Un poquito de extractivismo, por favor
El verdadero problema no radica en la abundancia de recursos naturales sino en el rentismo estatal, sostiene el autor.

Con bastante premura, hemos entrado ya en el período electoral que culminará el 17 de agosto de 2025 con la elección de presidente, vicepresidente y asambleístas. Este período coincide con el agotamiento de un ciclo que fue particularmente bueno para la economía nacional debido a las elevadas exportaciones de gas y minerales.
Aunque comenzó a declinar en 2014, poco a poco vamos llegando al fondo de ese ciclo con el agotamiento de las reservas explotables de gas y minerales. Obviamente, las reservas no se han agotado del todo, sino que no han sido estudiadas ni cuantificadas lo suficiente como para que los inversionistas diseñen, en base a ellas, nuevos proyectos económicamente viables.
La coincidencia de elecciones y crisis económica ha hecho que reaparezca en el debate la idea de que podemos aunar voluntades y llevar a cabo el cambio definitivo que conduzca al desarrollo económico y la felicidad democrática.
Extractivismo y economía
Un hecho sin duda notable es la aparente coincidencia en el diagnóstico de base: el problema que se debe vencer sería el carácter extractivista de la economía. Se asegura que es la excesiva dependencia de la explotación de los recursos naturales lo que impide a nuestra economía ofrecer mejores condiciones de bienestar a la población y acercarnos a los países más desarrollados. De acuerdo con esa explicación, extraemos riquezas que exportamos como materias primas con poco valor agregado y, para consumir, importamos bienes finales con alto valor agregado, lo que nos llevaría a un intercambio “desigual” en el que terminamos transfiriendo valor y renovando la pobreza.
Por ello, también se observa mucha coincidencia en las propuestas: abandonar el extractivismo y dedicar nuestros esfuerzos a buscar actividades que añadan mayor valor a la producción. Las discrepancias empiezan a surgir cuando se trata de establecer esas prioridades.
El actual gobierno de Arce Catacora, como antes el de Evo Morales y décadas atrás los gobiernos nacionalistas, se ha propuesto forzar la industrialización creando empresas públicas de todo tipo. La mayoría de las anteriores fracasó y la mayoría de las actuales va por el mismo camino. La oposición lo sabe y lo denuncia, proponiendo otras opciones que van desde el turismo (de aventura, cultural, de naturaleza o de salud) hasta la informática (producción de software, alojamiento de computadoras en el altiplano, call centers especializados), pasando por el mejor aprovechamiento de la riqueza cultural (tejidos, música, danzas folklóricas) y un sinfín de ideas estupendas en busca de inversionistas.
Otra perspectiva
En esta oportunidad, y con el mayor respeto por mis colegas, me permito discrepar. Creo que no es viable abandonar “el extractivismo” y que es equivocado culpar de nuestro subdesarrollo a la abundancia de recursos naturales.
En primer lugar, no creo que sea viable ignorar la dotación de recursos naturales que el país tiene a su alcance. Estos serán siempre un foco de atracción para empresarios y trabajadores, sobre todo considerando que nuestra tradición constitucional los ha hecho “propiedad” de todos los ciudadanos. Que este mandato no se cumpla o lo haga de manera deficiente a través del Estado no impide que el acceso a esas riquezas sea considerado un derecho de todos.
Los recursos naturales del país, en la medida en que tengan demanda, ofrecerán oportunidades de inversión que generarán empleos, y será muy difícil evitar su explotación. Y seguramente esto tampoco será aconsejable. ¿Por qué despreciar oportunidades? Hay países que podrían ser considerados extractivistas por el peso que tienen los sectores primarios en su producción nacional, como Australia, Nueva Zelanda, Noruega o el cercano Chile, y que se encuentran en niveles de bienestar muy superiores a los nuestros.
Las riquezas naturales no pueden ser descartadas simplemente porque en el pasado no supimos aprovecharlas adecuadamente. Lo verdaderamente importante es determinar por qué no supimos aprovecharlas.
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Riqueza y pobreza
Aquí traigo el segundo argumento: el error de culpar a la riqueza por la pobreza. Y es un error porque el problema no es la abundancia de recursos, sino la concentración de las rentas que estos generan en un Estado institucionalmente débil y vulnerable a las presiones corporativas.
En palabras sencillas, el problema no es la abundancia de recursos naturales, sino el rentismo estatal. Ese rentismo aísla al Estado del resto de la economía, lo coloca por encima de la sociedad y atrae hacia él los esfuerzos, la creatividad y la ambición de individuos y empresas. Cuando el Estado captura y controla las rentas que provienen de recursos que son de todos, se vuelve indiferente a las actividades económicas que contribuyen con impuestos y nos convierte a todos en estatistas, clientes o cómplices de sus acciones.
Poco a poco, toda acción se vuelve “política” y la política misma se degrada hasta convertirse en una simple presión distributiva. Al final, las rentas se distribuyen mal, se despilfarran o se pierden en la corrupción, sin que logremos erigir un sistema institucional más eficiente para administrar la cosa pública.
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Estado y extractivismo
Esto solo podrá suceder cuando el Estado se comprometa con el éxito económico de su gente y permita una economía volcada hacia los mercados, donde, aunque tal vez sea más difícil, siempre será mejor lograr riquezas. Con las rentas concentradas en el Estado, resulta más fácil hacer negociados con el presupuesto público y a costa de la sociedad.
¿Cómo resolver este problema? No es ignorando las riquezas naturales ni forzando experimentos con recursos ajenos, como se ha hecho tantas veces, sino eliminando la tentación de las rentas.
Y esto se logra suprimiendo el rol del Estado como intermediario y distribuyendo las rentas de manera directa a todos los ciudadanos. Cada uno sabrá cómo invertir o gastar lo suyo y sabrá también que, si quiere mejorar sus condiciones de vida, tendrá que trabajar y producir. Aprenderá a no esperar soluciones del Estado y a pagar impuestos si quiere acceder a los servicios públicos.
Solo entonces los bolivianos nos habremos liberado de las obsesiones que nos llevan a estatizar los recursos naturales y a rogar luego al Estado que nos haga llegar algo de esa riqueza, convirtiendo cada pequeña abundancia en un mito que aprisiona iniciativas.
En suma, podemos seguir con algo más de extractivismo, siempre que dejemos atrás el rentismo estatal.