De pendencia sexual (2003) tiene un lugar en la historia del cine boliviano. La película de Rodrigo Bellott empieza una nueva era de nuestra filmografía marcada por el signo de lo digital. Si bien muchos críticos han visto en el film una estética que respondería a las innovaciones tecnológicas que surgieron en la década pasada, no es aquí donde debemos encontrar el aporte de la película. Las pantallas divididas que pretenden mostrar diferentes puntos de vista no son necesariamente hijas del digital y mucho menos de concepciones posmodernistas. Ya en la monumental y temprana Napoleón (1924), Abel Gance había utilizado tres pantallas para proponer lo mismo que Bellott en su filme. Aun con todas las facilidades técnicas que ofrece el digital, es bastante complicado pensar en una estética que responda estrictamente a esta innovación tecnológica.
Así pues, el aporte de Dependencia sexual se encuentra en otro lado: es la primera película que abre una ola de temáticas nuevas en nuestro cine.
Aperturas que tienen su origen tanto en el abaratamiento de los costos como en un desplazamiento geográfico de nuestro cine.
Desde Dependencia sexual (y en Los viejos de Boulocq se hace explícito) se deja de hablar desde la sede de gobierno, que hasta hace una década tenía un monopolio de la imagen en Bolivia. Y así como se deja de hablar desde La Paz, también se deja de lado las grandes Historias, las epopeyas políticas. Desde otras regiones ya no se habla necesariamente de la Nación, sino de los conflictos familiares, personales, etc. No es que se deje de hablar de temas políticos, sino que simplemente esta palabra cambia de concepción. Así, en Dependencia sexual el cuerpo, la sexualidad y la intimidad de cada uno de los personajes son vistos (claro es el ejemplo del monólogo de la joven estadounidense) como entidades políticas.
De ahí que la entrada al digital no ofrece necesariamente estéticas novedosas, sino que abre el espectro de temas de nuestro cine. Porque el film de Bellot, al proponer una pluralidad de puntos de vista, se convierte en una película fundacional en el cine boliviano.
Películas en pocas palabras
Las bellas durmientes (Marcos Loayza)
En la actualidad, la promesa más grande del cine nacional tiene nombre y autor: el nuevo film de Marcos Loayza, aún no estrenado, Las bellas durmientes.
En esta película, el director paceño apuesta por desarrollar un policial en la ciudad de los anillos. Santa Cruz de la Sierra es el escenario de una historia donde el ritmo de la moda y las pasarelas permite construir un argumento en el que se pone de manifiesto cierto carácter actual de lo que sucede en las sociedades de consumo, la belleza como un catalizador de nuevos negocios siempre lucrativos. Loayza ha dado testimonio de lo que sucede con su película a través de http://lapeliculalasbellasdurmientes.blogspot.com, un blog que permite descubrir los altibajos de la producción y compartir los logros de ésta, ver algunas fotografías del rodaje y otras imágenes de los procesos creativos. Además, existe ahí una serie de posts para escuchar algunas canciones de la banda sonora compuesta por Óscar García. Promesa mayor la película de Loayza en Santa Cruz.
El ascensor (Tomás Bascopé, 2009)
Nunca el cine cruceño estuvo más vivo que en esta película. La ópera prima de Tomás Bascopé sorprende por su frescura narrativa, su solvencia en la dirección de actores y su acertada lectura política. La historia es simple y ambiciosa, arriesgada pero no pretenciosa: tres hombres, un camba, un colla y un cochala se quedan encerrados en el ascensor de un edificio ejecutivo en Santa Cruz, el primer día del Carnaval. Dos de ellos querían asaltar a uno, el ejecutivo ricachón que llega al ascensor con su bolsa con papas americanas y una botella de Coca-Cola. La ciudad está paralizada: entrar al ascensor nunca fue una acción más desprovista de cotidiano. Asalto frustrado y encierro obligado. “De distintas procedencias”, los tres hombres entablan una relación que viene a concentrar aquellos gestos de amores y odios del regionalismo boliviano. Ningún posible mensaje bolivianista de tolerancia alcanza la forma de la genialidad de esta película; mirarse el ombligo, al son de warangadas a lo camba-colla, nunca fue tan interpelante.
Ring Ring (M. Heinrich y F. Núñez, 2010)
El cortometraje boliviano, en los últimos cuatro años ha logrado lo que la ficción, en general, no pudo. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que los cortos, también en general, sacan la cara por el país. La cara bonita. Uno de estos cortos de inmenso aporte es la producción cruceña Ring Ring, de Fred Núñez y Mónica Heinrich. Ganador de premios nacionales y exhibido en el exterior, el corto se destaca por una destreza en el relato pocas veces vista: la historia de un teléfono público que suena y un niño que nunca puede contestar ese teléfono habla de un fenómeno social desde una perspectiva íntima y original. La migración como problemática que afecta al país es abordada a través de esta historia mínima, que finalmente es la que importa porque es la que se vive. Dueño de una estética que recorre los espacios al ritmo de los protagonistas niños, con secuencias de travelling genialmente logradas, este corto es clave a la hora de hablar del cine cruceño reciente.