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Isabel Viscarra

Dice que no le gusta hablar de su vida, pero termina conversando de todo, incluso un poco de ella misma. Isabel Viscarra lleva casi 26 años dando vida al paceño Café Semilla Juvenil. Ella fue una de las que lo plantó, lo ha visto crecer y lo riega cada semana con mucho cariño y dedicación.

Sus ojos oscuros, enmarcados por unas cejas negras y tupidas, denotan que cada palabra que sale de sus delgados labios es sincera y que viene del más profundo convencimiento. Su voz es tranquila, sin tonos altos. El poncho en el que está envuelta parece darle ese confort con el que se expresa. Su atezado cabello y los largos aretes metálicos encuadran su pacífico rostro. “Para ser asesor hay que meterse, hay que poner los pies en el barro”. Dice que ella no supervisa el Café (pues implica estar por encima del resto) sino que lo hace, que es parte de él. Ella se encarga de buscar a los que van a conducir las charlas, que… ¿para qué sirven? “Primero, para tomar conciencia de esta realidad y, luego, para cambiarla”, a nivel nacional, iberoamericano y, por qué no, mundial. “Ésa era nuestra idea: que la realidad nos interpele, nos cuestione, nos sacuda y hasta nos duela, no por masoquistas, sino para tomar conciencia de que esta realidad hay que cambiarla”. Y eso “no viene por decreto”, sino que hay que ser coherente con uno mismo.

Algunas personas sienten nacer con el tiempo la semilla de la solidaridad, renuevan su mirada del mundo y tienen la necesidad de mejorarlo. Isabel dice que ella siempre ha sido así: “Yo he tenido la gracia de contar con unos padres extraordinarios”. Su mamá era, cuenta, revolucionaria y estaba al corriente del acontecer diario. La recuerda, ya mayor, pegada a su radio y comentando la actualidad. “Yo he recibido de mi madre el sentido de compartir”. También asegura que tuvo buenas profesoras en el colegio Alemán de La Paz.

“Siempre he hecho voluntariado”. En la escuela recogía fondos para las misiones. Años después trabajó en el altiplano como secretaria del obispo Bernardo Schierhoff, y conoció, enfatiza, la belleza complicada del país.

Los sábados es cuando el Café cobra vida. Los demás días, Isabel prepara la siguiente sesión: busca conferenciante, grupo de música o teatro… Además, da clase de castellano a extranjeros. Y, como los demás asistentes, cada semana se lleva a casa una tarea: comportarse conforme a lo hablado para aportar a hacer del mundo un lugar mejor.