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Gulnara Galiamova

Tras unos finos lentes ovalados se enmarcan unos expresivos ojos asiáticos —de antepasados tártaros y mongoloides— que podrían hablar por sí solos; sin embargo, su poseedora es hábil en palabras y no las escatima. Lejos queda  1994, cuando pisó por primera vez Bolivia y desconocía el español.

Gulnara recuerda su país como república soviética, pues, se hizo mujer como ciudadana de la URSS. Cuando aterrizó en La Paz hacía muy poco que había caído el sistema soviético. “Todo ha cambiado, no sé cómo luce ahora Kazajistán porque no he regresado más. Por la comunicación llego a imaginar, pero creo que aun así no logro reconstruirme”. En La Paz, poca gente sabe algo sobre ese país. Les habla de la URSS e imaginan que es natural de Rusia. “No soy rusa”, aclara.

Al pisar suelo boliviano, “me espanté de la realidad social y económica tan distinta. Venía de un sistema organizado donde el Gobierno te daba todo: un trabajo después de la universidad, cierta seguridad social, un departamento para vivir”. Gulnara trajo sus títulos pensando que sería suficiente, pero no fue así. Era momento de reinventarse, había que sobrevivir.

Empezó pintando azulejos para un taller de cerámica hasta que la fortuna se puso de su parte. “Cambió la coyuntura  nacional, sobre todo en la enseñanza de los maestros normalistas y empecé a dar clases en universidades”. Durante un tiempo su situación económica se hizo boyante, pero como le vino la suerte se le fue y otro cambio en la educación la apartó de las aulas. Necesitaba un nuevo hallazgo en su vida. Y llegó: la gastronomía japonesa. Desde hace siete meses ayuda a su pareja, Noburo Shimada, a preparar los platillos. El negocio parece ir bien y la demanda crece mientras crece también la inquietud intelectual de Gulnara que necesita mantener su intelecto activo. Y lo hace empapándose de nuevos platos japoneses, e incluso de otras cocinas porque ha descubierto el placer de guisar y condimentar.

Mientras su mente se activa de esta forma, no deja de desear eliminar su condición de fantasma. No existe ni consulado kazajo, ni siquiera en algún rincón latinoamericano, y su pasaporte reza que sigue siendo soviética. Tampoco parece haber ningún compatriota en los alrededores. No obstante, Bolivia ya es su tierra porque de acá es su hija, y eso lo tiene claro.