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Wilmer Urrelo – ‘No me gusta el bolañismo’

En el ámbito de ‘La ciudad contada’, evento literario llevado a cabo en Buenos Aires (Argentina), que tuvo la participación de varios escritores jóvenes de Latinoamérica, charlamos con Wilmer Urrelo acerca del lugar del escritor en Bolivia —del lugar del propio autor de Mundo negro y Fantasmas asesinos—, de política y de los premios literarios. Una entrevista reflexiva pero ágil, como el mismo Urrelo.

/ 3 de junio de 2012 / 04:00

La Unesco selecciona todos los años una ciudad para que sea “La capital mundial del libro”. En abril de 2012 finalizó el turno de Buenos Aires y el Gobierno de la ciudad lo conmemoró invitando a escritores de Latinoamérica para que se reúnan y compartan charlas y encuentros, intentando de esa manera homologar visiones de la Patria Grande, concepto extraño, vacío y difícil de comprender.

Buenos Aires es una ciudad muy particular. Desde su creación mira a Europa prácticamente de rodillas y en el mismo gesto le da la espalda al resto del continente. Somos tildados de arrogantes y soberbios, de creer que costamos varias veces más de lo que valemos y de intentar ser Madrid o París sin conseguirlo. Pero si bien nuestros principales productos de exportación son carne, futbolistas y “buscavidas”, sentimos mucho orgullo por nuestros escritores. Hacer un listado de los nombres que nos enaltecen sería injusto, las páginas de un periódico exigen cierta concisión en lo que se escribe, la lista estaría plagada de ausencias irremediables. Borges, Cortázar y Marechal, quizás Fogwill, sirven de muestra.

Pero a pesar de esta tradición, o quizás por ella, en Buenos Aires se da un fenómeno bastante interesante: la gente lee mucho menos de lo que dice que lee. Si bien el grado de lecturas es bastante alto comparado con la media de la región, a los porteños nos da culpa pensar que leemos poco, nos sentimos obligados a ser cultos, leídos y refinados, aunque rara vez lo logremos. Por eso, en Buenos Aires, los escritores son estrellas de rock, son los que lograron ser lo que todos deberíamos ser. Se los alaba aunque no se haya leído ni el título de sus obras.

Y en cualquier conferencia o mesa redonda, siempre hay mucha, mucha gente.

El evento se llamó “La ciudad contada”. Concurrieron, entre otros, Alejandro Zambra de Chile, Yuri Herrera de México, Gabriela Alemán de Ecuador, Carlos Yushimito de Perú y Wilmer Urrelo de Bolivia. Y los argentinos Juan Terranova, Oliverio Coelho y Matías Capelli.

La charla se llevó a cabo en una hermosa librería del barrio de Palermo. Palermo, para quienes no lo conocen, se divide en tres: Palermo Soho, Palermo Hollywood y el verdadero Palermo, el de antes, el de las casas bajas y los perros en las veredas. Los dos  primeros, como queda claro desde el nombre, ya no le pertenecen a los porteños, la horda de turistas lo copó entero. Muchos restaurantes y bares tienen su carta bilingüe: además de pedirte un café con leche con tres medialunas, podés pedir un coffe with milk and three croissants, please. Así somos los porteños: mezclamos todo, el inglés con el francés, lo cursi con lo profundo y lo snob con lo auténtico. Cuando llegué a la librería, pedí hablar con algún organizador para que me ayude a ubicarme y se me acercó la dueña del lugar. Me señaló un lugar para sentarme y me dijo “algunos ya llegaron, fijate en el bar”. No lo había comentado, pero la mayoría de las librerías de Palermo tienen un bar. Uno puede leer tomándose un té. Qué sensación de aristocracia.

Fui al bar y vi a un personaje bajito, ensimismado en una lectura, nunca supe cuál. Yo lo conocía por fotografías, pero sólo había visto fotos carnet, por lo que para mí Wilmer Urrelo era una cara, no tenía cuerpo. Ni ése ni ninguno, simplemente no tenía. Cuando noté que era una persona con sus funciones fisiológicas normales, me decepcioné un poco. Me encanta pensar que los escritores son seres sobrenaturales, que en realidad ni siquiera existen.

— ¿Wilmer?

— Sí.

Y no me dijo nada más. No me preguntó quién era yo, cómo lo había reconocido, qué quería o por qué lo interrumpía en su lectura. Casi de inmediato me di cuenta de que no repreguntaba por timidez, por no importunarme él a mí, cuando era yo el que lo estaba molestando. Una vez que rompimos el hielo, descubrí a un personaje encantador, desinhibido, culto y amable. Quizás para los lectores bolivianos mis preguntas hayan sido superficiales y repitan cosas que ya saben o, lo que es peor, aborden temas que no son de su interés. Pero a la vez me parece que la visión que se tiene desde afuera de los fenómenos, esa especie de ingenuidad que nos lleva a ver las cosas como si fuera la primera vez es lo que las hace interesantes. Ante todo, recuerdo con mucho cariño la charla que tuve con Wilmer Urrelo. Me dio la sensación de conocer a una persona maravillosa. Parte de esa charla es la que reproduzco a continuación.

— ¿Qué opinás de esta “reunión de escritores latinoamericanos”? ¿Tenés contacto con tus colegas más allá de las fronteras bolivianas?

— De hecho, como escritor soy muy reacio a juntarme con otros escritores, pero estas ocasiones me encantan porque encuentras a gente a la que no ves todo el tiempo; pienso en Terranova, a quien conocí recién ahora, o en Carlos (Yushimito), que no veía hace un par de años. Me gusta porque me ayuda a desordenar mi ordenada vida de todos los días, ¿no? Yo a las 23.00 ya estoy durmiendo, pero en Buenos Aires todo es distinto, llego al hotel a las 02.00… Me gusta eso, porque es darte un tiempito de libertad, un espacio agradable en mi vida aburrida.

— ¿Y con tus colegas bolivianos? Por lo menos los de esta generación, ¿se juntan, debaten, trabajan en grupo?

— Nos encontramos y no. Una de las preocupaciones de esta generación es más escribir que reunirse, que crear estos círculos que antes se acostumbraba mucho.

— ¿Lo ves como una falencia?

— No, lo veo como una bendición. Primero, porque más allá de que sea gente muy apreciable, te ayuda a evitar las habladurías, a que se crea que se ha armado un grupito, que siempre es pernicioso, incluso para las mismas cosas que tú escribes. El día que se saque un manifiesto de esos tan típicos, es que ya se fregó todo.

— ¿Cómo describirías la literatura boliviana actual a quien la ve de afuera?

— Creo que se están dando frutos muy interesantes. Hay una gran renovación que todo el mundo ve, ya está muy asumido. Me parece que todavía nos faltan grandes retos que a lo mejor como generación no lleguemos a cumplir. Es posible que los que vienen tras de nosotros cumplan esas expectativas que siempre tiene la literatura nacional, que es hacerse más conocida en el exterior.

— ¿Ser conocido en el exterior es fundamental para un escritor boliviano?

— Hay una idea generalizada de eso, de que hay que salir de Bolivia para ser un escritor con mayúsculas; es una generalización, no todos piensan así, por supuesto.

— ¿Vos qué pensás?

— Que sí. Es importante hacerse conocido, porque en Bolivia venderás, en el mejor de los casos, 200 ejemplares. 500 es un éxito rotundo, un best seller. Entonces, bueno, no queda otra. Pero como te decía, veo una renovación interesante aunque todavía no tenemos (y no creo que tengamos que tener) una figura representativa, como Borges o Bolaño, por mencionar dos.

Esta generación está negada a eso y me parece bien, me parece una cosa ventajosa. Hay algo más comunitario, cada uno aporta lo suyo y sin necesidad de estar juntos. De hecho, una buena parte de los escritores bolivianos que yo aprecio viven fuera del país: Giovanna Rivero, Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Hasbún. Ellos producen desde otro lado.

—¿En qué ves esa renovación?

— Yo soy editor desde hace como 20 años y he sido lector de muchas novelas en manuscrito, de esta generación y de la anterior. De primera te das cuenta de que es una generación más profesional, se toma la cosa en serio, presenta los manuscritos prácticamente terminados, prácticamente listos para entrar a imprenta. Mientras que a lo que he leído de las generaciones pasadas le faltaba mucho trabajo todavía.

— ¿A qué le atribuís ese crecimiento?

— Pues no sé, yo creo que es asumir un poco el rol de escritor en serio, con militancia y olvidándose de hacer una participación en la vida partidaria del país, de pertenecer a alguna corriente política. Antes, un escritor casi indefectiblemente era político y escribía cuando no estaba en el poder, o en la cárcel, o lo que sea; era casi inconcebible un escritor apartidario, el que no era político era militante o perseguido, o perseguidor. Ahora nos hemos liberado un poco de eso, pero también estamos pecando de creer que lo que escribimos no tiene nada que ver con política. Es el mismo cuento que creer completa y absolutamente en Bolaño. Ese discursito de hace 20 años ya está desgastado, estamos viejos y no puede ser que sigamos pensando así. Por supuesto, escribir sobre política te sale tarde o temprano, pero creo que es bueno quitarnos ese peso y decir “bueno, pues, escribimos de esta forma, pero no necesariamente somos militantes de un partido”. De lo que sí estoy seguro es que lo único aquí es contar historias, tenemos que dejar de dar vueltas y decir “nosotros también podemos hacer otra cosa”. También veo más entrega a la hora de escribir, y mucha más confianza en sí mismos, cosa que a la generación anterior le faltaba.

— El seudónimo con el que firmaste Fantasmas asesinos es La Malpapeada. Vargas Llosa queda claro, pero ¿qué otras influencias detectás en tu escritura?

— Vargas Llosa es una influencia que siempre ha estado ahí. Me gusta mucho Victor Hugo. Lo sé, suena raro, habitualmente la gente de mi edad ya no lee a Victor Hugo, pero yo lo leo con mucha pasión. A Pío Baroja también. Pero Victor Hugo es una gran escuela para la descripción, cosa que a nuestra literatura joven, tan escueta, de libritos chiquititos, le hace falta. Releer a Victor Hugo es un trabajo de sacar músculos.

— En la charla hiciste algunas menciones negativas a Bolaño, y ahora también. ¿Por qué no te gusta ni un poco?

— Bolaño me gusta, no me gusta el bolañismo, la cosa que se ha formado a su alrededor, me parece nefasto para toda la generación, puede ser terrible.

— ¿Por qué? ¿Te parece que genera copias serviles?

— Por supuesto. Eso y que muchos creen que todo comienza con Bolaño. Hay escritores latinoamericanos mucho mejores, mucho más profundos. Está claro que mi problema no es con Bolaño, él no ha intentado generar esto, pero yo conozco chicos de 26 o 27 años que tienen un magíster en Literatura Latinoamericana y que no leyeron a José Donoso. En ese sentido, yo estoy orgulloso de mis lecturas, porque he tenido la escuela del boom, de ciertas cosas nuevas que se estaban escribiendo pero también de los clásicos, que me fascinan.

Apagamos un minuto la grabadora. Me había enterado de un pequeño altercado que hubo respecto al Premio Nacional de Novela 2011, del cual Wilmer era presidente del jurado. Le pido que me cuente lo que pasó. Me relata los hechos y les quita importancia, no quiere seguir con el tema, pareciera dolerle. Le pregunto si puedo agregarlo a esta crónica, que lo veo como un acto de justicia. Me dice que sí.

La cuestión del premio fue más o menos así: ya teníamos una novela ganadora (Diario íntimo, de Claudio Ferrufino, que nos gustó a todos y de lejos era la mejor), pero parte del jurado estaba preocupado por la calidad de la gran mayoría de las otras obras concursantes, y propusieron colocar en el acta algo que advirtiera al respecto. Yo les dije que era mejor no hacerlo.

Hubo un debate corto y al final me convencieron y redactamos y firmamos el acta. Sólo eso. Claro que me hago responsable de esa acta 100%. A los días se generó un debate absurdo y sobre todo injusto para los miembros del jurado.

— ¿Y cómo quedó tu relación con la academia y los medios bolivianos?

— El problema en Bolivia es argumentar por qué tomas determinadas decisiones. La gente es muy susceptible. Habitualmente, si alguien publica un libro y luego se lo critican, se siente ofendido. Un amigo escritor (director de un suplemento cultural) me contaba que hace algunos años pasó una cosa graciosa: un señor publicó su novela, y la criticaron. A los tres días le llegó una minuta escrita por un abogado iniciando un juicio. La gente paceña, cruceña, cochabambina es extremadamente susceptible y no está abierta a la crítica, que es fundamental en cualquier discusión literaria. Todos tenemos nuestras lecturas, a mí puede gustarme una novela y a otro no. Pero no entiende que eso pueda ocurrir. O quizás también se siente ofendida porque uno más o menos joven como yo, que no he estudiado Literatura, que hice Comunicación Social (que es lo peor, evidentemente), habla de eso. Quizás venga por ahí, pero lo que sí sé es que hay una idea de que tú puedes ser escritor sólo si has pasado por Derecho o por Literatura, y es mentira. La carrera de Literatura no es la gran cosa; salvo excepciones que por supuesto siempre las hay, saca cosas horribles. No busca crear cosas importantes, es más verse el ombligo. A mí eso nunca me ha latido y tengo la impresión, quizás esté equivocado, de que siempre me han visto como un advenedizo. Ya con Mundo negro me di cuenta de que me veían como alguien que estaba ahí de pura suerte, que de casualidad había escrito una novela. Y creo que hasta ahora tienen esa idea, pero bueno, es parte de este oficio, ¿no?

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El Siles, día uno

La Cinemateca Boliviana restaura los ocho minutos que el cineasta Velasco Maidana rodara durante la inauguración del estadio Hernando Siles en enero de 1930

La inauguración del estadio, en cine

Por Ricardo Bajo Herreras

/ 14 de abril de 2024 / 06:57

¿Quiénes son todos esos señores que rodean al presidente Hernando Siles en el palco del estadio paceño que se inaugura hoy con su nombre? Congelo el fotograma. Son 40 personas, la mayoría hombres, apenas cinco mujeres. ¿Quién es el caballero con pelo engominado que lee delante de un estrambótico (para nuestro tiempo) micrófono? El presidente, que morirá en Lima 12 años después, está rodeado de uniformes, de policías y militares. También hay sombreros y lentes de sol “fashion” incluso para nuestro tiempo.

Muchos miran a la cámara. Detrás de ella está José María Velasco Maidana, que viene de estrenar su película Wara Wara la semana anterior en el cine-teatro Princesa de la calle Comercio. Su empresa cinematográfica, llamada Urania, se ha comprometido a filmar este magno evento para la posteridad. Casi 100 años después, veo en el despacho de la directora de la Cinemateca Boliviana, Mela Márquez Saleg, los ocho minutos de rodaje (sin editar) que han sido restaurados en el Archivo de Imágenes en Movimiento. El registro histórico estaba en unas latitas de nitrato que el sobrino del cineasta encontrara y donara a la Cinemateca hace años.

Jueves, 16 de enero de 1930. Es feriado civil con cierre de oficinas públicas y privadas y de fábricas. ¿Por qué? Porque Siles así lo ha querido. Don Hernando lleva en el poder exactamente cuatro años y está tratando de cambiar Bolivia. Funda la Contraloría, compra aviones para el flamante Lloyd Aéreo Boliviano (nacido en 1925), inaugura la Academia de Bellas Artes, construye carreteras y ferrocarriles (hacia el oriente). Y también cierra periódicos, exilia a sus oponentes y trata de quedarse en la silla. Todos a la inauguración del “Gran Stadium Presidente Siles”, ordena y manda el presidente. Nota mental uno: el nombre durará poco al principio pues tras el golpe de Carlos Blanco Galindo en mayo de 1930 la cancha pasa a llamarse simplemente Estadio La Paz.

La fecha original de inauguración era el 10 de enero, pero un temporal lo impide. Luego se piensa en el 12 y después en el 15. Llueve, llueve mucho. Siempre llueve en enero. Aunque el “stadium” no está todavía terminado, se inaugura igual. Será una costumbre para las décadas venideras. A la cuarta será la vencida, será el 16, jueves. En la recta de general se ve separaciones de hormigón armado entre las graderías. Es el primer estadio que se construye con cemento en toda Sudamérica. El palco está resguardado por una estructura de madera.

Congelo el fotograma. Los cerros alrededor de Miraflores están pelados. A lo lejos, detrás del arco sur, solo la silueta de la Muela del Diablo confirma que estamos en la ciudad de La Paz. Detrás del arco norte se vislumbra también el convento de las Madres Concepcionistas Franciscanas (sobre la calle Guerrilleros Lanza). Hay casas con tejados estilo norte de Europa que serán derrumbadas o sucumbirán con el tiempo. El resto del paisaje cambiará radicalmente un siglo después.

La película muestra un plano del arquitecto/ingeniero Emilio Villanueva Peñaranda, padre del “stadium”. En lo que hoy es la plaza del Siles con su réplica del monolito Pachamama se habían proyectado una piscina y un gimnasio.

Sobre el terreno de juego, el director de orquesta, el maestro Antonio González Bravo, compositor de cuecas y poeta aymarista, dirige con ademanes parado en un pedestal. En tres años se marchará a enseñar Arte Musical a la Escuela de Warisata con Elizardo y Avelino. A su alrededor están los músicos de las bandas del Ejército, alumnos de los colegios y escuelas fiscales junto a sus estandartes, “pelotaris” de los 16 clubes que conforman la Federación de Pelota Vasca dirigida por Alfredo Mollinedo (también presidente del club Ferroviario) y pugilistas de la Federación de Box con la estrella del momento a la cabeza, Roque Landívar. Por primera vez a las tres de la tarde del 16 enero de 1930 se escucha el Himno oficial de Bolivia en el Siles. En su versión “in extenso”, por supuesto. Nota mental dos: ¿Cuántas veces se habrá entonado el Himno Nacional en este estadio hasta el día de hoy?

Los colegios abren el desfile en la pista del “stadium”. Entran el Nacional Ayacucho, el Nacional Bolívar, el Liceo de señoritas del Venezuela, el Instituto Nacional de Comercio, el colegio La Salle, el San Calixto, el Instituto Americano y el Colegio Alemán. A continuación, las escuelas fiscales: Vicenta Eguino, Juana Azurduy de Padilla, escuela Argentina, Modesta Sanjinés, Lindaura Campero, escuela Brasil, Agustín Aspiazu, Rosendo Gutiérrez, Félix Reyes Ortiz, Evaristo Valle y J. Manuel Indaburu.

Los ayudantes/asistentes de cámara de Velasco Maidana corren hacia el palco. Son Mario Camacho y José Jiménez Uría, este último rodará tres años después el largometraje Hacia la gloria. Está por bendecir el estadio el obispo de la diócesis, Monseñor Augusto Siefffert. Está por hablar, en discurso inaugural, el presidente del Comité Pro Stadium y ministro de Instrucción Pública Emilio Villanueva Peñaranda, el encargado de diseñar y levantar el estadio con frontis de estilo neotiawanacota. Villanueva —socio del club The Strongest— tiene la ciudad toda en la cabeza y la sueña a su manera. Debe ser uno de esos caballeros que rodean al presidente Siles en el fotograma congelado.

“Ha llegado, por fin, el gran día, intensamente deseado, de la inauguración de este gran stadium nacional. El alcance de sus beneficios ha de extenderse a toda la República pues la juventud vive, se educa y se forma física e intelectualmente en esta metrópoli. Hago votos porque salga de aquí la acción gestadora que nos dé una juventud fuerte, física, ética e intelectualmente bien contexturada capaz de encontrar mañana el verbo olímpico de su raza y de hacer el milagro de nuestros gloriosos destinos”. Así habla Villanueva, ante la atenta mirada de Siles.

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Los miembros del Comité Pro-Stadium que rodean al célebre arquitecto aplauden. Son Julio Sanjinés, Daniel Ballón Saravia, José Luis Tejada Sorzano, Aniceto Solares, Juan Pinilla, Julio Téllez Reyes, Julio D. Zavala. La crema y la nata que años después darán nombres a calles, avenidas y plazas de la ciudad. Junto a ellos, el presidente stronguista, Héctor Maldonado y el secretario Víctor Zalles Guerra.

El plano del proyecto del Stadium de La Paz
El plano del proyecto del Stadium de La Paz

Tras la jura ante la bandera nacional, los escolares, deportistas y los nueve equipos de “foot-ball” desfilan ante el palco. Los estudiantes ofrecen los ejercicios de gimnasia en conjunto y de coros que han venido ensayando desde hace días en el propio estadio. El director general de Educación Física, Saturnino Rodríguez, observa todo con atención prusiana desde el palco. No quiere que nada salga mal. Es otro de los hombres misteriosos de nuestra foto.

Junto a él, está un señor con bigotito de la época y pelo engominado hacia atrás. Es nada más y nada menos que Rodolfo Costas Escóbar, el locutor que junto a su hermano Enrique (ambos de Totora, Cochabamba) transmite todo para la flamante Radio Nacional de Bolivia.

Los que no han podido llegar a Miraflores escuchan el magno acontecimiento a través de ocho receptores Atwatter Kent y Crosley (traídos desde Estados Unidos) con altoparlantes instalados por los hermanos Costas en plaza Murillo, en la Pérez Velasco (en la librería La Juventud), en la calle Comercio, plaza Alonso de Mendoza, en los locales del club Ferroviario y en la sede de los periódicos El Diario, La Razón y El Norte.

La planta de transmisión está en la Ceja de El Alto. La radio no tiene ni un año de vida pues ha sido inaugurada en marzo de 1929. Eran “cosas de los Costas”, como se decía en la época.

La transmisión radial del acto
La transmisión radial del acto

Los dos equipos stronguistas (de fútbol y baloncesto) cierran el desfile y saludan con las manos en alto al presidente. Se escuchan los aplausos más fervorosos. Antes han pasado los “foot-ballistas” de Universitario, Nimbles, Bolívar, Rosario Deportivo, Bolway, Strong Players, Northern y Hiska Nacional. Algunos de ellos han urdido una protesta que no llega a buen puerto. Iban a desfilar en traje de civil para manifestar su enojo, pues el gobierno de Siles no ha cumplido con la promesa de liberar los artículos deportivos, proyecto bloqueado en la Cámara de Diputados por la bancada del Partido Republicano en pelea con los “saavedristas”. El sino de la historia de Bolivia es repetirse.

Los estudiantes del Alemán y el Americano copan el césped y compiten en carreras de velocidad de 100 y 75 metros, así como de relevos. El más rápido es Gualberto Saravia del Americano (en chicos) y Lisa Hubert del Alemán (en chicas); en postas, ganan los del Americano. Después en mitad de la cancha, cerca del arco sur, se instala una improvisada cancha de “basket” con dos canastas blancas de madera. Se enfrentan los dos equipos más fuertes de la ciudad: Nimbles Sport Association y el club The Strongest, que viste su tradicional vestimenta negra y amarilla pero con franjas horizontales. El quinteto de Nimbles suena así: Benavente, Atristain, Velasco, Molina y Soria. El gualdinegro, así: Zuazo, Rada, Cisneros, Salvatierra y Pinedo.

Las imágenes muestran la falta de pericia de los “players” y la extraña manera de lanzar las faltas personales a manera de cuchara. Nota mental tres: ahora entiendo porque los “scores” del baloncesto de la época eran tan cortos. El partido termina ocho a cuatro a favor de los blanquinegros de Nimbles.

Se trata de ocho minutos de rodaje sin editar restaurados en el Archivo de Imágenes en Movimiento.
Se trata de ocho minutos de rodaje sin editar restaurados en el Archivo de Imágenes en Movimiento.

Está a punto de arrancar el acto estelar del programa. El video de Velasco Maidana desmiente a los periódicos de la hemeroteca: el estadio no está repleto de público. No llegan a 10.000 privilegiados (cuando el Siles se termine llegará a albergar 20.000 personas). En lo que es hoy la recta de general, hay espacios vacíos. Y las empresas constructoras Ivica Krsul y Christiani & Nielsen no han iniciado aún la construcción de la curva sur, donde hay público de pie detrás del arco que anuncia un precipicio hacia la llamada Avenida de Circunvalación.

Cerca de las cinco de la tarde, el club The Strongest (que viene de ser tetracampeón en la década de los 20) y Universitario se aprestan para jugar el primer partido en la historia del estadio Hernando Siles. Alienados bromean y charlan delante de la cámara. Es la primera vez que veo por imágenes en movimiento a Eduardo “Chato” Reyes Ortiz y su pelada, al férreo zaguero Donato González y su pareja de baile Renato “Choco” Sainz (en cuatro años será tomado preso en Boquerón), al “Negro” Urquizo, a la leyenda Froilán Pinilla, a Rosendo Bullaín, el “centre forward” que morirá peleando en las arenas calientes del Chaco. Ríen nerviosos, estiran las piernas, se abrazan. Todavía no son “tigres” pero ya atacan como fieras.

Los “albos” de Universitario están más relajados, tienen una gigantesca U pintada en el pecho. Congelo la imagen. Jacobo Waisman, el argentino, es el “referee”. Nadie ha reclamado que arbitre hoy después de que el año pasado jugara para las filas del oro y el negro. El “divino pelado” manda más que Siles. No te hagas, presidente.

La tarea de organización del “match” ha sido encomendada al teniente coronel Guillermo González Quint, presidente de La Paz Football Association. Es uno de los militares de la foto. Un señor se encamina al centro y da el “kick off” de la apertura. Corre la película y el señor también lo hace, se va “fuera de campo”. ¿Quién es el caballero que tuvo el honor y privilegio de tocar oficialmente la primera pelota en el primer partido del Siles? Es Emilio Villanueva Peñaranda en el día probablemente más feliz de su vida.

El “eleven” del campeón suena así: Martínez (José Bascón, el arquero pianista está lesionado), Donato González-Miguel Maldonado en la zaga; Estrada (años después la Avenida de Circunvalación del estadio llevará su nombre), Reyes Ortiz y Guillermo Urquizo de medios; Rafael Salvatierra, Pinilla, Bullaín, José Toro y Humberto Barreda. El onceno universitario, así: Ruiz, Velasco-Quintanilla; Montero, Sainz, Beltrán; Saravia, Alborta, Fuentes, Reyes Peñaranada y Aguilar. El capitán es Mario Alborta, apodado el Tigre de Sopocachi, la estrella de un joven club fundado en 1927, tres años antes: el club Bolívar.

El ”match” va a tener juego brusco, como todos los de la época. Las reglas todavía no están claras (como hoy). Los de la U en el pecho han sido reforzados por clubs chicos de la ciudad. El primer gol en la historia del estadio Hernando Siles lo mete —como no podía ser de otra manera— Eduardo “Chato” Reyes Ortiz, el jugador más querido por la hinchada gualdinegra junto a Froilán Pinilla. Corre el minuto siete, faltan tres para las cinco de la tarde. Un “free-kick” potente se cuela en la valla de Ruiz. El segundo gol es de Humberto Barreda a los 18 minutos tras pase magistral de José Rosendo Bullaín. El tercero es de Pinilla (minuto 36) de certero testarazo.

Con tres a cero, un violento choque del arquero Ruiz contra uno de los postes provoca la ruptura de su clavícula. Ni corto ni perezoso, el teniente coronel González Quint sale volando del palco, agarra su motocicleta y traslada al “player” hasta el cercano Hospital Militar, bajando la Avenida de Miraflores (hoy Avenida Saavedra). El zaguero Quintanilla va al arco.

Imágenes de ‘Inauguración del estadio Presidente Hernando Siles’, de José María Velasco Maidana.

En la segunda parte los stronguistas se relajan. Y los “albos” atacan con todo el orgullo herido. Alborta anota el descuento y Saravia mete un gol fantasma que Waisman no concede. Se arma el quilombo. El “referee” expulsa a Alborta que se niega a abandonar la cancha. Entonces el que se va es don Jacobo. El “linesman” Rodrigo convence al árbitro cordobés para regresar al “field”. Alborta se niega por segunda vez. Waisman se va de nuevo. Los de Universitario dejan la cancha también y su hinchada invade el terreno de juego. Cuando el partido se reanuda, el “Chato” mete el cuarto para The Strongest. Algunos periódicos publican al día siguiente que el “score” terminó 3 a 1. Waisman —su palabra es ley— decide que eso acabó 4 a 1.

El presidente Siles y su comitiva de ministros dejan el estadio, toman la avenida Illimani y vuelven a Palacio. Lo acompaña el núcleo duro de su gabinete, encabeza por el canciller de Relaciones Exteriores y Culto, Fabián Vaca Chávez, el ministro de Fomento y Comunicaciones, Manuel Rigoberto Paredes, el ministro de Guerra y Colonización, Fidel Vega y el de Gobierno y Justicia, Guillermo Viscarra. La guerra parece inminente. Los paraguayos contraatacan y están a punto de retomar Boquerón. Faltan dos años para que estalle el conflicto bélico. El fútbol todavía no ha sustituido a las batallas entre hermanos.

El viaje al pasado ha terminado y es para agradecer. Congelo el fotograma.

Texto: Ricardo Bajo Herreras

Fotos: Ricardo Bajo Herreras, tomadas de la película de Velasco Maidana ‘Inauguración del estadio Presidente Hernando Siles’, enero de 1930.

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Lazos de vida

Anthony Hopkins protagoniza esta película biográfica del director británico James Hawes

Por Pedro Susz K.

/ 14 de abril de 2024 / 06:49

El cine británico no atraviesa su mejor momento y Lazos de vida, caprichosa traducción del título original One Life, o sea, “una vida”, no hace otra cosa que ratificar lo dicho, pese a los loables propósitos que llevaron al director James Hawes a develar en esta su opera prima, luego de varias décadas trabajando en serieS y películas para televisión, la historia real de Nicholas Winton (1909/2015) que, por decisión del propio Winton, tampoco había sido divulgada en su propio país hasta que Bárbara, hija de Nicholas, puso en circulación en 2014 la biografía de su papá, texto que a su vez inspiró un par de entregas de “¡Esto es vida!” (Thats Life!), amarillista y mediocre programa de entrevistas televisivas de la BBC, sobre el cual volveré más adelante puesto que cerrando el círculo la película recrea ese par de entregas.

En realidad la película de Hawes está dividida en dos líneas argumentales de un modo tan mecánico que bien puede apreciársela como dos películas biográficas cuyos pedazos se entremezclan de una manera igualmente poco imaginativa, cual si se tratase de algún telefilm o documental de relleno, destinado a la pantalla chica, impregnado eso sí de buenas intenciones y de la entumecida severidad que las reglas mandan cumplir cuando se trata de un asunto tan importante como la segunda guerra mundial. Allí está asimismo la ostentosa recreación de época, no vaya a ser que alguien se distraiga por cualquier detalle fallido, que se despiste por algunos desacertados saltos narrativos o se aburra por la poca garra narrativa de la puesta en imagen, que no pareciera importarle al director.

El relato arranca en 1987 cuando un ya anciano Winton es prácticamente forzado por su esposa a poner algo de orden en la mansión donde viven. En una de las habitaciones, el protagonista conserva miles de hojas de papel y otros recuerdos pasados. Entre ellos cierto maletín en cuyo interior se encuentran fotografías de niños y niñas, así como los documentos de las gestiones que, frente a una hermética burocracia, debió llevar a cabo más de medio siglo atrás, además de un cuaderno conteniendo la minuciosa anotación, por el propio Winton, de lo sucedido en aquella instancia. El descubrimiento lo lleva a recordar aquel episodio de su vida sintiendo nostalgia y al mismo tiempo culpa por haberse limitado, o retrasado, en acciones apuntadas a morigerar los horrores de la conflagración bélica acaecida justamente en los tiempos de los cuales proviene esa suerte de tesoro personal.

Ocurre que la otra línea narrativa recrea la campaña que un joven corredor de bolsa, que se decía socialista, Winton precisamente, emprendió en 1938, en vísperas de la segunda guerra mundial, cuando aprovechando sus vacaciones y debido a los horrores que le refirió un amigo decidió visitar Praga en inminente peligro de ser invadida por las tropas alemanas, las cuales ya habían entrado en Polonia y, se sospechaba, planificaban la ocupación de la entonces capital de la antigua Checoslovaquia.

El cuadro con el que se topó Winton era verdaderamente aterrador. Miles de refugiados hacinados en un gueto de la ciudad sobrevivían apenas en las peores condiciones imaginables. Sobre todo los niños que, aparte de estar expuestos a temperaturas heladas y a la brutalidad de quienes, por un desbocado instinto de supervivencia trataban de salvarse sin importarles el sufrimiento de sus prójimos, carecían de todo alimento para saciar el hambre. En suma, les esperaba una muerte segura debido a la implacable política de limpieza étnica llevada a cabo por las huestes hitlerianas. Entonces Winton, luego de regresar a Londres y contando con el decidido apoyo de Babete, su madre, resolvió poner en marcha el proyecto humanitario: Comité Británico para los Refugiados de Checoslovaquia.

Sobre todo Winton se sintió responsable de intentar salvar a la mayor cantidad posible de niños, empeño que concretó organizando el transporte de aquellos a bordo de trenes. Ocho viajes permitieron trasladar 669 pequeños, casi todos huérfanos, hacia Gran Bretaña, el noveno resultó fallido cuando se declaró oficialmente la guerra. Y aquella frustración quedó anclada en la memoria del protagonista, empujándolo a pensar que pudo no haber hecho lo suficiente para impedirla. 

Lo escabroso de la tarea de rescate no se limitaba por cierto al esfuerzo para conseguir el medio de transporte. Las autoridades migratorias británicas, nada interesadas en guarecer a esos exiliados, impusieron una absurda serie de reglas: para dejar entrar a los recién llegados el referido Comité debía gestionar la visa oficial para cada uno de ellos, amén de convencer a una familia de acogida obligada a certificar por escrito su consentimiento, y, por último, pagar 50 libras esterlinas, equivalentes a unos 10.000 dólares actuales, por cada refugiado, lo cual obligó a Winton y sus amigos a emprender trabajosas gestiones para recaudar los fondos. Y según se sabe, incluso salvados tales requisitos tampoco escasearon los actos discriminatorios contra aquellos nenes, a muchos de los cuales Churchill encarceló y finalmente obligó a incorporarse a las tropas británicas.

Anecdóticamente, a manera de una suerte de tardía mea culpa protocolar por aquellas inadmisibles torpezas, en 2002 Isabel II confirió a Winton el título de Caballero. Menos mal la película de Hawes no incluyó tal vergonzoso gesto de encubrimiento por el  venido a menos imperio de otrora entre las escenas de Lazos de vida. Dicha omisión se torna empero asimismo sospechosa, teniendo presente las actuales insensibles políticas británicas de cara a los angustiosos intentos migratorios de miles de fugados de sus respectivos países, africanos sobre todo, escapando de matanzas y de inaguantables condiciones de vida.

Volviendo empero al relato. Agotada la trivial recreación de los afanes del joven Winton, que pone el acento sobre todo en los referidos forcejeos burocráticos y en las incansables gestiones de Babete, sin conseguir profundizar adecuadamente en el sufrimiento de las víctimas a las cuales se intentaba mantener vivas, puesto que a Hawes se le antoja suficiente una convencional, distante, puesta en imagen, apelando a una fotografía de igual manera insípida y a una banda sonora atenida a las recetas más sobadas para acentuar la emotividad de ciertas escenas y estrujar los lagrimales del respetable, sin conseguir empero ahondar de verdad en la tragedia que se muestra, el relato da un nuevo salto temporal de los múltiples frecuentados para transitar del pasado al presente y viceversa, reenfocándose en las reacciones de Winton al  toparse en su memoria con lo acaecido medio siglo atrás.

Sin saber exactamente cómo proceder con el contenido del maletín, le presenta, por si acaso,  la documentación al director del periódico de la ciudad, sin que este muestre el menor atisbo de interés. Más adelante se la hace conocer a Betsy Maxwell, la esposa gala de Robert Maxwell, potentado financiero, propietario de varios medios y responsable de un sonado fraude. Quizás debido a sus raíces checas Maxwell sí cree que se trata de material valioso, sobre todo debido a la ignorancia generalizada entre la población inglesa, incluyendo a los entonces ya maduros sobrevivientes del Holocausto gracias a Winton, el protagonismo de este en aquel episodio.

Semejante desconocimiento se debió, quedó anotado, a la propia reticencia de Winton a divulgar dicho rol, reserva finalmente superada, puede inferirse, debido al hecho de que en el momento cuando desentierra, por así decirlo, aquel tesoro, eventos muy parecidos al que vivió en Praga vuelven a acaecer en varias latitudes del mundo. Pero él, que podía haber aportado a superar, así fuese en alguna medida la precariedad dramática de Lazos de vida queda tímidamente sugerido por Hawes, desperdiciando así otro de los varios insumos que se le escapan, ocupado como está en machacar sobre las, ya colacionadas, reiterativas vueltas a los encontronazos de Winton y su madre con los burócratas.

Y si la película no acaba hundida en el fracaso total es gracias, principalmente,  a que Anthony Hopkins se apropia desde su creíble corporización del protagonista muy entrado en años de la responsabilidad de mejorar la contextura narrativa. Sobre todo en las escenas inspiradas, como se dijo, en el programa de entrevistas televisivas difundido por la BBC. En el primero se ve a Hopkins/Winton confundido entre el público, donde asimismo están algunos de aquellos 669 niños, para entonces ya mayores, que pudieron continuar con vida gracias a la más que encomiable iniciativa de aquel. En la segunda de las transmisiones todos los asistentes, recién enterados de la hazaña de Winton, puesto que ciertamente lo fue, pertenecen a dicho grupo, como a su vez recién se enterará aquel, sin que el sentido reencuentro disipe su creencia de que pudo haber hecho más.

Por cierto mucho más pudieron haber hecho Hawes y los guionistas Coxon y  Drake con una historia potencialmente llena de emotividad y otros filones pasados por alto en el tratamiento, más parecido al de un telefilm rutinario que al de un trabajo destinado a la pantalla grande. Son inocultables las influencias sobre Lazos de vida de La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg aunque son igualmente indisimulables las diferencias con esta última, uno de los emprendimientos más valorables en la filmografía de Spielberg. Ello vuelve a dejar al descubierto que el tema abordado en una película no sirve por sí solo para hacer de esa realización un producto elogiable, importa, en igual medida, el cómo se lo traslada del papel, o la idea,  al relato audiovisual. Y desde luego, las buenas intenciones son lo último que pesa a la hora de ponderar un film.

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Ya se aludió a la chatura del estilo fotográfico y de la banda sonora. En cuanto al desempeño actoral también quedó puntualizado el de Hopkins, quien se desembaraza del encargo sin gran esfuerzo pero con la solvencia conocida. Y merece un apunte especial Helena Bonham Carter en el rol de Babete, o Babi como le dice su hijo, una de las mayores figuras puestas a consideración del espectador por el cine del Reino Unido de un buen tiempo a esta parte, sobre todo a partir de su papel protagónico en Alicia en el país de maravillas (Tim Burton/2010).  El resto sobreactúa debido a la impostada manera de recitar las casi siempre demasiado pedestres o extensas parrafadas del endeble guion. Otro de los síntomas, en definitiva, de la adhesión de Hawes al envarado estilo socorrido con obsesiva insistencia sobre todo en filmes enfocados sobre eventos bélicos, en otros géneros también claro, que confunde seriedad con solemnidad y almidonado.

Ficha Técnica 

Título Original: One Life – Dirección: James Hawes – Guion: Lucinda Coxon, Nick Drake – Libro: Barbara Winton – Fotografía: Zac Nicholson – Montaje: Lucia Zucchetti – Diseño: Christina Moore – Arte: Jan Kalous, Aline Leonello, Jo White – Música: Volker Bertelmann – Efectos: Chris Reynolds, Ryan Spike Dauner, Sarah Dicks, Peter Elton, David Fowler – Producción: Katherine Bridle, Emile Sherman, Iain Canning, Joel Stokes, Barbara Winton, Eva Yates, Nicky Earnshaw, Simon Gillis – Intérpretes:  Anthony Hopkins, Lena Olin, Johnny Flynn, Helena Bonham Carter, Michael Gould,  Tim Steed, Matilda Thorpe,  Daniel Brown, Alex Sharp, Jirí Simek, Romola Garai, Barbora Váchová, Juliana Moska, Jolana Jirotková, Michal Skach, Samuel Himal, Matej Karas,  Ella Novakova – INGLATERRA/2023

Texto: Pedro Susz K.

Fotos: Internet

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‘Momo’ y ‘La historia interminable’ de Michael Ende, una oda a la imaginación

La Embajada de Alemania en Bolivia celebra este abril la vida y obra del escritor. Isabel Mesa Gisbert reseña el trabajo del autor

Michael Ende – Vida y obra en textos e imágenes’ es la muestra en el Espacio Patiño.

Por Isabel Mesa Gisbert

/ 14 de abril de 2024 / 06:39

Michael Ende nació en Garmisch-Partenkirchen en 1929 y murió en Filderstadt en 1995. Su madre, Luise Bartholomä, fue fisioterapeuta; su padre, Edgar Ende, fue un pintor surrealista muy reconocido en los años 30. Es un hecho que su obra tuvo mucha influencia en los escritos de Michael, incluso uno de sus libros lleva ilustraciones de las pinturas del padre.

La publicación de su primera novela infantil Jim Botón y Lucas el maquinista fue rechazada por varias editoriales con el argumento de que era muy larga para niños. Finalmente, en 1960 la novela salió publicada en dos partes y ganó el Premio de Literatura Infantil de Alemania. Ese fue el inicio de la carrera literaria de Michael Ende, cuyas obras han sido traducidas a más de 40 idiomas con 35 millones de copias vendidas.

Su literatura ha sido calificada como una mezcla surrealista de realidad y fantasía. Los cuentos infantiles más conocidos de Ende son Tranquila Tragaleguas (1972), Norberto Nucagorda (1984), La sopera y el cazo (1990), El secreto de Lena (1991), El osito de peluche y los animales (1993) y La escuela de magia (1994). Pero sus verdaderos éxitos fueron Momo, publicada en 1972 y reconocida en 1974 con el Premio de Literatura Juvenil de Alemania; y La historia interminable (1979), que recibió el premio de literatura Janusz Korczak.

Momo trata de una niña huérfana de unos 12 años que vive en la parte baja de las ruinas de un pequeño anfiteatro ubicado en la zona más pobre de una ciudad. Momo sabe escuchar a los demás, y ayuda a resolver los problemas de los vecinos, así como enseña a los niños a jugar sin juguetes, simplemente creando historias.

Un día unos hombres grises ingresan sigilosamente a la ciudad con el objetivo de robar el tiempo a sus habitantes: los convencen de depositarlo en una “caja de ahorros del tiempo”. Así logran que la armoniosa amistad que reina en el barrio se torne en egoísmos, prisas y en una vida totalmente solitaria, porque cada uno comienza a vivir pendiente del tiempo que gasta.

El gran inconveniente de los hombres grises es Momo, quien no necesita ahorrar el tiempo. Cuando un hombre gris la visita, en lugar de caer ella en la trampa, es él quien termina contando todos sus planes a alguien que sabe escuchar.

Momo es una de esas obras capaces de construir mundos de fantasía en la imaginación creando una mitología propia con los elementos del tiempo. Ende juega con la posibilidad de que lo onírico forme parte de la realidad. El encuentro de Momo con el dueño del tiempo, el señor Hora, las flores mágicas y la acción de seres fantásticos siembran la duda en el propio lector, que se identifica con un personaje sencillo y real que vive lo irreal para convertirse en héroe.

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A partir de ese mundo surrealista mezclado con fantasía, Ende hace una crítica a la sociedad de consumo, al apego a lo material que incluso se da a costa de las relaciones de amistad y a la educación, entre otras cosas. Reflexiona sobre la vida haciendo énfasis en que la prisa en las ciudades, el cumplimiento de obligaciones diarias y el deseo de tener más y más deshumanizan a las personas y las convierten en seres incapaces de pensar y sentir.

La historia interminable es la obra magna de Ende. Construye un mundo sin fronteras en el que la imaginación y la fantasía son los únicos límites para que las cosas existan en la mente de los lectores.

En una tienda de libros antiguos, Bastian roba uno cuyo título es La historia interminable. Gordito y poco agraciado —que no destaca ni en las materias ni en el deporte, y que sólo ama leer— el pequeño ladrón sufre burlas en el colegio y por eso escapa de clases: refugiado en el desván, comienza a leer.

El autor nació el 12 de noviembre de 1929 en Garmisch- Partenkirchen y murió el 28 de agosto de 1995 en Filderstadt.

La historia interminable, el libro dentro de nuestro libro que empieza a leer Bastian, tiene como escenario el reino de Fantasía donde está ocurriendo algo extraño: una fuerza de atracción irresistible absorbe pedazos del paisaje e incluso partes de sus habitantes. En su lugar queda nada. No es un hueco ni un abismo, es la NADA. Y esta afección que asola a Fantasía tiene relación con la agonía de la emperatriz infantil, soberana del reino. Ella debe sanar para que Fantasía no desaparezca. Por eso el joven guerrero Atreyu recibe la misión de buscar la cura. Después de vencer difíciles obstáculos, se da cuenta de que será imposible hallarla, pues es un ser humano el único que puede salvar a la emperatriz y a Fantasía. Es entonces cuando la caja china vuelve a abrirse para insertar un nuevo relato dentro del libro de nuestro propio libro. Bastian, cada vez más sumido en la historia, es invitado por los diálogos entre Atreyu y la emperatriz a ser parte de la misma, pues es él quien, dándole un nuevo nombre a la emperatriz, salvará a Fantasía.

Fantasía es un mundo de seres irreales. Ogros, trolls, silfos, princesas, hadas, centauros, dragones, magos y todo lo imaginable habita en este reino que existe de forma simultánea al mundo de los humanos. Son ellos quienes lo mantienen vivo a partir de la creación de historias fantásticas en la mente. Cuando esto ocurre, Fantasía crece y vive mejor. Y aquí Ende vuelve a hacer la misma crítica que hace en Momo: cada vez se vive más de prisa y casi no hay tiempo para la creación de cuentos y relatos. Fantasía se va disolviendo en una NADA que, como un boomerang, también da origen a un daño irreversible en nuestro planeta.

Michael Ende fue un autor que revolucionó la literatura infantil en el siglo XX y la reivindicó en su concepto de literatura como tal. Su obra es, sin duda, una oda a la imaginación y a lo que yo, personalmente, espero de la literatura infantil o juvenil: poder leerla por el simple placer de disfrutar de ella.

Texto: Isabel Mesa Gisbert

Fotos: del legado particular de Michael Ende, Stiftung Internationale Jugendbibliothek @ Legado de Michael Ende, representado por: AVA international GmbH

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Coyotl Taquería: Los sabores de México, en Achumani

Coyotl Taquería, emprendimiento que nació con el formato de ghost kitchen en septiembre de 2021 y que desde el 15 de marzo de este año.

Por Fernando Cervantes

/ 14 de abril de 2024 / 06:27

Crónicas gastronómicas

Adriana y Gonzalo Vargas son dos hermanos nacidos en Tucson, Arizona (Estados Unidos), distante a solamente una hora y media de Sonora, estado mexicano que, con sus padres de origen boliviano, solían visitar frecuentemente, introduciéndose de esta manera en la cultura y gastronomía mexicana desde muy temprana edad.

Actualmente, ambos están a cargo de Coyotl Taquería, emprendimiento que nació con el formato de ghost kitchen en septiembre de 2021 y que desde el 15 de marzo de este año, tiene un cálido espacio abierto al público en la meseta de Achumani, en La Paz.

Adriana —de profesión ingeniera industrial y con una maestría en administración de empresas— es quien se encarga de las finanzas y administración del establecimiento y Gonzalo —con estudios culinarios en Argentina, prácticas en España en establecimientos con varias estrellas Michelín y una amplia experiencia laboral en renombrados hoteles y restaurantes de Buenos Aires, Ciudad de México y también Nueva York — es quien está a cargo de la cocina.

En su acotada pero bien lograda carta se puede encontrar delicias como los tacos de birria (tres tacos de carne de res adobada, tortilla de maíz, cebolla, cilantro, limón, salsa macha, salsa roja y salsa verde), la quesabirria (tres quesadillas de carne de res adobada, quesillo, tortilla de maíz, cebolla, cilantro, limón, salsa macha, salsa roja y salsa verde) o un consomé de birria a base de caldo de carne picada, cebolla y cilantro.

La carta también ofrece los clásicos chips con guacamole (totopos y guacamole de la casa) y los tacos de carnitas (tres tacos de carne de cerdo confitada, tortilla de maíz, cebolla, cilantro, limón, rajas en escabeche, salsa roja y salsa verde, a los que también se les puede agregar guacamole).

Para tomar se puede elegir entre la horchata (agua fresca a base de arroz, leche y canela) o la jamaica (a base de flor de Jamaica), que vienen tanto en botella como en vaso.

Algo muy importante de destacar es que este restaurante utiliza envases biodegradables y compostables para su entrega de pedidos por delivery.

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Adriana y Gonzalo Vargas han creado este restaurante con los sabores de México.

Coyotl Taquería

  • Dirección: Av. Julio Méndez Nº 108, entre calles 2 y 3, Meseta de Achumani
  • Teléfono: 77268674
  • Producto estrella: Quesabirrias
  • Rango de precios: Bs 20-50
  • Horario de atención: Jueves a sábado de 12.00 a 15.00 y de 18.00 a 22.00, domingo de 12.00 a 15.00 y de 18.00 a 21.00
  • Estacionamiento propio: No

Contáctenos: Fernando  recomienda, Fernandorecomienda @fernandorecomienda ,Correo: [email protected]

Texto y Fotos: Fernando Cervantes

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Videoteca Barbarroja: La utopía realizada

24 años tiene el archivo que fue creado para la promoción del Nuevo Cine Latinoamericano

Por Jorge Barrón Díaz

/ 14 de abril de 2024 / 06:19

En este 24 aniversario de la Videoteca Barbarroja, en un momento de profunda reflexión y a modo de escribir una crónica, deseo compartir la experiencia de un nacimiento y la vivencia de la utopía realizada.

Es el convencimiento del poder de las imágenes para concientizar en nuestros pueblos la necesidad de transformar y construir una nueva sociedad, justa y solidaria.

Como resultado de compromisos personales y colectivos, mujeres y hombres que buscamos hacer realidad nuestros sueños y utopías a través del cine, tomamos la cita del cineasta Miguel Littín: “América Latina es la tierra del mañana. Tiene que ser conocida a través de sus alegrías y de sus dolores. Y para ello los filmes son los mejores mensajeros” y echamos a andar las tareas del nuevo proyecto para contribuir en la construcción de un país con identidad, profundos valores históricos y culturales.

La Videoteca Barbarroja ha impulsado diferentes eventos de promoción de su archivo.
La Videoteca Barbarroja ha impulsado diferentes eventos de promoción de su archivo.

Nuestro nacimiento

En una tarde lluviosa, el 24 de marzo de 2000 en Chuquiago Marka (La Paz, Bolivia), a iniciativa de Santiago Feliú, Consejero Político de la Embajada de Cuba en Bolivia en aquella época, fuimos convocados a la legación diplomática algunos amigos de la solidaridad con Cuba para la proyección de un documental inédito sobre un comandante de la Revolución cubana.

Los invitados de Feliu para aquella sesión, éramos Jorge Sanjinés, Lorgio Vaca, Beatriz Palacios (+), Rosario Pino y Yolotzin Gómez, todos ligados al ámbito del cine y la cultura.

Al finalizar la proyección del documental, todos quedamos impresionados con la historia del personaje, es cuando Feliú plantea la necesidad y urgencia de construir una videoteca que se dedicara a la promoción y difusión del Nuevo Cine Latinoamericano en Bolivia, con el apoyo del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y el gobierno revolucionario de Cuba.

Después de un intercambio de opiniones sobre la viabilidad del proyecto, la consideración de aspectos técnicos, administrativos y logísticos para el funcionamiento de la videoteca y nuestro compromiso militante de apoyar la iniciativa desde nuestras trincheras, se procede a la creación formal de la videoteca.

Nuestro nombre, nuestra identidad

El nombre de Videoteca Barbarroja lo propuso Santiago Feliú en homenaje al comandante de la Revolución Manuel Piñeiro Losada, conocido como Barbarroja en la guerra de guerrillas de la Sierra Maestra, en el ingreso de los barbudos a La Habana al triunfo de la Revolución cubana y en las tareas internacionalistas de Cuba en América Latina y el mundo.

Es un reconocimiento al comandante Barbarroja por su inmensa labor de apoyo decidido a las causas justas de los pueblos del mundo, por su liberación y por los ideales más nobles que él profesaba como un seguidor de Ernesto Che Guevara.

Nuevo Cine Latinoamericano

El Nuevo Cine Latinoamericano fue un movimiento cinematográfico surgido en América Latina en la década de los 60, que se proponía terminar con los paradigmas del cine comercial, inventando otros lenguajes, utilizando la improvisación, la experimentación, el conocimiento de los ritmos internos del pueblo y la captación de su cultura más allá de los estudios, que suponían por sí mismas un valor estético y artístico espectaculares.

Además, en la visión de los realizadores del nuevo cine en un continente que lucha por su liberación, el cine revolucionario que proponían deberá ser antiimperialista por razones ideológicas y, en consecuencia, desempeñar una labor de denuncia, de clarificación, de rescate y así contribuir a la toma de conciencia sobre las culturas nacionales a la par que participan en ellas contribuyendo a su desarrollo; a este proceso Jorge Sanjinés y el grupo Ukamau denominarán: teoría y práctica de un cine junto al pueblo.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar

Este espacio cultural de reflexión y discusión, dedicado a la promoción y difusión del Nuevo Cine Latinoamericano, inicia sus actividades al estilo de los grandes realizadores, muchas ideas y compromiso político con la realidad de nuestro país.

Con un reproductor y los primeros videos en formato VHS y Beta donados por sus creadores, presentamos en Sucre el primer ciclo “Clásicos del Cine Cubano” en el Festival Internacional de la Cultura en septiembre de 2000 con mucho éxito.

La dinámica que caracteriza estas presentaciones son las del cine-foro, con breves charlas sobre la obra del director, la sinopsis, la ficha técnica, la proyección de la película y, para finalizar la sesión, un debate abierto al público.

De esta forma, en todos estos años acercamos al público en general y a los jóvenes en particular a la filmografía de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba), Jorge Sanjinés (Bolivia), Fernando Birri (Argentina), Glauber Rocha (Brasil), Santiago Álvarez (Cuba), Paul Leduc (México), Miguel Littín (Chile), Fernando Solanas (Argentina), Humberto Solás (Cuba), Ruy Guerra (Brasil),  Víctor Gaviria (Colombia), Fernando Pérez (Cuba), Francisco Lombardi (Perú), Héctor Babenco (Brasil), José Campanella (Argentina), Arturo Ripstein (México), Juan Carlos Tabio (Cuba), Verónica Córdova (Bolivia), Sergio Cabrera (Colombia), Montxo Armendariz (México) y otros realizadores latinoamericanos.

El camino recorrido y los nuevos desafíos

La Videoteca Barbarroja, en este aniversario, tiene su archivo filmográfico totalmente digitalizado con más de 2.500 títulos de películas y documentales, afiches, fotos, fichas técnicas, libros y revistas del Nuevo Cine Latinoamericano, las películas fundamentales del maestro Jorge Sanjinés, los documentales de Jorge Ruiz y una sección especial con la filmografía sobre Ernesto Che Guevara, quizá la más completa del mundo en la actualidad.

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Desde el inicio de nuestras actividades, hemos presentado ciclos de cine en Vallegrande y La Higuera en homenaje al Che Guevara y en los últimos 10 años hemos presentado programas de cine latinoamericano en la TV, ahora mismo tenemos un programa mensual en ATB.

En esta nueva etapa continuaremos participando en festivales internacionales, realizando ciclos de cine, talleres de realización cinematográfica y formación de públicos en los nueve departamentos del país y países hermanos, para promover la amistad, la integración y la solidaridad entre los pueblos de la Patria Grande.

Asimismo, la incorporación de las nuevas tecnologías, la interactividad con las redes sociales, la construcción de nuestra propia infraestructura, la producción de programas para la televisión, la creación de un canal de TV cultural y la publicación de un catálogo sobre la filmografía del Che son los nuevos desafíos de la Videoteca Barbarroja en la hora presente.

Texto: Jorge Barrón Díaz

Fotos: Videoteca Barbaroja

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