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‘Titanic’: cómo nunca hundir el barco

Titanic ejerce una suerte de hipnosis con las masas. Desde su estreno hace 15 años, en 1997, hasta la actualidad, con su relanzamiento en 3D, es imposible ser indiferente a esta película: consumidores o no de lo cursi, ácidos críticos de la manipulación tecnológica, detractores de James Cameron o amantes de las cifras escandalosas, todos entramos en una misma bolsa. No se trata sólo de gustos, ideologías o convicciones, sino de la forma en la que actuar ante la cultura popular no implica necesariamente consumir o validar sus productos, sino simplemente ser parte de ellos.

Pasa, creo, como decimos a veces, que no podemos negar nuestras raíces. Cuando se estrenó, Titanic no sólo fue la película que hasta ese momento tenía la mayor cantidad de efectos especiales, o la más taquillera hasta la llegada de Avatar —también de Cameron— o la que igualó a Ben Hur en los Premios Oscar. La ecuación es más sencilla: todos vimos Titanic, una y otra vez, en el cine o en casa, tres horas o tan sólo una escena.

Lo hipnótico o escandaloso puede ser el resultado del mercadeo que sostiene a la película en el exceso —en todas las categorías—, pero también proviene de la premisa sobre la que se funda una industria como la del cine de Hollywood: si una película no supera a la que la precede, entonces no sirve. El detalle está en que nada supera a Titanic —en el sentido más objetivo, industrial y tecnológico del hecho—, o sólo la supera su propia descendencia —léase Avatar— o su conversión al medio que define a ésta —es decir, el 3D. Un círculo vicioso donde nada, absolutamente, tiende al naufragio.

Así, resulta perfectamente comprensible el objetivo de su relanzamiento: más que un reciclaje comercial, es una estrategia obvia, altamente rentable y emocionalmente efectiva. La tragedia amorosa, el hundimiento del barco, Jack y Rose en el frío Atlántico, ahora, en 3D, importan tanto como los pequeñísimos detalles tecnológicos, ésa y otra mirada de primera o tercera clase de la titánica nave, alguno que otro inigualable diálogo, donde desfilan Freud, Picasso e incluso una cazafortunas rusa llamada Anastasia. Mary Carmen Molina E.

Películas en pocas palabras

Los vengadores (en pantalla)

Dirigida por Joss Whedon, está en la pantalla grande la esperada unión de superhéroes, Los vengadores. Un elenco que reúne a las mejores caras de Hollywood encarna a los míticos superhombres Iron Man, Capitán América, Thor y Hulk, acompañados de Nick Fury, Ojo de Halcón, y  la Viuda Negra. Esta película es una de las mejores adaptaciones de cómics al cine que se ha visto en la historia. La capacidad que tiene para llevarnos por los pasillos de las clásicas historias de superhéroes, jugando a imitar con los encuadres la típica forma de los dibujos originales, hace que el espectador se sumerja en un mundo que lo maravilla en exceso y le permite disfrutar dos horas y algo más de puro entretenimiento. Y, como no podía ser de otro modo, subyace el discurso pronorteamericano que justifica el uso del armamento nuclear y que, además, propone la necesidad de un control sobre éste en cualquier latitud del mundo. Los vengadores: imperdible y totalmente discutible. Claudio Sánchez

San Antonio (estreno nacional)

La película del cochabambino Álvaro Olmos, estrenada en 2011 en el prestigioso BAFICI de Buenos Aires, plantea una reflexión sobre el documental como género: quién mira a quién.

San Antonio, en la ciudad de Cochabamba, es la cárcel más pequeña de Bolivia, en la que a la fecha habitan más de 300 personas, entre reclusos, sus parejas e hijos.

Olmos retrata a tres personajes de esta cárcel: Ramón, argentino, víctima de la pobreza a quien el narcotráfico tentó con 500 dólares para llevar píldoras de cocaína en su cuerpo; Sergio Arce, miembro de la mara Salva trucha, que tras un sonado asesinato doble en Cochabamba radica en San Antonio, mientras apela su sentencia; y Gery, víctima del sistema judicial boliviano, que espera sentencia por el hurto de un celular.          

Lo llamativo de San Antonio es su diferencia con respecto a otras películas del género, aquel que hizo de la cárcel y sus afectados el fundamento para pensar la libertad. En esta película parece no existir una nostalgia de libertad ni una intención didáctica de explicar el sistema jurídico. Aquí, la diferencia del film. Sergio Zapata

The Killing (clásico)

La quinta película de Stanley Kubrick —The killing (Atraco perfecto)— narra la historia del asalto a un hipódromo. Sólo el líder de la banda conoce todos los movimientos que se ejecutarán para perpetrar el golpe. Cierto exluchador es contratado para provocar un pleito en la cantina del hipódromo y distraer a los policías; un francotirador le dispara al caballo favorito en plena carrera, mientras uno de los cajeros se encarga de que el líder de la banda tenga acceso a la caja donde se guarda el dinero de  las apuestas.

¿Sería descabellado especular con que ese tipo de procedimiento —en el que mayoría de los miembros de la banda se limita a ejecutar la parte del plan que le corresponde, sin conocer la totalidad de los movimientos— es una metáfora del trabajo del obrero asalariado o del trabajador especializado, cuyos movimientos se limitan a un único aspecto de la producción, sin guardar relación con su totalidad?

La película de Kubrick muestra cómo la criminalidad imita los procesos de producción considerados legítimos y honestos, o acaso proyecta sobre ellos la sombra de una sospecha que vaya a uno a saber cuál es. Pedro Brusiloff