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ARTE RUPESTRE

H ace unos 10 mil años empieza en Sudamérica el período llamado Holoceno por los geólogos, caracterizado por la regresión de los hielos hacia su posición actual.

Hace más de 9.000 años, pequeñas bandas de cazadores-recolectores nómades llegaron a la región del río Pinturas en la Patagonia argentina. Cazaron diferentes animales, como cérvidos, ñandúes (avestruces americanos) y gran variedad de aves, pero su presa favorita eran los guanacos que recorrían la región en manadas o grupos familiares. Proveían a los hombres de carne, cuero y pelaje para abrigo, inclusive los huesos sirvieron para confeccionar instrumentos.

Estos primeros pobladores de la Patagonia dejaron restos de sus utensilios hechos de piedra: puntas de proyectil, raspadores y otros. Además plasmaron en rocas escenas de caza: figuras de guanacos perseguidos y atrapados por los cazadores.

Para pintar, tenían que moler minerales de color que mezclaban con agua u otro líquido; utilizaron pinceles de fibra. También dejaron imágenes de sus propias manos: las colocaron sobre la roca rociando pintura alrededor. En la Cueva de las Manos, reconocida por la Unesco como Patrimonio Mundial, hay más de 2.000 representaciones de manos. Los arqueólogos encontraron pruebas de su antigüedad y numerosos artefactos de los productores, incluyendo un tubo de hueso y pigmento rojo, ocre y umbra (medio morado). Los antiguos artistas utilizaron también blanco, negro, amarillo y raras veces verde. En la región se ha constatado varias tradiciones de arte rupestre, producidas a través de miles de años, que llegaron hasta unos 1.300 años antes del presente.

En Bolivia hay pinturas rupestres de gran antigüedad, obra también de los cazadores-recolectores. Ya en 1965, en su obra Prehistoria de Bolivia, el profesor Dick Edgar Ibarra Grasso llamó la atención sobre algunas representaciones de manos en técnica negativa en una cueva de Mojocoya, Chuquisaca, y las comparó con las manifestaciones de la Patagonia. Los expertos de la Sociedad de Investigación del Arte Rupestre de Bolivia (SIARB) profundizaron este estudio en la cueva Paja Colorada de Vallegrande, Santa Cruz, donde encontraron más de 30 ejemplares de manos entre 130 motivos de arte rupestre que consisten en pinturas, grabados y “cúpulas” o “tacitas”, depresiones redondas artificiales que podrían haber servido para mezclar el pigmento.

La producción de pinturas se hizo a lo largo de mucho tiempo; en algunos casos los artistas pintaron nuevas figuras encima de las que ya existían. Según el análisis de la secuencia de superposiciones en Paja Colorada, hecho por Freddy Taboada, presidente de la SIARB, las manos negativas en blanco, esparcidas en las paredes de la pequeña cueva, representan la primera fase. Siguieron otras cinco o seis, hasta llegar a la Colonia, cuando se plasmó una cruz cristiana que evidencia que aun en tiempos históricos el lugar fue considerado sagrado. Una prospección de los alrededores y una excavación en el sitio, por los arqueólogos Claudia Rivera y Sergio Calla, relevaron numerosos hallazgos de los antiguos habitantes, aunque todavía ninguna evidencia que pueda datar las primeras pinturas.

Cuando empezaron las visitas de turistas a la cueva —los que dejaron sus huellas en forma de graffiti—, la SIARB y el municipio de Moromoro emprendieron un amplio proyecto de investigación, conservación y puesta en valor. Se cerró la entrada con reja, un equipo internacional boliviano-canadiense logró limpiar los graffiti, se colocó un piso de madera en la cueva, se instalaron en alcalino de acceso letreros y bancos de descanso, se publicó una guía para visitantes y se capacitó a guardaruinas. Pero muy pocas llegan para conocer este lugar de Bolivia.

En búsqueda de los primeros vestigios artísticos de Bolivia, la SIARB realizó otro proyecto en Betanzos, Potosí. Aparte de la documentación y el análisis de las pinturas rupestres, un equipo de arqueólogos registró numerosos sitios que evidencian una larga cronología, desde el Arcaico o Precerámico (hace por lo menos unos 4.000 años) hasta hoy. Se hallaron restos de los campamentos ocupados temporalmente por los cazadores-recolectores, quienes dejaron puntas de flecha y otros instrumentos de piedra en los alrededores inmediatos de cuevas y aleros que presentan pinturas.

En la roca de Lajasmayu se halló, en una de las primeras fases del arte rupestre, la representación de un cazador que porta largos dardos, como las figuras que aparecen en otras regiones andinas en pinturas arcaicas. Además existen muchas escenas con diminutos camélidos salvajes, supuestamente guanacos en actitud dinámica, acompañados por simples figuras humanas que representan a los cazadores. En un panel central del sitio, un grupo de animales en fila corre o salta a la izquierda. Todavía son reconocibles 21 de ellos; los primeros tuercen sus cuellos y miran atrás. Constituyen una magnífica escena de animales en fuga y podemos especular que a su lado derecho figuraban uno o varios cazadores.

Información de las técnicas

Hay evidencias de diferentes estrategias de caza. Se usaron lanzadardos o estólicas que permitían gran fuerza; en la Patagonia, además boleadores o piedras redondas atadas a cuerdas. En la región andina los antiguos cazadores azuzaron guanacos y cérvidos en dirección a una hilera de cercos o vallas, acondicionados entre dos afloramientos rocosos, que impedían escapar lateralmente. En Carabaya, Puno, Perú, así como en la región de Betanzos, se nota en las pinturas rupestres largas líneas en semicírculo, representando al parecer tales cercados que servían para atrapar a los animales.

En tiempos posteriores, otra gente siguió pintando en el cerro de Lajasmayu  figuras de animales (camélidos, ciervos, aves, una serpiente), hombres y motivos abstractos. Una gran parte del arte rupestre es obra de agricultores-pastores que se expresaron en nuevos estilos pictóricos. Una composición compleja parece representar un tejido. Una pequeña figura antropomorfa tiene un pie con cuatro dedos y una cabeza de ave; en un brazo sostiene una cabeza trofeo, posiblemente en alusión a sacrificios o trofeos de guerra. En la Colonia se añadió una escena con jinetes y algunas cruces.

En los últimos años han aparecido numerosas inscripciones de nombres y otros recuerdos de visitantes, vandalismo que afectó seriamente el arte rupestre antiguo.

Los técnicos de la SIARB emprendieron trabajos de conservación y limpieza. Además, se construyó un sendero para facilitar las visitas, se imprimió una guía y se instalaron letreros que informan sobre la importancia del sitio y su cuidado.

La SIARB ha trabajado además en otros proyectos de parques arqueológicos: en Cala-Cala, Oruro, se construyó una pasarela para los visitantes; en Incamachay,

Chuquisaca, un camino empedrado delante de las pinturas rupestres. A pesar de estos esfuerzos, el arte rupestre se destruye en Bolivia por factores naturales y, en mayor grado, por acciones humanas.

Hace poco se constató la pérdida considerable de parte de un sitio en la región de Poopó, Oruro, por la ampliación de un camino que pasa por el cerro con los grabados antiguos. En Beni, en 1996, una empresa maderera destruyó las rocas grabadas cerca del río Pachene; el Gran Consejo Chimane envió un fuerte reclamo a las autoridades nacionales, sin embargo, no se cumplió con su solicitud de una investigación del caso.