Ecos de 1950

Lourdes Montero
Las elecciones se vienen prontas y, en ese contexto, muchos líderes políticos están afanados por construir un discurso que pueda seducir a los electores. Se supone que ese discurso no solo debe trasmitir las creencias del candidato sino, ante todo, debe convencernos que el aspirante entiende la realidad que vivimos y está en sintonía con nuestras aspiraciones. Este supuesto, básico en la mercadotecnia política, parece ser poco apreciado por algunos candidatos que tratan de vendernos ideas que bien podrían ser parte del guion de la película Volver al pasado.
Así es como suena cierto discurso provocador de un líder evangélico con aspiraciones políticas. Tal vez alguien pueda aclararle que las mujeres en el pasado vivíamos mal, muy mal, y que hoy no aceptaremos retrocesos que nos devuelvan a esa jaula que algunos pueden llamar “hogar”. Hoy, como nunca en nuestra historia, las bolivianas estudiamos, trabajamos y disfrutamos de la libertad de elegir nuestro propio proyecto de vida.
Es claro que el cuento que nos cuenta el mencionado político ya lo conocemos. En la posguerra de la década de 1950, la propaganda estatal norteamericana se inventó lo de “madresposa” para devolvernos a la casa. En el norte, este retorno inspiró el libro La mística de la feminidad (Friedan, 1963), donde se describía “el malestar que no tiene nombre” referido a esa sensación de las mujeres que, después de haber conquistado el voto, la educación y accedido a un empleo, decidían volver al hogar. Así surge la invención de esa “ama de casa” quien, en un hogar tecnificado, sufre soledad, aislamiento, depresión, aburrimiento y otros cuadros médicos calificados como “exclusivamente femeninos”.
Pero volvamos a Bolivia, cuya pobreza estructural genera que solo una escasa élite pueda definirse a sí misma como “ama de casa”. Incluso si por conveniencia social (y estatus) muchas mujeres son nombradas así en sus cédulas de identidad, esta categoría esconde una serie de oficios y tareas que —desde la informalidad— a muchas mujeres les permite completar el siempre escaso ingreso de ese esposo “proveedor”. Y es que en Bolivia tenemos una larga historia de mujeres económicamente activas y políticamente movilizadas que ningún candidato con aspiraciones serias debería desconocer.
Tal vez la generación de mi madre fue la última en aceptar representar esa patraña del “hombre proveedor” que sostiene un “orden social” imaginario. Y es que ese supuesto orden “normal” no solo provee a los caballeros de estatus social y poder inmerecido, sino conlleva también la definición de quién decide cómo se invierte y en qué se gasta. Y las mujeres hoy en día no estamos dispuestas a ser quien crie a los niños y guarde silencio.
El futuro, así no lo acepte el señor de ojos rasgados, es imparable. Las chicas que hoy inundan las universidades y disputan los puestos de trabajo se han dado cuenta que su libertad es un bien preciado. Esas jóvenes ya mordieron la manzana que los hombres venían comiendo desde hace siglos, y dan fe de lo sabroso que puede ser el discernimiento. Por eso hoy ellas están decidiendo tener hijos más tarde o no tenerlos. Y, lo que es más escandaloso, pueden incluso optar por ser madres sin pasar por el matrimonio. Y es que, como lo sintetiza Shakira, “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.