiene la ventaja de ser simple de entender, no especificar los detalles de lo que se quiere hacer y concentrar todas las emociones negativas frente a las deficiencias verdaderas o falsas de las despreciadas burocracias y dirigencias políticas, que son las que se entiende que “manejan” el Estado.

Pero, más allá del contenido dogmático de estas propuestas, se debe reconocer que hay razones en la creciente insatisfacción de la ciudadanía con el funcionamiento del Estado. El malestar va desde la sensación cotidiana de que nos enfrentamos, cada vez más, a burocracias abusivas que solo nos hacen más difícil la vida y nos limitan libertades, hasta la evidencia de la ineficiencia y corrupción macro en el manejo de las grandes empresas públicas o en el uso del gasto público.

En muchos casos, el Estado se ha fetichizado, al punto de creer que el crecimiento de la intervención publica o la creación de nuevas empresas estatales es buena per se, sin importar donde se está actuando o invirtiendo, con qué capacidades y claridad estratégica.

¿Cuál es, por ejemplo, la coherencia y visión de largo plazo en gastar recursos en algunas plantas de procesamiento de papa o de fabricación de mermeladas, cuando, por otra parte, no hay capacidad para posicionar inteligentemente al país en un negocio clave para nuestro futuro como el litio o renovar la política de protección social para que se adapte a los cambios sociodemográficos?

Hay que reconocer que no es un debate fácil, pero, por eso mismo, es alentador que dos jóvenes políticos de izquierda, como son Andrónico Rodríguez y Adriana Salvatierra, estén planteando posiciones al respecto.

El presidente del Senado al referirse al riesgo de un estado “paternalista”, que se ocupe de cosas que no son estratégicas y que pueden incluso desalentar las inversiones y esfuerzos de la ciudadanía, y remarcando la necesidad de cambios que acerquen a la burocracia a la gente. Es decir, pensar en un Estado que este al servicio de la ciudadanía y no lo contrario, que simplifique sus procedimientos y normativas de manera pragmática.

De igual modo, Salvatierra propuso elementos críticos y una visión reflexiva sobre el funcionamiento del Estado o de las empresas públicas en una reveladora entrevista en el video podcast Entre Caníbales, en la que mencionó como referencia a los trabajos de la economista Mariana Mazzucato, una de los más interesantes pensadores globales sobre la reinvención del rol del Estado.

Buen inicio que ojalá conduzca a reflexionar desde la izquierda sobre la necesidad de una acción pública, a través del Estado, que debería estar orientada a solucionar problemas concretos, pero entendiendo que hay prioridades, áreas donde no es deseable intervenir, libertades y coordinaciones con el sector privado que se deben fortalecer y particularmente que cualquier acción deba ser consistente con las capacidades y recursos con los que se cuenta realmente. Ni más o menos Estado, sino un mejor Estado, bien enfocado, eficaz y transparente.

(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social

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Socializando la impotencia

Hagamos una apuesta fácil: los contratos no se aprobarán en esta gestión

/ 22 de febrero de 2025 / 06:02

El país está bloqueado, no hay casi condiciones para tomar decisiones, incluso en cuestiones críticas para su futuro. El debate sobre los contratos de explotación de litio con dos empresas internacionales es una muestra de esa imposibilidad. El problema es político y, más específicamente, de una dirigencia sin ideas, que no construye autoridad democrática, polarizada hasta la caricatura, poco generosa e inoperante.

Al final, el drama duró apenas un par de semanas. Como ya estamos acostumbrados últimamente, el Gobierno se retiró después de los primeros cañonazos para ahorrarse más desafecto que el que ya acumulan con gran entusiasmo todos los días, dizque para “socializar” unos contratos que supuestamente se vienen trabajando desde hace cuatro años, alegando desinformación y politización.

Lo invitamos a leer: Podría ser peor

Hagamos una apuesta fácil: los contratos no se aprobarán en esta gestión y solo Dios sabe si servirán cuando un nuevo gobierno asuma en noviembre. Es decir, estamos ante la enésima frustración en esta cuestión.

Sin ir muy lejos, en 2019 también tumbamos con ahínco otro contrato con una empresa alemana en el mismo ámbito. Hoy les tocó a los rusos y chinos. ¿Alguien se acuerda de las razones? ¿Esa vez el contrato era mejor que los dos que estamos discutiendo hoy? ¿Queremos en serio lograr un acuerdo para explotar el litio? ¿Algún día lo lograremos?

Me declaro no especialista en litio para empezar, para no contribuir a la cacofonía, aunque intento informarme de la mejor manera posible sobre estos temas. Por tanto, no voy a opinar sobre el fundamento técnico de los contratos, pero sí sobre la manera como procesamos colectivamente decisiones que afectan las posibilidades del país de desarrollarse.

Podría quedarme ante la constatación del nuevo fracaso y reforzar la narrativa arguediana que sugiere que somos nomás una sociedad demasiada contradictoria, primitiva y no racional. Voy a optar por algo menos popular quejándome de nuestras dirigencias y élites políticas, sociales y mediáticas, de su incapacidad para cumplir su función de orientar, liderar, convencer y movilizar a la sociedad.

Ante cuestiones complejas, las élites, de toda índole, tienen la función y obligación de pensar y definir con claridad el qué y el cómo de su tratamiento. Me parece que en ambas dimensiones andamos fregados en esta coyuntura.

En el debate del litio hemos dado demasiadas vueltas, difundido tal cantidad de medias verdades, agregando premisas contradictorias que al final la conversación se fue haciendo indescifrable para la mayoría. Aunque había elementos, en ningún momento pudo emerger un debate informado de los pros y contras de los contratos, una contrastación racional de argumentos y, por tanto, la posibilidad de construir algo y no solo rechazarlo o destruirlo.

Al final, las preguntas críticas siguen ahí a la espera del siguiente ensayo si todavía alguna empresa extranjera quiere venir a acompañarnos en el vodevil: ¿Necesitamos y vamos a seguir apostando a una economía donde el sector extractivo sea importante? ¿Entendemos que para desarrollar ciertos sectores necesitamos inversión y tecnología externa? Y si fuera el caso, ¿estamos dispuestos a aceptar los costos que todo eso implica?

Seguir en las ambigüedades, nos lleva al punto extraño en el que queremos todo a cambio de “nuestro litio”; por ejemplo, suponiendo que somos imprescindibles para ese mercado y por tanto solicitando que, en su explotación, el inversor ponga toda la plata, nos regale su tecnología, le cobremos el máximo de impuestos, seamos dueños de todo el negocio y que de yapa la extracción no afecte en nada el medio ambiente, y de paso que nos haga a todos felices.

Eso no quiere decir que aceptemos cualquier barrabasada, sino que intentemos tener una valoración realista del costo-beneficio que necesariamente tendrá cualquier industria extractiva. Sobre esa base, podríamos negociar condiciones financieras y de beneficios convenientes, mitigar los impactos socioambientales del negocio y ver cómo sus frutos llegan a la mayoría de la población.

Y eso se logra con buena política, porque es en ese espacio donde hay que construir y deliberar los criterios para negociar con habilidad y patriotismo con los inversores extranjeros, escuchar las preocupaciones de la gente y proponer soluciones, y fundamentalmente convencer, persuadir y explicar para que una mayoría entienda que el negocio es justo si se hacen bien las cosas. Nada de eso se produce por arte de magia, requiere inteligencia, previsión y mucho laburo.

Si eso no se hace, tendremos lo de estas semanas: políticos oportunistas vociferando, cívicos repitiendo “no” como desde hace medio siglo, empresarios salvadores torpedeando con la esperanza que pueden recoger la fruta medio madura en noviembre, medios confundidos, tiktokers explicadores desinformando; por estupidez o manipulación, un gobierno perdido y un largo etcétera de horrores.

Lo repito una vez más: en los comicios de este año, frente a estos desbarajustes y las crisis que siguen apareciendo en el horizonte, precisamos reconstruir autoridad democrática que, por si acaso, no tiene mucho que ver con el retorno a un orden del siglo pasado que algunos anda por ahí ofertando y que tampoco tiene condiciones de solucionar algo en este nuevo contexto.

(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social

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Podría ser peor

/ 8 de febrero de 2025 / 06:00

Extraño inicio de año, el apocalipsis económico no llega, pero la inquietud y el malestar social se intensifican, todo parece desarreglado y decadente en nuestra cotidianidad, pero, al mismo tiempo, buscamos como adaptarnos al desorden y en muchos casos lo estamos logrando. El gobierno nos dice que “podría ser peor” intentando darle un tono épico a la frágil seudo estabilidad pre carnavalera del sálvese quien pueda que estamos viviendo.

El país no está explotando pese a la notable desorganización del sistema de precios, a la desintermediación formal de buena parte del mercado de divisas, al corralito de facto que sufren los ahorristas en dólares desde hace dos años y a una cotidianidad en la que una semana falta la gasolina y en unos y otros días aumenta el precio del arroz, el aceite, el pollo, el desodorante importado y en estas semanas la carne.

El espectáculo es ya previsible y conocido, algo sube o desaparece de los anaqueles, viceministros y jerarcas se rasgan las vestiduras, buscan al culpable, muestran los dientes, sacan algunos dólares o bolivianos del colchón para subvencionar o decir que lo harán, ponen un parche temporal, a veces logran bajar la fiebre, sin saber lo que todo eso puede provocar en el futuro. Por unos días se soluciona el despelote hasta que lo mismo se produce en otro mercado. Debe ser agotadora esa pega, porque además seguirá así y será aún peor a medida que se acumulan desequilibrios sin solución estructural.

Ciertamente, el contexto es complicado, la incertidumbre se extiende a nivel global y la política local sigue descompuesta, pero lo que el gobierno no dice ni quiere admitir es que ellos son actores de ese drama, no solo lo sufren, en muchos casos lo provocan.

El Congreso está bloqueado, por la lucha intestina del MAS y la irresponsabilidad de los opositores, pero en más de dos años, el oficialismo ha hecho poco para buscar un acuerdo mínimo, al contrario, ha exacerbado la soberbia, la incapacidad para dialogar y la falta de transparencia. Igual en el frente económico, los problemas son, por supuesto, de larga data y la coyuntura económica mundial mala, pero dos años de negación y medidas parciales, solo han agravado los desajustes, hoy es más difícil estabilizar que cuando todo empezó en enero 2023.

En pocas palabras, si bien “podríamos estar peor”, también podríamos estar mucho mejor si se hubiera tomado el toro por las astas y se hubiera gestionado la política económica y la política de otra forma. Esa intuición, sobre la falta de liderazgo y la irresponsabilidad, es la que lastra estructuralmente la imagen del gobierno, por eso el derrumbe de las expectativas sociales es más fuerte que la propia crisis real de la economía.

En medio de ese desaliento, aunque el precio del dólar paralelo está fluctuando en torno a 11 bolivianos desde octubre y la inflación alcanzó el 10% acumulado en el 2024, con aumentos en torno al 20% en bienes importados y alimentos, no se perciben aún indicios de una espiralización descontrolada de precios o desabastecimiento crónico.

En claro, estamos aún lejos de la hiperinflación venezolana o de nuestra UDP, nos parecemos más a la Argentina del último gobierno de Cristina Kirchner con su cepo cambiario, inflación elevada, crecimiento bajo e irregular y una lenta decadencia económica. En nuestro caso, además, con una sociedad mayoritariamente informal que se adapta ferozmente a la incertidumbre, aunque sufriendo pérdidas de bienestar significativas.

De hecho, en términos de percepciones, la situación se complicó recién a mediados del año pasado, cuando los precios y el abastecimiento empezaron a ser afectados. Durante casi año y medio, la escasez de dólares no generó inquietudes mayoritarias y las expectativas se deterioraban, pero lentamente. Había pues una oportunidad, tiempo y ánimo social, para actuar que se desaprovechó. 

Así pues, las experiencias y opiniones en torno a la crisis son más complejas que el discurso apocalíptico de los opositores o de victimización permanente del gobierno. Por eso, las narrativas político-electorales parecen a contracorriente de lo que la gente espera, son exageradas y por tanto poco creíbles. Entender esos matices será decisivo si se desea conectar y atraer votos en los próximos meses.

Obviamente, como nos dedicamos a sobrevivir, no hay tiempo ni ganas para intervenir en los líos de los políticos que solo hablan de sus problemas y en los que no confiamos. Por eso, la acción colectiva y la capacidad de movilización de los partidos parece débil en esta coyuntura, incluso en el caso de Evo Morales, pero, no hay que equivocarse, eso no significa que alguien este satisfecho.

Por eso, los desequilibrios no están tumbando al gobierno de Arce, como sus adversarios quisieran, porque ya casi nadie espera algo de ellos, su incompetencia es un dato, hay que vivir con eso. Paciencia, se dicen muchos, al final faltan meses para que se vayan. Mientras, no hay que agregar más joda al desbarajuste. Pero, cuidado que quieran prorrogarse.

Igual, las fuentes de incertidumbre son tan numerosas que es difícil afirmar que esta seudo estabilidad no desaparezca después de carnaval, seguiremos viviendo al día, sin perspectivas claras. Agosto sigue pareciendo lejano en estas tierras del señor.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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