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Friday 25 Apr 2025 | Actualizado a 02:28 AM

Directora

Drina Ergueta

/ 27 de marzo de 2025 / 06:00

En junio de 2017, en esta columna que se publicaba en otros periódicos, escribía sobre la feminización de los altos cargos de los principales diarios de las ciudades del eje del país, como algo diferente y excepcional en el contexto internacional donde la presencia masculina es mayoritaria en los medios. Esta semana, Claudia Benavente, anunció su renuncia a la dirección de La Razón y con ella se va la última de estas mujeres que ocuparon esos puestos que hoy son de nuevo principalmente masculinos.

Por entonces, en los cargos de dirección o subdirección estaban, además de Benavente en La Razón; Isabel Mercado y Mery Vaca en el que fue Página Siete; Carmen Miranda en Cambio (hoy Ahora el Pueblo); Luz Marina Canelas en Los Tiempos; Amparo Canedo en Opinión; y por esos años también figuraba el nombre de Maggy Talavera en El Nuevo Día. Es posible que me deje algún otro nombre.

Tantas mujeres juntas, no era ni es habitual en un mundo patriarcal (que es real y no un eslogan) donde los altos cargos los ocupan los hombres, especialmente en espacios de poder como lo son los medios de comunicación, ya que a través de las noticias se construye la realidad. En 2023, según el informe del Reuter Institute que toma como referencia a 240 grandes medios de cuatro continentes, solo el 22% de 180 puestos jerárquicos de salas de redacción estaban ocupados por mujeres. Por ello, hace pocos años, Bolivia era una excepción.

Si bien al escribir esta columna no se sabe quién dirigirá La Razón, sea hombre o mujer, la renuncia de Benavente significa que se va la última de ese grupo de mujeres que asumió la dirección de los principales diarios de Bolivia. Fue también la que más duró, 15 años en los que hubo indudablemente momentos difíciles. Ella explica que asumió la decisión de irse por motivos personales, desde aquí le deseo lo mejor y le agradezco que me haya abierto las puertas de este diario.

El trabajo de Antropología, que en 2020 realicé sobre el proceso de las relaciones de poder y género en dos medios de comunicación bolivianos, comenzaba con un comentario que alguien me dijo: “El periodismo en Bolivia está muy mal porque ahora mandan las mujeres”. ¿Es que cambia en algo el enfoque de las noticias, la manera de llevar un diario o cualquier aspecto de un medio de comunicación el hecho de que lo dirija una mujer o un hombre? Es que no tiene relevancia alguna si es de un sexo u otro, las mujeres y los hombres pueden hacer igual de bien o igual de mal su trabajo. El problema está en que no hay mujeres al mando porque su rol social no es ése en una sociedad patriarcal. Por eso, el comentario ése es machista y misógino, ya que hay un listado de razones por las que la percepción de la prensa ha bajado de valoración, pero hoy no toca entrar en ello.

Es posible que una mujer en una dirección tenga una imagen de ser más dialogante o con mejor mano izquierda o, por el contrario, una imagen muy masculinizada de frialdad y dureza ejecutiva. Ambas, que ellas mismas pueden construir, forman parte de esos roles de género en los que se las percibe “más femeninas” o “más masculinas”. En todo caso, para algunos el hecho de que estén allí es un “fuera de lugar” y eso es lo que hay que rechazar enfáticamente.

En general, las mujeres tienen mucha menor presencia en los medios, tanto si se trata de las noticias (solo un 25%), como tema sobre el que se informa (siempre mucho menos en las poderosas áreas de economía 24% y política 20%), como fuente experta que da la información (24%) o también como periodista que la escribe o la presenta. Esto lo denuncia, entre otros varios estudios, el Monitoreo Global de Medios (GMMP) que de manera quinquenal presenta un informe desde 1995. El último de 2020 cubrió 116 países y más de 30.000 medios de comunicación.

Los medios hoy no son lo que eran, ya no tienen el monopolio de la información, ya que las redes sociales generan actualmente gran flujo informativo (aunque de dudosa calidad y sin control), pero en ellos también las mujeres tienen menor presencia (solo un 27% según la GMMP 2020).

La participación de las mujeres en los puestos directivos de los medios, como en cualquier otra actividad humana y especialmente donde está el poder, es una necesidad de justicia simplemente porque la mitad del planeta es femenina. Por ello, al margen de quién sea y cómo lo haga, la posición que asuma y las decisiones que tome, que haya cada vez menos mujeres directoras de diarios es algo para lamentar.

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Desajustes electorales

/ 19 de abril de 2025 / 06:02

Pese a los intentos por animar el escenario político con un festival de idas y venidas rocambolescas, golpes de escena patéticos y conjeturas mediáticas para todos los gustos, no se percibe demasiado interés de la ciudadanía en la actual oferta electoral. Ninguno de los postulantes realmente prende; andan por ahí dándose bola entre sí, autofagocitándose, mientras los problemas reales de la gente aparentemente van por otro lado.

En parte, este desolador espectáculo tiene que ver con la complejidad de la actual crisis y la incapacidad de los líderes y partidos para decir con claridad lo que harán frente a la acumulación de desequilibrios y problemas, por si acaso no solo económicos, que la inoperancia e irresponsabilidad del gobierno de Luis Arce les dejarán como herencia cuando alguno de ellos asuma las riendas del Estado en noviembre.

Hay, pues, un gran vacío programático, y lo más interesante que se ha logrado posicionar, en ciertos segmentos de opinión, es una idea bastante general de reducción del Estado, en la que no se dice cómo se podría realizar y por dónde habría que empezar. Debate legítimo, hay que reconocerlo, más allá de que uno comparta la premisa, pero que está, por otra parte, contaminado de esbozos del credo mileísta en sus versiones más primitivas y simplonas.

Las lagunas intelectuales son tan grandes cuando se exagera el discurso que a algún candidato no se le ha ocurrido mejor idea que proponer la desaparición del Ministerio de Gobierno para combatir los abusos del Estado. A ese paso, habrá que eliminar el Ministerio de Salud para que no haya más enfermedades, el de Educación para acabar con la ignorancia y cosas así. A ratos parecería que hay gente que piensa que basta con decir tonterías para transformarse en disruptivos y novedosos.

Y conste que los libertarios son los que, al menos, andan intentando proponer una “batalla cultural” y una confrontación de ideas. El resto anda por ahí con las generalidades de siempre, prometiendo que habrá dólares en un par de meses, gasolina barata porque tienen contactos con los refinadores, industrias pesadas y guerra híbrida que nos transformarán en una Unión Soviética andina o préstamos de decenas de miles de millones de dólares del FMI porque son cuates de sus directores y hablan inglés perfectamente. En esas estamos y se entiende, por lo tanto, el escepticismo y la indiferencia de la gente.

Pero, eso no es quizás lo más grave; me parece que además casi todos siguen anclados en una lectura errada del país, en la que dos fenómenos de cambio trascendentales no están siendo casi considerados. Ni la modernización social que el país ha experimentado en estos últimos 15 años ni la crisis persistente, y amplificada desde 2019, son tomadas en cuenta con todas sus implicaciones y consecuencias. En cambio, las principales fuerzas políticas siguen pensando y operando con base en el viejo software de la polarización masismo-antimasismo, el alfa y omega de la política boliviana desde 2006.

Por eso, la dramaturgia electoral parece tan anacrónica: Tuto diciendo casi lo mismo que cuando fue candidato en 2005, Samuel repitiendo el libreto de cierto centrismo masoquista que no se anima a romper con las ideas más reaccionarias del antimasismo pese a que la encapsulan y le impiden crecer, Manfred intentando volver a un pasado de populista noventero sin contenido, Arce esperanzado en ser el único candidato de la izquierda para que voten por él, aunque piensen que su gobierno es un desastre, y Evo apostando a que la melancolía por un pasado que fue mejor le solucione todos sus problemas.

En todos esos casos, la creencia es en una sociedad y un electorado divididos entre masistas y no masistas, que automáticamente seguirá, tarde o temprano, esos instintos primarios para alinearse con uno y otro bando. Algunos piensan que en esta coyuntura el antimasismo asociado a un rechazo elevado al Gobierno completará la faena, mientras que al frente confían en las lealtades históricas del mundo nacional-popular con la izquierda.

Sin embargo, tengo la impresión que ese aburrido esquema está temblando, se está reconfigurando silenciosamente sin que la clase dirigencial se haya dado cuenta. Por una parte, la sociedad se fue complejizando y fragmentando, las lealtades políticas se debilitaron, las pulsiones individualistas se acrecentaron y la ciudadanía aumentó su desconfianza en la política.

Por ahí, también pasaron los 15 años de potenciamiento de las clases populares, fenómeno particularmente significativo en Bolivia, que no se pueden eludir y casi cinco años de desequilibrios económicos y políticos que están fatigando a las mayorías. Hay, pues, poderosos elementos de continuidad y cambio en las esperanzas de la ciudadanía y el que logre equilibrarlos podría empezar una nueva etapa.

Pero, por ahora, nadie le está aún hablando a esa nueva Bolivia, con grandes potencialidades, pero también más feroz, informal y moderna. Nadie se hace cargo de sus contradicciones, de sus nuevos malestares y sus renovadas expectativas. Por eso nadie entusiasma ni genera adhesiones fuertes.

*Es investigador social

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De regreso a Lima para morir

/ 19 de abril de 2025 / 06:01

La reina del papel couché, Isabel Preysler, acababa de romper con Mario Vargas Llosa. Había decidido deshacer su noviazgo de revista del corazón —¡Hola!— para terminar ahuyentando las miles de hojas de papel ahuesado en las que descansan las soberbias novelas del escritor peruano. Como recién había pasado a formar parte del registro de los “ex” de Isabel, no se me ocurrió otra cosa que traer a la memoria una canción de Julio Iglesias, el primero de los cuatro célebres ex de esta señora filipina, reportera estrella de reinas, príncipes, casas reales y otros lugares de diseño en los que el lujo es más importante, por supuesto, que la fiesta de un chivo, donde se puede leer la historia ficcionada de un dictador centroamericano, narrada con la rigurosidad y la maestría del escritor arequipeño.

Julio Iglesias no sospechaba en 1987 cuando se publicó este su disco, que terminaría cantándole Un hombre solo sin querer queriendo nada menos que al último novio de la madre de sus hijos, entre los que figura como primogénito otro cantamañanas igual que él, de nombre Enrique, y que ha hecho de la pseudopoética para señoras que juegan al bridge la marca exitosa traducida en millones de copias vendidas por continentes y mares.

Lo tenía bien merecido Vargas Llosa, por arriesgarse a jugar a chico estupendo a los 80 y pico años con una señora de 70 y pico, pero que parece de 50. En el último tramo de su vida, luego de descubierta una dolencia incurable de la que no se ha sabido gracias a la discreción disciplinada de los suyos, retornó al redil familiar limeño, arropado por Patricia, Álvaro, Gonzalo y Morgana.

Dicen que había celos de por medio. Dicen que eran incompatibles el vaporoso estilo de vida de Isabel, la reportera estrella de ¡Hola! con la disciplina literaria de Mario. Dicen, por lo tanto, que la vida del espectáculo público de alfombra roja es incompatible con la de la cultura, las ideas, los libros, la ficción, la novela. Falso. Vargas Llosa, con el egocentrismo propio de su celebridad, creía que todo cabía en un mismo sitio. Alrededor suyo. Que, a su tercera edad, era suficiente con que las erecciones fueran novela, cuento o columna de opinión donde exponía sus esquemáticas ideas neoliberales anticomunistas, bañadas de rencores contra su propio pasado como militante del boom literario latinoamericano de los 70-80.

Si de algo se salvó Vargas Llosa al haber roto con Isabel, es de haber dejado de ser padrastro temporal de Enrique Iglesias, ese joven casado con la relampagueante tenista rusa Ana Kournikova, que ha seguido por el insoportable camino paterno de la balada romántica y nos ha taladrado de manera inmisericorde durante por lo menos dos décadas cuando teníamos que escucharlo por culpa del taxista o el micrero de turno. Desconsolado, el coqueto escritor comentó alguna vez cuando se alojó en casa de su hijastro que “había muchas canchas de tenis, pero ninguna habitación apta para poder escribir”.

Finalmente, Vargas Llosa no terminó como el hombre solo de la canción. Fue un entusiasta militante de la revolución cubana para pasar a converso rabioso neoliberal. Estuvo casado con una tía. Estuvo casado con una prima, Patricia, que le reabrió la puerta de la casa familiar para enfrentar su tránsito hacia la muerte: infidelidad perdonada. Además de sus dos hijos y una hija, ya tenía media docena de nietos. Es Premio Nobel de Literatura. Ingresó por merecimientos en la Academia Francesa. Fue candidato a la Presidencia de Perú y perdió contra un outsider (Alberto Fujimori) de origen cholo-japonés; es decir que como político fracasó y cada vez que lo recordaba seguramente sufría de tormentos, y cuando su última pareja le dijo adiós, tuvo que saber, de manera definitiva, que en la vida no todas son victorias del ego, sino que a veces se imponen motivos sentimentales por fuera del control del oficio para escribir, todos los días, en los mismos horarios, con disciplina jesuita.

Hay, sin embargo, un motivo para seguir creyendo en el novelista peruano que dejó este mundo a poco de haber cumplido 89 años y para ello hay que leer Tiempos recios (2019) que recrea la Guatemala de los años 50 cuando Estados Unidos, usando a la omnipresente CIA, auspició a Carlos Castillo Armas para derrocar al gobierno de Jacobo Arbenz. El neoliberal de las columnas de El País de España queda aquí suspendido por el autor de ficción que se despacha sin concesiones en una descripción de los métodos intervencionistas y tutelares de los gringos en América Latina. Es que el subconsciente colectivo es muy poderoso y con esto queda demostrada una afirmación rotunda de Juan Rulfo: “La literatura es una mentira que sirve para decir la verdad” y que el propio Marito enfocaría a partir de su libro de ensayos La verdad de las mentiras. Vargas Llosa creyó que escribir dentro la burbuja que le preparó Isabel era posible. Finalmente, supo que la cursilería también puede ser literatura y que en la profundidad más recóndita de su alma nunca dejó de habitar un antiimperialista.

(Columna originalmente publicada el 31 de diciembre de 2022 y actualizada debido al fallecimiento del escritor peruano).

*Es periodista

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Instrumentalizar la Paridad

La Asamblea (…) ha pasado a ser el lugar de cultivo de las peores prácticas de nuestra cultura política

/ 18 de abril de 2025 / 06:01

Decir que estamos ante “la peor Asamblea de la historia” se ha vuelto una narrativa instalada en buena parte de la opinión pública boliviana. Y razones no faltan. En los últimos cuatro años hemos visto más impases, bochornos y denuncias que consensos, debate o legislación relevante. La Asamblea, que en otros momentos funcionó como espacio de formación política, ha pasado a ser el lugar de cultivo de las peores prácticas de nuestra cultura política: individualismo, transfugio, oportunismo, megalomanía, machismo.

Lea también: Río (electoral) revuelto

Este último año, varios asambleístas, más que cumplir con su mandato legislativo, están dedicados a configurar su reacomodo político, muchas veces a través de alianzas anticipadas o campañas prematuras que explican la inédita cantidad de licencias solicitadas, que están inviabilizando la realización de sesiones. En un año atravesado por el calendario electoral, donde la agenda política gira casi por completo en torno a candidaturas y campañas, la desconexión entre representación legislativa y ciudadanía se hace cada vez más evidente. Y, sin embargo, siempre parece posible esperar un poco menos.

Pero, como en toda generalización, hay excepciones. Es importante señalar que un puñado de asambleístas ha logrado superar esa inercia con trabajo deliberativo y propuestas. Y la mayoría de ellas son mujeres. El dato cobra especial relevancia frente a uno de los hechos políticos más comentados de la semana, que si bien no involucra al conjunto de la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP), sí refuerza la percepción que se tiene de su mayoría.

Los días pasados, no generó sorpresa alguna que alguien intentara interferir en el proceso electoral a través del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP). Lo que sí llamó la atención fue que la acción proviniera de un asambleísta, y más aún, de quien hasta hace poco presidía una de las cámaras. El diputado Israel Huaytari no se había dejado ver públicamente desde el 6 de noviembre, cuando dictó un cuarto intermedio en la sesión de cambio de directiva y no regresó, ni siquiera para denunciar que otros retomaron la sesión sin su presencia. Esta semana reapareció promoviendo una acción de inconstitucionalidad ante el TCP, exigiendo que se garanticen binomios presidenciales paritarios. Así como se lee.

Lo paradójico es que el tema ya estaba sobre la mesa. El Tribunal Supremo Electoral había enviado un proyecto de ley sobre paridad en los binomios a la ALP el 11 de octubre de 2024, cuando Huaytari aún presidía la Cámara de Diputados. Ese proyecto, junto con otros puntos acordados por distintos actores políticos y solicitados formalmente por el TSE, nunca fue tratado por la ALP.

Como suele pasar en escenarios tan cargados de cálculo electoral, esta intervención abrupta no abrió un debate serio, sino una sospecha. Porque si bien es necesario discutir la paridad en los binomios, no puede hacerse de forma instrumental ni oportunista. El debate merece retomarse, claro que sí, pero bajo las condiciones que históricamente han definido las luchas para que la democracia paritaria intercultural avance en Bolivia: con contenido, procesos abiertos, articulaciones amplias y transparencia ante la ciudadanía.

Porque no se puede permitir que en medio de un escenario electoralizado se enuncien derechos, sin asumirlos con coherencia y responsabilidad; ni que se los instrumentalice de forma ilegítima, inoportuna y funcional a otros fines. Lo que está en juego son luchas que no se prestan ni como atajo ni como excusa.

(*) Verónica Rocha Fuentes es comunicadora. Red social X: @verokamchatka

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Narrativas estéticas 2

/ 18 de abril de 2025 / 06:00

El arquitecto alemán Patrick Schumacher, figura principal del reconocido estudio londinense Zaha Hadid Architects, ha desatado una polémica en el ámbito de la arquitectura con la publicación de su ensayo “El fin de la arquitectura”. En este controvertido texto, Schumacher, exponente del pensamiento arquitectónico eurocentrista, afirma categóricamente que la arquitectura está agonizando o incluso ya ha desaparecido.

Consulte: Narrativas estéticas

Esta provocativa tesis, que resuena como un lamento, evidencia una resistencia a la creciente emergencia en el siglo XXI de voces que abogan por una transformación radical de la profesión (esas voces cuestionan la obsolescencia de los paradigmas tradicionales frente a la complejidad de la sociedad contemporánea). En un ejercicio de autoafirmación ideológica, Schumacher declara que la única arquitectura capaz de perdurar ante este supuesto fin es la paramétrica, con edificios de alta tecnología, formas extravagantes y costos elevados, cuya construcción genera una considerable huella de carbono y suscita interrogantes sobre la transparencia de sus procesos.

El ensayo se distingue por un tono de protesta ante lo que el autor percibe como una politización de la arquitectura. Frases como: “…la usurpación de la disciplina por parte de la ideología woke”; “…debemos rechazar la presunción multiculturalista de que todas las culturas son igualmente mejoradoras de la vida”; “¿De verdad ahora prefieren aprender y hablar de descolonizar la disciplina?” o “La coyuntura histórica actual hace cada vez más urgente un enfrentamiento político frontal y sustantivo con quienes politizan la arquitectura desde una posición anticapitalista”, ilustran su postura.

Consideramos que “El fin de la arquitectura” es un grito insulso en medio de las profundas transformaciones sociales y culturales que caracterizan al mundo multipolar, con nuevos actores en el oriente y el sur global. Pero también, nos incita a una reflexión crítica para encontrar nuevas narrativas estéticas arraigadas en nuestra realidad que permitan responder a los trascendentales desafíos del siglo XXI. Con esas narrativas estéticas ingresaremos a la Batalla Cultural de la arquitectura del presente tiempo, blandiendo una clara postura ideológica.

Si bien figuras como Schumacher, Gehry o Foster, englobados bajo el término “startarchitects”, merecen reconocimiento y respeto dentro de sus contextos, su visión no debe ser universalizada acríticamente. Las narrativas estéticas que promueven un “blanqueamiento cultural” de la arquitectura y que son repetidas sin discernimiento por algunos profesionales de nuestro medio, deben ser expuestas por lo que realmente son: una caricatura.

(*) Carlos Villagómez es arquitecto

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Ni King Kong, ni Drácula

/ 17 de abril de 2025 / 06:03

Un joven de 20 años muere a causa de las heridas que le provocó otro chico más o menos de su misma edad, luego que le negaran el ingreso a una discoteca en la ciudad de La Paz. Esto ocurre en la madrugada del 13 de abril. Dos días antes, el 11 de abril en Santa Cruz, un muchacho de 22 años confiesa que había matado a una adolescente de 18 años en un alojamiento, después firmo en su cuerpo con un cortaplumas porque quería “experimentar cortar la piel, conocer las capas y la grasa del ser humano”. Hay más casos que no vale la pena seguir citando, porque la intención no es hacer un recuento al estilo policial, de los crímenes ocurridos ni sus mórbidos detalles. El objetivo es llamar la atención sobre la salud mental de la juventud boliviana.

Lo invitamos a leer: Cantos de sirena

¿A qué están expuestos los jóvenes? Aparentemente se ha normalizado el portar armas de cualquier tipo, atacar por cualquier motivo, aunque arguyan que lo hicieron en defensa propia, porque en ese caso tanto víctima como agresor son producto de un virus de violencia y agresividad extremadamente peligroso, donde no hay conciencia de lo que significa asesinar.

Según los datos de una investigación realizada por UNICEF (U-Report de UNICEF Bolivia), 8 de cada 10 adolescentes y jóvenes, varones, mujeres y de otras orientaciones sexuales expresan sentir angustia, depresión y ansiedad. La investigación se realizó luego del COVID-19 para conocer los efectos que tuvo el encierro, en el contexto social, familiar y personal. Por supuesto que el aislamiento, la sobreexposición a las redes como su medio de información y relacionamiento a distancia, afectó la salud mental de la población más joven. Los padres sabían que sus hijos estaban en casa y se sintieron confiados, lo que no conocían eran los contenidos que sus hijos estaban consumiendo desde su encierro, ni las relaciones que estaban construyendo desde la “seguridad “de sus habitaciones.

Si nos fijamos en las carteleras de los cines, el 90% de las películas pertenecen al género de terror. Pero no se equivoquen porque no es el mismo miedo que podía causar King Kong o Drácula, son películas que cuentan las morbosas historias de psicópatas que se regocijan victimando de manera obscena y salpicando con sangre toda la pantalla, agrediendo a los espectadores hasta hacerles partícipes de una orgía en la que no existen los límites de la violencia. Esas películas son parte de las que permanecen más tiempo en la cartelera, mantienen abiertas las salas de cine y la venta de palomitas con soda en los combos más grandes.

Si a esto se suma la violencia en los hogares, en la calle, en el transporte público en las escuelas, en el trabajo, el resultado no puede ser más enfermizo para la mente de quienes se están formando en una sociedad donde parece ser “normal” engañar, mentir, violar, asesinar, es decir, ser violento y además quedar impune.

La salud mental de los niños, los adolescentes y los jóvenes en el país está afectada. Los adultos, muy ocupados en la política y la economía, estamos dejando pasar la enfermedad que afecta la mente de nuestros hijos porque el TikTok de tal o cual precandidato, o aquel con escenas de accidentes, golpes y feminicidios grabados y difundidos sin pudor nos tienen demasiado ocupados. ¿Podríamos convocar a la sensatez y ocuparnos de lo más importante? Es decir, los niños, adolescentes y jóvenes sobre los que tenemos directa responsabilidad.

(*) LucíaSauma es periodista

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