El baile de los alucinados

Mientras la crisis se vuelve un dato de nuestra realidad cotidiana, la clase política insiste en su desconexión de la realidad, en movimientos tácticos de poca monta y en la exacerbación desbordada de sus egos. Todos siguen creyendo que accederán al poder en noviembre, no entienden que el desorden y el fastidio de la gente les podría costar caro cuando llegue el momento de la decisión.
Empecemos por lo evidente, la crisis económica finalmente se desató, entendiéndola como un desajuste grave en el sistema de precios y en el funcionamiento estable de la mayoría de las actividades económicas. Creer que se está retornando a “la normalidad” porque las colas por gasolina se redujeron de treinta a cinco cuadras, muestra el nivel de impostura a la que están llegando algunos funcionarios y sus comparsas mediáticas.
Los azorados voceros gubernamentales dijeron la verdad por un par de días: no hay divisas suficientes para cubrir todas las obligaciones del Estado y necesidades del país, y además confesaron que ellos ya no sabían cómo darle solución. El rey estaba desnudo, era saludable reconocerlo y enfrentar sus consecuencias en serio. Duró poco, volvieron en horas a su delirio grupal y ahora andan creyendo que zafaron. Sería hasta chistoso sino fuera que todos nosotros somos los pasajeros de ese barco conducido por alucinados.
Seguir raspando la olla cada fin de semana para conseguir 60 millones de dólares para que no nos envíen a una cuarentena crónica, no es solución. El cuento de los créditos en la Asamblea es un placebo, una curita para un fracturado, fuegos artificiales para marear a la perdiz que hace colas y ve que su capacidad de compra se licua.
“Abastecer” al 80% del mercado no es una victoria, implica que hay un 20% de dejados a su suerte, que son cientos de miles de personas, y que no podrán trabajar o vivir establemente. Una brecha de más del 80% entre el precio del dólar “oficial” y el del paralelo lleva a más inflación y desabastecimiento. No hay que engañarnos más, estamos enfrentando un desequilibrio sistémico y en consecuencia se precisa un programa de estabilización integral y acuerdos políticos potentes para viabilizarlo.
Lo insólito es que, en semejante momento, la mayor parte de la dirigencia política se dedica a hacer lo mismo, casi sin variar: la enésima cumbre para discutir cosas serias y salir con obviedades inútiles, las mismas peleas en la Asamblea Legislativa, todos asumiendo pose de víctimas, los consabidos jueguitos tácticos de unos y otros para joder al contrincante y así hasta el hartazgo. En resumen, cero responsabilidad.
Cada uno en su particular alucinación. El gobierno pensando en campear el temporal, cuando ya su nave naufrago, aferrados a sus autoprorrogados y a uno que otro vocal electoral que a base de chanchullos les pueden ayudar, en el mejor de los casos, a superar el 5% en las elecciones.
Evo hablando todo el día de su habilitación, creyendo en los espejitos de colores de sus abogados que le dicen lo que quiere oír y esperando la gran revuelta que podría cambiar todo y que quizás nunca llegue, el tiempo se le va acabando. Increíble ingenuidad en un político con tanta experiencia y sagacidad.
Y las variopintas oposiciones, armando estrambóticas y patrióticas alianzas para salir primeros en las encuestas, las suyas o las de Claure, sin clarificación ideológica o programática que las sustente. Adicionando hipotéticos porcentajes de votantes, suponiendo erróneamente que cada candidato es dueño de esas voluntades.
Lo más probable es que la demoscopia no les solucionará el problema, las estadísticas les devolverán posiblemente solo fragmentación y mayor confusión. Es decir, les dirán quien es menos impopular, sin aportarles demasiada legitimidad o impulso, el juego real se abrirá recién a partir de mayo.
Hoy tenemos un grave problema de oferta, nadie convence, y los aspirantes no están tampoco haciendo mucho esfuerzo para escuchar los problemas de la gente o al menos parecer empáticos con el malestar generalizado del país. Por eso, las encuestas no sirven, las preguntas, sobre todo las que se concentran en obligarnos a elegir candidatos que anda por ahí levitando.
Ciertamente, es altamente probable que lleguemos a agosto con una lista de señores y señoras que no nos entusiasme, en un contexto horriblemente crispado por la crisis y por tanto habrá que elegir al menos peor. Ese será el drama porque perpetuará la impotencia política y la salida a la crisis se ira alejando.
A estas alturas del partido, no hay que esperar grandes innovaciones electorales o candidatos que sean capaces de navegar en estos tiempos turbulentos, no hay el tiempo ni el elenco para eso, estamos condenados a la mediocridad. Pero, al menos, hay que exigir audacia y claridad de ideas a los aspirantes con alguna opción y un poco de vergüenza a los que ya están fuera del juego.
(*) Armando Ortuño Yáñez es investigador social